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Bofetada
En Sevilla al Dulce Nombre se le conoce como la Bofetá. No digo que el divino Marqués de Sade ande lejos, pero el trabazón lingüístico se lo debemos a la monstruosidad de nuestra famosa Semana Santa. Así, con una Bofetá, se resume la fusión de la Hermandad del Dulce Nombre de María con la Hermandad de la Bofetada que dieron a Cristo en la Casa de Anás. Guerra civil entre hermanos. Guerracivilismo.
Hay otro nombre, cuyo uso se va perdiendo, para esta misma cofradía, el de Hermandad de Los Niños Perdidos. Fíjense en las colaboraciones del Niño de Elche estos últimos años: Pony Bravo, Los voluble, Flo6x8, Isaías Griñolo & Los Flamencos, Zemos98, Israel Galván, Celia Macías, Rocío Márquez, Bulos y Tanguerías, Tomás de Perrate, Orthodox, los carteles de Daniel Alonso, la Librería la Fuga… Sería fácil llamar a Sevilla la ciudad de los niños perdidos. Zemos98 ha denunciado el disparate de las instituciones —en eso PSOE y PP se dan la mano— en la administración de la cultura. No es sólo dinero, es que no tienen idea de cómo hacer las cosas más allá de su vacua propaganda. Pero seguro que toda esta gente resistirá. Casi seguro. Porque el caso es que, desde los tiempo de la galería La Máquina Española, no había en la ciudad una electricidad con tanto voltaje. Con tanta potencia.
“Que os metan una gaviota con las alas abiertas por el culo, que os follen…” No es poca la energía que hay que desplegar para hacer de estas proclamas algo lírico. Y ése es el principal valor político de este disco, ser capaz de llevar las letras más explícitas a terrenos sublimes. Nada de oscurantismo existencialista ni de los pozos oscuros del adolescente, el amor o las drogas. Se trata de urgencias políticas. De combate incluso. Hay una evidente toma de partido. La letra de José Luis Checa, Que os follen, parece que dispara contra todo, pero no, sabe muy bien quién lleva el mando. Giorgio Agamben dice que la politización del ciudadano es sólo consecuencia de una guerra civil previa. Por eso, por ejemplo, la importancia de la Guerra Civil Española para la toma de conciencia de los situacionistas antes de mayo de 1968. No se trataba de un mero ejemplo, más bien de un caso ejemplar. Y esa convicción está en muchos de los poemas aquí cantados. El comunista: “Era tan comunista que en la guerra civil continuamente perseguía a todo aquel que oliese a revolucionario”, dice el poema de Francisco Fenoy Rodríguez. Vivimos en un estado de guerra civil permanente, ahora difuso, desnatado, que califica cualquier daño como colateral. El Niño de Elche es un buenazo, un tipo afable, extremadamente amable. Pero vean su www.facebook.com/ninodeelche. Allí vomita. Sabe que se trata de un espacio público por más que nos sea vendido como comunicación, intimidad, redes de afecto. Y como espacio público es político y como espacio político está en guerra civil permanente.
Muchos de estos poemas yo los conocía ya gracias a la labor de cartero de Antonio Orihuela, el único apartado postal capaz de competir hoy día con internet. Me parecieron interesantes pero pocas veces volví sobre ellos. La suerte del Niño de Elche es que los conoció en la voz de sus autores. Voces del extremo reúne cada año en Moguer a un nutrido grupo de poetas que convierten sus recitales en algo único. Son canciones. Esa convicción es la que llevó al Niño de Elche a trabajarlos como una suerte de canto recitado, el Sprechstimme moderno alemán; o lo que decía antes —ya saben que fue Demófilo, el padre de los Machado, quién encargó al folklorista alemán su famoso Die Cantes Flamencos en 1881, intentando darle una base científica a sus estudios— Hugo Schuchardt de las canciones flamencas, “que parece que están hablando y de pronto empiezan a cantar”.
Curiosamente algunos de estos poetas se presentan bajo la etiqueta de “poesía de la conciencia” o así. Si me pongo académico podría decir que se trata de una corriente de la poesía social, heredera de la generación contestataria de los 50, y que, en cierto modo, se enfrenta a la llamada “nueva sentimentalidad” o “poesía de la experiencia”, es decir, Luis García Montero o Benjamín Prado. Pero estas consideraciones antológicas, tan alejadas del espíritu de este disco, no se las suelto sino para señalar una casualidad relevante. “Nueva sentimentalidad” toma su nombre de un célebre texto de Antonio Machado o, más bien, debiéramos decir Juan de Mairena. Coplas mecánicas es un texto que suponemos escribe Mairena para glosar la Máquina de trovar que ha inventado el joven Meneses. Machado se empeñó en darle a Mairena un perfil propio así que siempre me he tomado en serio su opinión, la de Mairena, más importante que la moralina final a la que aspira el poeta sevillano con eso de la “sentimentalidad nueva”. El texto de Mairena, donde late el enfrentamiento de la poesía con los experimentos futuristas y dadaístas de su tiempo, es toda una glosa del Mallarmé de Una tirada de dados, su versión particular. Lo que aquí nos interesa es que en él se presenta una máquina de trovar, una máquina de hacer poemas y, más interesante aun, que al describir el funcionamiento de esa máquina se compara con la actividad de un grupo de aficionados al flamenco que entre aguardientes van construyendo, entre todos, uno pone una falseta en la guitarra, otro medio verso, una copla, un poema. Yo lo tengo como uno de los textos más importantes sobre la poiesis flamenca. Y no era difícil que su funcionamiento interno lo acabe por enfrentar –en este disco, desde luego– a su fácil conclusión: “conciencia” frente a “nueva sentimentalidad”.
Y es que siendo para este disco importante el Niño de Elche y Daniel Alonso, de los Pony Bravo, –también Raúl Cantizano o Raúl Pérez, ya digo que hay una fuerte vocación coral en este trabajo–, no podemos dejar de hacer notar la presencia de los hermanos Roland RS-5 y Ronald VE-20 y de Juno 106. Estas tres máquinas son verdaderos protagonistas del disco. En Mercados, por ejemplo, una especie de rumbita a los Talking Heads producidos por Brian Eno, están esplendidos: “Sube la bolsa de Nueva York, Dios regresa a la catedral después de años en los barrios populares. Se privatiza la sanidad pública en media Europa. Sube la bolsa de Nueva York.”
Y es larga la historia del flamenco y los teclados, vaya. No es por nuevo ni por osado por lo que este disco merece la pena. Es por lo necesario. Es a finales del siglo XIX que se sitúa la creación de la malagueña del Mellizo. Se supone que el gaditano Enrique el Mellizo se inspiró en su famoso prefacio en alguna música religiosa, cosas que oía en la Catedral de Cádiz, cante gregoriano dicen unos, alguno de los dos órganos de la iglesia que entonces empezaban a funcionar. Verdaderamente creo, con José Manuel Gamboa, que la cosa suena al fuelle del Polo y que por ahí debe andar la cosa. Amos Rodríguez Rey, el hermano del Beni de Cádiz, situaba la inspiración en el Vere Dignum de la santa misa. A mí me lo hizo en su casa acompañado del sencillo teclado de un Casio. Escuchen Han sido 30 años, sobre el lamento ecológico de Jorge Riechmann, pura letanía, toná bajo los pedales de la guitarra eléctrica. Hay que advertir que el Niño de Elche, no podía ser de otra manera, fue participante del Misteri de Elche, para ser redundante: “Treinta años sugiriendo que menos es más. Treinta años llorando por la belleza destruida.” La atmósfera es la de una liturgia religiosa. El Niño de Elche como el flamenco, más que un secularizador es un profanador, de verdad, tratando de sacar las cosas del territorio sagrado que las inmoviliza para volverlas a hacer útiles, para que vuelvan al uso común, para que nos sirvan. Eso, que no es poco, es lo que tratan de hacer con el flamenco en este disco, que vuelva a sernos útil.
Y otro ejemplo famoso que los tópicos, la falta de verdadera pedagogía por parte de las instituciones públicas y la necedad de la mayoría de los periodistas flamencos suelen dejar en lo anecdótico. Y no voy a hablarles de Enrique Morente, ni del Omega ni de su Misa Flamenca, que, por cierto son casi lo mismo, por más que su influencia soterrada en este disco es más que evidente. Aquí estoy evocando, palabra anacrónica, a Manolo Caracol, al de las zambras, sí, pero también al de la seguiriya Ay, qué pena más grande, acompañado al órgano eléctrico por Arturo Pavón. Y al de las zambras, claro. Porque el CD, lo oigan desde donde lo oigan, ordenador, ipod o teléfono móvil, se abre con una zambra, muy en la línea de Amina y de Las Grecas, arreglos de música de coches de choque pero que la voz del Niño de Elche le da la elegancia y majestad de Compañera y soberana: “Mira las Pantojas y a los pieles rojas, mira las pantallas de televisión”. ¡Qué maravilla de dicción! Y siguen, más adelante, estas Estrategias de distracción de Begoña Abad: “Cómprate una idea en un outlet de moda, póntela en los hombros y tírate al rey mejor que al ministro que dicta la ley”. Y uno oye hablar de panfleto y se acuerda del sucedido reciente del Macba, ¡ver para creer!, cuando la miopía de su director va y se carga un programa de trabajo magnífico, por eso, por falta de miras, por querer ocultar y tapar, pone en todas las pantallas del mundo al rey Juan Carlos I fornicando con la líder sindical Domitila Chúngara fornicando con un pastor alemán… ¡Qué desastre institucional! Y siguen diciendo que estas cosas no pasan, ¡que son panfletos!
Y es que hay mucha guasa en este disco. A mí su sonsonete me mueve muchas veces por los caminos de Devo, o del mejor disco del Aviador Dro, La producción al poder, muy en la línea de The Residents. No digo humor, digo guasa. Escuchen aquellas joyas tecno de Kiko Veneno para saber la diferencia: “Si tú no fueras tan americano, yo no sería tan ruso”. Atentos a la guitarra de Fernando Junquera en el poema de Inma Luna: “Nadie me conoce. Ni mi psiquiatra. Ni la alcachofa de la ducha. Ni mi taza de café. Ni mis pestañas…” Como se llamaba aquella máquina, Vocoder, una máquina que hablaba, ¡una máquina cantaora de flamenco!
¡Máquinas y españolas! En eso seguimos. Como en los famosos trabajos de Picabia que pintaba por igual sus famosas máquinas solteras y sus flamencas. ¡Que a este disco le vienen que ni pintao! Y es que hay mucha evocación del Kraut rock alemán en este disco. De Can, de Faust, de Neu! –¡cajas de ritmo programadas como tambores apache!–. Kraftwerk son la facción más conocida. Pero también están Embryo o Tangerine Dream. No deja de ser otra casualidad que fuera Gong, el sello de Gonzalo García Pelayo, tan flamenco, el primero que importara en España una antología del género. Y la cosa tenía su lógica. No sólo por Triana, por Granada o por Goma, ¡qué gran disco aquel 14 de abril!, ¡qué gran momento con Quico Rivas y Diego Carrasco en el Centro de arte M-11 y la portada de Alberto Corazón! Ahí estaban también los primeros discos de Gualberto, tan alemanes que hasta existen ediciones piratas que sólo vieron la luz en Austria. Ahí estaban también los teclados de Jesús de la Rosa o de Carlos Cárcamo acompañando la guitarra de Diego de Morón. Canción de Corro de niño palestino me ha evocado todo ese mundo. Hay una película de 1980 de Julián Álvarez, Bellvitge! Bellvitge!, muy en la línea del cine que hacían Video-Nou en aquellos años y que creo que de alguna forma colaboran. La película trata sobre los polígonos de vivienda de Hospitalet y la emigración andaluza allí aprisionada. En la banda sonora conviven el flamenco protesta de Alma flamenca, la guitarra de Pedro Sierra y el cante de Ginesa Ortega, los dos jovencísimos, ¡y los teclados de Tangerine Dream!
Y el tema que le sigue, Informe de Costa Rica, sobre un poema del costarricense Antidio Cabal, el cante de ida y vuelta que se contiene en el disco. Con ese vaivén western de los primeros Pony Bravo, evocando las políticas de las repúblicas bananeras y el terror y la represión instalados en Centroamérica durante tantos años. Siempre he subrayado la pornografía colonial que contienen las famosas guajiras, colombinas y milongas que popularizara Pepe Marchena. Todo está aquí tratado con esa belleza de la que hablaba al principio, lírica política: “Antes de que una madre escriba señor presidente ruego decirme donde está mi hijo detenido hace un mes, antes de que haya policía clandestina y dineros clandestinos pa’ la poli clandestina, y no diga nada la tv, nada la prensa y nada nadie, salvo las organizaciones que habrán nacido entonces...”. Hay un disco precioso de Robert Wyatt, ya saben, el de ese Guantanamera, ese Caimarena de ida y vuelta que tanto molestaba a Guillermo Cabrera Infante. El disco se llama Dondestan y tiene una portada deliciosa que firma Alfreda Benge, su compañera. Aparecen sentados en su apartamento, creo que en la Costa Brava, cada uno en su tarea. Detrás de él luce el cartel de un show flamenco para turistas, detrás de ella el anuncio de un concierto de José Menese.
La portada, también de Daniel Alonso, es bien explícita. Vemos a Paco, Francisco Contreras, el Niño de Elche, disfrazado de policía, con porra, como en su famosa soleá aporreá, que suena contra los desahucios, pues a ese mismo Paco, el Niño de Elche disfrazado de policía antidisturbios en medio de cientos de libros, un policía en una librería rodeado del espacio sideral. Merece la pena verle la cara al Niño de Elche. “No adoptes nunca el nombre que te dé la policía”, dice el poema de Enrique Falcón, Canción del levantado, que cierra el álbum. Pasolini escribió, provocativamente, que en el sesenta y ocho francés, los policías eran hijos del proletariado mientras los estudiantes formaban la vanguardia incipiente de la burguesía, sus padres. Hay algo de eso en la mirada descreída del policía, de Paco. Y es que si algo aleja este disco del panfleto es su apuesta por vivir en las contradicciones. No hay nada fácil. Tiene vocación de oxímoron, de hacer convivir campos opuestos. Nada de políticas de consenso, puro antagonismo. Me recuerda la cara de perplejidad de la gente de los Autónomos, en la Barcelona de finales de los 70, cuando Guy Debord les propuso un disco en solidaridad con los presos del penal de Segovia. Un disco flamenco, en ese sentido amplio de la progresía francesa que piensa que Paco Ibáñez es flamenco –y, ¿quién lo duda?, añadiría yo–. Un disco de versiones de las canciones populares de Lorca, el ¡Anda jaleo! y demás, en las voces de Mara Jerez y sus muchachos flamencos, así se llamaba el combo, pero con las letras tergiversadas, el famoso detournement: el atentado de Carrero Blanco, una huelga salvaje, los sucesos de Vitoria del 76… ¡Un disco de flamenco!, gritaban los autónomos llevándose las manos a la cabeza.
Es también Guy Debord el que introduce varias escenas de Jhonny Guitar, el clásico wenster de Nicholas Ray, en su film-ensayo, La sociedad del espectáculo. “Miénteme, dime que todos lo estamos pasando mal, que la crisis es pasajera, que la prosperidad está a la vuelta de la esquina, que no me preocupe por nada, que tú lo arreglarás todo, que yo lo único que tengo que hacer es votar por ti…”. Es verdad que yo prefiero otras versiones del poema de Antonio Orihuela. Al Niño de Elche se la he escuchado con Los Flamencos de Isaías Griñolo o más soleaera, desenchufada, en una presentación de Círculo Cultura Podemos en Sevilla –¡qué grandes oportunidades hay en este disco para renovar el cancionero de la Transición, Podemos!–. Pero esta tampoco está mal. Con el combate entre el Roland VE-20 y el Juno 106. ¡Ay! La máquina infernal que cantaban las Vainica Doble, también por rumba: “Fabricada para el mal, con diez ojos de cristal, manos de hierro y acero, dientes que mascan dinero y corazón de metal, triqui-tri-trac…”. Porque también desde el punto de vista del flamenco y sus políticas actuales este CD es una bofetada. El uso de sus máquinas y maquinarias está en bruto, nada que ver con los artificiales arreglos del disco, también de poetas, que han superproducido, inflado más bien, Miguel Poveda, Luis García Montero y Pedro Guerra. Nada que ver. Aquí estamos en las antípodas. Hay máquinas, sí, pero con el sonido de una achicadora de agua en una bodega de Jerez. Ese run-run, tan flamenco. Clap, clap. Ya digo, aquí no se escuchan palmas, se dan bofetás.
El Niño de Elche presenta su disco Voces del extremo mañana sábado 18 de abril en el 17 y último Festival Zemos98
Bofetada
En Sevilla al Dulce Nombre se le conoce como la Bofetá. No digo que el divino Marqués de Sade ande lejos, pero el trabazón lingüístico se lo debemos a la monstruosidad de nuestra famosa Semana Santa. Así, con una Bofetá, se resume la fusión de la Hermandad del Dulce Nombre de María con la Hermandad de la Bofetada que dieron a Cristo en la Casa de Anás. Guerra civil entre hermanos. Guerracivilismo.
Hay otro nombre, cuyo uso se va perdiendo, para esta misma cofradía, el de Hermandad de Los Niños Perdidos. Fíjense en las colaboraciones del Niño de Elche estos últimos años: Pony Bravo, Los voluble, Flo6x8, Isaías Griñolo & Los Flamencos, Zemos98, Israel Galván, Celia Macías, Rocío Márquez, Bulos y Tanguerías, Tomás de Perrate, Orthodox, los carteles de Daniel Alonso, la Librería la Fuga… Sería fácil llamar a Sevilla la ciudad de los niños perdidos. Zemos98 ha denunciado el disparate de las instituciones —en eso PSOE y PP se dan la mano— en la administración de la cultura. No es sólo dinero, es que no tienen idea de cómo hacer las cosas más allá de su vacua propaganda. Pero seguro que toda esta gente resistirá. Casi seguro. Porque el caso es que, desde los tiempo de la galería La Máquina Española, no había en la ciudad una electricidad con tanto voltaje. Con tanta potencia.
“Que os metan una gaviota con las alas abiertas por el culo, que os follen…” No es poca la energía que hay que desplegar para hacer de estas proclamas algo lírico. Y ése es el principal valor político de este disco, ser capaz de llevar las letras más explícitas a terrenos sublimes. Nada de oscurantismo existencialista ni de los pozos oscuros del adolescente, el amor o las drogas. Se trata de urgencias políticas. De combate incluso. Hay una evidente toma de partido. La letra de José Luis Checa, Que os follen, parece que dispara contra todo, pero no, sabe muy bien quién lleva el mando. Giorgio Agamben dice que la politización del ciudadano es sólo consecuencia de una guerra civil previa. Por eso, por ejemplo, la importancia de la Guerra Civil Española para la toma de conciencia de los situacionistas antes de mayo de 1968. No se trataba de un mero ejemplo, más bien de un caso ejemplar. Y esa convicción está en muchos de los poemas aquí cantados. El comunista: “Era tan comunista que en la guerra civil continuamente perseguía a todo aquel que oliese a revolucionario”, dice el poema de Francisco Fenoy Rodríguez. Vivimos en un estado de guerra civil permanente, ahora difuso, desnatado, que califica cualquier daño como colateral. El Niño de Elche es un buenazo, un tipo afable, extremadamente amable. Pero vean su www.facebook.com/ninodeelche. Allí vomita. Sabe que se trata de un espacio público por más que nos sea vendido como comunicación, intimidad, redes de afecto. Y como espacio público es político y como espacio político está en guerra civil permanente.
Muchos de estos poemas yo los conocía ya gracias a la labor de cartero de Antonio Orihuela, el único apartado postal capaz de competir hoy día con internet. Me parecieron interesantes pero pocas veces volví sobre ellos. La suerte del Niño de Elche es que los conoció en la voz de sus autores. Voces del extremo reúne cada año en Moguer a un nutrido grupo de poetas que convierten sus recitales en algo único. Son canciones. Esa convicción es la que llevó al Niño de Elche a trabajarlos como una suerte de canto recitado, el Sprechstimme moderno alemán; o lo que decía antes —ya saben que fue Demófilo, el padre de los Machado, quién encargó al folklorista alemán su famoso Die Cantes Flamencos en 1881, intentando darle una base científica a sus estudios— Hugo Schuchardt de las canciones flamencas, “que parece que están hablando y de pronto empiezan a cantar”.
Curiosamente algunos de estos poetas se presentan bajo la etiqueta de “poesía de la conciencia” o así. Si me pongo académico podría decir que se trata de una corriente de la poesía social, heredera de la generación contestataria de los 50, y que, en cierto modo, se enfrenta a la llamada “nueva sentimentalidad” o “poesía de la experiencia”, es decir, Luis García Montero o Benjamín Prado. Pero estas consideraciones antológicas, tan alejadas del espíritu de este disco, no se las suelto sino para señalar una casualidad relevante. “Nueva sentimentalidad” toma su nombre de un célebre texto de Antonio Machado o, más bien, debiéramos decir Juan de Mairena. Coplas mecánicas es un texto que suponemos escribe Mairena para glosar la Máquina de trovar que ha inventado el joven Meneses. Machado se empeñó en darle a Mairena un perfil propio así que siempre me he tomado en serio su opinión, la de Mairena, más importante que la moralina final a la que aspira el poeta sevillano con eso de la “sentimentalidad nueva”. El texto de Mairena, donde late el enfrentamiento de la poesía con los experimentos futuristas y dadaístas de su tiempo, es toda una glosa del Mallarmé de Una tirada de dados, su versión particular. Lo que aquí nos interesa es que en él se presenta una máquina de trovar, una máquina de hacer poemas y, más interesante aun, que al describir el funcionamiento de esa máquina se compara con la actividad de un grupo de aficionados al flamenco que entre aguardientes van construyendo, entre todos, uno pone una falseta en la guitarra, otro medio verso, una copla, un poema. Yo lo tengo como uno de los textos más importantes sobre la poiesis flamenca. Y no era difícil que su funcionamiento interno lo acabe por enfrentar –en este disco, desde luego– a su fácil conclusión: “conciencia” frente a “nueva sentimentalidad”.
Y es que siendo para este disco importante el Niño de Elche y Daniel Alonso, de los Pony Bravo, –también Raúl Cantizano o Raúl Pérez, ya digo que hay una fuerte vocación coral en este trabajo–, no podemos dejar de hacer notar la presencia de los hermanos Roland RS-5 y Ronald VE-20 y de Juno 106. Estas tres máquinas son verdaderos protagonistas del disco. En Mercados, por ejemplo, una especie de rumbita a los Talking Heads producidos por Brian Eno, están esplendidos: “Sube la bolsa de Nueva York, Dios regresa a la catedral después de años en los barrios populares. Se privatiza la sanidad pública en media Europa. Sube la bolsa de Nueva York.”
Y es larga la historia del flamenco y los teclados, vaya. No es por nuevo ni por osado por lo que este disco merece la pena. Es por lo necesario. Es a finales del siglo XIX que se sitúa la creación de la malagueña del Mellizo. Se supone que el gaditano Enrique el Mellizo se inspiró en su famoso prefacio en alguna música religiosa, cosas que oía en la Catedral de Cádiz, cante gregoriano dicen unos, alguno de los dos órganos de la iglesia que entonces empezaban a funcionar. Verdaderamente creo, con José Manuel Gamboa, que la cosa suena al fuelle del Polo y que por ahí debe andar la cosa. Amos Rodríguez Rey, el hermano del Beni de Cádiz, situaba la inspiración en el Vere Dignum de la santa misa. A mí me lo hizo en su casa acompañado del sencillo teclado de un Casio. Escuchen Han sido 30 años, sobre el lamento ecológico de Jorge Riechmann, pura letanía, toná bajo los pedales de la guitarra eléctrica. Hay que advertir que el Niño de Elche, no podía ser de otra manera, fue participante del Misteri de Elche, para ser redundante: “Treinta años sugiriendo que menos es más. Treinta años llorando por la belleza destruida.” La atmósfera es la de una liturgia religiosa. El Niño de Elche como el flamenco, más que un secularizador es un profanador, de verdad, tratando de sacar las cosas del territorio sagrado que las inmoviliza para volverlas a hacer útiles, para que vuelvan al uso común, para que nos sirvan. Eso, que no es poco, es lo que tratan de hacer con el flamenco en este disco, que vuelva a sernos útil.
Y otro ejemplo famoso que los tópicos, la falta de verdadera pedagogía por parte de las instituciones públicas y la necedad de la mayoría de los periodistas flamencos suelen dejar en lo anecdótico. Y no voy a hablarles de Enrique Morente, ni del Omega ni de su Misa Flamenca, que, por cierto son casi lo mismo, por más que su influencia soterrada en este disco es más que evidente. Aquí estoy evocando, palabra anacrónica, a Manolo Caracol, al de las zambras, sí, pero también al de la seguiriya Ay, qué pena más grande, acompañado al órgano eléctrico por Arturo Pavón. Y al de las zambras, claro. Porque el CD, lo oigan desde donde lo oigan, ordenador, ipod o teléfono móvil, se abre con una zambra, muy en la línea de Amina y de Las Grecas, arreglos de música de coches de choque pero que la voz del Niño de Elche le da la elegancia y majestad de Compañera y soberana: “Mira las Pantojas y a los pieles rojas, mira las pantallas de televisión”. ¡Qué maravilla de dicción! Y siguen, más adelante, estas Estrategias de distracción de Begoña Abad: “Cómprate una idea en un outlet de moda, póntela en los hombros y tírate al rey mejor que al ministro que dicta la ley”. Y uno oye hablar de panfleto y se acuerda del sucedido reciente del Macba, ¡ver para creer!, cuando la miopía de su director va y se carga un programa de trabajo magnífico, por eso, por falta de miras, por querer ocultar y tapar, pone en todas las pantallas del mundo al rey Juan Carlos I fornicando con la líder sindical Domitila Chúngara fornicando con un pastor alemán… ¡Qué desastre institucional! Y siguen diciendo que estas cosas no pasan, ¡que son panfletos!
Y es que hay mucha guasa en este disco. A mí su sonsonete me mueve muchas veces por los caminos de Devo, o del mejor disco del Aviador Dro, La producción al poder, muy en la línea de The Residents. No digo humor, digo guasa. Escuchen aquellas joyas tecno de Kiko Veneno para saber la diferencia: “Si tú no fueras tan americano, yo no sería tan ruso”. Atentos a la guitarra de Fernando Junquera en el poema de Inma Luna: “Nadie me conoce. Ni mi psiquiatra. Ni la alcachofa de la ducha. Ni mi taza de café. Ni mis pestañas…” Como se llamaba aquella máquina, Vocoder, una máquina que hablaba, ¡una máquina cantaora de flamenco!
¡Máquinas y españolas! En eso seguimos. Como en los famosos trabajos de Picabia que pintaba por igual sus famosas máquinas solteras y sus flamencas. ¡Que a este disco le vienen que ni pintao! Y es que hay mucha evocación del Kraut rock alemán en este disco. De Can, de Faust, de Neu! –¡cajas de ritmo programadas como tambores apache!–. Kraftwerk son la facción más conocida. Pero también están Embryo o Tangerine Dream. No deja de ser otra casualidad que fuera Gong, el sello de Gonzalo García Pelayo, tan flamenco, el primero que importara en España una antología del género. Y la cosa tenía su lógica. No sólo por Triana, por Granada o por Goma, ¡qué gran disco aquel 14 de abril!, ¡qué gran momento con Quico Rivas y Diego Carrasco en el Centro de arte M-11 y la portada de Alberto Corazón! Ahí estaban también los primeros discos de Gualberto, tan alemanes que hasta existen ediciones piratas que sólo vieron la luz en Austria. Ahí estaban también los teclados de Jesús de la Rosa o de Carlos Cárcamo acompañando la guitarra de Diego de Morón. Canción de Corro de niño palestino me ha evocado todo ese mundo. Hay una película de 1980 de Julián Álvarez, Bellvitge! Bellvitge!, muy en la línea del cine que hacían Video-Nou en aquellos años y que creo que de alguna forma colaboran. La película trata sobre los polígonos de vivienda de Hospitalet y la emigración andaluza allí aprisionada. En la banda sonora conviven el flamenco protesta de Alma flamenca, la guitarra de Pedro Sierra y el cante de Ginesa Ortega, los dos jovencísimos, ¡y los teclados de Tangerine Dream!
Y el tema que le sigue, Informe de Costa Rica, sobre un poema del costarricense Antidio Cabal, el cante de ida y vuelta que se contiene en el disco. Con ese vaivén western de los primeros Pony Bravo, evocando las políticas de las repúblicas bananeras y el terror y la represión instalados en Centroamérica durante tantos años. Siempre he subrayado la pornografía colonial que contienen las famosas guajiras, colombinas y milongas que popularizara Pepe Marchena. Todo está aquí tratado con esa belleza de la que hablaba al principio, lírica política: “Antes de que una madre escriba señor presidente ruego decirme donde está mi hijo detenido hace un mes, antes de que haya policía clandestina y dineros clandestinos pa’ la poli clandestina, y no diga nada la tv, nada la prensa y nada nadie, salvo las organizaciones que habrán nacido entonces...”. Hay un disco precioso de Robert Wyatt, ya saben, el de ese Guantanamera, ese Caimarena de ida y vuelta que tanto molestaba a Guillermo Cabrera Infante. El disco se llama Dondestan y tiene una portada deliciosa que firma Alfreda Benge, su compañera. Aparecen sentados en su apartamento, creo que en la Costa Brava, cada uno en su tarea. Detrás de él luce el cartel de un show flamenco para turistas, detrás de ella el anuncio de un concierto de José Menese.
La portada, también de Daniel Alonso, es bien explícita. Vemos a Paco, Francisco Contreras, el Niño de Elche, disfrazado de policía, con porra, como en su famosa soleá aporreá, que suena contra los desahucios, pues a ese mismo Paco, el Niño de Elche disfrazado de policía antidisturbios en medio de cientos de libros, un policía en una librería rodeado del espacio sideral. Merece la pena verle la cara al Niño de Elche. “No adoptes nunca el nombre que te dé la policía”, dice el poema de Enrique Falcón, Canción del levantado, que cierra el álbum. Pasolini escribió, provocativamente, que en el sesenta y ocho francés, los policías eran hijos del proletariado mientras los estudiantes formaban la vanguardia incipiente de la burguesía, sus padres. Hay algo de eso en la mirada descreída del policía, de Paco. Y es que si algo aleja este disco del panfleto es su apuesta por vivir en las contradicciones. No hay nada fácil. Tiene vocación de oxímoron, de hacer convivir campos opuestos. Nada de políticas de consenso, puro antagonismo. Me recuerda la cara de perplejidad de la gente de los Autónomos, en la Barcelona de finales de los 70, cuando Guy Debord les propuso un disco en solidaridad con los presos del penal de Segovia. Un disco flamenco, en ese sentido amplio de la progresía francesa que piensa que Paco Ibáñez es flamenco –y, ¿quién lo duda?, añadiría yo–. Un disco de versiones de las canciones populares de Lorca, el ¡Anda jaleo! y demás, en las voces de Mara Jerez y sus muchachos flamencos, así se llamaba el combo, pero con las letras tergiversadas, el famoso detournement: el atentado de Carrero Blanco, una huelga salvaje, los sucesos de Vitoria del 76… ¡Un disco de flamenco!, gritaban los autónomos llevándose las manos a la cabeza.
Es también Guy Debord el que introduce varias escenas de Jhonny Guitar, el clásico wenster de Nicholas Ray, en su film-ensayo, La sociedad del espectáculo. “Miénteme, dime que todos lo estamos pasando mal, que la crisis es pasajera, que la prosperidad está a la vuelta de la esquina, que no me preocupe por nada, que tú lo arreglarás todo, que yo lo único que tengo que hacer es votar por ti…”. Es verdad que yo prefiero otras versiones del poema de Antonio Orihuela. Al Niño de Elche se la he escuchado con Los Flamencos de Isaías Griñolo o más soleaera, desenchufada, en una presentación de Círculo Cultura Podemos en Sevilla –¡qué grandes oportunidades hay en este disco para renovar el cancionero de la Transición, Podemos!–. Pero esta tampoco está mal. Con el combate entre el Roland VE-20 y el Juno 106. ¡Ay! La máquina infernal que cantaban las Vainica Doble, también por rumba: “Fabricada para el mal, con diez ojos de cristal, manos de hierro y acero, dientes que mascan dinero y corazón de metal, triqui-tri-trac…”. Porque también desde el punto de vista del flamenco y sus políticas actuales este CD es una bofetada. El uso de sus máquinas y maquinarias está en bruto, nada que ver con los artificiales arreglos del disco, también de poetas, que han superproducido, inflado más bien, Miguel Poveda, Luis García Montero y Pedro Guerra. Nada que ver. Aquí estamos en las antípodas. Hay máquinas, sí, pero con el sonido de una achicadora de agua en una bodega de Jerez. Ese run-run, tan flamenco. Clap, clap. Ya digo, aquí no se escuchan palmas, se dan bofetás.
El Niño de Elche presenta su disco Voces del extremo mañana sábado 18 de abril en el 17 y último Festival Zemos98