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El estómago de los escritores
(después de la digestión)
Hay una relación directa entre lo que se ingiere y lo que se escribe. Entre lo que se piensa y lo que entra en el cuerpo en forma de alimento, bebida, medicamento, humo y otras sustancias, volátiles o no. El creador y director de propuestas escénicas Marc Caellas y el periodista y escritor Jordi Nopca querían saber con qué tragan y no tragan los jóvenes escritores españoles, cómo mastican un concepto, cómo digieren una idea. En el reciente Kosmpolis hicieron subir a seis de ellos al mirador del CCCB y allí sucedió esto:
«Hace varios años yo cenaba con unos amigos en un pequeño restaurante (entrada, plato del día, queso o postre); en otra mesa cenaba un filósofo que ya gozaba de una justa reputación; cenaba solo, leyendo un texto mecanografiado que seguramente era una tesis. Leía entre un plato y otro, y a menudo entre un bocado y otro, y mis amigos y yo nos preguntábamos cuál sería el efecto de esa doble actividad, cómo se mezclaban ambas, qué sabor tenían las palabras y qué sentido tenía el queso: un bocado, un concepto, un bocado, un concepto… ¿Cómo se masticaba un concepto, cómo se tragaba, cómo se digería? ¿Y cómo dar cuenta del efecto de ese doble alimento, cómo describirlo, cómo menstruarlo?»
Georges Perec
Hace unos días entraba al supermercado (morro frito, vino); en mi cabeza revoloteaba lo que me había contado Unai Velasco la noche anterior; los siete ataques epilépticos que había sufrido le habían pillado leyendo. Sí, de acuerdo, decía el joven poeta, me paso gran parte del tiempo frente a libros, pero incluso así, sin ser paranoico, me inquieta esa conexión de la lectura con la epilepsia. ¿Podrías llevar las cajas de los medicamentos que tomas vacías?, le pedí. Me gustaría tener una montaña de cajas de Depakine Chrono 500 mg en la mesa que usaremos en esta suerte de eucaristía literaria que oficiaremos en Kosmopolis. Me parece importante hacer entender al público que todas estas pastillas que tomas influyen en tu creación poética. Al igual que la Cetirizina que toma María Folguera para combatir una urticaria inesperada condiciona indefectiblemente su escritura.
Finalmente una sola caja llegó al mirador del CCCB, esa sala en las alturas desde donde los guiris parecen no existir. Quedó medio desdibujada entre tanto morro frito. Y es que, a pesar de que la idea era hablar del alimento espiritual del poeta Velasco y la dramaturga Folguera, la liturgia terminó con la comunión. No hubo ostias consagradas. María le sirvió un vaso de aguardiente a San Lázaro antes de ofrecer a los fieles yemas de Santa Teresa, como si fuera una prelada de la iglesia anglicana, la única del ámbito cristiano que admite mujeres en su sacerdocio. Mientras tanto Unai resistía la tentación de comerse él sólo toda la bandeja, como ha hecho algunas veces en la intimidad, y compartía con los asistentes el cuerpo de cerdo.
«Los humanos somos los únicos animales que afirman que los alimentos no sólo son “buenos para comer”, es decir, sabrosos, sanos y nutritivos, sino también, en palabras de Claude Lévi-Strauss, “buenos para pensar”, ya que, entre las muchas cosas que comemos, también ingerimos ideas.»
Michael Pollan
Los humanos somos los únicos animales que comemos por placer, además de por necesidad. Ese disfrute del acto de ingerir alimentos puede ser de muchos tipos. Con Jordi Nopca, cómplice en el diseño y ejecución de estas sesiones estomacales, decidimos empezar el viernes con un fragmento de La grande bouffe, la película de Marco Ferreri que explica el plan de cuatro amigos que deciden juntarse para comer hasta morir. La escena en que Michel Piccoli suelta unos cuantos pedos mientras a su lado sus compinches siguen comiendo pastel daba paso a la primera intervención de Borja Bagunyà, quien, aun sin terminarse su segundo donut consecutivo, empezaba a perorar sobre las razones por las que la literatura catalana tolera tan poco el exceso. Lector afilado de Coover o Vollmann (ambos invitados de Kosmopolis) y del tan añorado David Foster Wallace, Borja aseguró que hace todo lo posible por escapar del minimalismo “carveriano” que ha marcado la pauta en una serie de cuentistas catalanes surgidos bajo la estela de Quim Monzó, escritor que, dicho de paso, apuesta por las comidas fuertes y abomina toda la espuma y demás sucedáneos de los seguidores de Ferran Adrià.
Sentada a su lado en el sofá dispuesto para la ocasión, la escritora Bel Olid untaba nocilla en rebanadas de pan bimbo. No fue hasta mucho más tarde que entendimos por qué. Bel encontró la relación entre comida, literatura y discurso político en uno de los vídeos de la artista sevillana Alicia Murillo titulado Cómeme el coño con pan bimbo. La pegadiza melodía sonó en la sala mientras Jordi Nopca repartía rebanadas entre la divertida concurrencia. Olid también nos trajo un arnés con un falo de plástico incorporado, del que dijo que no hacía falta explicar su uso, y una taza de té que cambiaba de color al verter en ella el agua caliente. Fueron pequeños gestos performáticos que nos ayudaron a conocer algo más a una autora que asegura que en sus cuentos parece que habla de sexo, pero que en realidad el tema es la violencia.
«Alimento de la nada y la eternidad, los hombres están destinados a ingerir y ser ingeridos. Metáfora alimentaria, la muerte no es más que una de las muchas versiones de la oralidad. Los psicoanalistas tendrían mucho para decir sobre las polarizaciones gastronómicas: fijación en un estadio, goce bucal, sustituto cultural y socialmente aceptado del destete, sublimación característica de lo efímero. Los psiquiatras podrían analizar la anorexia y la bulimia para descubrir en ella el anverso y el reverso de una misma obsesión que no alcanza a comprender el mundo. Harían perentoriamente la diferenciación entre lo normal y lo patológico, las desviaciones de la boca, sus usos buenos y malos. Los economistas hablarían — junto con los historiadores— de la geografía poética de los condimentos, los trayectos de los azúcares y los caviares, la epopeya de la sal. De paso, elaborarían con todo ello una teoría. Del control de los esfínteres al billete de banco, del papel moneda al marisco precioso. Peripecias mitológicas. Necesitaríamos un Lewis Carroll o un Luciano de Samosata. Los sociólogos hablarían —con Bourdieu— de las preferencias plebeyas (pesado-salado-grasoso) y las elecciones burguesas. Los gastrónomos hablarían de los aromas, los colores y los sabores, la sensación y el carácter fundente, blando. Pero los teólogos hablarían de uno de los siete pecados capitales.»
Michel Onfray
Para la tercera sesión colocamos a nuestros invitados en divanes, de espaldas a Jordi Nopca, quien ejerció de imperturbable y, a ratos puntilloso, psicoanalista, ante las confesiones de sus pacientes, los cantautores Maria Rodés y Nico Roig. Lo primero que vimos es un vídeo creado por Nico para su proyecto Os meus shorts. Una música bucólica, unas imágenes de vacas pastando y algunos datos curiosos servían de abrebocas a una sesión muy láctea. Como se encargó de recordar el psicoanalista literario Nopca, Sigmund Freud decía que la leche, teniendo en cuenta que es el primer alimento que ingerimos, es una fuente de alegría y bienestar. Aseguraba Freud que da “valor emotivo al niño”, quien cree que “el placer de tomar la leche llega a confundirse con el placer de ser, de existir”. No fue sobre la leche sino sobre los quesos que Roig escribió un poema, que decidió regalar a su amigo el poeta Josep Pedrals, quien de improvisto salió de entre el público y, más que recitarlo, lo actuó, lo hizo pasar por todo su cuerpo, provocando hilarantes risas en el mirador. Después de eso Nico empezó a untar diversas variedades de queso francés en las tostaditas que le compramos, sólo para hacerlo feliz. Sólo dejó de comer para agarrar la guitarra y cantar La iaia, seguramente su letra más conseguida.
A su lado Rodés parecía dormirse en su diván, pero en realidad soñaba despierta. La Rodés escribe canciones inspiradas en sus sueños e incluso sueña por encargo del tema que le pidas. Así nos contó un bizarro sueño que involucraba comida antes de confesar que, de tanto en tanto, se apropiaba de versos de Pessoa para sus letras. También Pere Calders fue inspiración para Hora en punt, el tema con el cerramos tres noches que nos dejaron con hambre y sed.
El estómago de los escritores
Hay una relación directa entre lo que se ingiere y lo que se escribe. Entre lo que se piensa y lo que entra en el cuerpo en forma de alimento, bebida, medicamento, humo y otras sustancias, volátiles o no. El creador y director de propuestas escénicas Marc Caellas y el periodista y escritor Jordi Nopca querían saber con qué tragan y no tragan los jóvenes escritores españoles, cómo mastican un concepto, cómo digieren una idea. En el reciente Kosmpolis hicieron subir a seis de ellos al mirador del CCCB y allí sucedió esto:
«Hace varios años yo cenaba con unos amigos en un pequeño restaurante (entrada, plato del día, queso o postre); en otra mesa cenaba un filósofo que ya gozaba de una justa reputación; cenaba solo, leyendo un texto mecanografiado que seguramente era una tesis. Leía entre un plato y otro, y a menudo entre un bocado y otro, y mis amigos y yo nos preguntábamos cuál sería el efecto de esa doble actividad, cómo se mezclaban ambas, qué sabor tenían las palabras y qué sentido tenía el queso: un bocado, un concepto, un bocado, un concepto… ¿Cómo se masticaba un concepto, cómo se tragaba, cómo se digería? ¿Y cómo dar cuenta del efecto de ese doble alimento, cómo describirlo, cómo menstruarlo?»
Georges Perec
Hace unos días entraba al supermercado (morro frito, vino); en mi cabeza revoloteaba lo que me había contado Unai Velasco la noche anterior; los siete ataques epilépticos que había sufrido le habían pillado leyendo. Sí, de acuerdo, decía el joven poeta, me paso gran parte del tiempo frente a libros, pero incluso así, sin ser paranoico, me inquieta esa conexión de la lectura con la epilepsia. ¿Podrías llevar las cajas de los medicamentos que tomas vacías?, le pedí. Me gustaría tener una montaña de cajas de Depakine Chrono 500 mg en la mesa que usaremos en esta suerte de eucaristía literaria que oficiaremos en Kosmopolis. Me parece importante hacer entender al público que todas estas pastillas que tomas influyen en tu creación poética. Al igual que la Cetirizina que toma María Folguera para combatir una urticaria inesperada condiciona indefectiblemente su escritura.
Finalmente una sola caja llegó al mirador del CCCB, esa sala en las alturas desde donde los guiris parecen no existir. Quedó medio desdibujada entre tanto morro frito. Y es que, a pesar de que la idea era hablar del alimento espiritual del poeta Velasco y la dramaturga Folguera, la liturgia terminó con la comunión. No hubo ostias consagradas. María le sirvió un vaso de aguardiente a San Lázaro antes de ofrecer a los fieles yemas de Santa Teresa, como si fuera una prelada de la iglesia anglicana, la única del ámbito cristiano que admite mujeres en su sacerdocio. Mientras tanto Unai resistía la tentación de comerse él sólo toda la bandeja, como ha hecho algunas veces en la intimidad, y compartía con los asistentes el cuerpo de cerdo.
«Los humanos somos los únicos animales que afirman que los alimentos no sólo son “buenos para comer”, es decir, sabrosos, sanos y nutritivos, sino también, en palabras de Claude Lévi-Strauss, “buenos para pensar”, ya que, entre las muchas cosas que comemos, también ingerimos ideas.»
Michael Pollan
Los humanos somos los únicos animales que comemos por placer, además de por necesidad. Ese disfrute del acto de ingerir alimentos puede ser de muchos tipos. Con Jordi Nopca, cómplice en el diseño y ejecución de estas sesiones estomacales, decidimos empezar el viernes con un fragmento de La grande bouffe, la película de Marco Ferreri que explica el plan de cuatro amigos que deciden juntarse para comer hasta morir. La escena en que Michel Piccoli suelta unos cuantos pedos mientras a su lado sus compinches siguen comiendo pastel daba paso a la primera intervención de Borja Bagunyà, quien, aun sin terminarse su segundo donut consecutivo, empezaba a perorar sobre las razones por las que la literatura catalana tolera tan poco el exceso. Lector afilado de Coover o Vollmann (ambos invitados de Kosmopolis) y del tan añorado David Foster Wallace, Borja aseguró que hace todo lo posible por escapar del minimalismo “carveriano” que ha marcado la pauta en una serie de cuentistas catalanes surgidos bajo la estela de Quim Monzó, escritor que, dicho de paso, apuesta por las comidas fuertes y abomina toda la espuma y demás sucedáneos de los seguidores de Ferran Adrià.
Sentada a su lado en el sofá dispuesto para la ocasión, la escritora Bel Olid untaba nocilla en rebanadas de pan bimbo. No fue hasta mucho más tarde que entendimos por qué. Bel encontró la relación entre comida, literatura y discurso político en uno de los vídeos de la artista sevillana Alicia Murillo titulado Cómeme el coño con pan bimbo. La pegadiza melodía sonó en la sala mientras Jordi Nopca repartía rebanadas entre la divertida concurrencia. Olid también nos trajo un arnés con un falo de plástico incorporado, del que dijo que no hacía falta explicar su uso, y una taza de té que cambiaba de color al verter en ella el agua caliente. Fueron pequeños gestos performáticos que nos ayudaron a conocer algo más a una autora que asegura que en sus cuentos parece que habla de sexo, pero que en realidad el tema es la violencia.
«Alimento de la nada y la eternidad, los hombres están destinados a ingerir y ser ingeridos. Metáfora alimentaria, la muerte no es más que una de las muchas versiones de la oralidad. Los psicoanalistas tendrían mucho para decir sobre las polarizaciones gastronómicas: fijación en un estadio, goce bucal, sustituto cultural y socialmente aceptado del destete, sublimación característica de lo efímero. Los psiquiatras podrían analizar la anorexia y la bulimia para descubrir en ella el anverso y el reverso de una misma obsesión que no alcanza a comprender el mundo. Harían perentoriamente la diferenciación entre lo normal y lo patológico, las desviaciones de la boca, sus usos buenos y malos. Los economistas hablarían — junto con los historiadores— de la geografía poética de los condimentos, los trayectos de los azúcares y los caviares, la epopeya de la sal. De paso, elaborarían con todo ello una teoría. Del control de los esfínteres al billete de banco, del papel moneda al marisco precioso. Peripecias mitológicas. Necesitaríamos un Lewis Carroll o un Luciano de Samosata. Los sociólogos hablarían —con Bourdieu— de las preferencias plebeyas (pesado-salado-grasoso) y las elecciones burguesas. Los gastrónomos hablarían de los aromas, los colores y los sabores, la sensación y el carácter fundente, blando. Pero los teólogos hablarían de uno de los siete pecados capitales.»
Michel Onfray
Para la tercera sesión colocamos a nuestros invitados en divanes, de espaldas a Jordi Nopca, quien ejerció de imperturbable y, a ratos puntilloso, psicoanalista, ante las confesiones de sus pacientes, los cantautores Maria Rodés y Nico Roig. Lo primero que vimos es un vídeo creado por Nico para su proyecto Os meus shorts. Una música bucólica, unas imágenes de vacas pastando y algunos datos curiosos servían de abrebocas a una sesión muy láctea. Como se encargó de recordar el psicoanalista literario Nopca, Sigmund Freud decía que la leche, teniendo en cuenta que es el primer alimento que ingerimos, es una fuente de alegría y bienestar. Aseguraba Freud que da “valor emotivo al niño”, quien cree que “el placer de tomar la leche llega a confundirse con el placer de ser, de existir”. No fue sobre la leche sino sobre los quesos que Roig escribió un poema, que decidió regalar a su amigo el poeta Josep Pedrals, quien de improvisto salió de entre el público y, más que recitarlo, lo actuó, lo hizo pasar por todo su cuerpo, provocando hilarantes risas en el mirador. Después de eso Nico empezó a untar diversas variedades de queso francés en las tostaditas que le compramos, sólo para hacerlo feliz. Sólo dejó de comer para agarrar la guitarra y cantar La iaia, seguramente su letra más conseguida.
A su lado Rodés parecía dormirse en su diván, pero en realidad soñaba despierta. La Rodés escribe canciones inspiradas en sus sueños e incluso sueña por encargo del tema que le pidas. Así nos contó un bizarro sueño que involucraba comida antes de confesar que, de tanto en tanto, se apropiaba de versos de Pessoa para sus letras. También Pere Calders fue inspiración para Hora en punt, el tema con el cerramos tres noches que nos dejaron con hambre y sed.