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El gran tema judío
Carlos Pardo, Isaac Rosa y la literatura política
Cuatro meses perdidos de mi vida / en una misma noche / chapoteando en la saliva / del fondo del megáfono
Y comenzó mi decadencia. Me pidieron / que escribiera un libro sobre la revolución /
pero ya no servía / era definitivamente partidario / de la autoridad
(Carlos Pardo, Los allanadores)
Dice Arguiñano en un anuncio de TV que la buena digestión es la que no se nota. ¿Podría decirse lo mismo de la literatura política? Algo similar vino a expresar Isaac Rosa en la presentación de Los allanadores (Pre-textos), el nuevo libro de poemas de Carlos Pardo, celebrada en un acogedor rincón de la Librería Alberti el pasado 1 de diciembre. Si tenemos en cuenta que Rosa ha llegado a publicar reescrituras críticas de sus propias novelas, no es de extrañar que se incluyera a sí mismo dentro del grupo que ha fallado en realizar una literatura de crisis válida, mientras que alababa las novelas de su compañero de mesa por haber conseguido plasmar mejor nuestro ambiente social. Algo así se dijo en la charla entre ambos, tras la que Pardo leyó “Mis problemas con el judaísmo”, un largo poema donde se relatan las experiencias íntimas de un personaje durante el 15M. Como los demás asistentes, quedé atrapado por su lectura, tanto que decidí comprarme el libro para leerlo con mayor atención y escribir sobre él. Escribo aquí, por tanto, para intentar resolver el misterio de la fibra política de Carlos Pardo, el por qué de su ligereza, su alto contenido nutricional, y placentera excreción.
Rosa apuntó también que, con frecuencia, los comentadores de poesía tratan de demostrar que su inteligencia está a la altura del poemario que presentan, incluso por encima. Me veo capaz de evitar ese mal pues Carlos Pardo me da bastante miedo desde un punto de vista intelectual, es decir, que no me atrevería a explicarle a él mismo cómo es su poesía. Cuando le leo siento que abre sus caminos cerrando puertas. Corrige una vez y otra los rumbos fallidos de nuestro pensamiento, introduciendo correcciones muy precisas que nos salvan de la colisión, pero a la vez nos roban el consuelo de haber llegado a alguna parte. La acción de esa conciencia crítica tan fina acechando y lacerando nuestras creencias, puede hacernos sentir un poco tontos, y quizás víctima de esa sensación, Rosa sugirió que Pardo casi había terminado su poesía sobre el 15M como un reaccionario. En sus páginas el poeta agredía al 15M con un veneno letal para el activismo popular: el desencanto.
Claro, cuando los escritores políticos se plantean sus novelas de tesis, necesitan sentir que estas llamarán a la movilización. Para un activista, lo único que puede salvar la actividad literaria de quedarse en mero entretenimiento burgués es que empuje a los lectores a la acción social. Pardo, en cambio, testimonia la causa de su desmovilización de un modo muy digestivo para el lector, pues justifica con gran inteligencia nuestro individualismo desencantado, actitud de imparable popularidad en nuestras democracias fallidas.
Yo también participé en el 15M, y cuando Pardo leyó su poema me sentí algo deprimido. Su personaje llega a las asambleas y los grupos y trata de darles lo mejor que tiene: esa capacidad para matizar rumbos, detectar trampas en las convenciones, y enseñar a la gente, en definitiva, que el demonio está en los detalles. Pero entonces se desvela lo triste: el enemigo que le hará fracasar no será el Conservadurismo ni el Capital, sino la pobreza de pensamiento, y la incapacidad para razonar bien.
Me deprimí porque cada vez que miro una encuesta de intención de voto, después de todo lo que ha llovido, también pienso que el mal de nuestra sociedad no es nuestro conservadurismo, sino nuestra estupidez. La misma estupidez que expulsó al personaje del 15M. Pero ¿cómo decir esto último sin que suene elitista y pedante? Pues cómo lo dice Carlos Pardo: sin decirlo. Gracias a esa sutileza, y dado que la mayoría de la gente estamos convencidos de que todos los demás son imbéciles, se entiende que de nuevo el lector se sienta a gusto con sus conclusiones. La experiencia vital expresada en este poema confirma el prejuicio con que un sector mayoritario de la clase intelectual española despreció el movimiento sin conocerlo. Y a quienes pese a todo nos quedamos en las plazas, física o simbólicamente, como Isaac Rosa y yo, claro, nos hace sentir mal.
Pero el mayor crimen contra el activismo que comete el poema no es el desencanto, pues para desilusionarse antes hay que haberse ilusionado, y eso ya entraña cierta politización, siempre celebrada por los escritores reivindicativos. Lo más grave, en realidad, es que Pardo se deja distraer de la política pragmática por pensamientos librescos y asuntos íntimos, que acaban por invadirlo todo y expulsar el 15M de su vida, reduciéndolo a un mero eco: un armónico.
Novelas políticas como las de Isaac Rosa tienden a hacer funcionar sus elementos para hacer cierta esa tesis que dicta que “todo es política”. Toda la realidad, vienen a decirnos, puede ser narrada desde los esquemas del pensamiento político, de modo más o menos explícito. Y así la novela se convierte en un mecanismo que utiliza sus artificios para reafirmar la naturaleza política del mundo, para denunciarla con la insistencia necesaria como para que el lector concluya: “coño, si todo es política. ¡Tengo que politizarme!”.
Pero si algo reafirma el poema de Pardo es que otras sensibilidades, otras situaciones de vida, escapan a las convenciones políticas del presente. Conforme avanza el poema lo político se va captando como algo cada vez más libresco y menos apegado a la acción material, pues el personaje pasa de organizarse en la plaza a quedarse en casa elucubrando sobre teorías judías del siglo XVI que rompen con la legibilidad del texto, pues uno se siente incapaz de relacionarlas con lo anterior, reforzándose así la sensación de que Pardo ha comenzado (o vuelto) a comportarse como un egoísta. Nunca un texto había evocado para mí con tanta precisión lo que yo he sentido cada vez que me he distanciado de la política. Efectivamente, solo hay que abrir las exclusas con que contuviste tu intimidad para consagrarte a la causa, y entonces tu vida entra como un torrente que margina la política al lodo del fondo sobre el que sí, se asientan tus aguas, pero y qué.
Y me agobié porque tenía que documentarme / si quería volver a debatir / con mis compañeros de asamblea,
y prefería / leer a Bellow y a Naipaul, / dos reaccionarios, y ahí llegó
el gran tema judío
Fotos: José Amengual
El gran tema judío
Cuatro meses perdidos de mi vida / en una misma noche / chapoteando en la saliva / del fondo del megáfono
Y comenzó mi decadencia. Me pidieron / que escribiera un libro sobre la revolución /
pero ya no servía / era definitivamente partidario / de la autoridad
(Carlos Pardo, Los allanadores)
Dice Arguiñano en un anuncio de TV que la buena digestión es la que no se nota. ¿Podría decirse lo mismo de la literatura política? Algo similar vino a expresar Isaac Rosa en la presentación de Los allanadores (Pre-textos), el nuevo libro de poemas de Carlos Pardo, celebrada en un acogedor rincón de la Librería Alberti el pasado 1 de diciembre. Si tenemos en cuenta que Rosa ha llegado a publicar reescrituras críticas de sus propias novelas, no es de extrañar que se incluyera a sí mismo dentro del grupo que ha fallado en realizar una literatura de crisis válida, mientras que alababa las novelas de su compañero de mesa por haber conseguido plasmar mejor nuestro ambiente social. Algo así se dijo en la charla entre ambos, tras la que Pardo leyó “Mis problemas con el judaísmo”, un largo poema donde se relatan las experiencias íntimas de un personaje durante el 15M. Como los demás asistentes, quedé atrapado por su lectura, tanto que decidí comprarme el libro para leerlo con mayor atención y escribir sobre él. Escribo aquí, por tanto, para intentar resolver el misterio de la fibra política de Carlos Pardo, el por qué de su ligereza, su alto contenido nutricional, y placentera excreción.
Rosa apuntó también que, con frecuencia, los comentadores de poesía tratan de demostrar que su inteligencia está a la altura del poemario que presentan, incluso por encima. Me veo capaz de evitar ese mal pues Carlos Pardo me da bastante miedo desde un punto de vista intelectual, es decir, que no me atrevería a explicarle a él mismo cómo es su poesía. Cuando le leo siento que abre sus caminos cerrando puertas. Corrige una vez y otra los rumbos fallidos de nuestro pensamiento, introduciendo correcciones muy precisas que nos salvan de la colisión, pero a la vez nos roban el consuelo de haber llegado a alguna parte. La acción de esa conciencia crítica tan fina acechando y lacerando nuestras creencias, puede hacernos sentir un poco tontos, y quizás víctima de esa sensación, Rosa sugirió que Pardo casi había terminado su poesía sobre el 15M como un reaccionario. En sus páginas el poeta agredía al 15M con un veneno letal para el activismo popular: el desencanto.
Claro, cuando los escritores políticos se plantean sus novelas de tesis, necesitan sentir que estas llamarán a la movilización. Para un activista, lo único que puede salvar la actividad literaria de quedarse en mero entretenimiento burgués es que empuje a los lectores a la acción social. Pardo, en cambio, testimonia la causa de su desmovilización de un modo muy digestivo para el lector, pues justifica con gran inteligencia nuestro individualismo desencantado, actitud de imparable popularidad en nuestras democracias fallidas.
Yo también participé en el 15M, y cuando Pardo leyó su poema me sentí algo deprimido. Su personaje llega a las asambleas y los grupos y trata de darles lo mejor que tiene: esa capacidad para matizar rumbos, detectar trampas en las convenciones, y enseñar a la gente, en definitiva, que el demonio está en los detalles. Pero entonces se desvela lo triste: el enemigo que le hará fracasar no será el Conservadurismo ni el Capital, sino la pobreza de pensamiento, y la incapacidad para razonar bien.
Me deprimí porque cada vez que miro una encuesta de intención de voto, después de todo lo que ha llovido, también pienso que el mal de nuestra sociedad no es nuestro conservadurismo, sino nuestra estupidez. La misma estupidez que expulsó al personaje del 15M. Pero ¿cómo decir esto último sin que suene elitista y pedante? Pues cómo lo dice Carlos Pardo: sin decirlo. Gracias a esa sutileza, y dado que la mayoría de la gente estamos convencidos de que todos los demás son imbéciles, se entiende que de nuevo el lector se sienta a gusto con sus conclusiones. La experiencia vital expresada en este poema confirma el prejuicio con que un sector mayoritario de la clase intelectual española despreció el movimiento sin conocerlo. Y a quienes pese a todo nos quedamos en las plazas, física o simbólicamente, como Isaac Rosa y yo, claro, nos hace sentir mal.
Pero el mayor crimen contra el activismo que comete el poema no es el desencanto, pues para desilusionarse antes hay que haberse ilusionado, y eso ya entraña cierta politización, siempre celebrada por los escritores reivindicativos. Lo más grave, en realidad, es que Pardo se deja distraer de la política pragmática por pensamientos librescos y asuntos íntimos, que acaban por invadirlo todo y expulsar el 15M de su vida, reduciéndolo a un mero eco: un armónico.
Novelas políticas como las de Isaac Rosa tienden a hacer funcionar sus elementos para hacer cierta esa tesis que dicta que “todo es política”. Toda la realidad, vienen a decirnos, puede ser narrada desde los esquemas del pensamiento político, de modo más o menos explícito. Y así la novela se convierte en un mecanismo que utiliza sus artificios para reafirmar la naturaleza política del mundo, para denunciarla con la insistencia necesaria como para que el lector concluya: “coño, si todo es política. ¡Tengo que politizarme!”.
Pero si algo reafirma el poema de Pardo es que otras sensibilidades, otras situaciones de vida, escapan a las convenciones políticas del presente. Conforme avanza el poema lo político se va captando como algo cada vez más libresco y menos apegado a la acción material, pues el personaje pasa de organizarse en la plaza a quedarse en casa elucubrando sobre teorías judías del siglo XVI que rompen con la legibilidad del texto, pues uno se siente incapaz de relacionarlas con lo anterior, reforzándose así la sensación de que Pardo ha comenzado (o vuelto) a comportarse como un egoísta. Nunca un texto había evocado para mí con tanta precisión lo que yo he sentido cada vez que me he distanciado de la política. Efectivamente, solo hay que abrir las exclusas con que contuviste tu intimidad para consagrarte a la causa, y entonces tu vida entra como un torrente que margina la política al lodo del fondo sobre el que sí, se asientan tus aguas, pero y qué.
Y me agobié porque tenía que documentarme / si quería volver a debatir / con mis compañeros de asamblea,
y prefería / leer a Bellow y a Naipaul, / dos reaccionarios, y ahí llegó
el gran tema judío
Fotos: José Amengual