Contenido
El artista en el alambre ético
Un ensayo general de la ‘no participación’
Una colección bastante amplia de cartas remitiendo la negativa de artistas a participar en algún evento artístico: en eso consiste esta exposición que hasta el día 3 de noviembre puede verse en el Espacio Trapézio de Madrid y que ha sido comisariado por la historiadora del arte neoyorquina Lauren van Haaften-Schick. Entre los artistas, Jo Baer, Marcel Broodthaers, Jean Toche, Helena Keeffe, Catherine Opie, Barbara Kruger, Olafur Olafsson, Danh Vō, o nuestros Isidro López Aparicio y Santiago Sierra con su famosa carta de renuncia al Premio Nacional de Artes Plásticas 2010.
Para empezar a hablar de esta extraña exposición, una obviedad: con tanto “no” a la vista, sería ciertamente demasiado sencillo desacreditar a esta exposición. Y es que para aquellos que aún sin merecerlo nos autodenominamos adornianos, la sentencia aquella de que “la crítica de la cultura es ideología en la medida en que es meramente crítica de la ideología” pesa como hormigón atado al cuello. Porque bajo este “eslogan” quedarían referidas todas las estrategias críticas que con el beneplácito de ir contracorriente no son más que modulaciones reaccionarias que, para una ideología tan omnisciente como poderosa, no suponen sino un suplemento en el ejercicio de su coacción administrada.
Así las cosas, el hacer de la negación un arma arrojadiza contra el sistema parecería a simple vista una maniobra de disimulo para tiempos en los que, a las claras, no hay salida y en los que todo ejercicio crítico ha quedado integrado plenamente dentro de nuestra industria cultural más conservadora. ¿Decir no?, ¿a estas alturas? Insistimos: para una ideología como ésta en la que estamos sumidos y que disimula su sesgo hegemónico hasta el punto de hacerlo pasar como antagónico, la negativa quedaría emplazada en una retórica de la resistencia totalmente depotenciada y huérfana de resortes disruptivos.
Pero, decimos, aunque podríamos concluir aquí nuestra perorata, lo cierto es que esta exposición va de otra cosa. No va de arte sino de artistas; parecería que es lo mismo y, aunque efectivamente comparten una misma zona de confluencia, sin duda que son cosas que mantienen su jerarquía. Si, como hemos señalado, la exposición quedaría reducida a cero en el caso de que su propósito fuese mediar en las relaciones arte/realidad (y por tanto realidad/ficción) y modular así un ejercicio de crítica sistémica, es sin embargo en lo acertado de ver los ejercicios de resistencia del artista no directamente sobre la realidad sino sobre el arte donde está el acierto.
Me explico: las cartas de los artistas que aquí se muestran —y que comparten la decisión de un no participar en tal o cual evento cultural— no disparan contra la totalidad del sistema, sino contra la parafernalia del propio arte en su connivencia con ese sistema que bebe los vientos por convertirse en capitalismo cultural. Si fusionar en un mismo horizonte interpretativo capital y arte es el sueño —ya hecho realidad— de una ideología que conseguiría hacerse así con el poder de todas las prácticas simbólicas, estas cartas tienen escrita una dirección postal bien clara —la del propio arte— y un contenido también meridiano —preguntar al arte por los motivos para semejante traición—.
Desde este punto de vista, las susodichas cartas plasman su rúbrica apelando al propio arte: ¿qué estás haciendo con nosotros?, ¿es para esto para lo que nos necesitas?, parecen preguntar, con melancolía y tristeza, los artistas al propio arte. Es así como, creemos, la exposición acierta en sus metas: incoar dentro de esta pluralidad de noes una sola pregunta, dirigida en primer lugar al arte y sólo después a la sociedad, y que remite a la situación actual del artista.
Porque desde ser expulsados de la República de Platón hasta, en la actualidad, servir de recadero para los propios deseos de conquista del capital, el estatus del artista tiene un recorrido bastante interesante y que siempre, de una u otra manera, remite a su rango de agente doble. Ya sea un experto simulacionista en un mundo devenido ya simulacro en cuanto que copia —según la fábula platónica— o bien un creador de mercancías en un mundo devenido ya Gran Mercado Global, el artista siempre se mueve en una ambivalencia que, actualmente y dado el sesgo político del arte, le hace merecedor del calificativo de crítico francotirador del sistema-mundo.
Es precisamente esta capacidad crítica del artista lo que estas cartas ponen encima de la mesa, pidiendo explicaciones no ya al mundo —cosa que, repetimos, sería de una inocencia casi delatora de la propia incapacidad del artista— sino al arte. Porque el arte no es sino un dispositivo de máximo control, un procedimiento por el cual esas mercancías que el artista crea y que parecen revertir en puro exceso inútil, en fútil sentido innecesario, son purgadas de su vis paradójica, disensual y disyuntiva, haciéndolas reingresar así por la amplia avenida de la genialidad en pura y dura mercancía. Es decir, el arte, al mismo tiempo que permite ese ejercicio de francotirador al que nos hemos referido, levanta las condiciones para que ese disparo nunca dé de lleno en el blanco.
Pero, ahora bien, si este matrimonio de conveniencia del arte con la industria del capital no es en modo alguno algo que recriminar al arte, sino que es la más alta posibilidad de llevar a cabo la misión que le es propia —la de mostrar la poca inocencia y candor que hay en el juego del capital, aparte de que el artista una vez hecho su trabajo (inmaterial, abstracto y simbólico) también come—, ¿a qué tanto ruido y tanto rasgarse las vestiduras si, todos lo sabemos, a veces se gana y a veces se pierde?, ¿no están, los artistas, jugando a esa estrategia del agente doble que consiste en callarse cuando conviene y poner el grito en el cielo cuando la jugada les sale mal?
Sí y no; no porque evidentemente en eso consiste el arte, a ello les invita su saberse instancia autónoma, y porque, no lo olvidemos, es esa capacidad de diatriba lo que el capital trata de silenciar. Pero sí porque es precisamente esa “estrategia del agente doble” la que es necesaria llevar hasta el límite de lo paradójico y así mostrar los métodos de adiestramiento del propio capital. Dicho de otra manera, el arte, aun siendo subsumido por las estrategias de control capitalista, permite aún un as en la manga, un truco de magia consistente en servirse de las mismas condiciones opresoras del sistema para salir a la luz.
Por lo tanto: ¿que ese mismo gesto honesto de decir “no” es trasmutado en obra de arte con algunos réditos y tajada que sacar por aquella instancia a la que se dirigen con el fin de, en apariencia, obtener alguna respuesta? Desde luego que sí. Pero desde nuestro punto de vista esa “pérdida” está ya descontada de los efectos conseguidos: el artista pregunta al arte para que a éste se le caiga la cara de vergüenza, para que se haga público y notorio todo lo que exige al artista que haga para que él, el arte, pueda seguir su camino de connivencia con el capital.
Más aun, ¿no es ese poderse establecer en el umbral fronterizo del agente doble lo que permite al artista movimientos de máxima tensión?, ¿no es su capacidad camaleónica, cifrada en trabajar para una organización —el arte— cuyo destino es pensarse en cuanto negatividad, lo que permite al artista ofrecerse en sacrificio —nada simbólico sino más bien material— por toda una comunidad?
Porque en este sentido, todo esto que sufre el artista, ¿no es lo mismo que sufrimos la amplia mayoría de ciudadanos?, ¿no son nuestras condiciones de vida tan pueriles que el efecto que se consigue es un adiestramiento más óptimo pues, todos los sabemos, quien se mueve no sale en la foto? Ahora bien, el artista, reconvirtiendo su negativa en carnaza para el propio arte, puede llevar a cabo lo que está vetado a todos los demás. Porque, ¿qué plusvalía consigue una mercancía trabajada por un trabajador despedido?, ¿qué movimiento social se consigue a través de una desobediencia civil que te expulsa de ser tomado como ciudadano? Lo que el mundo del trabajo y la construcción social no permite —tener capacidad de mostrar los esquejes de la dominación una vez hemos sido expulsados— sí que puede llevarse a cabo en el arte. Es más: la misión del arte es precisamente ésa; hacer visible lo que de cualquier otra manera, en cualquier otro ámbito, quedaría invisibilizado, ya que sólo el arte tiene esta capacidad de escapismo.
Total y resumiendo, estas cartas componen un ensayo general de la no participación, estas cartas son ofrecidas como primicias de lo que algún día todos podremos llevar a cabo: desobedecer, decir no, llevar a cabo también nosotros nuestro propio ejercicio de desaparición. Quizá dentro de una imagen-mundo global, la tesis aquella de Beuys del “todo hombre es un artista” adquiere su verdadera relevancia —despojada ya de todo sesgo idealista y romántico— para señalar la única capacidad que nos une: la de decir, como Bartleby —al final le nombro— “preferiría no hacerlo”.
Imagen identificativa de la exposición No participación en el Espacio Trapézio; hasta el 3 de noviembre.
Lygia Pape, Divisor. Performance realizada el 24 de mayo de 2011 en la plaza Sánchez Bustillo de Madrid, frente al Reina Sofía.
Cartas de Artists Space y Jean Toche expuestas en No participación.
El artista en el alambre ético
Una colección bastante amplia de cartas remitiendo la negativa de artistas a participar en algún evento artístico: en eso consiste esta exposición que hasta el día 3 de noviembre puede verse en el Espacio Trapézio de Madrid y que ha sido comisariado por la historiadora del arte neoyorquina Lauren van Haaften-Schick. Entre los artistas, Jo Baer, Marcel Broodthaers, Jean Toche, Helena Keeffe, Catherine Opie, Barbara Kruger, Olafur Olafsson, Danh Vō, o nuestros Isidro López Aparicio y Santiago Sierra con su famosa carta de renuncia al Premio Nacional de Artes Plásticas 2010.
Para empezar a hablar de esta extraña exposición, una obviedad: con tanto “no” a la vista, sería ciertamente demasiado sencillo desacreditar a esta exposición. Y es que para aquellos que aún sin merecerlo nos autodenominamos adornianos, la sentencia aquella de que “la crítica de la cultura es ideología en la medida en que es meramente crítica de la ideología” pesa como hormigón atado al cuello. Porque bajo este “eslogan” quedarían referidas todas las estrategias críticas que con el beneplácito de ir contracorriente no son más que modulaciones reaccionarias que, para una ideología tan omnisciente como poderosa, no suponen sino un suplemento en el ejercicio de su coacción administrada.
Así las cosas, el hacer de la negación un arma arrojadiza contra el sistema parecería a simple vista una maniobra de disimulo para tiempos en los que, a las claras, no hay salida y en los que todo ejercicio crítico ha quedado integrado plenamente dentro de nuestra industria cultural más conservadora. ¿Decir no?, ¿a estas alturas? Insistimos: para una ideología como ésta en la que estamos sumidos y que disimula su sesgo hegemónico hasta el punto de hacerlo pasar como antagónico, la negativa quedaría emplazada en una retórica de la resistencia totalmente depotenciada y huérfana de resortes disruptivos.
Pero, decimos, aunque podríamos concluir aquí nuestra perorata, lo cierto es que esta exposición va de otra cosa. No va de arte sino de artistas; parecería que es lo mismo y, aunque efectivamente comparten una misma zona de confluencia, sin duda que son cosas que mantienen su jerarquía. Si, como hemos señalado, la exposición quedaría reducida a cero en el caso de que su propósito fuese mediar en las relaciones arte/realidad (y por tanto realidad/ficción) y modular así un ejercicio de crítica sistémica, es sin embargo en lo acertado de ver los ejercicios de resistencia del artista no directamente sobre la realidad sino sobre el arte donde está el acierto.
Me explico: las cartas de los artistas que aquí se muestran —y que comparten la decisión de un no participar en tal o cual evento cultural— no disparan contra la totalidad del sistema, sino contra la parafernalia del propio arte en su connivencia con ese sistema que bebe los vientos por convertirse en capitalismo cultural. Si fusionar en un mismo horizonte interpretativo capital y arte es el sueño —ya hecho realidad— de una ideología que conseguiría hacerse así con el poder de todas las prácticas simbólicas, estas cartas tienen escrita una dirección postal bien clara —la del propio arte— y un contenido también meridiano —preguntar al arte por los motivos para semejante traición—.
Desde este punto de vista, las susodichas cartas plasman su rúbrica apelando al propio arte: ¿qué estás haciendo con nosotros?, ¿es para esto para lo que nos necesitas?, parecen preguntar, con melancolía y tristeza, los artistas al propio arte. Es así como, creemos, la exposición acierta en sus metas: incoar dentro de esta pluralidad de noes una sola pregunta, dirigida en primer lugar al arte y sólo después a la sociedad, y que remite a la situación actual del artista.
Porque desde ser expulsados de la República de Platón hasta, en la actualidad, servir de recadero para los propios deseos de conquista del capital, el estatus del artista tiene un recorrido bastante interesante y que siempre, de una u otra manera, remite a su rango de agente doble. Ya sea un experto simulacionista en un mundo devenido ya simulacro en cuanto que copia —según la fábula platónica— o bien un creador de mercancías en un mundo devenido ya Gran Mercado Global, el artista siempre se mueve en una ambivalencia que, actualmente y dado el sesgo político del arte, le hace merecedor del calificativo de crítico francotirador del sistema-mundo.
Es precisamente esta capacidad crítica del artista lo que estas cartas ponen encima de la mesa, pidiendo explicaciones no ya al mundo —cosa que, repetimos, sería de una inocencia casi delatora de la propia incapacidad del artista— sino al arte. Porque el arte no es sino un dispositivo de máximo control, un procedimiento por el cual esas mercancías que el artista crea y que parecen revertir en puro exceso inútil, en fútil sentido innecesario, son purgadas de su vis paradójica, disensual y disyuntiva, haciéndolas reingresar así por la amplia avenida de la genialidad en pura y dura mercancía. Es decir, el arte, al mismo tiempo que permite ese ejercicio de francotirador al que nos hemos referido, levanta las condiciones para que ese disparo nunca dé de lleno en el blanco.
Pero, ahora bien, si este matrimonio de conveniencia del arte con la industria del capital no es en modo alguno algo que recriminar al arte, sino que es la más alta posibilidad de llevar a cabo la misión que le es propia —la de mostrar la poca inocencia y candor que hay en el juego del capital, aparte de que el artista una vez hecho su trabajo (inmaterial, abstracto y simbólico) también come—, ¿a qué tanto ruido y tanto rasgarse las vestiduras si, todos lo sabemos, a veces se gana y a veces se pierde?, ¿no están, los artistas, jugando a esa estrategia del agente doble que consiste en callarse cuando conviene y poner el grito en el cielo cuando la jugada les sale mal?
Sí y no; no porque evidentemente en eso consiste el arte, a ello les invita su saberse instancia autónoma, y porque, no lo olvidemos, es esa capacidad de diatriba lo que el capital trata de silenciar. Pero sí porque es precisamente esa “estrategia del agente doble” la que es necesaria llevar hasta el límite de lo paradójico y así mostrar los métodos de adiestramiento del propio capital. Dicho de otra manera, el arte, aun siendo subsumido por las estrategias de control capitalista, permite aún un as en la manga, un truco de magia consistente en servirse de las mismas condiciones opresoras del sistema para salir a la luz.
Por lo tanto: ¿que ese mismo gesto honesto de decir “no” es trasmutado en obra de arte con algunos réditos y tajada que sacar por aquella instancia a la que se dirigen con el fin de, en apariencia, obtener alguna respuesta? Desde luego que sí. Pero desde nuestro punto de vista esa “pérdida” está ya descontada de los efectos conseguidos: el artista pregunta al arte para que a éste se le caiga la cara de vergüenza, para que se haga público y notorio todo lo que exige al artista que haga para que él, el arte, pueda seguir su camino de connivencia con el capital.
Más aun, ¿no es ese poderse establecer en el umbral fronterizo del agente doble lo que permite al artista movimientos de máxima tensión?, ¿no es su capacidad camaleónica, cifrada en trabajar para una organización —el arte— cuyo destino es pensarse en cuanto negatividad, lo que permite al artista ofrecerse en sacrificio —nada simbólico sino más bien material— por toda una comunidad?
Porque en este sentido, todo esto que sufre el artista, ¿no es lo mismo que sufrimos la amplia mayoría de ciudadanos?, ¿no son nuestras condiciones de vida tan pueriles que el efecto que se consigue es un adiestramiento más óptimo pues, todos los sabemos, quien se mueve no sale en la foto? Ahora bien, el artista, reconvirtiendo su negativa en carnaza para el propio arte, puede llevar a cabo lo que está vetado a todos los demás. Porque, ¿qué plusvalía consigue una mercancía trabajada por un trabajador despedido?, ¿qué movimiento social se consigue a través de una desobediencia civil que te expulsa de ser tomado como ciudadano? Lo que el mundo del trabajo y la construcción social no permite —tener capacidad de mostrar los esquejes de la dominación una vez hemos sido expulsados— sí que puede llevarse a cabo en el arte. Es más: la misión del arte es precisamente ésa; hacer visible lo que de cualquier otra manera, en cualquier otro ámbito, quedaría invisibilizado, ya que sólo el arte tiene esta capacidad de escapismo.
Total y resumiendo, estas cartas componen un ensayo general de la no participación, estas cartas son ofrecidas como primicias de lo que algún día todos podremos llevar a cabo: desobedecer, decir no, llevar a cabo también nosotros nuestro propio ejercicio de desaparición. Quizá dentro de una imagen-mundo global, la tesis aquella de Beuys del “todo hombre es un artista” adquiere su verdadera relevancia —despojada ya de todo sesgo idealista y romántico— para señalar la única capacidad que nos une: la de decir, como Bartleby —al final le nombro— “preferiría no hacerlo”.
Imagen identificativa de la exposición No participación en el Espacio Trapézio; hasta el 3 de noviembre.
Lygia Pape, Divisor. Performance realizada el 24 de mayo de 2011 en la plaza Sánchez Bustillo de Madrid, frente al Reina Sofía.
Cartas de Artists Space y Jean Toche expuestas en No participación.