Contenido
Jules Renard (1864-1910)
El 22 de mayo de 1910, hace exactamente ciento cinco años, moría en París el autor de Pelo de zanahoria. A lo largo de dos décadas cruciales —la última del siglo XIX y la primera del XX—, este celebrado poeta, narrador y dramaturgo compuso en secreto la obra maestra de su vida. Inéditas hasta 1925, las páginas del Diario de Renard trazan el autorretrato de un intelectual parisino —fundador del Mercure de France, miembro de la Academia Goncourt—, que profesaba simultáneamente como alcalde de Chitry, una aldea, hace constar, por cuyos cielos cruzaban las nubes más bellas de Francia. Y haríamos bien en creerle, pues amaba la verdad hasta el punto de que sus amigos le consideraban incapaz de narrar un asesinato sin haberlo cometido. Por idéntica razón, no tuvo inconveniente en describir el suicidio de su padre en 1897, la aparatosa muerte de su madre en 1909, su propia agonía en 1910.
Muchas de sus anotaciones constituyen auténticas cumbres del género aforístico, dardos diamantinos que alcanzan la sabiduría por el camino más corto. Coleccionista de ediciones de La Bruyère, observador antisentimental, estilista escrupuloso, aspiró a construir —como Mallarmé, Valéry, Wilde, Gide o Jarry, a todos los cuales tuvo oportunidad de tratar— una sintaxis de relojería al servicio de la inteligencia. Pese a declararse sordo a la música y ciego a la pintura, sus Historias naturales fueron ilustradas por creadores como Ravel, Bonnard y Toulouse-Lautrec.
Banco de pruebas literario no menos que laboratorio de instrucción del carácter, el dietario de Renard sobresale por su inaudita transparencia. «No tengo otra necesidad que decirme la verdad a mí mismo», confiesa. Tal requerimiento se convierte en caso de conciencia para el propio autor: «A cada instante la pluma se me cae de las manos, pues me digo: "Esto no es verdad"». De semejante perplejidad, acude a rescatarle la clave de bóveda de su edificio filosófico: el humor. Un humor que pretende nada menos que resucitar a los muertos. A la edad de 46 años, cuando acariciaba la idea de comenzar a tomar notas acerca de la vejez, la muerte le citó por sorpresa. «¿Coronas? Bueno, pero que al menos una sea de laurel».
Benjamín Jarnés (1935): «Un disciplinado y generoso investigador de instantes perdidos». Mercedes Monmany (1997): «Logró construir como pocos esa migaja o frase escuálida, pero cargada de todos los sentidos posibles». Sánchez-Ostiz (1998): «Examen de conciencia resuelto en aforismos y momentos de una intensa emoción y una rara poesía». Cristóbal Serra (2002): «Si hay un escritor fragmentario en la literatura francesa, es Jules Renard, alma lírica que sufrió un temprano desencanto del verso. Forjador de un sentido plástico literario, no es extraño que haya inspirado a pintores y músicos».
Diario (1887-1910)
El horror a los burgueses es burgués. (10-IV-1889)
◊
He construido castillos en el aire tan hermosos que me conformo con las ruinas. (2-VI-1890)
◊
La porcelana quebrada dura más que la intacta. (4-IX-1890)
◊
No estar jamás satisfecho: ahí radica todo el arte. (28-V-1891)
◊
Es preciso domar la vida a fuerza de dulzura. (8-IV-1892)
◊
La muerte de los demás nos ayuda a vivir. (5-X-1892)
◊
Cuanto más se lee, menos se imita. (26-IV-1893)
◊
La recompensa de los grandes hombres reside en que, mucho tiempo después de su muerte, no están seguros de estar muertos. (22-XII-1893)
◊
La gente que quiere seguir las reglas me divierte. En la vida no existe más que lo excepcional. (31-III-1894)
◊
Bonita idea de Saint Paul Roux: Los árboles se intercambian pájaros como si fuesen ideas. (15-IV-1894)
◊
Mi literatura: cartas a mí mismo que os dejo leer. (17-V-1894)
◊
Mi literatura no es más que la continua rectificación de lo que experimento en la vida. (30-V-1894)
◊
No hay felicidad. Nuestra dicha es el silencio de la desgracia. (15-IX-1894)
◊
¡Qué monótona la nieve si no existieran cuervos! (1-II-1895)
◊
En literatura, lo verdadero no se diferencia de lo falso sino como las flores naturales de las artificiales: por una especie de inimitable aroma. (13-II-1895)
◊
Toda nuestra crítica consiste en reprochar a otros carecer de las cualidades que creemos poseer. (29-VII-1895)
◊
La modestia es inherente a los grandes hombres. No ser nadie y modesto es lo difícil. (2-XII-1895)
◊
Quisiera ser uno de esos grandes hombres que tienen pocas cosas que decir y las dicen con pocas palabras. (14-VII-1896)
◊
Contrariamente a lo que se dice en el Sermón de la Montaña, si tienes sed de justicia, la tendrás siempre. (14-VII-1896)
◊
Versos, versos, y ni una línea de poesía. (3-XII-1896)
◊
A veces pienso que para darle unidad a mi vida debería escribir una historia de Francia en veinte volúmenes. (25-II-1897)
◊
La prudencia no es más que una cualidad: hay que evitar hacer de ella una virtud. (8-IV-1897)
◊
Con prudencia se pueden cometer toda clase de imprudencias. (1-X-1897)
◊
La forma no puede ir por un lado y el fondo por otro. Un mal estilo es un pensamiento imperfecto. (15-VIII-1898)
◊
Si quieres estar seguro de hacer siempre tu obligación, haz lo que te resulta desagradable. (15-VIII-1898)
◊
Si no gano dinero, procuraré hacer de ello una virtud. (5-XI-1898)
◊
Releerme es suicidarme. (25-XI-1898)
◊
Soy un escritor al que solo la búsqueda de la perfección impide ser grande. (15-I-1899)
◊
Tengo defectos, como todos. Pero con la diferencia de que no les saco ninguna utilidad. (14-VI-1899)
◊
Una vez tomada mi resolución, quedo todavía indeciso. (8-VII-1899)
◊
El hombre nace con sus vicios; las virtudes, las adquiere. (26-VII-1899)
◊
Si se construyera la casa de la dicha, la pieza más grande sería la sala de espera. (1-VIII-1899)
◊
Misógino, o sea, enamorado de la primera que llegue. (22-XII-1899)
◊
Nuestra bondad es nuestra maldad dormida. (6-VI-1900)
◊
Conozco el punto exacto en que la literatura pierde pie y deja de tocar el fondo de la vida. (25-VIII-1902)
◊
En cuanto una verdad sobrepasa las cinco líneas se convierte en novela. (3-IX-1902)
◊
Cada año, un defecto más: ese es nuestro progreso. (10-X-1903)
◊
La patria es todos los paseos que puedas dar a pie alrededor de tu pueblo. (19-IX-1904)
◊
Por fin sé lo que distingue al hombre de la bestia: los problemas de dinero. (16-XII-1904)
◊
Un moderado es un señor que se interesa moderadamente por el bien de los demás. (15-III-1905)
◊
Si tu amigo cojea del pie derecho, cojea tú del izquierdo, para que vuestra amistad mantenga un equilibrio armonioso. (10-V-1906)
◊
Hemos venido a este mundo a reír. En el purgatorio o el infierno, no podremos. Y en el paraíso, no sería correcto. (25-VI-1907)
◊
La política debería ser la cosa más bella del mundo: un ciudadano al servicio de su país. Es la más baja. (6-X-1907)
◊
El peligro del éxito estriba en que nos hace olvidar la espantosa injusticia del mundo. (13-I-1908)
◊
Cuando un hombre ha demostrado que tiene talento, aún debe demostrar que sabe usarlo. (25-V-1908)
◊
La Bruyère, el único de quien diez líneas leídas al azar nunca decepcionan. (28-VIII-1908)
◊
La estrella se esconde. Me toma por un poeta. Tiene miedo de que la haga rimar. (sf)
Jules Renard (1864-1910)
El 22 de mayo de 1910, hace exactamente ciento cinco años, moría en París el autor de Pelo de zanahoria. A lo largo de dos décadas cruciales —la última del siglo XIX y la primera del XX—, este celebrado poeta, narrador y dramaturgo compuso en secreto la obra maestra de su vida. Inéditas hasta 1925, las páginas del Diario de Renard trazan el autorretrato de un intelectual parisino —fundador del Mercure de France, miembro de la Academia Goncourt—, que profesaba simultáneamente como alcalde de Chitry, una aldea, hace constar, por cuyos cielos cruzaban las nubes más bellas de Francia. Y haríamos bien en creerle, pues amaba la verdad hasta el punto de que sus amigos le consideraban incapaz de narrar un asesinato sin haberlo cometido. Por idéntica razón, no tuvo inconveniente en describir el suicidio de su padre en 1897, la aparatosa muerte de su madre en 1909, su propia agonía en 1910.
Muchas de sus anotaciones constituyen auténticas cumbres del género aforístico, dardos diamantinos que alcanzan la sabiduría por el camino más corto. Coleccionista de ediciones de La Bruyère, observador antisentimental, estilista escrupuloso, aspiró a construir —como Mallarmé, Valéry, Wilde, Gide o Jarry, a todos los cuales tuvo oportunidad de tratar— una sintaxis de relojería al servicio de la inteligencia. Pese a declararse sordo a la música y ciego a la pintura, sus Historias naturales fueron ilustradas por creadores como Ravel, Bonnard y Toulouse-Lautrec.
Banco de pruebas literario no menos que laboratorio de instrucción del carácter, el dietario de Renard sobresale por su inaudita transparencia. «No tengo otra necesidad que decirme la verdad a mí mismo», confiesa. Tal requerimiento se convierte en caso de conciencia para el propio autor: «A cada instante la pluma se me cae de las manos, pues me digo: "Esto no es verdad"». De semejante perplejidad, acude a rescatarle la clave de bóveda de su edificio filosófico: el humor. Un humor que pretende nada menos que resucitar a los muertos. A la edad de 46 años, cuando acariciaba la idea de comenzar a tomar notas acerca de la vejez, la muerte le citó por sorpresa. «¿Coronas? Bueno, pero que al menos una sea de laurel».
Benjamín Jarnés (1935): «Un disciplinado y generoso investigador de instantes perdidos». Mercedes Monmany (1997): «Logró construir como pocos esa migaja o frase escuálida, pero cargada de todos los sentidos posibles». Sánchez-Ostiz (1998): «Examen de conciencia resuelto en aforismos y momentos de una intensa emoción y una rara poesía». Cristóbal Serra (2002): «Si hay un escritor fragmentario en la literatura francesa, es Jules Renard, alma lírica que sufrió un temprano desencanto del verso. Forjador de un sentido plástico literario, no es extraño que haya inspirado a pintores y músicos».
Diario (1887-1910)
El horror a los burgueses es burgués. (10-IV-1889)
◊
He construido castillos en el aire tan hermosos que me conformo con las ruinas. (2-VI-1890)
◊
La porcelana quebrada dura más que la intacta. (4-IX-1890)
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No estar jamás satisfecho: ahí radica todo el arte. (28-V-1891)
◊
Es preciso domar la vida a fuerza de dulzura. (8-IV-1892)
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La muerte de los demás nos ayuda a vivir. (5-X-1892)
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Cuanto más se lee, menos se imita. (26-IV-1893)
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La recompensa de los grandes hombres reside en que, mucho tiempo después de su muerte, no están seguros de estar muertos. (22-XII-1893)
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La gente que quiere seguir las reglas me divierte. En la vida no existe más que lo excepcional. (31-III-1894)
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Bonita idea de Saint Paul Roux: Los árboles se intercambian pájaros como si fuesen ideas. (15-IV-1894)
◊
Mi literatura: cartas a mí mismo que os dejo leer. (17-V-1894)
◊
Mi literatura no es más que la continua rectificación de lo que experimento en la vida. (30-V-1894)
◊
No hay felicidad. Nuestra dicha es el silencio de la desgracia. (15-IX-1894)
◊
¡Qué monótona la nieve si no existieran cuervos! (1-II-1895)
◊
En literatura, lo verdadero no se diferencia de lo falso sino como las flores naturales de las artificiales: por una especie de inimitable aroma. (13-II-1895)
◊
Toda nuestra crítica consiste en reprochar a otros carecer de las cualidades que creemos poseer. (29-VII-1895)
◊
La modestia es inherente a los grandes hombres. No ser nadie y modesto es lo difícil. (2-XII-1895)
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Quisiera ser uno de esos grandes hombres que tienen pocas cosas que decir y las dicen con pocas palabras. (14-VII-1896)
◊
Contrariamente a lo que se dice en el Sermón de la Montaña, si tienes sed de justicia, la tendrás siempre. (14-VII-1896)
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Versos, versos, y ni una línea de poesía. (3-XII-1896)
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A veces pienso que para darle unidad a mi vida debería escribir una historia de Francia en veinte volúmenes. (25-II-1897)
◊
La prudencia no es más que una cualidad: hay que evitar hacer de ella una virtud. (8-IV-1897)
◊
Con prudencia se pueden cometer toda clase de imprudencias. (1-X-1897)
◊
La forma no puede ir por un lado y el fondo por otro. Un mal estilo es un pensamiento imperfecto. (15-VIII-1898)
◊
Si quieres estar seguro de hacer siempre tu obligación, haz lo que te resulta desagradable. (15-VIII-1898)
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Si no gano dinero, procuraré hacer de ello una virtud. (5-XI-1898)
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Releerme es suicidarme. (25-XI-1898)
◊
Soy un escritor al que solo la búsqueda de la perfección impide ser grande. (15-I-1899)
◊
Tengo defectos, como todos. Pero con la diferencia de que no les saco ninguna utilidad. (14-VI-1899)
◊
Una vez tomada mi resolución, quedo todavía indeciso. (8-VII-1899)
◊
El hombre nace con sus vicios; las virtudes, las adquiere. (26-VII-1899)
◊
Si se construyera la casa de la dicha, la pieza más grande sería la sala de espera. (1-VIII-1899)
◊
Misógino, o sea, enamorado de la primera que llegue. (22-XII-1899)
◊
Nuestra bondad es nuestra maldad dormida. (6-VI-1900)
◊
Conozco el punto exacto en que la literatura pierde pie y deja de tocar el fondo de la vida. (25-VIII-1902)
◊
En cuanto una verdad sobrepasa las cinco líneas se convierte en novela. (3-IX-1902)
◊
Cada año, un defecto más: ese es nuestro progreso. (10-X-1903)
◊
La patria es todos los paseos que puedas dar a pie alrededor de tu pueblo. (19-IX-1904)
◊
Por fin sé lo que distingue al hombre de la bestia: los problemas de dinero. (16-XII-1904)
◊
Un moderado es un señor que se interesa moderadamente por el bien de los demás. (15-III-1905)
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Si tu amigo cojea del pie derecho, cojea tú del izquierdo, para que vuestra amistad mantenga un equilibrio armonioso. (10-V-1906)
◊
Hemos venido a este mundo a reír. En el purgatorio o el infierno, no podremos. Y en el paraíso, no sería correcto. (25-VI-1907)
◊
La política debería ser la cosa más bella del mundo: un ciudadano al servicio de su país. Es la más baja. (6-X-1907)
◊
El peligro del éxito estriba en que nos hace olvidar la espantosa injusticia del mundo. (13-I-1908)
◊
Cuando un hombre ha demostrado que tiene talento, aún debe demostrar que sabe usarlo. (25-V-1908)
◊
La Bruyère, el único de quien diez líneas leídas al azar nunca decepcionan. (28-VIII-1908)
◊
La estrella se esconde. Me toma por un poeta. Tiene miedo de que la haga rimar. (sf)