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El artista pop como héroe del pueblo
Notas sobre Pulp, Jarvis Cocker y una película sobre la vida, la muerte y los supermercados
¿Quién puede decir que no ha tratado alguna vez de ordenar su vida en una narrativa? Jarvis Cocker lo intentó hace ya algunos años, concluyendo por el principio, al cerrar en diciembre de 2012 la gira de reunión de Pulp en su ciudad de origen, Sheffield. Como no hay narrativa sin archivo —y viceversa—, Cocker llevó consigo al director Florian Habicht para que rodase el que debía ser el último concierto de la banda. El resultado podemos verlo ahora en el documental Pulp: A Film About Life, Death & Supermarkets, estrenado en 2014 y que hasta hace poco se seguía proyectando en algunos países.
Habicht construye su relato invirtiendo la convención del documental sobre un concierto, centrando su interés precisamente en todo aquello que sucedió fuera y alrededor de éste, idea que es fundamental para entender aquello que nos quiere decir sobre Pulp como fenómeno pop. Lo que merece la pena contar es qué pasó esa noche y los días que la precedieron en las vidas de aquellos que asistieron al concierto. Este enfoque hace a Habicht poblar sus imágenes de los habitantes, permanentes y ocasionales, de Sheffield, logrando en el proceso que el título de la película resulte transparente.
Porque el documental no sólo nos habla de la vida y la muerte —comercial— de Pulp, sino que al situar esas dos cuestiones filosóficas junto al espacio común del supermercado, nos recuerda que las grandes cuestiones existenciales no sólo están en la mente de los músicos pop, sino también en la vida cotidiana de aquellos que visitan un supermercado, por ejemplo en Sheffield. Habicht se esfuerza por presentar a la gente de Sheffield no sólo como fans de Pulp, sino también como grandes pensadores de esa vida cotidiana tantas veces comentada por Cocker en sus canciones. La filosofía está entre la gente común, parece decirnos cuando entrevista a una mujer mayor que fuma frente al supermercado y que confiesa que Pulp le gustan porque son una banda que hace pensar con sus letras, dando a continuación buenas muestras de que ella es también muy capaz de hacerlo no desde el escenario o el disco, sino desde el banco en que está sentada, desde la calle.
Sin embargo, la verdadera reflexión sobre lo popular en la película está en el modo en que nos presenta en todo momento la música de Pulp como una auténtica forma de folk urbano. Si en su último disco, We Love Life (2001), la banda jugó con los sonidos y las imágenes de la música folk británica, parece ahora que quisieran hacerlo con la dimensión conceptual y, sobre todo, social de esa tradición musical, pero actualizándola en el mundo urbano del norte de Inglaterra. Sus canciones son cantadas, bailadas y vividas, haciendo suyas sus historias, por toda la gente de la ciudad que hizo posible que esas canciones existiesen.
Habicht nos presenta a un joven músico de la ciudad contando cómo una canción de Pulp lo ayudó a rehacerse después de un violento fracaso en una visita a Londres, o a una bibliotecaria que lee como si fuese un poema la letra de “Help the Aged”, antes de explicar cómo la canción le hizo aceptar su propio proceso de envejecimiento. Las canciones de Pulp son interpretadas por un grupo coral e incluso cantadas colectivamente en un snack bar con el único acompañamiento de una guitarra acústica, en una escenificación que, por serlo, hace aún más transparente que la intención del documental es presentarnos las letras de Cocker como una experiencia vivida por sus oyentes. Canciones que son incluso bailadas por un grupo de preadolescentes, que a continuación reflexionan frente a la cámara con gran sentido común sobre la leyenda de aquellos que se marcharon de la ciudad para ser famosos y los efectos indeseables que la fama puede traernos.
Esta escena nos muestra que Pulp son parte del folk urbano de Sheffield al menos en dos sentidos. Por sus canciones, que narran una experiencia de la vida en la ciudad que puede ser actualizada por todos sus ciudadanos de manera colectiva —como el propio Cocker recuerda al presentar “Common People”, esa historia que pese a desarrollarse en Londres nunca hubiera sido posible si su origen no hubiera estado en Sheffield—, pero también como verdaderos héroes folk de sus ciudadanos. Cocker, ausente de los espacios que una vez habitó, es ahora en ellos una leyenda, que algunos dicen haber conocido antes de que alcanzase ese estatuto mítico e incluso haber compartido amistad con él, cuando trabajó brevemente en ese supermercado en que la película centra su fábula sobre Pulp. Podemos pensar que esto responde a la relación privilegiada que la música pop tiene como cultura colectiva con la sociedad en Gran Bretaña, que hizo posible durante décadas instituciones como Top of the Pops y, sobre todo, una extensa red de prensa especializada dedicada a pensar en público los más mínimos detalles de su cultura pop. Pero como sabe cualquiera que viera a Jarvis Cocker, por ejemplo, encaramado en los balcones del Radio City Music Hall de Nueva York mientras cantaba “This Is Hardcore” en alguna de las dos noches en que Pulp lo llenaron meses antes de acabar su gira en Sheffield, todo este folklore, esta mitología de la gente común, no es sino un relato, una imagen que quiere hacernos entender a Pulp en su final desde su origen. Un intento de transformar mediante una narrativa al grupo de música pop en objeto de cultura popular en sí mismo.
Pero cómo Pulp —o tal vez sólo Cocker— quieren que los veamos y cómo nos gustaría verlos a nosotros no coinciden necesariamente. Pese a la eficacia de la película para organizar emociones en torno a esa idea de folk music, es evidente que la supuesta identidad folk de la banda no resiste una segunda lectura. Y tampoco es que lo oculten en otros momentos, dentro y fuera del documental. El propio Cocker señaló durante la presentación de la película en Los Ángeles que ésta satisfacía su deseo de saber más sobre el público que acude a sus conciertos. Lo que lo convertiría en una paradójica investigación etnográfica de su público, a la inversa de lo que suelen buscar esta clase de documentales. Como dice Steve Mackey, bajista de la banda, en un momento de la película cargado de autoironía, aunque Jarvis escriba sobre fregar los platos él no recuerda haberle visto nunca hacerlo. Es obvio que hace mucho tiempo que Cocker no es la misma persona cuya experiencia le inspiró “Common People”.
La lectura política de la banda a que nos lleva se aleja mucho de la que hiciera Owen Hatherley en Uncommon. An Essay on Pulp (Zero Books, 2011), que fue un sugerente análisis de la inscripción de la clase y el espacio urbano concreto de Sheffield en la música de la banda. Es significativo que la aparición de Hatherley en el documental sea, como han señalado algunos críticos, tan torpe. Entrevisto por primera vez tras la puerta de un aula de conferencias, en la que hay clavado un triste folio impreso en el que se lee el título de la charla sobre Pulp que Hatherley está dando en ese momento, reaparece una vez más para ser entrevistado sobre la representación del sexo en las canciones de la banda y no sobre la clase social. El análisis de clase de Hatherley, sin embargo, no sólo nos sirve para leer las letras de Pulp, sino que también los sitúa musicalmente como el último eslabón de una tradición de grupos pop de notable sofisticación literaria y musical, surgidos casi siempre del paso de miembros de la clase obrera por aquellas escuelas de arte, cuyo impacto en la música británica exploró el clásico ensayo de Simon Frith y Howard Horne Art into Pop, y cuya desaparición ha sido una de las críticas constantes de los analistas culturales contra el adelgazamiento del gasto público en la Gran Bretaña neoliberalizada ayer y neoconservadora hoy.
Para Hatherley los mayores triunfos expresivos de la banda se encuentran en esa línea, con un género de canciones panorámicas que van de “Sheffield: Sex City” a “This is Hardcore”, pasando por “I Spy” y “F.E.E.L.I.N.G.C.A.L.L.E.D.L.O.V.E.”, con “Common People” como justo medio entre éstas y sus canciones más pop, como “Mis-Shapes” o “Pencil Skirt”, que comparten con estos grandes frescos los temas de la clase social, el poder y el sexo. Pulp se muestran en ellas herederos de los usos cromáticos y texturales de los instrumentos clásicos del rock que David Stubbs o Simon Reynolds han identificado como paradigmáticos del post-punk británico, y que en sus momentos más sofisticados —pienso en Talk Talk— podían llevarnos a lugares similares a los que desde el jazz modal había alcanzado también Miles Davis. Yo prefiero imaginar a Pulp a través de esas canciones como parte de otro tipo de folk urbano moderno, aquel que sirvió a Kraftwerk para autodefinirse como “música folk industrial” y que tiene en el oscuro lirismo del Scott Walker de sus cuatro álbumes clásicos otro de sus pilares, sólo en apariencia paradójico: Walker parecía buscar en Iannis Xenakis y Edgar Varèse lo mismo que Pulp acabaron encontrando en el minimalismo americano. Como bien señala en el documental Steve Mackey, Pulp trató de acercarse al mundo del pop construyendo sus canciones con los procedimientos de la vanguardia musical. Minutos más tarde, hablando de This is Hardcore, dirá que con ese disco trataron de buscar una salida del mundo del pop, a lo que podríamos añadir que lo hicieron usando exactamente los mismos elementos que antes usaron para entrar en él. Pese a su fragilidad, ésta es una de las líneas más interesantes para pensar el pop europeo desde los años sesenta y probablemente a ella se refería recientemente el editor de The Quietus, Luke Turner, al considerar The Culture of Volume (2015), el segundo disco de East India Youth, como una obra resultado de una historia alternativa del pop contemporáneo.
Imaginar y explorar una historia alternativa puede ofrecernos cierto consuelo cuando hablamos de Pulp. Imaginemos, por ejemplo, otro pasado posible, en el que Pulp hubiesen sido los triunfadores de aquello que el nacionalismo cultural británico llamó britpop, adelantando por la izquierda a Blur y a Oasis e inaugurando una línea en el pop británico que rehuyese tanto la banalidad de unos como el rockismo de otros. Owen Hatherley propone otro pasado alternativo todavía mejor, en el que Pulp fueran el primer grupo de pop en firmar por Warp, sello de Sheffield con el que Jarvis Cocker tuvo una relación extensa en los primeros noventa como realizador de videos. Lo que hubiera situado sus discos no al lado de ese insustancial britpop, sino en la vanguardia pop electrónica, junto a un grupo como Broadcast, con el que comparten no pocos referentes musicales.
El hecho de que esos pasados y futuros alternativos sean tan atractivos en el caso de Pulp nos da una idea muy clara de que se trata de una banda que, incluso en sus momentos de triunfo, nunca supo alcanzar todo su potencial. El fan, o mejor, el fan de la banda no puede evitar reimaginar sus discos sustituyendo algunas de las canciones por las caras B de singles o por demos que, aunque no editadas en algunos casos hasta años después, estuvieron entre los caminos posibles que conducían a cada disco. En esas tracklists imaginarias “Live On” es el tercer glorioso single de His ’n’ Hers, “Seconds” sustituye a “Someone Like the Moon” y, tal vez, “His ’n’ Hers” a “Happy Endings”. Different Class se cerraría con “Ansaphone” y “Don’t Lose It”, no con “Monday Morning” y “Bar Italia”, mientras que “Something Changed” habría desaparecido en favor de “We Can Dance Again”. Pero sobre todo, This Is Hardcore alcanzaría su verdadera altura sólo cuando “Cocaine Socialism” sustituyera a “Glory Days” y “Seductive Barry” dejara su lugar a la más sugerente “It’s a Dirty World”. No podemos olvidar que, pese a todo, su intención vanguardista no siempre supo realizarse en las texturas concretas de sus canciones —este perpetuo no realizarse plenamente de la banda, que fue la mitad de su historia y probablemente el centro de la misma—, que acababan prefiriendo a la electrónica alemana el italo disco, y a los espacios cerrados de Scott Walker la luminosidad del glam. Y es que Pulp fue siempre un grupo más retrofuturista que moderno, porque, como ha argumentado Owen Hatherley, ésa debió ser la experiencia de crecer en Sheffield durante los años setenta.
Pulp: A Film About Life, Death & Supermarkets trata en definitiva de abarcar la vida de la banda en una narrativa habitable, tras los fracasos comerciales, la pérdida de dirección e incluso el necesario disco de regreso a la naturaleza que toda estrella pop de vuelta acaba haciendo tarde o temprano. No es éste el relato del gran grupo pop que vuelve a recorrer el mundo y a encabezar festivales multitudinarios, como de hecho sucedió en la gira de regreso cuyo final documenta la película, sino el de los héroes del pueblo de una ciudad del norte de Inglaterra, un norte que invierte la polaridad de la lectura de Gramsci sobre la cuestión meridional pero no sus términos básicos.
Como bien sugiere Owen Hatherley, muchos hubiéramos necesitado un disco más de Pulp. Un disco que fuese más allá de los recuerdos de Sheffield y avanzase en la línea política de mayor espectro que aparecía en “Cocaine Socialism”, el gran single perdido de This Is Hardcore, o en otro single —en este caso oculto, y no perdido, al final del primer disco en solitario de Cocker, Jarvis—, “Cunts Are Still Running the World". La reunificación de la banda en 2011, algunos años después de que Hatherley expresase ese deseo, nos ha dejado sin embargo como resultado duradero sólo este documental. En algún momento de él Cocker dice que sus canciones tuvieron que cambiar con los años, porque nunca se sintió capaz de robar en ellas el relato de quienes vivían en unas condiciones que ya no eran las suyas. Éste es el límite del cantante folk, algo que, después de todo, Jarvis Cocker fue durante unos años.
El artista pop como héroe del pueblo
¿Quién puede decir que no ha tratado alguna vez de ordenar su vida en una narrativa? Jarvis Cocker lo intentó hace ya algunos años, concluyendo por el principio, al cerrar en diciembre de 2012 la gira de reunión de Pulp en su ciudad de origen, Sheffield. Como no hay narrativa sin archivo —y viceversa—, Cocker llevó consigo al director Florian Habicht para que rodase el que debía ser el último concierto de la banda. El resultado podemos verlo ahora en el documental Pulp: A Film About Life, Death & Supermarkets, estrenado en 2014 y que hasta hace poco se seguía proyectando en algunos países.
Habicht construye su relato invirtiendo la convención del documental sobre un concierto, centrando su interés precisamente en todo aquello que sucedió fuera y alrededor de éste, idea que es fundamental para entender aquello que nos quiere decir sobre Pulp como fenómeno pop. Lo que merece la pena contar es qué pasó esa noche y los días que la precedieron en las vidas de aquellos que asistieron al concierto. Este enfoque hace a Habicht poblar sus imágenes de los habitantes, permanentes y ocasionales, de Sheffield, logrando en el proceso que el título de la película resulte transparente.
Porque el documental no sólo nos habla de la vida y la muerte —comercial— de Pulp, sino que al situar esas dos cuestiones filosóficas junto al espacio común del supermercado, nos recuerda que las grandes cuestiones existenciales no sólo están en la mente de los músicos pop, sino también en la vida cotidiana de aquellos que visitan un supermercado, por ejemplo en Sheffield. Habicht se esfuerza por presentar a la gente de Sheffield no sólo como fans de Pulp, sino también como grandes pensadores de esa vida cotidiana tantas veces comentada por Cocker en sus canciones. La filosofía está entre la gente común, parece decirnos cuando entrevista a una mujer mayor que fuma frente al supermercado y que confiesa que Pulp le gustan porque son una banda que hace pensar con sus letras, dando a continuación buenas muestras de que ella es también muy capaz de hacerlo no desde el escenario o el disco, sino desde el banco en que está sentada, desde la calle.
Sin embargo, la verdadera reflexión sobre lo popular en la película está en el modo en que nos presenta en todo momento la música de Pulp como una auténtica forma de folk urbano. Si en su último disco, We Love Life (2001), la banda jugó con los sonidos y las imágenes de la música folk británica, parece ahora que quisieran hacerlo con la dimensión conceptual y, sobre todo, social de esa tradición musical, pero actualizándola en el mundo urbano del norte de Inglaterra. Sus canciones son cantadas, bailadas y vividas, haciendo suyas sus historias, por toda la gente de la ciudad que hizo posible que esas canciones existiesen.
Habicht nos presenta a un joven músico de la ciudad contando cómo una canción de Pulp lo ayudó a rehacerse después de un violento fracaso en una visita a Londres, o a una bibliotecaria que lee como si fuese un poema la letra de “Help the Aged”, antes de explicar cómo la canción le hizo aceptar su propio proceso de envejecimiento. Las canciones de Pulp son interpretadas por un grupo coral e incluso cantadas colectivamente en un snack bar con el único acompañamiento de una guitarra acústica, en una escenificación que, por serlo, hace aún más transparente que la intención del documental es presentarnos las letras de Cocker como una experiencia vivida por sus oyentes. Canciones que son incluso bailadas por un grupo de preadolescentes, que a continuación reflexionan frente a la cámara con gran sentido común sobre la leyenda de aquellos que se marcharon de la ciudad para ser famosos y los efectos indeseables que la fama puede traernos.
Esta escena nos muestra que Pulp son parte del folk urbano de Sheffield al menos en dos sentidos. Por sus canciones, que narran una experiencia de la vida en la ciudad que puede ser actualizada por todos sus ciudadanos de manera colectiva —como el propio Cocker recuerda al presentar “Common People”, esa historia que pese a desarrollarse en Londres nunca hubiera sido posible si su origen no hubiera estado en Sheffield—, pero también como verdaderos héroes folk de sus ciudadanos. Cocker, ausente de los espacios que una vez habitó, es ahora en ellos una leyenda, que algunos dicen haber conocido antes de que alcanzase ese estatuto mítico e incluso haber compartido amistad con él, cuando trabajó brevemente en ese supermercado en que la película centra su fábula sobre Pulp. Podemos pensar que esto responde a la relación privilegiada que la música pop tiene como cultura colectiva con la sociedad en Gran Bretaña, que hizo posible durante décadas instituciones como Top of the Pops y, sobre todo, una extensa red de prensa especializada dedicada a pensar en público los más mínimos detalles de su cultura pop. Pero como sabe cualquiera que viera a Jarvis Cocker, por ejemplo, encaramado en los balcones del Radio City Music Hall de Nueva York mientras cantaba “This Is Hardcore” en alguna de las dos noches en que Pulp lo llenaron meses antes de acabar su gira en Sheffield, todo este folklore, esta mitología de la gente común, no es sino un relato, una imagen que quiere hacernos entender a Pulp en su final desde su origen. Un intento de transformar mediante una narrativa al grupo de música pop en objeto de cultura popular en sí mismo.
Pero cómo Pulp —o tal vez sólo Cocker— quieren que los veamos y cómo nos gustaría verlos a nosotros no coinciden necesariamente. Pese a la eficacia de la película para organizar emociones en torno a esa idea de folk music, es evidente que la supuesta identidad folk de la banda no resiste una segunda lectura. Y tampoco es que lo oculten en otros momentos, dentro y fuera del documental. El propio Cocker señaló durante la presentación de la película en Los Ángeles que ésta satisfacía su deseo de saber más sobre el público que acude a sus conciertos. Lo que lo convertiría en una paradójica investigación etnográfica de su público, a la inversa de lo que suelen buscar esta clase de documentales. Como dice Steve Mackey, bajista de la banda, en un momento de la película cargado de autoironía, aunque Jarvis escriba sobre fregar los platos él no recuerda haberle visto nunca hacerlo. Es obvio que hace mucho tiempo que Cocker no es la misma persona cuya experiencia le inspiró “Common People”.
La lectura política de la banda a que nos lleva se aleja mucho de la que hiciera Owen Hatherley en Uncommon. An Essay on Pulp (Zero Books, 2011), que fue un sugerente análisis de la inscripción de la clase y el espacio urbano concreto de Sheffield en la música de la banda. Es significativo que la aparición de Hatherley en el documental sea, como han señalado algunos críticos, tan torpe. Entrevisto por primera vez tras la puerta de un aula de conferencias, en la que hay clavado un triste folio impreso en el que se lee el título de la charla sobre Pulp que Hatherley está dando en ese momento, reaparece una vez más para ser entrevistado sobre la representación del sexo en las canciones de la banda y no sobre la clase social. El análisis de clase de Hatherley, sin embargo, no sólo nos sirve para leer las letras de Pulp, sino que también los sitúa musicalmente como el último eslabón de una tradición de grupos pop de notable sofisticación literaria y musical, surgidos casi siempre del paso de miembros de la clase obrera por aquellas escuelas de arte, cuyo impacto en la música británica exploró el clásico ensayo de Simon Frith y Howard Horne Art into Pop, y cuya desaparición ha sido una de las críticas constantes de los analistas culturales contra el adelgazamiento del gasto público en la Gran Bretaña neoliberalizada ayer y neoconservadora hoy.
Para Hatherley los mayores triunfos expresivos de la banda se encuentran en esa línea, con un género de canciones panorámicas que van de “Sheffield: Sex City” a “This is Hardcore”, pasando por “I Spy” y “F.E.E.L.I.N.G.C.A.L.L.E.D.L.O.V.E.”, con “Common People” como justo medio entre éstas y sus canciones más pop, como “Mis-Shapes” o “Pencil Skirt”, que comparten con estos grandes frescos los temas de la clase social, el poder y el sexo. Pulp se muestran en ellas herederos de los usos cromáticos y texturales de los instrumentos clásicos del rock que David Stubbs o Simon Reynolds han identificado como paradigmáticos del post-punk británico, y que en sus momentos más sofisticados —pienso en Talk Talk— podían llevarnos a lugares similares a los que desde el jazz modal había alcanzado también Miles Davis. Yo prefiero imaginar a Pulp a través de esas canciones como parte de otro tipo de folk urbano moderno, aquel que sirvió a Kraftwerk para autodefinirse como “música folk industrial” y que tiene en el oscuro lirismo del Scott Walker de sus cuatro álbumes clásicos otro de sus pilares, sólo en apariencia paradójico: Walker parecía buscar en Iannis Xenakis y Edgar Varèse lo mismo que Pulp acabaron encontrando en el minimalismo americano. Como bien señala en el documental Steve Mackey, Pulp trató de acercarse al mundo del pop construyendo sus canciones con los procedimientos de la vanguardia musical. Minutos más tarde, hablando de This is Hardcore, dirá que con ese disco trataron de buscar una salida del mundo del pop, a lo que podríamos añadir que lo hicieron usando exactamente los mismos elementos que antes usaron para entrar en él. Pese a su fragilidad, ésta es una de las líneas más interesantes para pensar el pop europeo desde los años sesenta y probablemente a ella se refería recientemente el editor de The Quietus, Luke Turner, al considerar The Culture of Volume (2015), el segundo disco de East India Youth, como una obra resultado de una historia alternativa del pop contemporáneo.
Imaginar y explorar una historia alternativa puede ofrecernos cierto consuelo cuando hablamos de Pulp. Imaginemos, por ejemplo, otro pasado posible, en el que Pulp hubiesen sido los triunfadores de aquello que el nacionalismo cultural británico llamó britpop, adelantando por la izquierda a Blur y a Oasis e inaugurando una línea en el pop británico que rehuyese tanto la banalidad de unos como el rockismo de otros. Owen Hatherley propone otro pasado alternativo todavía mejor, en el que Pulp fueran el primer grupo de pop en firmar por Warp, sello de Sheffield con el que Jarvis Cocker tuvo una relación extensa en los primeros noventa como realizador de videos. Lo que hubiera situado sus discos no al lado de ese insustancial britpop, sino en la vanguardia pop electrónica, junto a un grupo como Broadcast, con el que comparten no pocos referentes musicales.
El hecho de que esos pasados y futuros alternativos sean tan atractivos en el caso de Pulp nos da una idea muy clara de que se trata de una banda que, incluso en sus momentos de triunfo, nunca supo alcanzar todo su potencial. El fan, o mejor, el fan de la banda no puede evitar reimaginar sus discos sustituyendo algunas de las canciones por las caras B de singles o por demos que, aunque no editadas en algunos casos hasta años después, estuvieron entre los caminos posibles que conducían a cada disco. En esas tracklists imaginarias “Live On” es el tercer glorioso single de His ’n’ Hers, “Seconds” sustituye a “Someone Like the Moon” y, tal vez, “His ’n’ Hers” a “Happy Endings”. Different Class se cerraría con “Ansaphone” y “Don’t Lose It”, no con “Monday Morning” y “Bar Italia”, mientras que “Something Changed” habría desaparecido en favor de “We Can Dance Again”. Pero sobre todo, This Is Hardcore alcanzaría su verdadera altura sólo cuando “Cocaine Socialism” sustituyera a “Glory Days” y “Seductive Barry” dejara su lugar a la más sugerente “It’s a Dirty World”. No podemos olvidar que, pese a todo, su intención vanguardista no siempre supo realizarse en las texturas concretas de sus canciones —este perpetuo no realizarse plenamente de la banda, que fue la mitad de su historia y probablemente el centro de la misma—, que acababan prefiriendo a la electrónica alemana el italo disco, y a los espacios cerrados de Scott Walker la luminosidad del glam. Y es que Pulp fue siempre un grupo más retrofuturista que moderno, porque, como ha argumentado Owen Hatherley, ésa debió ser la experiencia de crecer en Sheffield durante los años setenta.
Pulp: A Film About Life, Death & Supermarkets trata en definitiva de abarcar la vida de la banda en una narrativa habitable, tras los fracasos comerciales, la pérdida de dirección e incluso el necesario disco de regreso a la naturaleza que toda estrella pop de vuelta acaba haciendo tarde o temprano. No es éste el relato del gran grupo pop que vuelve a recorrer el mundo y a encabezar festivales multitudinarios, como de hecho sucedió en la gira de regreso cuyo final documenta la película, sino el de los héroes del pueblo de una ciudad del norte de Inglaterra, un norte que invierte la polaridad de la lectura de Gramsci sobre la cuestión meridional pero no sus términos básicos.
Como bien sugiere Owen Hatherley, muchos hubiéramos necesitado un disco más de Pulp. Un disco que fuese más allá de los recuerdos de Sheffield y avanzase en la línea política de mayor espectro que aparecía en “Cocaine Socialism”, el gran single perdido de This Is Hardcore, o en otro single —en este caso oculto, y no perdido, al final del primer disco en solitario de Cocker, Jarvis—, “Cunts Are Still Running the World". La reunificación de la banda en 2011, algunos años después de que Hatherley expresase ese deseo, nos ha dejado sin embargo como resultado duradero sólo este documental. En algún momento de él Cocker dice que sus canciones tuvieron que cambiar con los años, porque nunca se sintió capaz de robar en ellas el relato de quienes vivían en unas condiciones que ya no eran las suyas. Éste es el límite del cantante folk, algo que, después de todo, Jarvis Cocker fue durante unos años.