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Dominique A en Éléor

La palabra justa de una onírica topografía
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Cuando adolescente, para Dominique A, la existencia y hasta la legitimación de un disco pasaba por que alguien escribiera sobre él. Por una sola palabra, la palabra “juste”, leída en una crítica en Les inrockuptibles, Dominique A llegó a comprar un disco. Curiosamente, de niña me dieron un premio por una redacción donde hablaba de música y siempre he creído que me lo dieron por la única palabra que no fue de mi cosecha sino de la de mi padre. No recuerdo la palabra, sólo recuerdo que era un adjetivo. También recuerdo el lugar donde más la pensé y escribí. Hoy se unen la historia de Dominique A y la mía.

Para Dominique A, los críticos musicales eran los únicos mortales que podían descifrar a esas criaturas extrañas que eran los músicos. Nuestra criatura extraña de hoy acaba de publicar su décimo disco de estudio, Éléor. Más allá de este artículo, alrededor del disco pululan muchas razones tangibles para legitimar sobradamente a este artista nacido en el particular año francés de 1968.

A la aparición de Éléor se le suma un libro de críticas musicales escritas por él para diversos medios que se llama Tomber sous le charme. Chroniques de l’air du temps. Título que, como no podía ser de otra manera, viene de una canción, concretamente de Louise Féron. El motivo de la elección del título es que lo que él escribe no son críticas sino encantamientos musicales. Porque el músico no entiende que siendo la escritura algo tan complicado haya alguien que pueda escribir sobre algo sin amarlo. Junto al disco y al libro −¿quién da más?−, un documental en el que se hace un seguimiento por algunos de sus conciertos. Su título juega con una de sus canciones más conocidas: Dominique A, le courage d’un oiseau rare. Y como esto es un no parar, Dominique también tiene una exposición que le han dedicado sus paisanos y que estará hasta el 14 de julio, otra fecha muy francesa, en el Musée de la Seine-et-Marne, en el que exponen los textos, dibujos y música que desde su infancia hasta el día de hoy ha producido el cantante.

De todo esto, lo que más me sorprende es la exposición por su marco espacio temporal. Puede ser algo paradójico o tal vez lo contrario, algo de lo más lógico, después del momento de conciliación con su lugar de origen que él mismo llevó a cabo con la escritura de Regresar (Alpha Decay). Regresar es el especial relato de su infancia y adolescencia. Al igual que en el caso de Mark Oliver Everett, líder de la banda Eels, que relató su historia en Cosas que los nietos deberían saber (Blackie Books), la música fue su salvación. La diferencia entre ambos músicos es abismal en muchos puntos pero la forma de relatar es básica en su oposición. El norteamericano relata hechos, acciones y acontecimientos mientras que Dominique expresa una mirada y unas sensaciones. Maravillosa prosa que es una extensión natural de sus canciones.  La concreción suprema y casi única fisicidad del relato (aparte de su amigo Vincent) es Provins, ciudad medieval que le provoca sentimientos de carencia y desolación y una melancolía áspera y agresiva.

Mientras enfrentaba estos sentimientos regresando al lugar de origen, voló alto y elaboró su anterior disco Vers les lueurs (2012). Este disco era energía. Nos centraba en el fulgor y en la claridad. Volamos alto con él y ahora nos ha hecho bajar de golpe para buscar nuevos espacios. El círculo ya se ha cerrado; el círculo que comenzó con el deseo de partir y terminó con la consciencia de regresar. Tras leer al comienzo de Regresar: “Creía que había nacido al final de un viaje que no había hecho y que solamente podría realizar marcha atrás”, Éléor sólo podemos recibirlo como la confirmación de que queda mucho más camino por recorrer y descubrir que por rememorar. Ahora se le da la bienvenida a todos los espacios posibles sin necesidad de hacerlos reales. Curioso que confiese que Éléor surgiera con la marcha, con el tránsito, con el viaje físico. De este tránsito real, el espacio que ahora ha encontrado Dominique A para estas canciones no es tangible. Todo acorde con esa especie de huida de la materialidad y búsqueda del paisaje interior como cuando era joven y huía de la energía de The Clash y se quedaba con la languidez de The Cure.

Maravillosa paradoja la de encontrar en Éléor canciones con topografía concreta en sus títulos y descubrir que han sido transfiguradas por las letras y la música. Lugares que suenan como legendarios aunque partan de una realidad (“Cape Farvel”, “Par le Canada”, “Central Otago” o “Éléor”) y se inscriben en un mundo casi onírico ya sea porque vienen de muy atrás (“Oklahoma, 1932”) o porque la realidad es otra y para poder salir de ella sería necesario cambiarla (“Nouvelles vagues”) o soñar otra vida (“Une autre vie”). Esta última está inspirada en el libro El fin del hombre rojo de Svetlana Alexievitch, recopilación de testimonios de personas que relatan su vida entre las ruinas de la extinta Unión Soviética. Dominique A coloca el único paraíso posible en la noche cuando la realidad de las cocinas y habitaciones desaparece y se sueña. “Passer nous voir”, curiosamente la canción más enérgica del disco es una especie de reclamo que se hace a sí mismo. Es más bien el reclamo que le hace su pasado, su ciudad de origen Provins. Es el coletazo que queda de su inmersión en el pasado para confirmar que su historia será una mezcla de olvido y memoria.

A Dominique A le gusta la melancolía, la crea en sus canciones y la busca en las canciones de los otros. Esta elección no es un camino para regodearse en la tristeza. Al contrario, es un estilo que en vez de desanimarle, le vuelve humano y le aúna con el resto de la humanidad. Con la música, el silencio retrocede. Así se salvó. La melancolía en Éléor está representada en estado puro (junto con “Celle qui ne me quittera jamais”) por “Au revoir mon amour”, una de las más sencillas y perfectas del disco. Las horas, los días y los años pasan sin que ese amor se materialice pero aún quedan horas, días y años para que se haga posible. Ese vivir sin realizar con la vista echada hacia atrás y al mismo tiempo hacia adelante. La melancolía persiste, es algo inherente en él pero en este disco hay un paso certero lleno de tranquilidad y cierto optimismo. Esta mezcla queda perfectamente representada en un par de versos de la canción que da título al disco, “Éléor”: “Qu’avons-nous encoré à cacher/ Quand il reste si peu de nous?”.

Comentaba antes la paradoja de los espacios concretos que convierte en oníricos Dominique A en este disco. También esta cierta huida de lo terrestre la confirma la presencia de los instrumentos de cuerda. Si en Vers les lueurs los instrumentos de viento empujaban a las canciones al mismo tiempo que el piano, la guitarra o la voz, aquí Dominique A ha querido dejar clara la impronta de la viola, el violonchelo y el violín ofreciéndoles grandes momentos de brillantez en solitario. Otra paradoja añadida y curiosa es que estos instrumentos de cuerda necesitan ser asidos, necesitan un contacto corporal más allá de los dedos para manejarlos. Hay que abrazarlos, envolverlos incluso con las piernas. Hace falta un contacto real y carnal para que, paradójicamente, nos alejen de la materialidad.

La parte instrumental independientemente de los instrumentos, valga la redundancia, es algo fundamental en este último disco. Tanto, que en la edición especial del disco se incluyen otros doce temas bajo el título Autour d’Éléor, de los cuales la mayoría son enteramente instrumentales. Es la caída libre y voluntaria hacia el reposo del disco.  Solo dos, “Deux fenêtres” y “La douceur” son canciones tal y como comúnmente las conocemos y en otras tres lo que hace es recitar unas pocas frases. Entre estas últimas, una canción especial nacida de la calma que le producía escuchar las grabaciones caseras de los años cincuenta de Molly Drake,  la madre de Nick Drake, que se editaron hace unos años. Dulzura y melancolía en una historia del pasado, en una historia familiar con la música salvadora de por medio.

Descartado está que yo reciba ningún premio por haber escrito lo que aquí se ha leído. Ese no era mi ajuste de cuentas. Dudo incluso que alguna de mis palabras sea tan efectiva como que haga que alguien compre el último disco de Dominique A. De lo que sí estoy segura al menos es que mi padre no ha venido a chivarme ninguna palabra. Si acaso, se las he robado a Dominique A.

 

De arriba abajo, portada del último disco de Dominique A; portada de su libro de artículos sobre música; portada de la edición española de sus memorias; vista de Provins; Nick Drake de pequeño con Molly, su madre.