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“Hay que democratizar la política y el trabajo”

Entrevista con Mark Fisher
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La reciente publicación del libro de Mark Fisher, Realismo capitalista. ¿No hay alternativa? (Caja Negra Editora, 2016), supone una sacudida teórica que nos informa de algunos de los males agudizados a partir de la crisis bancaria de 2008 y la reorganización de los poderes neoliberales para entrar en una fase de capitalismo más agresiva si cabe. Fisher, crítico musical y escritor británico, recurre a un conjunto de ejemplos culturales salidos de la televisión, el cine, la literatura y la política para trazar los principales rasgos y mecanismos del realismo capitalista; el desmantelamiento de los servicios públicos, la cultura del consumo, la expansión de la burocracia al sistema educativo y los desordenes de atención, el estrés y la depresión que incapacitan al sujeto individual para cualquier capacidad de agencia colectiva. El famoso eslogan de Margaret Thatcher, “No hay alternativa” al neoliberalismo económico y el libre mercado, sirve a Mark Fisher para trazar el recorrido del realismo capitalista. En esta entrevista le hemos preguntado por su libro de amplio recorrido que ahora se presenta en una cuidada edición.

Peio Aguirre: Esta traducción de Realismo capitalista. ¿No hay alternativa? (libro publicado originalmente en 2009) se produce en un clima político global de extrema confusión. ¿Cómo ha cambiado el mundo en este lapso de tiempo? O mejor todavía, ¿cómo definir sintéticamente al lector en lengua española qué es el realismo capitalista?

Mark Fisher: Siempre digo que el realismo capitalista es más fácil de identificar que de definir. La manera más sencilla de definirlo es la creencia de que no hay alternativa al capitalismo. Pero el problema de definirlo de ese modo está en que no es —no al menos en lo principal— una creencia que los individuos sostienen conscientemente. Es más como un campo ideológico transpersonal, quizás más claramente manifiesto en la forma de un tipo de aceptación fatalista en el dominio capitalista, una aceptación de que las demandas del capitalismo neoliberal son “realistas” y, a la inversa, una idea de que cualquier alternativa a esta forma de capitalismo es inviable o impensable. Otro modo de pensarlo tiene que ver con un tipo de deflación de la conciencia. El realismo capitalista es sólo posible una vez varios grupos de conciencia (la conciencia de clase; la conciencia socialista-feminista y también la conciencia psicodélica de la provisional y plástica naturaleza de cualquier cosa experimentada como “realista”) han sido suprimidos.

Escribí el libro cuando una forma de realismo capitalista —el modo Clinton-Blair, establecido en los noventa y consolidado en los dos mil— entraba en una crisis masiva. Desde entonces, hemos visto un modo más agresivo de realismo capitalista, manifestado en los programas de austeridad impuestos en el despertar de la crisis del crédito. Ahora hay signos de que esta segunda fase de realismo capitalista se está ejecutando con problemas. Estas dos fases del realismo capitalista dependían del posicionamiento de una “zona central”, un sentido común alineado con los instintos de la élite corporativa y los “expertos” financieros. La anterior zona central ya no se sostiene, se está agrietando bajo la presión de la izquierda y la derecha. Los experimentos de izquierda en Europa —de Syriza a Podemos y a Jeremy Corbyn en el Reino Unido— están soportando una presión extrema, y esto ha servido para subrayar el enorme poder institucional que ha sostenido al realismo capitalista.

Peio: Recientemente ha habido una serie de intentos teóricos por nombrar el sistema actual, como si la propia categoría de posmodernismo o posmodernidad, como la lógica cultural del capitalismo tardío tal como la definiera Fredric Jameson, ya no sirviera o estuviera obsoleta. Se han acuñado los términos metamodernismo, altermodernismo, etc. ¿Hay en tu obra una intención de definición sistémica o se trata más bien de un trabajo ensayístico de corte subjetivo?

Mark: Bueno, veo el realismo capitalista como la próxima fase del posmodernismo que Jameson analizó tan bien. El realismo capitalista es una clase de posmodernismo naturalizado. Lo que todavía era algo reseñable cuando Jameson avanzó por primera vez sus tesis sobre el posmodernismo —la ubicuidad de los media capitalistas, la dominación de todas las áreas de la vida y la conciencia por las categorías del marketing— es ahora algo que se da por sentado.

Peio: La educación y la burocracia son dos de los temas que abordas en tu libro, ambos amparados en tu experiencia como profesor de instituto. Lo que en el fondo se trasluce es una completa conquista de la salud mental por el capitalismo, de los cuales la ansiedad y la depresión parecen sus síntomas más visibles… ¿Hay alguna alternativa a sus efectos más inmediatos?

Mark: La primera cosa a destacar aquí es que la ansiedad y la depresión no son efectos accidentales o laterales del actual sistema. Un cierto nivel de ansiedad, un cierto nivel de depresión; estos son altamente funcionales para la forma dominante de capitalismo. La ansiedad es la inevitable respuesta a una precariedad generalizada. Es tanto un arma del realismo capitalista y un fin en sí mismo. La ansiedad es en sí misma incapacitante: individualiza y responsabiliza, precisamente tal y como el neoliberalismo en general lo hace. A fin de contemplar una alternativa a esto, creo que necesitaríamos cuatro transformaciones fundamentales. La primera es un cambio de la precariedad a la seguridad; una renta básica podría jugar un papel al generar este nuevo sentido de seguridad, pero requeriría de cambios existenciales, un rechazo a la ética del trabajo y un diferente ritmo de vida de aquella impuesta por el ciberespacio capitalista.

El segundo cambio es un rechazo de los valores neoliberales predeterminados. Como argumento en mi libro, el realismo capitalista se impuso a través de lenguajes y comportamientos que se convirtieron en una segunda naturaleza, prácticas y discursos aparentemente vacíos y lleno de lugares comunes que sirvieron para normalizar los valores de la empresa capitalista y para hacer que cualquier alternativa a ellos —por ejemplo, los servicios públicos— parezcan pintorescos y anticuados. Desafiar y desarraigar estos valores dados será fundamental si queremos salir del realismo capitalista. La tercera cosa es la producción de un nuevo sentido de la pertenencia. La izquierda habla de solidaridad pero la derecha ha sido mejor en la producción de un sentido de pertenencia para sus seguidores, porque hace un llamamiento a las formas confeccionadas de pertenencia (por lo general, nacionalismos reaccionarios) que se mantienen unidos por el odio hacia un otro racializado. Tenemos que articular un sentido diferente, no identitario de pertenencia, un sentido de pertenencia que tiene que ver con estar en un movimiento. La cuarta cosa, y de ninguna manera la más insignificante, es un movimiento hacia la democracia en el trabajo.

Uno de los tropos que ganaron el reciente referéndum sobre la adhesión del Reino Unido a la Unión Europea para la campaña del “Leave” fue “recuperar el control”. Por supuesto, esto se expresó en términos nacionalistas, pero el lema resonó debido a la profunda sensación de privación y la impotencia que muchas personas sienten en el Reino Unido neoliberal. Es crucial que sigamos apuntando a las fuentes reales de esta impotencia: no los extranjeros, sino el capital global. Es igualmente crucial que articulemos la manera de poner las cosas bien, a través del desarrollo de la conciencia grupal y la agencia colectiva.

Peio: He visto tu libro colocado en la sección de “economía” en librerías “especializadas” en pensamiento y cultura. Tu bagaje es principalmente cultural; en concreto, eres crítico musical. ¿Piensas que se está produciendo una “culturización” de la política a la par que una politización de la cultura?

Mark: Espero que no. No hace falta decir que la cultura es importante. Pero gran parte de la izquierda organizada todavía pasa por alto el poder de la cultura, la forma en que las luchas hegemónicas no sólo pueden ser combatidas en una arena política estrecha, sino en términos de lo que la gente consume, lo que escucha, las identificaciones que forman y demás. Pero también hace falta decir que una lucha que se lleve a cabo sólo en el ámbito cultural no obtendrá mucha tracción. Al mismo tiempo, sin embargo, la propia oposición entre “la cultura” y “la política” no es especialmente útil. Es mejor decir que la cultura empapa la política: ¿qué política podría decirse que tiene lugar fuera de la cultura?

Peio: Durante la década pasada, tu blog k-punk fue la punta de lanza para una comunidad crítica que discutía sobre música, teoría y también política. Hace poco escuchaba a alguien decir que los blogs han sido un fracaso tan grande como los zepelines. ¿En qué lugares se produce ahora mismo el disenso y la crítica, y cuáles son las posibilidades de los llamados nuevos medios?

Mark: ¿Han sido los blogs un fracaso tan grande como los zepelines? Eso parece un poco hiperbólico para mí, sobre todo porque, como dices, gran parte de mi influencia y reputación se construyó en la blogosfera. Sólo podría decirse que los blogs fueron un fracaso tan grande como los zepelines teniendo en primer lugar unas expectativas exageradas de los blogs. Hay que reconocer que muchas de las novedades más interesantes en la teoría y la filosofía de la última década —desde el realismo especulativo al aceleracionismo— no habrían ocurrido sin los blogs. En un momento determinado, los blogs proporcionan una velocidad de discurso que no puede ser igualada por ninguna otra red de discurso. Al mismo tiempo, las solicitudes de nuevos medios de comunicación se han vuelto desproporcionadas. A menudo comparo la relación entre los nuevos y los viejos medios de comunicación con la edad de un bebé que se aferra a un anciano artrítico, pues no puede sostenerse sobre sus propios pies. En su mayor parte, sin embargo, si las ideas desean tener mucha más tracción hegemónica, deben pasar a través de los medios de comunicación “viejos”. Es obvio que ahora la hegemonía implica claramente un mosaico de medios impresos, difusión-transmisión y medios online, con las diferentes velocidades y capacidades con las que cada una opera.

Peio: Tu siguiente libro, Ghosts of My Life. Writings on Depresion, Melancholia and Lost Futures (Zero Books, 2014), indaga en lo que denominas, siguiendo a Franco Berardi ‘Bifo’, la “lenta cancelación del futuro”, o lo que viene a significar una dificultad para la invención y la creatividad genuinas. ¿Cuál es la diferencia con el eterno retorno y la nostalgia ya diseccionados por el posmodernismo?

Mark: Ninguna en esencia. Mi argumento es simplemente que las características tales como el pastiche y la apropiación eran remarcables y dignas de mención en la primera fase extravagante del posmodernismo, y que ahora se dan por sentado. Cuando Jameson teorizó el posmodernismo todavía era posible sentir la comparación con la modernidad, quizá sobre todo con lo que he llamado modernismo popular. Pero ahora el problema es que lo retro se ha convertido en estándar, no hay prácticamente nada que no sea retro. Por lo que el fenómeno se ha vuelto invisible, de un modo en que el posmodernismo “clásico” nunca lo fue.

Peio: Me gustaría preguntarte por Zero Books, una editorial que casi nace a la par de tu primer libro y que ha evolucionado de una manera pasmosa. ¿Estamos viviendo un tiempo para la revitalización de la teoría crítica en los márgenes o intersticios de la academia?

Mark: Creo que sí. Eso ha continuado con Repeater Books, la editorial con la que trabajo ahora y que está dirigida por la mayoría de las personas clave que configuraron Zero. Sin duda, la aparición de para-espacios de pensamiento fuera de la academia tiene mucho que ver con las asfixiante y altamente burocráticas condiciones en la educación que he descrito en Realismo capitalista. Estos para-espacios son un producto de la frustración con esas condiciones.

Peio: Resulta inevitable preguntarte por la actual situación política en el Reino Unido y los efectos inmediatos del Brexit. Resulta pertinente aquí aquel otro eslogan de Thatcher de 1979, “I want my money back!”, reclamando el dinero que el Reino Unido había invertido en la primera Comunidad Económica Europea. ¿Qué horizonte se vislumbra?

Mark: Es muy difícil de decir. Lo único que está claro es que un mes después de la votación los que hicieron campaña por abandonar la Unión Europea no tenían ningún plan en absoluto para lo que ocurriría en caso de ganar. Parece que el voto fue una especie de voto de protesta que salió mal. Como he dicho anteriormente, la campaña del “Leave” atrajo el sentimiento de impotencia de la gente, una sensación de impotencia que se llevaron con ellos a la cabina de votación, con el resultado de que muchos votantes se quedaron perplejos cuando en realidad ganaron. En cierto modo, el voto del Brexit fue un voto contra el realismo capitalista. Los puntos de vista de los “expertos” y los tecnócratas de la élite capitalista corporativa, interminablemente citados por la campaña de permanecer en la UE, fueron visiblemente rechazados. Pero esto fue una sacudida del realismo capitalista a la política de la fantasía, una fantasía cargada de lo que Paul Gilroy llama la “melancolía post-colonial”, una especie de melancolía que nunca ha aceptado el fin del imperio. La retirada del realismo capitalista a la fantasía regresiva sugiere un futuro muy desgraciado. Pero si la derecha abandona la modernidad en favor de este tipo de nostalgia política, ello despeja un espacio para la izquierda para recuperar lo moderno. La modernidad que la izquierda debe defender es cosmopolita, internacionalista, tecnológica y democrática. La izquierda debe decir que ofrece las únicas soluciones reales (en contraposición a las fantasmáticas) al sentimiento de privación de derechos que la campaña del “Leave” utilizó de manera tan oportunista. La única manera de “tomar el control” consiste, no en un flácido y recalentado nacionalismo, sino en una democratización de la política y el trabajo. Tenemos que ser vistos para alinearnos con estos objetivos, con esta visión.

 

La tercera fotografía es de David Crunelle.