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Europa, el cualquiera y el idiota
Qué bien han elegido las autoridades europeas el día de las elecciones. Tal día como hoy se cumplen 12 años de aquel gran evento que simbolizó el ascenso de España a la primera división internacional y también el anuncio de la posterior caída al pozo séptico en el que ahora nos encontramos. Ese fue el culmen de nuestra eufórica convicción europeísta, de la ilusión de que ya éramos más europeos que nadie; qué momento, amigos, hasta parecía que hablábamos inglés.
Ya saben de qué estoy hablando, de la participación de Rosa y los chicos de Operación Triunfo en el Festival de Eurovisión 2002, una actuación seguida por más de 14 millones de telespectadores, cifra récord sólo superada después por algún que otro partido de fútbol.
No me digan que no lo recuerdan; es verdad que da un poco de vergüenza volver sobre aquella época en la que nos creíamos ricos y tan sólo estábamos endeudados, sin embargo, tenemos que hacer memoria, hoy es un día importante.
En sólo una década hemos pasado de saborear las mieles del éxito a segregar el acíbar del resentimiento. Pero no nos recreemos en el lodo de nuestra desgracia, dejemos el pesimismo, como pedía aquella pintada, para tiempos mejores. Rescatemos lo bueno que hay en lo malo que nos pasa, a la par que descubrimos las sombras del esplendor pasado.
El cualquiera versus el idiota
¿Pero es que hay algo bueno en este desastre que nos golpea? Yo creo que sí, y lo diré rápido aun a riesgo de resultar ingenuo: en esta década hemos asistido a la emergencia del cualquiera como nuevo sujeto revolucionario al servicio de lo común. Ese cualquiera que se resiste a ser representado y encuentra en la plaza y las redes lejos de parlamentos, instituciones, escenarios y tribunas elevadas el espacio del encuentro y la metáfora horizontal de un mundo más igualitario, sin banderas partidistas ni líderes, y con ese espíritu inclusivo del 99% en el que todos caben. Gracias a la crisis del triunfo español y al pinchazo de las múltiples burbujas, el cualquiera ha asomado la cabeza eclipsando con su sentido común y su discreta luz las cegadoras maneras y los chillones discursos de la idiotez generalizada.
Eso ha sido lo bueno, la aparición del cualquiera, y para verlo mejor tendremos que enfrentarnos a lo malo, profundizando en ese otro sujeto social amamantado por el Poder y patrocinado por los medios a bombo y platillo: con todos ustedes, el ciudadano de bien, el protagonista absoluto del reino catódico, la antítesis política del cualquiera, con todos ustedes: el idiota.
“El idiota, como sujeto ideal de la utopía neoliberal que aspira a una competencia feroz sin conflicto social, encuentra en estos personajes su mejor definición”
El idiotes en la Antigua Grecia era el término que se utilizaba para definir al individuo que se ocupaba sólo de sus asuntos particulares dejando en manos de los gobernantes los asuntos de la polis. Aunque a menudo se empleó, por oposición a los aristoi, como sinónimo de persona corriente, su pervivencia insultante en las lenguas modernas hace de la acepción peyorativa del idiotes la más pertinente para entender a ese sujeto social que se promociona en la televisión especular: un ser demediado que renuncia a intervenir en las cuestiones públicas y se centra exclusivamente en su ídia, en sus quehaceres particulares, despreciando los asuntos generales, como si su felicidad y su realización personal dependieran exclusivamente de él y no estuvieran fuertemente condicionadas por la sociedad de la que forma parte.
La consagración del idiota como sujeto social en Operación Triunfo
¿Se acuerdan de cómo los concursantes de OT no hablaban de otra cosa que no fuera de ellos mismos, su familia o las diferencias climáticas de sus lugares de origen? Ninguno de ellos sentía pasión por la cultura o la política, ninguno de ellos cuestionaba las reglas del juego, ni del programa televisivo en el que estaban ni de la sociedad en la que habitaban. Parece que los estoy viendo: miren cómo hacen gala de una juventud conformista, con bromas propias de la edad del pavo, mostrando un carácter adolescente eufórico pero desprovisto de toda rebeldía, sin poner en crisis el mundo, más bien afirmándolo al centrarse en su propio ombligo. El buen rollito continuamente subrayado con abrazos y gestos cariñosos no es ahí más que la evidencia de una competición íntima y voluntariamente aceptada, donde el otro antes que un compañero es un rival. Hasta los eliminados se sienten ganadores, fíjense. El idiota, como sujeto ideal de la utopía neoliberal que aspira a una competencia feroz sin conflicto social, encuentra en estos personajes su mejor definición.
Para evitar susceptibilidades, no se olviden de que nos enfrentamos a personajes construidos por el medio televisivo, en una trama que los guionistas van articulando sobre la marcha, privilegiando en el montaje unas situaciones frente a otras con el fin de mantener la atención de la audiencia. Así que no teman, no estamos insultando a persona alguna, estamos hablando de personajes. Personajes que en su variedad son fieles al modelo del idiota contemporáneo, ese espécimen narcisista cuyo afán consiste en ser uno mismo sin dejar de ser uno más. Personajes que en su normalidad sobresignificada por el medio juegan a representarnos a todos, hasta el punto de que su himno más señero –ese himno religioso del individualismo masificado– se titula Mi música es tu voz.
Mi música es tu voz
Fíjense como los dieciséis concursantes se colocan como en el coro de una iglesia; adviertan la sobrecarga neobarroca de su vestimenta y cómo cada uno canta afirmando su dudoso virtuosismo diferencial. Nos encontramos, nada menos, que con un coro de individualidades entonando el himno de la nueva religión que promueve la masificación de los comportamientos individualistas. La música tiene aires de canción evangélica de alabanza y de hit señero de un musical Disney, con un toque de exaltación hooligan en la coda final. La letra celebra la unión y confusión entre los mesiánicos concursantes, que ofrecen su vida en el altar de la fama, y los espectadores, los cuales mediante la identificación con ellos participan de la felicidad de ver su sueño realizado.
Los concursantes y todos los implicados en la operación no paran de repetir y de cantar que están viviendo un sueño de felicidad. Este es el mandamiento machaconamente repetido y sobrentendido de Operación Triunfo: la felicidad consiste en cumplir el sueño de ser famoso.
La asimetría de este mundo se mantiene porque los excluidos subliman la desigualdad mirándose en el espejo de los triunfadores. Eclipsados con los relatos de éxito los marginados interpretan su exclusión como el primer peldaño de la escalera mecánica que conduce al éxito. Esta, que es la verdadera operación triunfo del capitalismo, se sostiene en parte con este tipo de programas de televisión; televisión especular la llaman, mi música es tu voz proclamaban a voz en grito los chicos de OT.
La visión de Europa en Eurovisión
La deriva totalitaria a la que conduce el modelo social y ciudadano que este tipo de programas promociona se concreta en el otro gran himno que produjo OT, la horripilante Europe´s living a celebration que resultó elegida por la audiencia para concursar en Eurovisión. Hubo revuelo y escrúpulos estéticos, algunos protestaron porque el estribillo era una mala traducción del español y las celebraciones en inglés no se viven, pero nadie pareció fijarse en el mensaje de su letra. El tópico de la traición de la música –que anonada los sentidos e impide la comprensión cabal de las palabras– pareció cumplirse; hasta el punto de hacer pasar desapercibido el tufillo fascistoide de aquel himno que nos representó en el festival de todas las televisiones públicas europeas, tal día como hoy, hace 12 largos años.
“La asimetría de este mundo se mantiene porque los excluidos subliman la desigualdad mirándose en el espejo de los triunfadores”
Rosa fue, como concursante ganadora de OT, la que puso su voz al servicio de aquel despropósito. Rosa, la niña grande a la que todo le quedaba grande, desde su cuerpo a la fama. De origen social humilde, destinada a estar tras un mostrador de venta de pollos asados, con serios problemas de vocalización, parecía como si hubiese entrado en la academia accidentalmente. Ella será la que experimente la gran transformación mítica, como una Cenicienta informe que asciende del encierro doméstico al reino de los cielos: tendrá que soportar un duro régimen alimenticio, le cambiarán sus toscas gafas por un modelo más estilizado, pondrán orden a su melena y hasta a su dentadura. Una metamorfosis espectacular que la audiencia, votación mediante, premiará semana tras semana convirtiéndola en “la eterna favorita”. Finalmente será Rosa la que represente a España, encarnando simbólicamente esa otra transformación, la de un país cazurro y atrasado que en tiempo record experimentó la modernidad y un desarrollo económico sin precedentes, haciéndose hueco en una Europa que hasta hace bien poco terminaba en los Pirineos. Rosa, encarnación de la nueva España, Rosa de España a la conquista de Europa.
Además de una embajadora como ella, hacía falta una canción que sintonizara con el sentir popular. Para estas urgencias, la productora, contaba con compositores de la talla de los hermanos Toni y Xasqui Ten, quienes en una entrevista posterior, ante la inquisitiva pregunta de qué música conviene hacer hoy daban cuenta del amor mercenario que les une a su trabajo:
Toni Ten: “Nosotros sabemos que la música que hacemos no la compraríamos en una tienda, personalmente construiría otro tipo de música. Pero lo que es innegable es que hay una demanda, la gente consume un tipo de música determinada y nosotros estamos para dar cobertura”.
Xasqui Ten: “Realizamos mucha música para el verano que son canciones con fecha de caducidad. En el pasado una canción podía mantenerse número uno del hit parade durante meses, pero eso ahora es imposible. Son canciones con fecha de caducidad. Por poner un símil hacemos música fast food”.
Hamburguesas sonoras para todos. Construyamos un hit europeísta, debieron de pensar al alimón los hermanos Ten, un hit que mezcle la peripecia personal del ganador de OT con nuestra Europa, y les salió –el inconsciente manda cuando se habla desde los tópicos– un himno totalitario y hooligan, de chunda-chunda y lleno de sílabas alargadas. Un hit fast food que muestra el desprecio a la razón en favor de la emoción (“no me preguntes más por qué”, “No dudes, por favor, lo dice el corazón”); que declara su voluntad de aplastar la discrepancia y pregona como inevitable, irreparable y necesario su paso final (“No se oirán jamás las voces que no nos dejen dar el paso final”); que presenta a Europa como un sueño, una utopía realizada, de la que no puedes escapar (“No nos dejes, amor, no lo hagas, por favor. No digas adiós, nunca jamás”, “Es tu fiesta y no hay marcha atrás”).
En fin, la idea totalitaria que se desprende de esta canción es la consecuencia política natural del idiota como sujeto social. Si cada uno se ocupa de lo suyo alguien se tendrá que ocupar de lo de todos. Ya lo dijo el tirano Pisistrato alrededor del 530 antes de Cristo a sus conciudadanos atenienses: “Vosotros ocupaos de vuestra ídia (los asuntos particulares de cada uno) que yo me ocuparé de los Koiná (lo común, lo de todos)”.
Ya saben por lo demás cómo acabó la fiesta: el triunfo quedó empañado por un tibio sexto puesto en el Festival, un globo pinchado que desde la perspectiva de hoy se anuncia como el más claro augurio de lo que estaba por venir, del pinchazo de tantas burbujas. Rosa pasó de exitosa Cenicienta reina de España a juguete roto perdido en el desván de los recuerdos patrios. Pero qué más da, el negocio de las empresas implicadas fue un éxito multimillonario.
Hoy, además de ser el 12 aniversario de aquella ambivalente celebración, es día de elecciones; numerosas opciones compiten para representarnos, unos te tratan de tú y otros apelan al nosotros, pero a mí, no sé por qué, me parece que todos siguen siendo ellos, señores y señoras en defensas de sus negocios. Yo no sé ustedes, pero han pasado tantas cosas, que lo único que se me ocurre decir cuando vienen con su propaganda es que su música no es mi voz.
Pase lo que pase hoy, el pulso entre el cualquiera y el idiota continuará en la calle y en nuestros corazones y cerebros, no en sus parlamentos fortificados. Y esa es la buena noticia a celebrar entre tantos globos pinchados: que somos un poco menos idiotas que hace unos años, cuando todo parecía ir tan bien.
Feliz domingo.
Europa, el cualquiera y el idiota
Qué bien han elegido las autoridades europeas el día de las elecciones. Tal día como hoy se cumplen 12 años de aquel gran evento que simbolizó el ascenso de España a la primera división internacional y también el anuncio de la posterior caída al pozo séptico en el que ahora nos encontramos. Ese fue el culmen de nuestra eufórica convicción europeísta, de la ilusión de que ya éramos más europeos que nadie; qué momento, amigos, hasta parecía que hablábamos inglés.
Ya saben de qué estoy hablando, de la participación de Rosa y los chicos de Operación Triunfo en el Festival de Eurovisión 2002, una actuación seguida por más de 14 millones de telespectadores, cifra récord sólo superada después por algún que otro partido de fútbol.
No me digan que no lo recuerdan; es verdad que da un poco de vergüenza volver sobre aquella época en la que nos creíamos ricos y tan sólo estábamos endeudados, sin embargo, tenemos que hacer memoria, hoy es un día importante.
En sólo una década hemos pasado de saborear las mieles del éxito a segregar el acíbar del resentimiento. Pero no nos recreemos en el lodo de nuestra desgracia, dejemos el pesimismo, como pedía aquella pintada, para tiempos mejores. Rescatemos lo bueno que hay en lo malo que nos pasa, a la par que descubrimos las sombras del esplendor pasado.
El cualquiera versus el idiota
¿Pero es que hay algo bueno en este desastre que nos golpea? Yo creo que sí, y lo diré rápido aun a riesgo de resultar ingenuo: en esta década hemos asistido a la emergencia del cualquiera como nuevo sujeto revolucionario al servicio de lo común. Ese cualquiera que se resiste a ser representado y encuentra en la plaza y las redes lejos de parlamentos, instituciones, escenarios y tribunas elevadas el espacio del encuentro y la metáfora horizontal de un mundo más igualitario, sin banderas partidistas ni líderes, y con ese espíritu inclusivo del 99% en el que todos caben. Gracias a la crisis del triunfo español y al pinchazo de las múltiples burbujas, el cualquiera ha asomado la cabeza eclipsando con su sentido común y su discreta luz las cegadoras maneras y los chillones discursos de la idiotez generalizada.
Eso ha sido lo bueno, la aparición del cualquiera, y para verlo mejor tendremos que enfrentarnos a lo malo, profundizando en ese otro sujeto social amamantado por el Poder y patrocinado por los medios a bombo y platillo: con todos ustedes, el ciudadano de bien, el protagonista absoluto del reino catódico, la antítesis política del cualquiera, con todos ustedes: el idiota.
“El idiota, como sujeto ideal de la utopía neoliberal que aspira a una competencia feroz sin conflicto social, encuentra en estos personajes su mejor definición”
El idiotes en la Antigua Grecia era el término que se utilizaba para definir al individuo que se ocupaba sólo de sus asuntos particulares dejando en manos de los gobernantes los asuntos de la polis. Aunque a menudo se empleó, por oposición a los aristoi, como sinónimo de persona corriente, su pervivencia insultante en las lenguas modernas hace de la acepción peyorativa del idiotes la más pertinente para entender a ese sujeto social que se promociona en la televisión especular: un ser demediado que renuncia a intervenir en las cuestiones públicas y se centra exclusivamente en su ídia, en sus quehaceres particulares, despreciando los asuntos generales, como si su felicidad y su realización personal dependieran exclusivamente de él y no estuvieran fuertemente condicionadas por la sociedad de la que forma parte.
La consagración del idiota como sujeto social en Operación Triunfo
¿Se acuerdan de cómo los concursantes de OT no hablaban de otra cosa que no fuera de ellos mismos, su familia o las diferencias climáticas de sus lugares de origen? Ninguno de ellos sentía pasión por la cultura o la política, ninguno de ellos cuestionaba las reglas del juego, ni del programa televisivo en el que estaban ni de la sociedad en la que habitaban. Parece que los estoy viendo: miren cómo hacen gala de una juventud conformista, con bromas propias de la edad del pavo, mostrando un carácter adolescente eufórico pero desprovisto de toda rebeldía, sin poner en crisis el mundo, más bien afirmándolo al centrarse en su propio ombligo. El buen rollito continuamente subrayado con abrazos y gestos cariñosos no es ahí más que la evidencia de una competición íntima y voluntariamente aceptada, donde el otro antes que un compañero es un rival. Hasta los eliminados se sienten ganadores, fíjense. El idiota, como sujeto ideal de la utopía neoliberal que aspira a una competencia feroz sin conflicto social, encuentra en estos personajes su mejor definición.
Para evitar susceptibilidades, no se olviden de que nos enfrentamos a personajes construidos por el medio televisivo, en una trama que los guionistas van articulando sobre la marcha, privilegiando en el montaje unas situaciones frente a otras con el fin de mantener la atención de la audiencia. Así que no teman, no estamos insultando a persona alguna, estamos hablando de personajes. Personajes que en su variedad son fieles al modelo del idiota contemporáneo, ese espécimen narcisista cuyo afán consiste en ser uno mismo sin dejar de ser uno más. Personajes que en su normalidad sobresignificada por el medio juegan a representarnos a todos, hasta el punto de que su himno más señero –ese himno religioso del individualismo masificado– se titula Mi música es tu voz.
Mi música es tu voz
Fíjense como los dieciséis concursantes se colocan como en el coro de una iglesia; adviertan la sobrecarga neobarroca de su vestimenta y cómo cada uno canta afirmando su dudoso virtuosismo diferencial. Nos encontramos, nada menos, que con un coro de individualidades entonando el himno de la nueva religión que promueve la masificación de los comportamientos individualistas. La música tiene aires de canción evangélica de alabanza y de hit señero de un musical Disney, con un toque de exaltación hooligan en la coda final. La letra celebra la unión y confusión entre los mesiánicos concursantes, que ofrecen su vida en el altar de la fama, y los espectadores, los cuales mediante la identificación con ellos participan de la felicidad de ver su sueño realizado.
Los concursantes y todos los implicados en la operación no paran de repetir y de cantar que están viviendo un sueño de felicidad. Este es el mandamiento machaconamente repetido y sobrentendido de Operación Triunfo: la felicidad consiste en cumplir el sueño de ser famoso.
La asimetría de este mundo se mantiene porque los excluidos subliman la desigualdad mirándose en el espejo de los triunfadores. Eclipsados con los relatos de éxito los marginados interpretan su exclusión como el primer peldaño de la escalera mecánica que conduce al éxito. Esta, que es la verdadera operación triunfo del capitalismo, se sostiene en parte con este tipo de programas de televisión; televisión especular la llaman, mi música es tu voz proclamaban a voz en grito los chicos de OT.
La visión de Europa en Eurovisión
La deriva totalitaria a la que conduce el modelo social y ciudadano que este tipo de programas promociona se concreta en el otro gran himno que produjo OT, la horripilante Europe´s living a celebration que resultó elegida por la audiencia para concursar en Eurovisión. Hubo revuelo y escrúpulos estéticos, algunos protestaron porque el estribillo era una mala traducción del español y las celebraciones en inglés no se viven, pero nadie pareció fijarse en el mensaje de su letra. El tópico de la traición de la música –que anonada los sentidos e impide la comprensión cabal de las palabras– pareció cumplirse; hasta el punto de hacer pasar desapercibido el tufillo fascistoide de aquel himno que nos representó en el festival de todas las televisiones públicas europeas, tal día como hoy, hace 12 largos años.
“La asimetría de este mundo se mantiene porque los excluidos subliman la desigualdad mirándose en el espejo de los triunfadores”
Rosa fue, como concursante ganadora de OT, la que puso su voz al servicio de aquel despropósito. Rosa, la niña grande a la que todo le quedaba grande, desde su cuerpo a la fama. De origen social humilde, destinada a estar tras un mostrador de venta de pollos asados, con serios problemas de vocalización, parecía como si hubiese entrado en la academia accidentalmente. Ella será la que experimente la gran transformación mítica, como una Cenicienta informe que asciende del encierro doméstico al reino de los cielos: tendrá que soportar un duro régimen alimenticio, le cambiarán sus toscas gafas por un modelo más estilizado, pondrán orden a su melena y hasta a su dentadura. Una metamorfosis espectacular que la audiencia, votación mediante, premiará semana tras semana convirtiéndola en “la eterna favorita”. Finalmente será Rosa la que represente a España, encarnando simbólicamente esa otra transformación, la de un país cazurro y atrasado que en tiempo record experimentó la modernidad y un desarrollo económico sin precedentes, haciéndose hueco en una Europa que hasta hace bien poco terminaba en los Pirineos. Rosa, encarnación de la nueva España, Rosa de España a la conquista de Europa.
Además de una embajadora como ella, hacía falta una canción que sintonizara con el sentir popular. Para estas urgencias, la productora, contaba con compositores de la talla de los hermanos Toni y Xasqui Ten, quienes en una entrevista posterior, ante la inquisitiva pregunta de qué música conviene hacer hoy daban cuenta del amor mercenario que les une a su trabajo:
Toni Ten: “Nosotros sabemos que la música que hacemos no la compraríamos en una tienda, personalmente construiría otro tipo de música. Pero lo que es innegable es que hay una demanda, la gente consume un tipo de música determinada y nosotros estamos para dar cobertura”.
Xasqui Ten: “Realizamos mucha música para el verano que son canciones con fecha de caducidad. En el pasado una canción podía mantenerse número uno del hit parade durante meses, pero eso ahora es imposible. Son canciones con fecha de caducidad. Por poner un símil hacemos música fast food”.
Hamburguesas sonoras para todos. Construyamos un hit europeísta, debieron de pensar al alimón los hermanos Ten, un hit que mezcle la peripecia personal del ganador de OT con nuestra Europa, y les salió –el inconsciente manda cuando se habla desde los tópicos– un himno totalitario y hooligan, de chunda-chunda y lleno de sílabas alargadas. Un hit fast food que muestra el desprecio a la razón en favor de la emoción (“no me preguntes más por qué”, “No dudes, por favor, lo dice el corazón”); que declara su voluntad de aplastar la discrepancia y pregona como inevitable, irreparable y necesario su paso final (“No se oirán jamás las voces que no nos dejen dar el paso final”); que presenta a Europa como un sueño, una utopía realizada, de la que no puedes escapar (“No nos dejes, amor, no lo hagas, por favor. No digas adiós, nunca jamás”, “Es tu fiesta y no hay marcha atrás”).
En fin, la idea totalitaria que se desprende de esta canción es la consecuencia política natural del idiota como sujeto social. Si cada uno se ocupa de lo suyo alguien se tendrá que ocupar de lo de todos. Ya lo dijo el tirano Pisistrato alrededor del 530 antes de Cristo a sus conciudadanos atenienses: “Vosotros ocupaos de vuestra ídia (los asuntos particulares de cada uno) que yo me ocuparé de los Koiná (lo común, lo de todos)”.
Ya saben por lo demás cómo acabó la fiesta: el triunfo quedó empañado por un tibio sexto puesto en el Festival, un globo pinchado que desde la perspectiva de hoy se anuncia como el más claro augurio de lo que estaba por venir, del pinchazo de tantas burbujas. Rosa pasó de exitosa Cenicienta reina de España a juguete roto perdido en el desván de los recuerdos patrios. Pero qué más da, el negocio de las empresas implicadas fue un éxito multimillonario.
Hoy, además de ser el 12 aniversario de aquella ambivalente celebración, es día de elecciones; numerosas opciones compiten para representarnos, unos te tratan de tú y otros apelan al nosotros, pero a mí, no sé por qué, me parece que todos siguen siendo ellos, señores y señoras en defensas de sus negocios. Yo no sé ustedes, pero han pasado tantas cosas, que lo único que se me ocurre decir cuando vienen con su propaganda es que su música no es mi voz.
Pase lo que pase hoy, el pulso entre el cualquiera y el idiota continuará en la calle y en nuestros corazones y cerebros, no en sus parlamentos fortificados. Y esa es la buena noticia a celebrar entre tantos globos pinchados: que somos un poco menos idiotas que hace unos años, cuando todo parecía ir tan bien.
Feliz domingo.