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Flamenco lunático en Barcelona
Experimental, centrado en el baile y barcelonés. Son las tres características del festival Ciutat Flamenco que comienza hoy en la capital catalana y que representa a la perfección Juan Carlos Lérida: el único bailaor capaz de zapatear sobre la Luna.
En la pasada Bienal de Flamenco de Países Bajos, Juan Carlos Lérida se alió con el artista sonoro Enrique Tomás para llevar a cabo un workshop en el que sus alumnas debían deconstruir una soleá. ¿Que cómo se hace eso? Pues rompiéndola en pedazos, haciendo añicos su ritmo, jugando con el propio nombre del palo, repitiendo su compás hasta hacerlo irreconocible y volviéndola a componer, eso sí, como cada una quiso. Ese es un ejemplo de las clases que imparte por medio mundo un bailaor que llega al Ciutat Flamenco de Barcelona desde Miami a poner sobre la escena “Al cante”, segunda pieza de una trilogía a través de la cual se acerca a las tres formas principales de expresión que tiene el flamenco: el toque, el cante y el baile. Dicho así parece fácil, pero cualquier historia se pone honda en manos de este hombre que baila desde hace 40 años y que ha hecho de su cuerpo su laboratorio. A lo que hace lo llama “acercamientos”. “Así lo diferencio del work in progress, que es algo que no esta terminado. Mis acercamientos, aunque sean acumulativos, tienen principio y final.”
Escribió Paul Valéry que es más fácil construir un universo que explicar cómo un hombre se sostiene sobre sus pies. Es lo que pasa con lo que hace Lérida, por eso él recomienda mirar y disfrutar. Él no da nada por supuesto, ni siquiera la fuerza de la gravedad, por eso en el “acercamiento” que presenta el sábado en Barcelona intentará probar qué pasaría si un hombre cantara o bailara en la mismísima Luna. En esta loca expedición lo acompaña Niño de Elche, otro merodeador con buen olfato y mejor gusto. Sobre el escenario, será un astronauta y el cantaor ejecutará la Siguiriya de El Planeta delante suyo, como poniéndose ante un espejo para que el maestro del baile analice el cante desde su propio cuerpo. Y lo harán en una ciudad en la que Juan Carlos está como en casa y en un festival en el que durante cinco años fue comisario de una sección que llevaba el elocuente nombre de “Flamenco empírico”. Su trabajo caló de tal manera que ahora el festival ya tiene trazas de experimental por todos lados y él acude a su llamada como el que va de visita a un lugar entrañable.
Interpretar y repetir
A Lérida le gusta elegir las palabras, pensarlas y a veces duda de si se ha explicado con suficiente claridad. Con el cuerpo le cuesta menos dar en la diana porque aunque le ha cambiado con los años, conoce el suyo a la perfección. Asegura que su arte es para todos lo públicos: “Si creyera que no se puede entender lo que hago, les daría unas lecturas previas a los espectadores. Pero eso no sería nada divertido.” Sabe, sin embargo, que sus obras funcionan como metalenguaje, uno que busca hablar del baile, del movimiento, del cuerpo y sus posibilidades. ¿En qué momento decidió que no se iba a limitar a bailar y punto? “Es que lo que yo hago es bailar y punto”, contesta rápidamente. Pero enseguida matiza: “Aunque tiene otras connotaciones que curiosamente entienden mejor las personas mayores que el público más joven”, algo que atribuye a una mayor conciencia de las limitaciones físicas que se acentúan con la edad.
En realidad, sí hay un origen en esas ansias de ahondar que lo caracterizan. Él, que baila desde los 4 años, se dio cuenta con 19 de que había otras disciplinas, otras fuentes que podían ayudarle a profundizar en el flamenco. Fue cuando se matriculó en una escuela de arte dramático en Sevilla. “Como actor no era bueno, pero aquella experiencia me ayudó a explorar el flamenco de otra forma y desde otros lugares.” Lo que hace Juan Carlos es reflexionar sobre lo que hace y conocer a fondo la máquina que usa para vivir: su cuerpo. Con él indaga en las posibilidades del espacio y del tiempo; con él se pone a prueba y escenifica lo que se le ocurre; con él juega con las repeticiones de sonidos y de movimientos y explora lo que sucede entre una y otra. “Una repetición no es siempre igual. Una repetición transforma, es como insistir para conseguir un cambio, una transformación.” Lo que para otros sería un “siempre lo mismo” para él, que ha observado hasta el último detalle de una reiteración, de un compás o de una música, puede ser algo único.
Es difícil de explicar, pero fácil de ver. Y sorprendente. Cuando en Amsterdam salieron las alumnas de Lérida desmembrando una soleá y convirtiéndola en ramas de otro árbol, quedó muy clara cuál es su tarea. Y en ella no está solo. La lista de bailaores-investigadores es cada vez más amplia: Israel Galván, que acaba de ganar un premio Max como mejor intérprete masculino de danza en 2014, es uno de los ejemplos más destacados y también Rubén Olmo, que en su última obra se mete en la piel de un personaje como Edgar Allan Poe, con el que ha levantado aplausos y cejas a partes iguales. Los tres son ejemplos, distintos y distantes, de lo mucho que puede dar de sí el flamenco.
Allanador de caminos
A algunos no les gusta esa exposición de la tramoya, de los fusibles y los cables del flamenco, pero el trabajo de estos maestros ha puesto el camino más plano a los que vienen detrás, que tienen clarísimo que las fronteras se han hecho para explorarlas. Daniel Hernández, un bailarín de español poco convencional, es uno de esos casos que también podrá verse en el Ciutat Flamenco. “Yo bailo Daniel Hernández”, contesta en un intento de resistirse a etiquetar su trabajo. Pol Jiménez va en esa misma línea. En esta edición presentará su propia obra, “Nu”, y no duda en poner al inicio de su lista el nombre de Juan Carlos Lérida entre sus referentes. Pol, que sólo tiene 20 años, se ha formado en varios tipos de danza pero dice concebir “el arte como una única disciplina” y asegura que lo que le atrae del flamenco es poder adaptarlo a su cuerpo y a su medida. Sin miedos ni reglas sagradísimas.
Juan Carlos Lérida tiene mucho que ver en esa valentía que muestran algunos de sus compañeros y también muchos de sus discípulos. Y su huella se puede percibir claramente en la programación de un festival que se define como un muestrario de “flamenco sin fronteras”. El sábado, en la sala Pina Bausch del Mercat de les Flors, volverá a dar un ejemplo de lo que sabe hacer mostrándole al público como se canta y se baila en un lugar sin atmósfera. Los palos se diluirán y habrá espacio para la improvisación. Mucho espacio. Y para quienes teman no entender lo que Juan Carlos va a hacer, aquí va una pista: “El espectador no debe dejar que su mente lo detenga buscando una etiqueta. Parece que soy intelectual pero mi cuerpo es carne, es músculo y hueso y no hay nada más inmediato que un cuerpo humano”. Sus palabras devuelven a Paul Valéry, quien tanto analizó y filosofó sobre la danza, y que dejó escrito aquello de que en el hombre es la piel lo más profundo.
Imágenes:
Portada: Aida Vargas
2. Jordi Font
3. Aida Vargas
Flamenco lunático en Barcelona
En la pasada Bienal de Flamenco de Países Bajos, Juan Carlos Lérida se alió con el artista sonoro Enrique Tomás para llevar a cabo un workshop en el que sus alumnas debían deconstruir una soleá. ¿Que cómo se hace eso? Pues rompiéndola en pedazos, haciendo añicos su ritmo, jugando con el propio nombre del palo, repitiendo su compás hasta hacerlo irreconocible y volviéndola a componer, eso sí, como cada una quiso. Ese es un ejemplo de las clases que imparte por medio mundo un bailaor que llega al Ciutat Flamenco de Barcelona desde Miami a poner sobre la escena “Al cante”, segunda pieza de una trilogía a través de la cual se acerca a las tres formas principales de expresión que tiene el flamenco: el toque, el cante y el baile. Dicho así parece fácil, pero cualquier historia se pone honda en manos de este hombre que baila desde hace 40 años y que ha hecho de su cuerpo su laboratorio. A lo que hace lo llama “acercamientos”. “Así lo diferencio del work in progress, que es algo que no esta terminado. Mis acercamientos, aunque sean acumulativos, tienen principio y final.”
Escribió Paul Valéry que es más fácil construir un universo que explicar cómo un hombre se sostiene sobre sus pies. Es lo que pasa con lo que hace Lérida, por eso él recomienda mirar y disfrutar. Él no da nada por supuesto, ni siquiera la fuerza de la gravedad, por eso en el “acercamiento” que presenta el sábado en Barcelona intentará probar qué pasaría si un hombre cantara o bailara en la mismísima Luna. En esta loca expedición lo acompaña Niño de Elche, otro merodeador con buen olfato y mejor gusto. Sobre el escenario, será un astronauta y el cantaor ejecutará la Siguiriya de El Planeta delante suyo, como poniéndose ante un espejo para que el maestro del baile analice el cante desde su propio cuerpo. Y lo harán en una ciudad en la que Juan Carlos está como en casa y en un festival en el que durante cinco años fue comisario de una sección que llevaba el elocuente nombre de “Flamenco empírico”. Su trabajo caló de tal manera que ahora el festival ya tiene trazas de experimental por todos lados y él acude a su llamada como el que va de visita a un lugar entrañable.
Interpretar y repetir
A Lérida le gusta elegir las palabras, pensarlas y a veces duda de si se ha explicado con suficiente claridad. Con el cuerpo le cuesta menos dar en la diana porque aunque le ha cambiado con los años, conoce el suyo a la perfección. Asegura que su arte es para todos lo públicos: “Si creyera que no se puede entender lo que hago, les daría unas lecturas previas a los espectadores. Pero eso no sería nada divertido.” Sabe, sin embargo, que sus obras funcionan como metalenguaje, uno que busca hablar del baile, del movimiento, del cuerpo y sus posibilidades. ¿En qué momento decidió que no se iba a limitar a bailar y punto? “Es que lo que yo hago es bailar y punto”, contesta rápidamente. Pero enseguida matiza: “Aunque tiene otras connotaciones que curiosamente entienden mejor las personas mayores que el público más joven”, algo que atribuye a una mayor conciencia de las limitaciones físicas que se acentúan con la edad.
En realidad, sí hay un origen en esas ansias de ahondar que lo caracterizan. Él, que baila desde los 4 años, se dio cuenta con 19 de que había otras disciplinas, otras fuentes que podían ayudarle a profundizar en el flamenco. Fue cuando se matriculó en una escuela de arte dramático en Sevilla. “Como actor no era bueno, pero aquella experiencia me ayudó a explorar el flamenco de otra forma y desde otros lugares.” Lo que hace Juan Carlos es reflexionar sobre lo que hace y conocer a fondo la máquina que usa para vivir: su cuerpo. Con él indaga en las posibilidades del espacio y del tiempo; con él se pone a prueba y escenifica lo que se le ocurre; con él juega con las repeticiones de sonidos y de movimientos y explora lo que sucede entre una y otra. “Una repetición no es siempre igual. Una repetición transforma, es como insistir para conseguir un cambio, una transformación.” Lo que para otros sería un “siempre lo mismo” para él, que ha observado hasta el último detalle de una reiteración, de un compás o de una música, puede ser algo único.
Es difícil de explicar, pero fácil de ver. Y sorprendente. Cuando en Amsterdam salieron las alumnas de Lérida desmembrando una soleá y convirtiéndola en ramas de otro árbol, quedó muy clara cuál es su tarea. Y en ella no está solo. La lista de bailaores-investigadores es cada vez más amplia: Israel Galván, que acaba de ganar un premio Max como mejor intérprete masculino de danza en 2014, es uno de los ejemplos más destacados y también Rubén Olmo, que en su última obra se mete en la piel de un personaje como Edgar Allan Poe, con el que ha levantado aplausos y cejas a partes iguales. Los tres son ejemplos, distintos y distantes, de lo mucho que puede dar de sí el flamenco.
Allanador de caminos
A algunos no les gusta esa exposición de la tramoya, de los fusibles y los cables del flamenco, pero el trabajo de estos maestros ha puesto el camino más plano a los que vienen detrás, que tienen clarísimo que las fronteras se han hecho para explorarlas. Daniel Hernández, un bailarín de español poco convencional, es uno de esos casos que también podrá verse en el Ciutat Flamenco. “Yo bailo Daniel Hernández”, contesta en un intento de resistirse a etiquetar su trabajo. Pol Jiménez va en esa misma línea. En esta edición presentará su propia obra, “Nu”, y no duda en poner al inicio de su lista el nombre de Juan Carlos Lérida entre sus referentes. Pol, que sólo tiene 20 años, se ha formado en varios tipos de danza pero dice concebir “el arte como una única disciplina” y asegura que lo que le atrae del flamenco es poder adaptarlo a su cuerpo y a su medida. Sin miedos ni reglas sagradísimas.
Juan Carlos Lérida tiene mucho que ver en esa valentía que muestran algunos de sus compañeros y también muchos de sus discípulos. Y su huella se puede percibir claramente en la programación de un festival que se define como un muestrario de “flamenco sin fronteras”. El sábado, en la sala Pina Bausch del Mercat de les Flors, volverá a dar un ejemplo de lo que sabe hacer mostrándole al público como se canta y se baila en un lugar sin atmósfera. Los palos se diluirán y habrá espacio para la improvisación. Mucho espacio. Y para quienes teman no entender lo que Juan Carlos va a hacer, aquí va una pista: “El espectador no debe dejar que su mente lo detenga buscando una etiqueta. Parece que soy intelectual pero mi cuerpo es carne, es músculo y hueso y no hay nada más inmediato que un cuerpo humano”. Sus palabras devuelven a Paul Valéry, quien tanto analizó y filosofó sobre la danza, y que dejó escrito aquello de que en el hombre es la piel lo más profundo.
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Portada: Aida Vargas
2. Jordi Font
3. Aida Vargas