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Espíritus inquietos van de caza

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Del último programa del festival Punto de Vista, clausurado ayer en Pamplona, lo que más me atrajo al consultarlo fue la retrospectiva de Margaret Tait, porque me interesaban mucho las películas que habría hecho una mujer en el norte de Escocia a mitad del siglo XX. Nació en 1918, el día en que acabó la Guerra, y desde 1951 hasta 1998 (el año anterior a su muerte) completó 33 películas autofinanciadas, de las cuales solamente una es un largo. Entre 1959 y 1960 publicó cinco libros, tres de ellos de poemas.

Durante la Segunda Guerra Mundial, a los 25 años, la joven escocesa se fue al Frente del Sudeste Asiático, enrolada como médico en el Cuerpo Sanitario del Ejército Británico. A los 33 la encontramos estudiando cine en el Centro Sperimentale de Roma, una ciudad idónea para los aficionados de 1951. Como le cuenta en una carta a Gavin Lambert, “uno se puede topar con rodajes en las calles durante todo el año. En la Plaza de España estuvo Emmer rodando Le ragazze di Piazza di Spagna, mientras que en lo alto de las escaleras Fellini rodaba otra película, y al mismo tiempo De Sica, dándose un descanso como director, actuaba en Buongiorno, elefante! en una calle de las afueras”. Pero la furia cinéfila parece extenderse a todo el pueblo de Roma; Tait cuenta además que “a la gente le entusiasma el cine; aman las películas y los comentarios que se oyen en los bares y restaurantes son críticos y mucho más adultos que las discusiones del tipo ‘¿Quién sale en esa película?’ (…) el cine se toma tan en serio como cualquier otro arte. Aunque hay que recordar que en italiano ‘serio’ no significa solemne y que los italianos, ante el arte, no ponen caras largas sino que se muestran exultantes”. Una nueva mirilla para espiar desde otro punto de vista el neorrealismo. De aquella época es su corto mudo My Room. Via Ancona 21. Ceniceros, sandalias, y latas de película iluminados por los rayos del sol, un balcón con tres macetas y al asomarnos, el secular trajín del Piazzale di Porta Pia, donde el bersagliere del monumento protege a todos los romanos que van de un sitio a otro en busca de un amigo con quien hablar de cine como locos.

Para sus rodajes romanos, Margaret se alió con dos compañeros, el argentino Fernando Birri y el estadounidense Peter Hollander, con quien fundó la productora Ancona Films. Al acabar los estudios cada uno volvió a su país, y lo productora se mantuvo multisede. Ya en Escocia, Margaret se lanzó a componer películas y poemas, con una intención musical confesa. Sus películas son sobre todo de dos tipos: las de imagen real, documentales, y los filmes pintados directamente sobre el celuloide, que aunque son menos, son muy características (aquí es donde el trabajo taitiano se vuelve gauguiniano, o más bien matissiano. Por ejemplo, en Calypso o en John MacFadyen, en que las figuras de colores van bailando y transformándose a ritmo bien caribeño, bien celta, ambos igual de exultantes e invitadores). Hay también un pulso claramente musical en su película Palindrome Three Versions, un montaje capicúa con reminiscencias de la Nouvelle Vague en el que una pareja se une y se separa al grito de Madam, I’m Adam!, famoso palíndromo extendido por Joyce para el mundo no anglosajón.

En sus cortos documentales ha quedado registrada la actividad cotidiana de los edimburgueses de mitad del siglo: me gustan especialmente las escenas con niños, como por ejemplo los que se van a acercando a una hoguera, primero mirándose unos a otros a la espera de que alguno se atreva, para acabar corriendo alrededor con una excitación animal y primigenia, igual que la de las figuras de los cortos pintados; también salen niños corriendo por las calles detrás de los young happy few que tienen bicicleta (ahí hay algo bonito, en los niños tan entusiastas que saben aprovechar la suerte del que tiene la bici como motivo para entregarse también a la velocidad, aunque sea a pie; está también lo triste del niño con el padre en el paro que no puede permitirse una bicicleta… pero esto ya es ficción mía). Tiene también un retrato del poeta Hugh MacDiarmid en que este, en un alarde de equilibrio ganso, se pasea por los bordes de las aceras mientras fuma primero un pitillo, luego una pipa. Hay también películas rodadas en las Orcadas, donde Margaret Tait planta la cámara para registrar los duros paisajes y la actividad rural (¿Quiénes son estas multitudes que hay en mí/ si estoy sola? / ¿Qué son estas otras voces que oigo,/  y qué estas manos que aquí y allí tiran de mí?/ Yo soy todos mis antepasados,/ marinos y gentes de tierra firme,/ pimpladores de cerveza y hacedoras de pasteles,/ y saqueadores de hogares y de campos) y tienen tanto valor antropológico como estético.

Y hay un tercer estilo reconocible en las películas de Tait, uno más puramente poético, el que llamaríamos de la mística del ektachrome, parecido al de Dorsky, Mekas o Broughton, donde la saturación de los colores de las flores parece siempre a punto de revelar una verdad. En películas como Garden Pieces, Place of Work, Splashing (esta en B/N) o A Portrait of Ga, se dan la vez unos a otros planos de jardines en su lío de arbustos, de su lugar de trabajo, de su madre quitándole el envoltorio a un caramelo pegajoso. Es como si la cámara registrase la tozudez en la contemplación del objeto, y como si esa tozudez fuese un atributo del objeto. Hay algo próximo a la meditación en este enfoque que no quiere añadir contenido material a lo que las cosas son en su completa forma. En una anotación del 4 de julio de 1949: “Esta mañana he pasado dos horas y tres cuartos fotografiando en stop motion la eclosión de las amapolas, tomando una foto por minuto (…) Durante algunos minutos simplemente me quedé junto a la cámara y casi sentí cómo transcurría el tiempo, como si participara en la eclosión de las flores. Fui especialmente consciente de la naturaleza de la luz, minuto a minuto”. Y en el poema Ahora, publicado en 1958: “Antes me quedaba esperando que el trébol/ se abriera o se cerrara,/ pero nunca lo veía./ Era demasiado impaciente,/ o el movimiento demasiado sutil (…) No vi con mi propia y directa percepción que se movieran los pétalos./ Luego, en la película, parecían abrirse de repente,/ pero, en aquel momento,/ aunque no quité ojo/ y sentí que el tiempo no se movía tanto como él era movido,/ y sentí/ una unidad de tiempo y de lugar con otros tiempos y lugares,/ aun así,/ no vi que se movieran los pétalos”.

Toda esa emoción de las cosas reales, sea lo que sea eso, la transmite Tait en sus muchos cortos, que forman una obra muy valiosa. Pero lo que consigue en los seis minutos y medio de The Leaden Echo and the Golden Echo, de 1955, es algo asombroso. La banda de sonido es ella misma, que lee el poema homónimo de Gerard Manley Hopkins, sobre la fugacidad de las cosas que se desvanecen y que parecen perderse. Mientras, vamos viendo cómo tres personas cierran una cancela, cómo una mujer se mira al espejo en busca de arrugas, cómo cantan los niños de un coro, cómo tiemblan unas flores, cómo un grifo expulsa agua, cómo una joven recibe el sol apoyada en un montón de paja. Es muy difícil revivificar lo que ya está vivo, poner imágenes, sin banalizarlo, a un poema que es ya en sí mismo la más nítida imagen. Y aun así la secuencia de escenas aparentemente triviales, y tan poco compuestas que son más bien momentos, se ensamblan tan bien con los versos que película y poema parecen imaginados por la misma mente, productora de iconos y de mitos.

Sólo después de haber visto varias de las películas de Tait me volví a acordar de fijarme en si se notaba en algo que era una mujer la que filmaba, recordé que había reparado en ella porque era una mujer haciendo películas en los cincuenta en las Orcadas, y me alegré de que se me hubiera olvidado por el camino. Pero ¿cómo podría haberme dado cuenta? ¿Por la elección de algunos temas,  por la atención en el detalle? La debería tener todo cineasta y en realidad toda persona. ¿Hay acaso encuadres macho? En su cine no encontré nada similar a los versos tan directos que aparecen en su poema Yo, donde confiesa que el trabajo que hace en su vida está animado, en parte, por el deseo (o la misión) de “asomarse a sí misma para averiguar qué es lo que pasa con las mujeres”. Después, y mientras, sigue haciendo su cine para desentrañar los secretos de la apariencia.

 

Las películas de Margaret Tait, programadas en el festival Punto de Vista, se pueden ver en la página del Scottish Screen Archive. El Gobierno de Navarra ha publicado, con motivo del festival, un volumen con una selección de poemas y ensayos de la autora, traducidos por Antonio Rivero y bajo el título Gallina significa miel

 

Los fotogramas corresponden a las películas A Portrait of Ga, My Room. Via Ancona, John MacFadyen, Hugh MacDiarmid: A Portrait y The Leaden Echo and the Golden Echo.