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El hombre que hablaba con los tanques

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La pegatina dice “Precaución: tanquista al volante”. Uno de mis vecinos la tiene pegada en la luna trasera de su coche. Un in-joke que lo identifica –lo entendí más tarde– como jugador de World of Tanks, uno de los videojuegos online más populares en todo el entorno post-soviético. Quedan ya pocos días para el 9 de mayo. En ese día se celebra en Rusia y en las antiguas repúblicas soviéticas el fin de la Segunda Guerra Mundial en Europa (aquí llamada Gran Guerra Patria) y en Moscú reaparecen símbolos como la cinta de San Jorge o la estrella roja. Las imágenes de tanques también están presentes, sobre todo del modelo T-34, el blindado que llevó al Ejército Rojo a la victoria. “No teníamos nada comparable”, anotó en sus memorias el general de la Wehrmacht Friedrich von Mellenthin.

En muchos lugares de Europa oriental el T-34 se ha convertido en un monumento a sí mismo, al ser elevado sobre un pedestal en recuerdo a la liberación del fascismo. Pero también del aplastamiento de la insurrección húngara de 1956 o de la primavera de Praga de 1968. En 2006, durante las protestas en Budapest contra el gobierno de Ferenc Gyurcsány, un manifestante logró poner en marcha uno de los que se encontraba en el memorial a la insurrección de 1956 y utilizarlo para cargar contra la policía antidisturbios (el tanque se quedó sin combustible después de recorrer 100 metros y no hubo heridos).

“Debo confesar, y confieso, que aquel ente mítico pero real, aquella fiera de plomo y acero (discúlpenme los estilistas del idioma por la vulgaridad de la metáfora, y los ingenieros armamentísticos por el presumible error metalúrgico) siempre fue objeto de mis amores”, escribía Pablo Sorozábal en un todavía hoy polémico artículo para el diario Egin. El texto se titulaba Elogio sentimental del tanque ruso y, escrito en 1989, iba claramente a contrapelo de la historia. El tanque ruso, para este autor, se convirtió en un “símbolo de la victoriosa revolución socialista decidida no sólo a terminar de una vez por todas con la barbarie capitalista en los territorios del antiguo imperio zarista, sino a frenar y contener dicha barbarie en el resto del mundo”.

Han pasado más de 25 años desde que se publicó aquel texto, y el tanque ruso es hoy eso y más, porque su blindaje se ha reforzado con nuevas capas de significado. Si en Underground (Emir Kusturica, 1998) el tanque en el que se refugian los personajes del sótano simboliza la unidad de los pueblos de Yugoslavia frente a una agresión externa –los componentes de aquel tanque M-84 se fabricaban por cierto en diferentes repúblicas, lo que incrementaba su simbolismo para el espectador de los Balcanes–, en la Rusia post-soviética el tanque se presenta en muchas ocasiones como el equivalente industrial del jinete del Imperio mongol o los buques de la armada del zar Pedro I: el vehículo que llevó a Rusia, al frente de la Unión Soviética, a la mayor expansión geográfica del sistema que entonces abanderaba.

El “tanque ruso” ha sido protagonista en numerosas películas, desde En la guerra como en la guerra (Viktor Tregubovich, 1969) hasta la co-producción internacional Liberación (Yuri Ozerov, 1970-1971), pasando por Tripulación de la máquina de guerra (Vitali Vasilevsky, 1983) o la serie de televisión Cuatro tanquistas y un perro (Czterej pancerni i pies, 1966-1970), de producción polaca pero que goza de un estatus de culto en todo el antiguo bloque socialista. Se le han dedicado también varias canciones; por citar unas cuantas: La marcha de los tanquistas soviéticos (1938) y Los tres tanquistas (1939) –ambas de Boris Laskin con música de los hermanos Pokrass–, La canción del tanquista (1942) –una versión de Luba, bratsy, luba, una canción tradicional de los cosacos del sur de Rusia– o Gracias, T-34, del grupo de folk-rock Liubé. El T-34 cuenta incluso con su propio museo en el municipio de Shólojovo, al norte de Moscú.

Una de las últimas películas dedicadas al T-34, y quizá una de las más interesantes, es El tigre blanco (2012), de Karén Shajnazárov. Filmada con largos y elaborados planos-secuencia, El tigre blanco está basada en el relato de Iliá Boyashov El tanquista y explica la historia de un tanquista soviético (Alekséi Vertkov) que sobrevive al ataque de un tanque alemán, un modelo desconocido para el Ejército Rojo cuya potencia de fuego y resistencia no tienen equivalente y que es capaz de desaparecer sin dejar rastro antes de que el adversario se reorganice y lance una contraofensiva. Recuperado de sus heridas –quemaduras en más del 90% del cuerpo que hubieran causado la muerte a cualquier otro–, el tanquista es incapaz de recordar su nombre, lugar de nacimiento o familia, por lo que los médicos deciden llamarlo Iván Naydenov (“Encontrado”).

Debido a su encuentro con el tanque alemán, al que los generales soviéticos deciden llamar “tigre blanco” por su capa de pintura poco habitual, Naydenov comienza a presentar un comportamiento extraño, asegurando que es capaz de “hablar” con los tanques o que un “dios tanquista” le protege desde el cielo. A pesar del escepticismo inicial, el Ejército Rojo asigna la misión de dar caza al “tigre blanco” al coronel Fedótov (Vitali Kishchenko), quien forma una tripulación con los mejores soldados para un T-34/85 (una versión reforzada del T-34) con Naydenov como comandante. Según éste, el “tigre blanco” debe su fortaleza a su condición de “tanque muerto”, cuya tripulación “carece de vida y de sentimientos”. Después de varios encuentros con él, tras una última batalla –aunque sería mejor hablar de duelo– en la que Naydenov consigue acorralar al “tigre blanco” en una aldea abandonada, el cañón de su T-34/85 queda inutilizado, permitiendo al tanque alemán, herido, huir y volver a desaparecer. En Berlín, ya firmada la capitulación incondicional de la Alemania nazi, Naydenov advierte a Fedotov que no habiendo acabado con él, el “tigre blanco” reaparecerá de entre las brumas en veinte, cincuenta o cien años.

El 14 de abril de 2014 el tabloide alemán Bild iniciaba una campaña de firmas para retirar los T-34 del memorial soviético en Tiergarten, cerca de la Puerta de Brandeburgo, donde están enterrados unos 2.000 soldados de los miles que murieron durante la batalla de Berlín. La iniciativa, según sus promotores, era una protesta por el papel de Rusia en la entonces reciente crisis en Ucrania. Según el editor de su edición de Berlín, Peter Huth, los tanques rusos son un símbolo de “amenaza” y los alemanes de orden “no queremos tener miedo de otros países”. El “tigre blanco” ha vuelto.

 

 

Fotograma de la película El tigre blanco (2012), de Karén Shajnazárov.
Gracias, T 34, del grupo folk-rock ruso Liubé.