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El amor es un perro del infierno
O algunas notas después de ver White God
Budapest sitiada por una jauría. No son los nazis, son un ejército de perros desbocados. Sólo una virgen será capaz de detenerlos. Tampoco es una ópera de Wagner, ni una fábula de Perrault, aunque algo de ellas palpita al fondo. La película se llama White God, resultó ganadora en la sección Una cierta mirada del Festival de Cannes del año pasado y acaba de estrenarse en España.
Una emoción aventuresca rescatada de las tardes un poco tediosas de la primera adolescencia vuelve a saludarnos ya desde la secuencia de arranque. ¿En qué querías convertirte entonces, cuando tenías trece años? ¿Qué aventura –y cuándo− te saldría al paso para hacer de ti una heroína? ¿Y qué aspecto tendrías? La protagonista, Lili, ataviada con una sudadera con capucha y sobre una bicicleta, como Elliott al rescate de E.T., pedalea sin aliento entre los edificios de la ciudad que sólo ella puede salvar. ¿Por qué no se detiene en los semáforos en rojo? Cuando gira la cabeza descubrimos al ejército de perros al galope que son la razón de que las calles estén desiertas. Esta imagen y quizá la que cierra la película, que es la elegida para el cartel, pueden haber sido la imagen obsesiva y detonante para que el director desarrollase la película.
Su premisa podría ser una de las reglas fascistoides de una sociedad distópica: los dueños de aquellos perros que no sean de raza pura deben pagar una tasa si quieren salvarlos de la perrera municipal. O sea, que al final el chucho sale más caro que el perro con pedigrí. Pero lo cierto es que la mayor parte de nuestras ciudades europeas tienden a verse acogotadas con normas igual de arbitrarias, así que es probable que vivamos ya en la irrespirable novela futurista que siempre creemos que no se hará real hasta dentro de unas décadas. El de Lili es uno de esos chuchos, y su apego a él desencadenará el dramón. Muchos críticos han señalado la denuncia social que alienta esta película, que parece representar en los perros marginados a los inmigrantes, a las razas rechazadas, al que no reconoces como prójimo, y es verdad que permite esa lectura, pero creo que hay otra más conseguida y que tiene que ver con algo más íntimo: la película parece decir “así se echa a perder un corazón”, que es un peligro contra el que nos advierten desde hace siglos los cuentos de hadas y la literatura rusa. Lo novedoso del tratamiento es que el corazón que está en riesgo es el del perro. Es un papel muy delicado el del descenso (o el ingreso, porque demasiadas veces se decanta en un solo movimiento) a la abyección. Los dos perros que lo interpretan, porque en este caso hay que hablar de ellos como de un actor humano, capaz de simular un avance psicológico, tienen un registro tal que no sería descabellado compararlos con Philip Seymour Hoffman, Robert de Niro o Al Pacino. Tienen primeros planos escalofriantes. Que no exagero, o que no soy la única en hacerlo, lo prueba el sorprendente hecho de que cada uno tiene su página propia en IMDB.
Se ha comparado también White God a Los pájaros. Sí que provoca una inquietud similar en el que asiste a la transformación de unos simpáticos animales en seres capaces de organizarse, con una voluntad más allá de satisfacer sus funciones básicas, y aliarse de forma sistemática en contra de los humanos. Sin embargo en la película de Hitchcock, en parte por cuestiones técnicas, el enemigo animal seguía estando de aquel lado de la insondable naturaleza; también las razones de la rebelión tenían más que ver con una pulsión primigenia y ominosa más propia de Lovecraft. Los perros asilvestrados de White God experimentan una progresión psicológica evidente y están sometidos a lógicas humanas; su regreso a un estadio tribal se hace a través de sistemas casi castrenses, aprendidos de los hombres; sus motivos para rebelarse son los mismos que los de una panda de desharrapados el día que la gota colma el vaso. En cierto momento de la proyección me sorprendí pensando “¡Pero entonces los perros nos han estado engañando!”. ¿Cómo son capaces de sugerirme toda esta ristra de emociones tan humanas que va del miedo a la tristeza, a la nostalgia de la inocencia perdida, al deseo de venganza, a la furia ciega, a la búsqueda de una redención? Pericias del montaje aparte, preferí achacarles el mérito a los perros y pensar que quizá no hemos valorado en su extensión sus capacidades. Adónde llegarán. Dicen que todo lo que se simula durante el tiempo suficiente, se acaba sintiendo de verdad.
White God está dirigida por Kornél Mundruczó. El 19 de junio se estrenó en cines de toda España.
El amor es un perro del infierno
Budapest sitiada por una jauría. No son los nazis, son un ejército de perros desbocados. Sólo una virgen será capaz de detenerlos. Tampoco es una ópera de Wagner, ni una fábula de Perrault, aunque algo de ellas palpita al fondo. La película se llama White God, resultó ganadora en la sección Una cierta mirada del Festival de Cannes del año pasado y acaba de estrenarse en España.
Una emoción aventuresca rescatada de las tardes un poco tediosas de la primera adolescencia vuelve a saludarnos ya desde la secuencia de arranque. ¿En qué querías convertirte entonces, cuando tenías trece años? ¿Qué aventura –y cuándo− te saldría al paso para hacer de ti una heroína? ¿Y qué aspecto tendrías? La protagonista, Lili, ataviada con una sudadera con capucha y sobre una bicicleta, como Elliott al rescate de E.T., pedalea sin aliento entre los edificios de la ciudad que sólo ella puede salvar. ¿Por qué no se detiene en los semáforos en rojo? Cuando gira la cabeza descubrimos al ejército de perros al galope que son la razón de que las calles estén desiertas. Esta imagen y quizá la que cierra la película, que es la elegida para el cartel, pueden haber sido la imagen obsesiva y detonante para que el director desarrollase la película.
Su premisa podría ser una de las reglas fascistoides de una sociedad distópica: los dueños de aquellos perros que no sean de raza pura deben pagar una tasa si quieren salvarlos de la perrera municipal. O sea, que al final el chucho sale más caro que el perro con pedigrí. Pero lo cierto es que la mayor parte de nuestras ciudades europeas tienden a verse acogotadas con normas igual de arbitrarias, así que es probable que vivamos ya en la irrespirable novela futurista que siempre creemos que no se hará real hasta dentro de unas décadas. El de Lili es uno de esos chuchos, y su apego a él desencadenará el dramón. Muchos críticos han señalado la denuncia social que alienta esta película, que parece representar en los perros marginados a los inmigrantes, a las razas rechazadas, al que no reconoces como prójimo, y es verdad que permite esa lectura, pero creo que hay otra más conseguida y que tiene que ver con algo más íntimo: la película parece decir “así se echa a perder un corazón”, que es un peligro contra el que nos advierten desde hace siglos los cuentos de hadas y la literatura rusa. Lo novedoso del tratamiento es que el corazón que está en riesgo es el del perro. Es un papel muy delicado el del descenso (o el ingreso, porque demasiadas veces se decanta en un solo movimiento) a la abyección. Los dos perros que lo interpretan, porque en este caso hay que hablar de ellos como de un actor humano, capaz de simular un avance psicológico, tienen un registro tal que no sería descabellado compararlos con Philip Seymour Hoffman, Robert de Niro o Al Pacino. Tienen primeros planos escalofriantes. Que no exagero, o que no soy la única en hacerlo, lo prueba el sorprendente hecho de que cada uno tiene su página propia en IMDB.
Se ha comparado también White God a Los pájaros. Sí que provoca una inquietud similar en el que asiste a la transformación de unos simpáticos animales en seres capaces de organizarse, con una voluntad más allá de satisfacer sus funciones básicas, y aliarse de forma sistemática en contra de los humanos. Sin embargo en la película de Hitchcock, en parte por cuestiones técnicas, el enemigo animal seguía estando de aquel lado de la insondable naturaleza; también las razones de la rebelión tenían más que ver con una pulsión primigenia y ominosa más propia de Lovecraft. Los perros asilvestrados de White God experimentan una progresión psicológica evidente y están sometidos a lógicas humanas; su regreso a un estadio tribal se hace a través de sistemas casi castrenses, aprendidos de los hombres; sus motivos para rebelarse son los mismos que los de una panda de desharrapados el día que la gota colma el vaso. En cierto momento de la proyección me sorprendí pensando “¡Pero entonces los perros nos han estado engañando!”. ¿Cómo son capaces de sugerirme toda esta ristra de emociones tan humanas que va del miedo a la tristeza, a la nostalgia de la inocencia perdida, al deseo de venganza, a la furia ciega, a la búsqueda de una redención? Pericias del montaje aparte, preferí achacarles el mérito a los perros y pensar que quizá no hemos valorado en su extensión sus capacidades. Adónde llegarán. Dicen que todo lo que se simula durante el tiempo suficiente, se acaba sintiendo de verdad.
White God está dirigida por Kornél Mundruczó. El 19 de junio se estrenó en cines de toda España.