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Karma. ¡Lo adorarás!
Hipersocialidad en las redes sociales
Del karma no te escapas. Ni aunque quieras. Todas y cada una de tus acciones, físicas o mentales, generan una energía. Una inercia. Una masa. Cada vez que haces algo esa masa crece y curva el espacio. Tu espacio. Eres la causa de tu universo deformado. Así, toda acción que hayas cometido, todo pensamiento que hayas tenido, todo presente y futuro concebido volverá a ti como una pelota que lances hacia arriba. Y cuánto más alto la lances, más será un proyectil balístico de vuelta. Al karma le encanta que planees a largo plazo. Le garantiza volver con más fuerza.
El karma tiene sus agentes. Agentes de control. Al fin y al cabo no es un robot de cocina preprogramado. Tampoco es un aspirador redondo que tropieza con mil y una patas. No por mucho que cambies los muebles de tu casa esos aparatos serán más listos. Sólo tú más tonto. Y yo.
El karma es más avispado que todo eso. Antes empleaba al Destino. Cuando se percató del hastío que su mano derecha nos causaba lo abandonó. No hay tantas tragedias posibles por imaginar. Una muerte es todas las muertes. Así que pasó a los Dioses. Los puso todos juntos en una Humanidad y por efecto darwinista sólo quedo uno. Uno oficial, que es el que tiene el cinturón de rey del ring. Los otros andan por ahí, fregando lavabos y mirando posters de cuando se les ofrecían sacrificios humanos masivos. El karma es inteligente y no los va a deshauciar del todo. Por si los necesita de nuevo en un futuro.
Pero eso también dejó de valer. Gestionar un solo Dios y muchos humanos da mucho trabajo. Así que puso a un montón de Ministros para que actuaran de intermediarios. Y dio con la clave. Los propios Ministros estaban sujetos al karma, no como las deidades anteriores, los elementos de la Naturaleza o los Primordiales. El karma descubrió lo que necesitaba: sobraban los Dioses. Si lograba convencernos a todos de la existencia del libre albedrío, nos autogestionaríamos. Seríamos emprendedores exitosos de nuestro propio futuro. Una buena jugada. Para el karma.
Dicho y hecho. Como la Luz. Nos pusimos a ello y en su nombre nos descerebramos, sudamos, depuramos y esforzamos en llegar a la máxima expresión posible del karma: el botoncito «me gusta» de las redes sociales.
Nos hemos superado. Ahora todo es visible. Ya lo dice Zuckerberg: si quieres que algo no se sepa, no lo hagas; Y ya lo dice la NSA: tampoco lo pienses; El karma se ha hecho substancia, teléfono móvil y reloj. Todos nos hemos tragado un trozo y ahora somos parte.
En esta superación hemos asimilado la vigilancia totalitaria. Porque ya no hay espacio no vigilado. Por lo menos con el panóptico de Bentham podíamos pensar que desde su centro de control el Vigilante no nos veía al pestañear. Si un grupo de amigos se hace un «selfie colectivo» al menos una de las caras saldrá con los ojos cerrados. Hay que repetir la foto. Comprobadlo. Hemos solucionado el problema. Si añadimos suficientes ojos pestañeantes podemos despreciar la probabilidad de que todos estén cerrados a la vez, porque al menos un par estará mirando. Eso es lo que hemos hecho. Con chopocientos usuarios las redes sociales compiten en habitantes con mega-países-corporación. Alguien te verá para contárselo a los demás. Por si fuera poco la luz de las pantallas reduce nuestro parpadeo.
Me pregunto por el incremento de úlceras al resecarse los globos oculares. El infierno de Sartre anda cerca. En breve no podremos cerrar los ojos.
Así que ahora tenemos un panóptico distribuido y redundante. Ya no hay cabina central que pueda cegarse. Y al menos uno de nosotros lo verá. Para completar la faena el control ni siquiera es de una sola dirección. Encima solicitamos a nuestros propios vigilantes que nos notifiquen el habernos observado.
— Repetid, replicad, favear, dadle al me gusta.
He de saber que comprobáis lo que hago.
— ¡Eh colegas, que han sacado mi tuit en el telediario! Decidme algo, que veo el doble-check en el whatsapp.
Sé que os llegó el aviso. Soy famoso. Mi texto aparece al pie de la pantalla de la televisión mientras millones de agentes de vigilancia aprueban y desaprueban que soy el más ingenioso de todos nosotros. Al menos durante segundo y medio.
— ¡Aprovecho este momento para decirle a papá y mamá que salgo en el Google Maps!
Entonces llega la Evaluación. Porque los Vigilantes no sólo miran. Vigilar no es atestiguar. Es juzgar también. Un Vigilante ha de decidir si interviene o no. Quizás lo que sucede pone en riesgo algo. Quizás el Vigilante quiera actuar, quizás no. A lo mejor necesita refuerzos. El Vigilante nunca es ajeno a los acontecimientos. Y cuando la cosa se tuerce bajo su criterio, interviene.
Demos un salto. A la peor de las condenas. Primero va la muerte, después el exilio y en la cima el ostracismo. Es la cumbre de la pirámide alimenticia de la destrucción del otro. Muerte y exilio por lo menos permiten el recuerdo. Sobre él construimos la Dignidad, la Historia, a la persona. Muerte y exilio dejan intacta la Memoria. El ostracismo es ahogar al condenado en el Olvido. Ya sea en una cuneta, entre dos corrientes de mar, o eliminando sus registros de las bases de datos de la Seguridad Social. Sin registros no habrás existido. Ni siquiera serás.
Volvamos del salto. Ahora el karma nos seduce. Porque no sólo tengo la posibilidad de ser el foco al hacer algo que está en boca de todos, realmente de todos. Nos seduce con un caramelo más: te puedo bloquear, te puedo dejar de seguir, te puedo no votar. Hasta puedo no darle puntos a esas fotos de tus vacaciones de Navidad.
Te puedo excluir de mi red social.
Ya no lo hace ni el juez, ni el anciano del poblado. Lo hago yo. Soy tu Torquemada personal, tu coach medieval. Te aplico un granito del ostracismo. Te amenazo sin palabras con que otros me seguirán porque soy popular. Nadie será responsable, claro. El panóptico y nuestra condena no están sujetos a que los apuntes con el dedo. Porque no tienes suficientes dedos para apuntarnos a todos. Y porque no se puede medir la microrresponsabilidad. Aquí, en nuestra nueva sociedad sólo hay uno a quien se pueda señalar.
A ti.
Eres quien ha hecho eso. Quien ha publicado su desayuno, su chiste, los kilómetros corridos hoy, y cualquier otra menudencia mundana común que todos podamos haber realizado ya. Te has vuelto hipersocial. Te entregas a la Evaluación a cambio de tu propia minúscula participación en la reputación de los demás. Tu también tienes Poder, el de pronunciarte sobre la imagen de los otros. Conseguido, eres uno más.
El karma, por fin, se ha hecho con el control total.
El título alude a Earl Jehosephat Hickey, el protagonista de la comedia televisiva “My Name is Earl”. Lleva una vida de crimen y fechorías que se cuestiona tras conocer el concepto de karma en la televisión. Bajo la premisa de deshacer las maldades pasadas para librarse de sus consecuencias, comienza una cruzada personal para ser mejor persona. Según él.
Imágenes de la película "A scanner darkly" (Richard Linklater, 2006).
Karma. ¡Lo adorarás!
Del karma no te escapas. Ni aunque quieras. Todas y cada una de tus acciones, físicas o mentales, generan una energía. Una inercia. Una masa. Cada vez que haces algo esa masa crece y curva el espacio. Tu espacio. Eres la causa de tu universo deformado. Así, toda acción que hayas cometido, todo pensamiento que hayas tenido, todo presente y futuro concebido volverá a ti como una pelota que lances hacia arriba. Y cuánto más alto la lances, más será un proyectil balístico de vuelta. Al karma le encanta que planees a largo plazo. Le garantiza volver con más fuerza.
El karma tiene sus agentes. Agentes de control. Al fin y al cabo no es un robot de cocina preprogramado. Tampoco es un aspirador redondo que tropieza con mil y una patas. No por mucho que cambies los muebles de tu casa esos aparatos serán más listos. Sólo tú más tonto. Y yo.
El karma es más avispado que todo eso. Antes empleaba al Destino. Cuando se percató del hastío que su mano derecha nos causaba lo abandonó. No hay tantas tragedias posibles por imaginar. Una muerte es todas las muertes. Así que pasó a los Dioses. Los puso todos juntos en una Humanidad y por efecto darwinista sólo quedo uno. Uno oficial, que es el que tiene el cinturón de rey del ring. Los otros andan por ahí, fregando lavabos y mirando posters de cuando se les ofrecían sacrificios humanos masivos. El karma es inteligente y no los va a deshauciar del todo. Por si los necesita de nuevo en un futuro.
Pero eso también dejó de valer. Gestionar un solo Dios y muchos humanos da mucho trabajo. Así que puso a un montón de Ministros para que actuaran de intermediarios. Y dio con la clave. Los propios Ministros estaban sujetos al karma, no como las deidades anteriores, los elementos de la Naturaleza o los Primordiales. El karma descubrió lo que necesitaba: sobraban los Dioses. Si lograba convencernos a todos de la existencia del libre albedrío, nos autogestionaríamos. Seríamos emprendedores exitosos de nuestro propio futuro. Una buena jugada. Para el karma.
Dicho y hecho. Como la Luz. Nos pusimos a ello y en su nombre nos descerebramos, sudamos, depuramos y esforzamos en llegar a la máxima expresión posible del karma: el botoncito «me gusta» de las redes sociales.
Nos hemos superado. Ahora todo es visible. Ya lo dice Zuckerberg: si quieres que algo no se sepa, no lo hagas; Y ya lo dice la NSA: tampoco lo pienses; El karma se ha hecho substancia, teléfono móvil y reloj. Todos nos hemos tragado un trozo y ahora somos parte.
En esta superación hemos asimilado la vigilancia totalitaria. Porque ya no hay espacio no vigilado. Por lo menos con el panóptico de Bentham podíamos pensar que desde su centro de control el Vigilante no nos veía al pestañear. Si un grupo de amigos se hace un «selfie colectivo» al menos una de las caras saldrá con los ojos cerrados. Hay que repetir la foto. Comprobadlo. Hemos solucionado el problema. Si añadimos suficientes ojos pestañeantes podemos despreciar la probabilidad de que todos estén cerrados a la vez, porque al menos un par estará mirando. Eso es lo que hemos hecho. Con chopocientos usuarios las redes sociales compiten en habitantes con mega-países-corporación. Alguien te verá para contárselo a los demás. Por si fuera poco la luz de las pantallas reduce nuestro parpadeo.
Me pregunto por el incremento de úlceras al resecarse los globos oculares. El infierno de Sartre anda cerca. En breve no podremos cerrar los ojos.
Así que ahora tenemos un panóptico distribuido y redundante. Ya no hay cabina central que pueda cegarse. Y al menos uno de nosotros lo verá. Para completar la faena el control ni siquiera es de una sola dirección. Encima solicitamos a nuestros propios vigilantes que nos notifiquen el habernos observado.
— Repetid, replicad, favear, dadle al me gusta.
He de saber que comprobáis lo que hago.
— ¡Eh colegas, que han sacado mi tuit en el telediario! Decidme algo, que veo el doble-check en el whatsapp.
Sé que os llegó el aviso. Soy famoso. Mi texto aparece al pie de la pantalla de la televisión mientras millones de agentes de vigilancia aprueban y desaprueban que soy el más ingenioso de todos nosotros. Al menos durante segundo y medio.
— ¡Aprovecho este momento para decirle a papá y mamá que salgo en el Google Maps!
Entonces llega la Evaluación. Porque los Vigilantes no sólo miran. Vigilar no es atestiguar. Es juzgar también. Un Vigilante ha de decidir si interviene o no. Quizás lo que sucede pone en riesgo algo. Quizás el Vigilante quiera actuar, quizás no. A lo mejor necesita refuerzos. El Vigilante nunca es ajeno a los acontecimientos. Y cuando la cosa se tuerce bajo su criterio, interviene.
Demos un salto. A la peor de las condenas. Primero va la muerte, después el exilio y en la cima el ostracismo. Es la cumbre de la pirámide alimenticia de la destrucción del otro. Muerte y exilio por lo menos permiten el recuerdo. Sobre él construimos la Dignidad, la Historia, a la persona. Muerte y exilio dejan intacta la Memoria. El ostracismo es ahogar al condenado en el Olvido. Ya sea en una cuneta, entre dos corrientes de mar, o eliminando sus registros de las bases de datos de la Seguridad Social. Sin registros no habrás existido. Ni siquiera serás.
Volvamos del salto. Ahora el karma nos seduce. Porque no sólo tengo la posibilidad de ser el foco al hacer algo que está en boca de todos, realmente de todos. Nos seduce con un caramelo más: te puedo bloquear, te puedo dejar de seguir, te puedo no votar. Hasta puedo no darle puntos a esas fotos de tus vacaciones de Navidad.
Te puedo excluir de mi red social.
Ya no lo hace ni el juez, ni el anciano del poblado. Lo hago yo. Soy tu Torquemada personal, tu coach medieval. Te aplico un granito del ostracismo. Te amenazo sin palabras con que otros me seguirán porque soy popular. Nadie será responsable, claro. El panóptico y nuestra condena no están sujetos a que los apuntes con el dedo. Porque no tienes suficientes dedos para apuntarnos a todos. Y porque no se puede medir la microrresponsabilidad. Aquí, en nuestra nueva sociedad sólo hay uno a quien se pueda señalar.
A ti.
Eres quien ha hecho eso. Quien ha publicado su desayuno, su chiste, los kilómetros corridos hoy, y cualquier otra menudencia mundana común que todos podamos haber realizado ya. Te has vuelto hipersocial. Te entregas a la Evaluación a cambio de tu propia minúscula participación en la reputación de los demás. Tu también tienes Poder, el de pronunciarte sobre la imagen de los otros. Conseguido, eres uno más.
El karma, por fin, se ha hecho con el control total.
El título alude a Earl Jehosephat Hickey, el protagonista de la comedia televisiva “My Name is Earl”. Lleva una vida de crimen y fechorías que se cuestiona tras conocer el concepto de karma en la televisión. Bajo la premisa de deshacer las maldades pasadas para librarse de sus consecuencias, comienza una cruzada personal para ser mejor persona. Según él.
Imágenes de la película "A scanner darkly" (Richard Linklater, 2006).