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Kaur Kender, Estonia y la catástrofe prosódica

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En Tallin, como en general en todas las antiguas ciudades europeas del antiguo Imperio ruso, conviven sin demasiados problemas edificios de diferentes épocas: medievales, petrinos, soviéticos y post-soviéticos. A lo largo de la historia, el control de esta vieja ciudad hanseática que hoy no llega al medio millón de habitantes se lo han disputado Dinamarca, Suecia, Alemania y Rusia bajo diferentes formas de gobierno hasta su independencia de la Unión Soviética en 1991, y todas las potencias han dejado su huella en esta ciudad. A finales del siglo XIX, Moscú ordenó construir en Reval —así se llamaba entonces Tallin— una catedral ortodoxa. Con la sutilidad habitual que caracterizaba a los zares, ¿dónde se decidió construirla? En lo alto de una colina, dominando la ciudad antigua y sus iglesias protestantes. ¿Y qué nombre se le dio? San Alexander Nevski, el príncipe que frenó el avance de los cruzados teutones y su rama livonia en la batalla del lago Peipus en 1242. Riigikogu, el parlamento estonio, se encuentra justo enfrente.

Ahí es donde me espera Kaur Kender. Le entrevisté en abril, poco antes de que comenzase su proceso judicial por Untitled 12, una novela breve que bebe del marqués de Sade, William Burroughs y Bret Easton Ellis para narrar la degeneración extrema de su protagonista desde su obsesión inicial por la pornografía digital. En enero de 2015 la policía estonia decidió abrir una investigación contra Kender por distribución de pornografía infantil, considerando que eso es lo que es Untitled 12. Un año después la fiscalía presentó cargos y, finalmente, el pasado 2 de mayo arrancó el proceso que se celebra, en parte, a puerta cerrada para proteger la moral pública. Actualmente el proceso está suspendido, a la espera de que el escritor acepte someterse a un examen psiquiátrico, algo a lo que hasta la fecha Kender se ha negado.

Para que el lector se haga una idea de lo surrealista del caso, en la primera vista del proceso, cuya transcripción Kender filtró, la fiscal Lea Pähkel describió a Dostoyevski como un psicópata y preguntó al acusado cosas como “¿por qué le atrae tanto el sexo, la mierda y las drogas?”. Según Kender, que podría terminar en un psiquiátrico o en prisión dependiendo del fallo, el juicio tiene una dimensión política ya que ha criticado desde Nihilist.fm —el portal que él mismo impulsó— las políticas neoliberales y neoconservadoras del gobierno o la marginación que vive una considerable parte de la población rusa en Estonia, una de las tres repúblicas bálticas que los medios de comunicación occidentales han convertido en “aldeas Potemkin” de la Unión Europea.

Subimos al coche. Lo primero que hace es darme un par de camisetas de Nihilist (gracias, Kaur) y tomarse una pastilla de nicotina. Kaur Kender dejó hace tiempo por completo la bebida, un problema importante en Estonia: en 2015 fue el país de la OCDE con un mayor consumo de alcohol, con 12,3 litros por adulto. Kender tiene el aspecto de uno de esos gángsters rusos que salen en las películas estadounidenses: una mole con cabeza rapada y tatuajes en ambos brazos y que guarda un bate de béisbol en el maletero. Y la explicación es muy sencilla: Kender fue un criminal. “Cuando se desintegró la Unión Soviética, Estonia era un país sin ley. Traficábamos con cigarrillos, con alcohol, con armas.” ¿Con armas? “Sí, con armas.” Eran los años en que los polacos robaban coches en Alemania, los matriculaban en Estonia (“con cien dólares al funcionario de turno bastaba”) y una vez blanqueados se vendían en Rusia. “Varios amigos míos terminaron muertos o en prisión”, dice mientras conduce el coche por las calles de Tallin. Fue entonces cuando decidió dejar el submundo criminal, matricularse en la universidad y estudiar semiótica. “A pesar de todo, le estoy agradecido a aquellos años: la ausencia de ley me permitió conocer realmente quién era”. También escribir un libro, Iseseisvuspäev (“El día de la independencia”, aún sin traducción castellana), ambientado en aquellos años, que le catapultó a la fama.

A pesar del proceso judicial en curso, Kender sigue figurando en el listado de autores que la Embajada de Estonia en Madrid recomienda por “sus descripciones de la nueva sociedad capitalista estonia”. Debido a las constantes interrupciones en su historia nacional, el estonio no cuenta con un canon literario demasiado extenso. El despertar de la lengua y literatura estonias vino, como en tantas otras partes, con el romanticismo en el siglo XIX, y experimentó un impulso con la proclamación de la República de Estonia en 1918 hasta el autogolpe de Estado del presidente Konstantin Päts, el cual, aunque realizado para evitar una toma del poder violenta por parte de los veteranos de la guerra de independencia de la organización fascista Vapsid, llevó al país a unos años conocidos como la “era del silencio” por el carácter autoritario del gobierno, que suprimió a toda la oposición. Tras la Segunda Guerra Mundial, el estonio quedó relegado y sus autores se dedicaron, según Kender, a realizar sobre todo traducciones del ruso. “Probablemente ahora sólo haya cinco escritores interesantes, y uno de ellos se sienta en este coche”, afirma. No hay ni rastro de arrogancia o ironía en sus palabras, así que lo más probable es que sea verdad. Tras la independencia en 1991, el nuevo Estado subvencionó fuertemente la cultura, algo que se ha convertido al final en un problema: Kender dice que los intelectuales estonios se han convertido en especialistas en el lenguaje burocrático de conseguir subvenciones y producen obras sin interés (¿le suena a alguien esto?). “Son como los chinovniki de la URSS”, sentencia.

Kaur Kender dijo en una ocasión que le gustaría que los camioneros y prostitutas escribiesen más novelas porque son quienes tienen historias más interesantes que contar. Después de abandonar la universidad sin finalizar sus estudios, el autor de Untitled 12 trabajó en un fondo de inversiones (“otra forma de criminalidad”) y una agencia de publicidad. Algunos de los clientes más destacados eran partidos políticos, lo que le permitió conocer de primera mano los bastidores de la política. Estonia se presenta al mundo como la república báltica más liberal y avanzada: comercio electrónico, e-citizenship, Skype (“en realidad idea de un danés y un sueco que luego contrataron a los estonios para hacer el resto del trabajo”, aclara Kender mientras me recomienda un blog sobre la burbuja punto com en el país: doteebubble.blogspot.com). Finlandia en duodécimo. Pero resulta que Estonia es también el país de la Unión Europea con la mayor tasa de muertes por drogas, sobre todo por el fentanilo consumido por vía intravenosa.

Pasamos ante el museo marítimo, giramos a la derecha y nos detenemos frente a unas viejas casas de madera. Las ventanas están rotas, las puertas están atrancadas con tablones. “Estas casas se construyeron durante el Imperio ruso para alojar a los trabajadores de los astilleros. Cuando se desintegró la URSS, quedaron abandonadas y fueron ocupadas por narcotraficantes que vendían fentanilo. Los yonquis también se pinchaban ahí hasta que los echaron.” ¿Sigue siendo el fentanilo un problema? “Los políticos me reconocían en privado que no les importaba demasiado si afectaba sólo a los rusos” y no se desarrollaron programas, como la entrega de agujas limpias. “Pero ahora hay chavales de clase media estonios que se meten fentanilo, así que han comenzado a prestarle más atención”, añade. Y lo mismo ocurre con el VIH, del que Estonia tiene la mayor tasa de infecciones en Europa, “propia de un Estado africano”, apostilla Kender. “El gobierno quiere facilitar los tests, así que incluso puede que ahora suba más. Son los estonios de clase media quienes acuden a las prostitutas, porque en el fondo son quienes tienen el dinero”. Y en verdad la parte oriental de la ciudad vieja de Tallin se ha convertido para los finlandeses en lo que La Habana de Fulgencio Batista era para los estadounidenses, con sus bares de copas, clubes de striptease y salones de masaje erótico, todo ello a menos de dos horas de Helsinki en ferry.

Hablando de Rusia, ¿cómo ve Kaur Kender la política oficial hacia ese país? “No tiene ningún sentido. Estamos tratando a los rusos igual que la URSS trató a los estonios”. Además de los rusos, es poco sabido que Estonia cuenta con otra minoría lingüística: los setos (el padre de Kender pertenecía a esa minoría, aunque sólo le habló en seto kiil’ durante su infancia y por eso nunca llegó a aprender el idioma). Tras la proclamación de independencia en 1918, el gobierno inició un proceso de estonificación que llevó a la práctica la desaparición de los setos como comunidad lingüística (hoy se calcula que quedan unos 15.000 en todo el mundo). En el fondo, la élite estonia se parece a la de sus vecinos más de lo que quisiera: venal y con un esquema mental heredado del antiguo ocupante. “Yo estaría encantando con que Rusia entrase en la Unión Europea”, confiesa Kender. “Los medios de comunicación están metiendo miedo todo el rato con una invasión rusa. Putin probablemente sale más en nuestros medios de comunicación que en los de Rusia”, me explica. “La función de Estonia es intentar atraer a Finlandia a la OTAN. Pero creo que los finlandeses son inteligentes y no se dejarán convencer”.

Tallin es una capital pequeña, así que pronto llegamos al palacio presidencial, justo a tiempo para asistir al relevo de la guardia —mientras Kender se toma otra pastilla de nicotina–, un espectáculo absurdo: los guardias ejecutan sus movimientos, como si fueran figuras de un reloj suizo, sin que haya ningún espectador. No hay ningún turista, ningún patriota emocionado. No hay absolutamente nadie. Sin duda, una de las demostraciones de poder más huecas que he visto. “Una de las mejores historias de Nihilist es la de uno de esos guardias en pleno trip de LSD”, comenta Kender. Claro, y quién no lo entiende… A escasos metros se encuentra la residencia del zar Pedro I y la casa de la comandancia. “Por cierto —me apunta Kender— ahí vivió Abram Petróvich Gannibal (el bisabuelo de Pushkin de origen africano). Estonia tuvo un negro como presidente antes que nadie.” Lo que me recuerda… “Comparaste a Pushkin con Tupac Shakur”. “Sí, claro, el hip hop es la poesía de nuestros días”. Me pone la música de un rapero en estonio a todo volumen (no me dio tiempo a apuntar el nombre). ¿Es difícil hacer rap en estonio, con esas palabras tan largas? “Desde luego, el estonio es complicado, tiene muchos casos, pero es más fácil que el finlandés porque no experimentó una catástrofe prosódica” (no me dio tiempo a apuntar la explicación y ahora no recuerdo a qué se refería con esto último).

Shakur —“es la música que escuchaba en los noventa, forma parte de la banda sonora de mi vida”— es una pasión que Kender comparte con Vladislav Surkov, uno de los asesores del Kremlin. Surkov gusta de llamarse a sí mismo “eminencia gris” y está considerado uno de los arquitectos del sistema político ruso actual. En plena crisis de Ucrania, Kender decidió escribirle una carta abierta, invitándole a visitar Estonia para hablar sobre las relaciones entre Rusia y Europa. Surkov, inesperadamente, le contestó, invitándole a visitar Moscú. “Me convertí en Satán por una semana”.

“Ahora te voy a enseñar mi monumento soviético favorito”. El coche se detiene debajo del puente de Saarepiiga. “¿Dónde está el monumento?”, pregunto. “Ahí está el monumento”, dice Kender, y me señala unas escaleras que descienden desde lo alto del puente hasta la mitad de la carretera. Sólo que, a un metro y medio de distancia del suelo, se detienen, sin llegar nunca al tocar tierra. “En 1991 se desintegró la URSS y nadie se preocupó de terminar la obra. Los rusos se marcharon y probablemente se llevaron los planos. Y después nadie la acabó. En Saarepiiga puedes ver lo que fue el fin de la Unión Soviética: se paró en seco, de golpe”, explica Kender mientras se ríe. ¿Podría ser una metáfora de Estonia? ¿O del futuro que le depara a la Unión Europea? Quién sabe. Quizá alguien escriba algún día sobre todo esto como se debe, así podremos saber qué es una catástrofe prosódica.

 

Imágenes en orden de aparición: fotograma del vídeo Beebilõust - Vihaköne realizado por Nihilist; cubierta de la traducción al inglés de Untitled 12; retrato de Kaur Kender © Nihilist.fm.