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El chiquero del otro

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La bailarina de Jeff Koons nos hace la reverencia al pasar hacia la entrada del MALBA en Buenos Aires. La exposición “En nuestra pequeña región de por acá”, de Voluspa Jarpa, está abierta al público, gratuita. No es menor el dato. La exposición contiene en sus entrañas los archivos desclasificados de la CIA sobre catorce países de América. Incluido el material que sirvió en el juicio por el Plan Cóndor, la orquestación programática de un sistema formal de persecución y exterminio elaborado por los estados dictatoriales de Argentina, Brasil, Chile, Bolivia, Paraguay y Uruguay.

Temer y Vigilar
El contexto es importante. No sólo el político de nuestra región de por acá. Sino el institucional. Y el de género, corporal, identitario, literario, territorial, racial. El Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires está en el barrio donde vive el presidente Macri. Al otro día de la asunción pidió que cerraran las calles alrededor porque necesitaba dormir la siesta. Literatura sudamericana o no, la cuestión es que hace un par de meses la misma avenida del siestero era cerrada para que desfilaran las fuerzas armadas, incluyendo “carapintadas” (militares que realizaron alzamientos en 1987 y 1990 contra gobiernos democráticos para impedir la continuidad de los juicios por el terrorismo de estado en Argentina) y genocidas buscados de la última dictadura militar. El primer golpe de Estado sudamericano de la era neoliberal ha ocurrido hace algunos días en Brasil. Un golpe misógino, lesbófobo y racista.

El chiquero es esa imagen que refiere a la mezcla entre barro, sangre, mierda, comida y entrañas, todo pisoteado, todo ruidoso y oloriento. No pensemos en los cerdos. Difícilmente esta imagen refiera a su animalidad ya en nuestros imaginarios urbanos y transhumanos. No he visto, creo, el supuestamente chiquero del cerdo, pero sí nos revolcamos en el gran chiquero necro heredado: blindaje moral, viaje a las estrellas o el orden patriarcal por otros medios. El eterno retorno a la filosofía del cuerpo blanco. Las nuevas versiones del afectivismo relacional que todo lo universalizan. La banalización de los discursos de la diferencia y la interseccionalidad. La coaptación del discurso psicoanalítico para el sostén del individuo en la tensión del mercado. La infravaloración del cuerpo biopolítico, la sensación y la intransferibilidad de la experiencia. La denegación radical de todo proceso de construcción temporal prospectivo. La criminalización del sufrimiento y el dolor. La naturalización del empobrecimiento de sectores cada vez más amplios de la sociedad. La herencia universalizante de la idea de autonomía, que implica la negación sistemática de los diferentes formas de construcción social colectiva, redes de sostén o solidaridad, que siempre por supuesto están marcadas por la CRSG (clase/Capacidad/raza/sexo/género); y por supuesto que su invisibilización sirve para el sostén de las élites culturales, que miran en los muros de Facebook extasiadas y deprimidas a la vez, su propia construcción de una hegemonía sin efectos de transformación política más allá de los cambios del mercado cultural neoliberal. Ahí estamos.

Y las resistencias…

Al estilo de por acá con Voluspa nos damos el gusto de unas tres horas de conversación interrumpida sólo una vez por un turista español que quiere llegar a los bosques de Palermo. Esta escritura es entonces a dos voces.

Duen: ¿Y en este espacio en que aparece ahora el archivo, esta institución que es el museo de arte contemporáneo, digamos estos lugares que son máquinas de ficción, qué lugar ocupa un archivo como el de la CIA con respecto a la verdad de archivo?

Voluspa: Bueno, pienso que el hecho de que muchas partes de las páginas estén borradas es algo muy importante. En esta borradura incluso algunas páginas enteras están selladas a negro. Creo que esto lo hace una especie de antiarchivo, porque la borradura presenta un tipo de documento que se pone en cuestión a sí mismo. La tachadura lo pone en cuestión. Una de las tensiones que produce el archivo es entre la imagen del documento y la información que ese documento porta. Muy distinto es que, por ejemplo, yo cuente documentalmente lo que leí y establezca un hipótesis sobre eso, a que se lea un documento. La acción de ver un documento pasa por la recepción visual.

Entro a la sala, y comienzo a leer traduciendo en voz alta un informe elaborado por la CIA sobre la situación en Argentina en 1976, en donde se cuentan los beneficios del golpe militar y cómo apoyarán de diferentes maneras a las fuerzas dictatoriales.  De fondo se escucha la voz de Voluspa intentando aprender el inglés. El maestro le enseña, en las Translation Lessons, las formas gramaticales de la lengua Disney a la artista chilena. Lo hace con los documentos desclasificados de la CIA para hablar la lengua del amo. La voz repite los datos insistentemente, intentando aprehender la estructura de ese decir, que dice ininterrumpidamente cómo se debe decir.

Tras una cortina pesada, casi como si fuera un cuarto oscuro montado en una escuela para la votación, está el cuerpo documental que registra los asesinatos de los 47 líderes políticos de nuestra región de por acá, que nos miran desde el bronce litográfico. 47 retratos de hombres semihéroes, semimártires: “carne de bronce para la historia”. 47 Hombres éticos, me dirá más tarde Voluspa, cuando ya he apagado el grabador del teléfono porque estamos hablando cosas “privadas”, me dice ella y me hace sonreír: “mis hipótesis privadas sobre la exposición". Que incluyen la idea de una vergüenza colonial machista, por ejemplo no lograr hacer una revolución quizás imposible. ¿Por qué es más ético para la historia política de la revolución chilena suicidarse que haber sido asesinado?, se pregunta. O el otro lado de la vergüenza y de los hombres políticos: nunca poder llegar a ser suficientemente el hombre blanco voraz. Encarnar siempre el político de la república de las bananas. Con todo el peso colonial racista de la metáfora, ser el que gobierna la plantación esclavista del Imperio. Y ahí la saña que parte de una vergüenza quizás ancestral y que, coincidimos en pensar, se codifica racista y misóginamente: la violación colonial.

La morgue
En grandes letras el nombre de Voluspa Jarpa comparte vidrio con el de Yoko Ono. El mismo cruce se reproduce sobre nuestras cabezas al entrar a la exposición; al mirar hacia arriba por entre los huecos de aires que dejan las reproducciones de los documentos desclasificados de la CIA, se entrelee el final de una de las tantas frases de activación de la exposición de Ono: “...paz”. La convivencia es exquisita. Los múltiples cauces metamórficos de la historia de la colonialidad, de las resistencias feministas, de las luchas políticas sudamericanas, del arte contemporáneo, de la necropolítica, del concepto y lo concreto se encuentran ahí en una literalidad que nos apela: “En nuestra región de por acá” / “Dream Come True”.

Cuando nos encontramos con Voluspa, la presentación incluye el relato de la imagen de su niño recostado durmiendo en medio de los archivos desclasificados de la CIA. No es metáfora, el archivo incluye el sueño de un niño pequeño. Las políticas de los cuidados se materializan en las entrañas del poder documental subjetivante hegemónico de la vigilancia.

Casi como dormir en lo real. Pienso.

D.: Cuando entré tuve la sensación de entrar a una sala de evidencias entre morgue y quirófano…

V.: Sí, fue pensada efectivamente así.

D.: No dejo de pensar en el peso de las carpetas que contienen los documentos, incluso los colores: rojo, negro, gris metal. Las imágenes del auto estallado de Letelier, busco en la carpeta que dice Argentina, busco 1974, que es mi año… Vos sos del 71, ¿por qué crees que tenemos esta obsesión generacional de archivo?

V.: Creo que  trabajamos con archivos por la carencia de archivo y por la sospecha de que las narrativas que recibimos son confusas, extrañas o tienen unas omisiones importantes, también creo que es un efecto del colonialismo. Creo que es un mal de archivo, en el sentido del malestar. Por otra parte, nuestras generaciones tienen que hacerse con un relato de archivo: ya no nos tocan las narrativas utópicas que constituían todo un relato. Y por último, si en el archivo hay relatos de conflicto, está ahí, el conflicto aparece.

D.: ¿Cuál es la relación entre la clara referencia crítica al minimalismo, esta especie de asepsia objetual del sentido, y la materialidad prolífera de las carpetas con los documentos cotidianos y locuaces de los escribas-miradores de la CIA?

V.: A nuestra generación le toca heredar varias cosas respecto a la memoria. Una es el conflicto ideológico, que supuestamente hay posiciones ideológicas que se confrontan, y pensar desde la realidad de una nueva generación de qué va ese conflicto, cuando en realidad en nuestros países, por lo menos en el mío, las posiciones de izquierda y de derecha a esta altura son casi lo mismo, y la sospecha de que en realidad cierto tipo de discusión humanista no está en la ideología, por ejemplo. Por otro lado, nos toca heredar otro tipo de discurso de la memoria desde el testimonio. Creo que es muy importante el testimonio, pero el relato histórico no puede basarse puramente sobre el testimonio. El testimonio es cómo está activada una subjetividad con respecto a un contexto histórico. Es una subjetividad. Por supuesto con esto no quiero decir que sea inválida, al contrario, pero es una subjetividad. Lo que tiene el documento de archivo es que presenta también su escala imposible, porque leerse todos los documentos de esta exposición al venir es imposible. Resitúa esa subjetividad con respecto a un marco histórico, que la desborda sin duda. Como es la historia en sí misma. Creo que en el documento de archivo, y más aún el documento de la Guerra Fría, la subjetividad y el cuerpo como expresión de la subjetividad no están presentes, están transformados en datos. Están transformados en operación de inteligencia, están transformados tal vez en un nombre. Pero no hay cuerpo. Por eso, “la sala morgue”, como le decimos informalmente, sitúa de alguna manera como ese fantasma de esos cuerpos que no están, porque no están los testimonios, no están las víctimas de una manera literal, masiva, todo el volumen de víctimas por ejemplo. Es la sala, ese espacio, la que de alguna manera le da la atmósfera de que en esos documentos finalmente también hay cuerpos omitidos, cuando estás viendo el documento.

D.: Pienso que la imagen de ese cuerpo particular de las dictaduras sudamericanas, el cuerpo biopolítico desaparecido es un cuerpo documental siempre…

V.: El cuerpo se hace presente en los trazos de un funeral. Esa pieza que tanto me gusta. El cuerpo es un cuerpo social que está en duelo. Que va al funeral de sus líderes asesinados. Las voces que se escuchan de los dirigentes quedan. Se escuchan las diferentes emociones, los tonos.

Lo real

Hoy salí de ahí con mucha emoción -escribí en mi cuadernito de notas que alguna vez quiso ser una agenda-, los archivos están puestos en carpetas para poder acceder a ellos, son de toda Sudamérica, había un hombre mayor reclinado tomando notas sobre esos mismos archivos en el museo. La emoción es compleja y contradictoria. Sabemos ya que todas las instituciones son ahora esa cosa informe que llamamos mercado y en el cual tod*s intentamos surfear.

Más tarde, en el Centro Cultural Matta de la Embajada de Chile en Argentina, en la clase abierta “Plan Cóndor: Después del fallo”, Voluspa Jarpa, Francisco Cox, Luz Palmás Zaldua y Cecilia González nos hacen una cartografía de la región en tres niveles: crítica al minimalismo, o la explicitación de que un concepto artístico puede ser una máquina de guerra; los procesos de narcotización de las formas de gestión política de los cuerpos para el capital (los 43 normalistas); y Zaldua, que desde 2014 coordina el Equipo de Memoria, Verdad y Justicia del Centro de Estudios Legales y Sociales, nos explica que por primera vez el Poder Judicial de un país dio por probado que el Plan Cóndor fue una asociación ilícita para desaparecer personas, más allá de las fronteras.

En el informe del Centro de Estudios Legales y Sociales sobre el veredicto se lee: “En el marco del Plan Cóndor, la coordinación represiva atravesó diferentes fases:
En la primera, se creó una base centralizada de información sobre los movimientos guerrilleros, partidos y grupos de izquierda, sindicalistas, religiosos, políticos liberales y supuestos enemigos de los gobiernos autoritarios involucrados en el plan.
En la segunda, se identificó y atacó a los considerados “enemigos” políticos a nivel regional.
En la tercera y última, se realizaron operativos fuera de la región para encontrar y eliminar personas que se hallaban en otros países de América y de Europa.
La documentación desclasificada disponible muestra que varias agencias del gobierno de Estados Unidos tuvieron un temprano conocimiento de los alcances de la coordinación represiva y no hicieron demasiados esfuerzos para detenerla hasta que pasó a la tercera fase, que resultó la más problemática porque ya no se podían mantener bajo sigilo las operaciones”.

Voluspa me escribe: “¿Viste ayer cómo desde el derecho se definían percepciones y narrativas del real? A mí eso me preocupa o más bien ocupa mucho”.

D.: Es efectivamente así lo que decís sobre las narrativas del real. Fue muy fuerte la charla. Escuchar todo. No dejaba de pensar que estábamos a unos pasos del museo. Que las fronteras necesitaban ser desdibujadas para poder sentarnos a hablar-escuchar esto que nos convocaba. Medio en suelo chileno, medio en suelo argentino. Medio en lenguaje poético, un poco periodístico, un poco en la memoria legal un poco en la narración testimonial.

V.: Y claro, el real está fuera del lenguaje, así debe ser, como nuestro esfuerzo debe ser poder nombrarlo. Por eso y tal vez para eso, los artistas inventamos lenguaje.

De vuelta en la exposición, en un pasillito con una muy corta distancia entre las dos paredes que lo contienen. Aparecen los fusilados del arma documental de la CIA. Contra la pared como si fuera el fuego de la metralla los nombres y los cargos, la forma bélica de los proyectores que apuntan a la pared escupe tenue las imágenes de los necroretratos: Neruda, Galán, Angelelli, Goulart, Arbenz, Allende, Torrijos...

Brillar y orbitar
Nos reímos juntas de las fantasías eugenésicas de Argentina y Chile, nos reímos de que nos ponemos la camiseta para hablar, por un concepto que nos excede y nos expulsa: nuestro país. Hablamos de las ficciones coloniales de la fundación de los Estados del sur. El origen extraterrestre de Argentina: “ Venimos de las naves” (los barcos), y el de Chile, que parece ser bíblico, quizás la escena de la anunciación: “La mezcla se hizo”, y luego descansaron los domingos. Entre las hipótesis privadas de la exposición, está la que hace referencia a que la memoria relacionada a la materialidad es propia del hacer de las mujeres, dice Voluspa, de ahí la búsqueda de los restos de desaparecid*s en todo el continente por las madres, abuelas. Evocamos Nostalgia de la luz, película de Patricio Guzmán que cuenta cómo las madres de desaparecid*s chilenas buscan en la arena del desierto de Atacama rastros de sus familiares, polvo de estrellas. Voluspa evoca también el límite. ¿Qué pasa cuando se trata de poblaciones (interseccionales con lo originario, las mujeres, el género, el narcopoder/proletariado, etc…) donde la masacre ha cortado los lazos entre el testimonio y la demanda de justicia?

Durante el proceso judicial sobre el Plan Cóndor fallecieron y quedaron fuera varios imputados. El derecho a la verdad significa que en los crímenes contra la humanidad la sociedad tiene el derecho inalienable a conocer la verdad de los hechos. En este sentido es obligación de los Estados investigar y dar a conocer los hechos aunque no se pueda condenar a uno de sus responsables. La pregunta que sobrevuela constante es: ¿Y los responsables de las operaciones de inteligencia del país norteamericano? Pareciera que la justicia universal tiene un techo de estrellas pintadas.
 

Allí, en nuestra región de por acá, está todo expuesto en el museo: arriba, por la escalera mecánica dice “Imagina que las personas cercanas a ti son planetas. A veces es lindo simplemente mirarlos orbitar y brillar”, escaleras abajo, el chiquero del otro.

Fotografías de Duen Sacchi.