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El mundo desde los márgenes

Una conversación con Regina de Miguel
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Cualquier noticia publicada en un periódico da cuenta de las “madejas que tejen nuestro mundo”, escribía Bruno Latour: reacciones químicas que reverberan en resultados electorales, peligros ecológicos y argucias gubernamentales, experimentos de laboratorio que provocan drásticos cambios sociales… Sin embargo, los diarios se siguen compartimentando en secciones porque “los analistas modernos cortaron el nudo gordiano” que ligaba conocimiento y política, cultura y naturaleza, técnica y sociedad. “Volver a atarlo” es lo que se propuso la sociología de la ciencia de Latour, pero también David Harvey al estudiar la geografía como “espacio del capital”, y antes que ellos Feyerabend al desvelar la esencia anárquica del método científico.

Otra hilandera de urdimbres gordianas es la artista y productora cultural Regina de Miguel (Málaga, 1977). Se apropia de las bobinas de esos embrolladores incómodos para el sistema ordenador del ejercicio del poder, y con licencia poética pero tras arduas investigaciones compone su propia trama. Aunque rica en encajes, la deja sutilmente deshilada para que podamos tirar del hilo de Ariadna y rehacer el camino.

Ciertos patrones subyacen en esos bordados que puntean cada una de sus obras, maridando lo micro y lo macro, estrato geológico y tiempo cósmico, ciencia y ficción, materia oscura y sustrato mental, formulando juegos dialécticos que redefinen en cada tirada el aquí y ahora de lo humano.

Emprende trabajos de campo en lugares minados de historias entrelazadas. Su alma polímata exhuma micronarraciones enterradas bajo el polvo y remienda las fisuras entre los saberes. Así, en el desierto de Atacama, donde un observatorio astronómico mira al cielo ajeno a las constelaciones humanas y a la cosmología indígena sobre cuyo territorio se asienta, puso de relieve los conflictos locales vinculados al pasado del país en una obra cuyo título rinde homenaje a un proverbio mapuche (El conocimiento nunca viene solo). Lirismo que no socava la potencia crítica de unos proyectos que abogan por: fagocitar dicotomías y prácticas domesticadoras o aniquiladoras de la “otredad” (Ansible); mostrar la naturaleza irreductible del saber e ironizar sobre las pretensiones universalistas de la ciencia (The Order); poner en solfa los métodos científicos de reconstrucción del pasado, practicando una especie de arqueología galáctica (An Effect of Verisimilitude).

Así como la materia oscura del universo esconde la clave para entender el comportamiento de los astros, Regina indaga en las fuerzas invisibles que intervienen en el acontecer de lo visible.

La hibridez orográfica mediante lo que llamas “cartografías espejo” es una constante: en The Last Term that Touches the Sight (que forma parte de la colectiva recién inaugurada en el Project Arts Centre de Dublín) nos descubres correspondencias poéticas entre cuerpos celestes y vistas terrestres cuya nomenclatura no refiere calles sino enfermedades vinculadas a la crisis del sujeto; en otra ocasión, un microscopio extrae orografías planetarias de la superficie de un disco grabado con sonidos procedentes de agujeros negros… En ese modo de establecer correspondencias topográficas entre actividades mentales, geológicas y cósmicas encuentro un eco de la prosa del mundo de Foucault, donde el autor miraba con nostalgia la época previa a la fractura entre el ámbito poético y el científico. ¿Crees que en cierto modo regresa hoy la concepción holística de antaño?

Respecto a lo híbrido, ciertamente, lo que ofrece resistencia a ser definido, lo que no pertenece directamente a una única instancia, aquellos saberes y objetos que no responden obligatoriamente a la utilidad, es algo que me interesa de forma especial.

Tal y como Fredric Jameson explica en Arqueologías del futuro, la figura mitológica de la Quimera, con su dimensión monstruosa y fantástica: cabeza de león, cuerpo de cabra, cola de serpiente, en el fondo no es más que una combinación de fragmentos de lo que ya existe. Es decir, nuestra capacidad para producir pensamiento crítico y utópico se ha visto sujeto a los modos de producción y a las condiciones materiales del presente.

Sin embargo, existen objetos que se resisten a ser abarcados en su totalidad, realidades que reclaman una mirada capaz de asumir cierta oscuridad que la tradición cientificista, en su afán de orden y dominación, no tolera.

Desmontar este esquema, derribar el mapa, es la labor, ardua, que más me interesa. Más que apelar a la tradición, yo pensaría qué nuevas políticas, qué nuevas ontologías necesitamos para rehabitar y resimbolizar. Sí creo que tenemos que aprender a enlazar de otros modos, contemplar historias aún no escritas, desplazar definitivamente los ejes reguladores del conocimiento. Trabajar en arte desde la imposibilidad de la definición, en el mismo borde del pensamiento, generar un vacío crítico desde el que pensar órdenes y paradigmas aparentemente intactos.

Desarrollas una labor sustentada en figuras metonímicas que otorgan una lógica propia al aparente delirio narrativo: por ejemplo, en Symptom nos sumerges en las minas de cobre (material base del cableado informático) para después aplicar técnicas de visualización de gemas a gráficas estadísticas sobre patologías incubadas en el capitalismo tardío, fruto de la saturación semiótica en la era de internet. Frente a la progresiva separación entre signo y significado a que obliga la tecnología comunicacional, siento ante tus obras cierto remiendo simbólico de ese estado alienante, de esa “ruptura entre las palabras y las cosas”.

Precisamente, y siguiendo ese proceso de desmontaje, tengo cierto empeño en cuestionar la noción de experiencia o apercepción y, con ello, los métodos de alcance de conocimiento. Creo necesario este ejercicio que tiende a disparar imaginarios especulativos haciendo evidente cómo los bordes entre hombre, naturaleza y mundo maquínico ya no funcionan de la manera tradicional o acostumbrada.

La necesidad de realizar en mi trabajo lo que llamas “remiendo simbólico” viene de tratar de superar la emancipación paradójica del arte como un lenguaje autónomo. Como artista, trabajo con cualquier objeto que exista en el mundo, y este aparente “delirio narrativo” es fruto de la desagrupación de los materiales y los ensamblajes sociales en sus diferentes componentes en búsqueda de un reencantamiento. Materiales que admiten todo tipo de combinaciones pero que también actúan en dos direcciones constantemente entrelazadas: son la “materia prima” de nuestra existencia, pero también apuntan a las problemáticas de un planeta en crisis.

Laminando imágenes y mediante trasvases semánticos nos llevas a los confines del entendimiento, a los lindes de lo cognoscible: cuando tomas el iceberg como trasunto de enquistamiento psíquico, o cuando traduces una frase del diario de Sylvia Plath a distintos idiomas de lenguas amenazadas y vinculas cada palabra con agujeros negros (estrellas muertas) de distintas galaxias. Todos ellos gritos de auxilio ante su inminente extinción, que en Voices of Vanishing Worlds asociaste con aquel disco de oro mítico lanzado al “océano cósmico” cual mensaje en espera beckettiana de ser encontrado por algún viajero interestelar. ¿Vivimos obsesionados en buscar fuera lo que sabemos llevamos dentro? Este afán por conocer otros mundos mientras dejamos morir el nuestro aparece a menudo en tus obras.

Parece que así ha sido desde que en la década de los sesenta se estableció la última frontera en el espacio. Sin embargo, los satélites, las placas de las sondas Voyager, etc., siempre me han dado la sensación de que fueron lanzados para observar nuestros comportamientos internos, el funcionamiento de nuestro mundo, más que para el descubrimiento de otros distintos e improbables.

Como decía, me interesa trabajar con la materia prima de la existencia, y de ahí también buscar y tratar de entender algunos de sus aspectos más obviados por la carga molesta y potencialmente crítica que alcancen a tener. Por poner un ejemplo, pensar en las causas últimas de las patologías asociadas al capitalismo cognitivo, las cifras de suicidio en una sociedad que se denomina avanzada, los índices de depresión, las altas cifras de aislamiento e incomunicación en medio de una sociedad hiperconectada, la ocultación de la muerte convertida en el último gran tabú en sustitución del sexo, etc.

Pero esa materia prima —nuestras condiciones vitales— es, como decía, efecto de nuestra acción y también de su acción de autorregulación como organismo, del otro vector de movimiento: nuestro planeta.

Y así trato de explorarlo en un trabajo como Symptom/Síntoma, ligando el movimiento de economía global (derivado de un proceso extractivista de recursos minerales) con un determinado desarrollo tecnológico y su efecto en nuestras conciencias, evidenciando cómo la tecnología puede leerse como un texto de Historia en el que los condicionantes políticos y económicos privilegian o invisibilizan unos proyectos u otros, y cómo no es en absoluto inocente teniendo como consecuencia la interiorización de esa labor subterránea en lo más profundo de nuestra psique.

En Ansible, que pudimos ver en tu última muestra individual (galería Maisterravalbuena, Madrid), recreabas un laboratorio de fósiles de especies extinguidas, pero también conjurabas diversidad de vidas resilientes para, en último término, ¿hablar de la capacidad de resistencia en condiciones extremas, ante políticas de sometimiento y exterminio (necropoder, extractivismo…)?

Durante la elaboración de esa exposición me encontraba viviendo en Santiago de Chile, donde encuentro que la situación estructural del país y las investigaciones que allí estoy llevando a cabo influyeron de manera determinante en la dirección última que tomaron los textos y los caracteres de las “presencias” que habitan los elementos de Ansible.

No en balde a Chile se le llama “el laboratorio”. El país ha venido siendo, y de hecho es, el campo de ensayo de la Doctrina del Shock, de las políticas del neoliberalismo más salvaje, de la negación de la memoria y la eliminación de los derechos democráticos más elementales que más tarde se han ido implantando globalmente.

Este aprendizaje y este ejercicio de reconocimiento viene siendo parte fundamental, directa e indirectamente, de mis últimos proyectos. Por un lado, vengo elaborando un trabajo de más largo recorrido: una película que analiza uno de los casos más interesantes de las recientes utopías tecnológicas, el intento de revolución cibernética llevado a cabo por Salvador Allende, llamado Synco o Cybersyn.

Y, por otro, la idea de vida resiliente, de laboratorio sublevado, en Ansible. Este trabajo se ha concretado en una instalación sonora y lumínica que recrea los ambientes y elementos que normalmente son usados para la producción de vida artificial, concretamente cultivos in vitro.

La instalación funciona conectando mediante Arduino el sistema lumínico (que habitualmente se mantiene con tubos de luz fluorescente encendidos de manera constante para simular la luz del día y posibilitar la fotosíntesis) con unas composiciones textuales y sonoras que efectivamente narran formas de vida resistentes, relatos sobre necropolítica, críticas a los procesos extractivistas o recuperación de mitos o relatos desde una perspectiva feminista. La coordinación de canciones (interpretadas por voice-overs autómatas) y luz da lugar a una suerte de laboratorio parlante, vaciado del contenido ordenador de la naturaleza, que sin embargo alberga retazos minerales; un recordatorio de la Tierra como un organismo vivo. Estos restos geológicos son placas de obsidiana, un vidrio volcánico que resulta de erupciones y que, ancestralmente en muchas culturas amerindias, ha tenido carácter de conector de mundos. Los espejos de obsidiana servían en rituales para adivinar el futuro. Aquí se presentan también pulidos, devolviendo nuestro reflejo con el grabado, a modo de fósil, de una especie vegetal ya desaparecida para siempre. Un recordatorio de la posibilidad de un mundo en el que la extinción (de nuestra especie) empieza a ser algo más que una posibilidad.

Convocas profecías del fin del mundo a la vez que rescatas utopías forjadas en el pasado sobre un futuro que ya pasó (lo que Jameson llamó arqueologías del futuro). De tu mano recorremos la edad dorada de la ciencia-ficción al tiempo que escuchamos predicciones de expertos sobre posibles finales de la especie humana (bioterrorismo, catástrofes climáticas…), y nos preguntamos dónde termina la ciencia y donde empieza la ficción. ¿Tiene algún sentido buscar el límite entre ambos o es en el espacio fronterizo desde donde se pueden vislumbrar mundos alternativos?

Las formas dominantes del capital y de los Estados han venido presentando, bajo formas cientificistas, fenómenos sociales y naturales como cosas sujetas a la manipulación. Realidades que se han usado para justificar imposiciones territoriales, imperialismos, estrategias de dominio, etc. Como consecuencia se ha producido una separación y atomización de los conocimientos y del lenguaje que además ocultan otros paradigmas culturales críticos o divergentes.

Este pensamiento hegemónico moderno ha derivado en una categoría social que el autor Boaventura de Sousa Santos define como abismal y es un sistema de distinciones en el cual la dicotomía regulación/emancipación sólo se ve aplicada a las sociedades metropolitanas y nunca a las colonias, de manera que es en esa lógica extractivista donde se resume la relación apropiación/violencia de los territorios y los cuerpos.

Este proceso extractivista de sobreexplotación es consecuencia de la industrialización impulsada desde el paradigma ilustrado en la que nacen los “humanismos”. Y en ese nacimiento del “hombre” nacerá también la no humanidad de las cosas, las plantas, los animales…, cortando así el tejido continuo entre cultura y naturaleza (Latour).

En las últimas décadas, a esta situación se une un cambio ineludible en nuestra relación con la Tierra. Una conexión que se produce desde un sentido catastrófico y, debido a esa inminencia y magnitud del peligro, esta distinción naturaleza/cultura se encuentra también en crisis, junto con la noción de aquello que consideramos vida, y las habilidades y herramientas que empleamos para reconocerla. Ello nos han obligado a ponernos en cuestión como medida de ordenación y dominio.

Paralelamente, la aceleración de la tecnología digital en nuestras vidas, afirmada en nuestro paisaje cotidiano con la misma consistencia que la realidad física, plantea el debate sobre los costes extractivos que implica la fabricación de esta tecnología y la comprensión del efecto que produce en nuestras conciencias la partición de la vida en dos realidades.

En medio de estas preguntas, el “pensamiento del futuro” se ha probado agotado. Las diferentes formas de proyección utópica han evidenciado los fallos sistemáticos del momento en que fueron formuladas y las metodologías empleadas, tanto de los tiempos míticos-religiosos como de las prospecciones cientificistas, se presentan como meros preámbulos.

La ciencia ficción es una buena herramienta para acercarnos a estas cuestiones y a otras concepciones del futuro que, como otros relatos no occidentales, no lo contemplan como algo lineal, progresivo y homogéneo; realidad que por otro lado coincide con la fragmentación espacio temporal que vivimos en los mundos virtuales.

Por otro lado, socialmente los nuevos procesos de impulso utópico de ninguna manera serán realizados desde lo individual, por lo que la separación disciplinaria carece de sentido. Como señala Eduardo Viveiros de Castro, el momento actual exige una descolonización permanente del pensamiento hegemónico.

Hablando de utopías, has mencionado que estás trabajando en la preparación de un ensayo audiovisual sobre Cybersyn, el proyecto pionero de sinergia cibernética que Allende trató de implantar durante su gobierno: una red de comunicaciones por todo el país que permitiera transmitir información a tiempo real, descentralizar el poder e incluso permitir a los chilenos dar su opinión desde sus casas (mediante medidores informáticos conectados a la central de operaciones). ¿Habría sido una utopía realizable si el golpe de Estado de Pinochet no hubiera frustrado su aplicación?

Resulta muy difícil predecir algo así. No creo que desde los centros hegemónicos reguladores del conocimiento y la producción de tecnologías, que se encontraban también en los primeros prototipos de lo que hoy conocemos como internet, hubieran permitido la evolución de un proyecto con parecidos propósitos pero con tan distinta intención política.

En cualquier caso, mi acercamiento parte de una fascinación crítica. El equipo de políticos e ingenieros de Cybersyn desafió los límites de lo que se consideraba posible y desarrolló soluciones alternativas a las que estaban explorando países más desarrollados. Se trata de un episodio absolutamente necesario para entender otras realidades en la relación entre tecnología y política.

Conociendo tus intereses, intuyo varios elementos que debieron fascinarte de Cybersyn: comprobar cómo una misma tecnología puede emplearse para empoderar al pueblo (como pretendía el socialismo de Allende), o bien devenir pura fuerza vigilante y totalitaria; y, por otro lado, el aspecto futurista de aquella sala de operaciones. Imagino que ha debido llamarte la atención esa confluencia interdisciplinar (informáticos, ingenieros, diseñadores, biólogos…) para dar cuerpo a aquel proyecto emancipador. ¿Cómo ha ido fraguando todo eso en tu trabajo? ¿Has viajado a Chile para recabar información de primera mano?

Pensar cómo en pleno proceso de instaurar el gobierno socialista democrático, el presidente Allende (como político, pero también como médico), junto con el cibernético Stafford Beer, trabajan en la utopía de una sociedad neuronal, conectada en red sin una jerarquía de vigilancia y control, y más teniendo en cuenta hacia dónde evoluciona el uso generalizado de la tecnología, puede considerarse el trabajo de unos visionarios.

Más aun si sabemos que apenas contaban con recursos. Chile era un país sumido en una crisis económica grave y no se podía invertir en equipos nuevos, sólo aprovechar lo que ya existía: una red de télex abandonada en una bodega y un único ordenador IBM. Cierto que me interesa cómo se puso en marcha un equipo interdisciplinar de expertos y también la decisión de generar un escenario futurista desde el que gobernar y tomar decisiones sobre el país.

Sin embargo, me centro más en investigar cómo las utopías de la modernidad, incluso las más revolucionarias, al ser revisadas, evidencian los condicionantes del contexto en el que se forjaron. En el caso de Cybersyn, las características que se atribuían a los ocupantes de la sala de operaciones revelan suposiciones acerca de quién tendría el poder dentro de la revolución chilena, quiénes serían los tecnócratas y quién adoptaría el papel del “trabajador”.

Para trabajar sobre esta historia llevo viajando periódicamente a Chile desde finales de 2012. La información que se puede recabar es en su mayor parte testimonial, ya que después del golpe de Estado los militares destruyeron brutalmente todo lo hecho hasta el momento.

 
De arriba abajo, las imágenes corresponden a los siguientes trabajos de Regina de Miguel: [1] Ansible (vista de la exposición, 2015); [2] The Last Term that Touches the Sight (2010); [3 y 4] Voices of Vanishing Worlds (2013), y [5] Nouvelle Science Vague Fiction (2011).
Los vídeos son: El conocimiento nunca viene solo/Knowledge never comes aloneNouvelle Science Vague Fiction.