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Bugs

Promesas de un futuro insectívoro
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Un informe reciente del organismo de las Naciones Unidas FAO (Food and Agriculture Organization) afirma que en 2050 la población mundial será de 9.000 millones de personas y que para satisfacer la demanda alimenticia la producción tendrá que al menos duplicarse. El informe continúa diciendo que la tierra susceptible de ser utilizada para la producción de alimentos es ya escasa, por lo que expandir el terreno dedicado a granjas no es una opción viable ni sostenible. También defiende que el desarrollo de formas de extracción de alimento basadas en insectos y larvas y su cría artificial puede ser la gran solución para este problema de abastecimiento de la humanidad en un futuro muy próximo.

Este informe es quizá el punto de partida para el documental Bugs, de Andreas Johnsen, que se estrenó en el Festival de Tribeca de 2016. Johnsen, director de Ai Weiwei: The Fake Case, sobre el conflicto del artista con el gobierno chino, en esta ocasión toma la referencia del informe de la FAO y se centra en la investigación paralela sobre el potencial de los insectos en la cocina moderna del chef Ben Reade y el investigador culinario Josh Evans, del Nordic Food Lab de Dinamarca (asociado al prestigioso restaurante NOMA). La labor de estos dos investigadores culinarios va principalmente enfocada a la obtención de nuevas experiencias gastronómicas. También sugieren que todo puede ser una cuestión de hábito y cultura: por ejemplo, tal y como el pescado crudo, el sushi, era considerado prácticamente una abominación en el mundo occidental en los años 90, tan sólo diez años después pasó a ser visto como una delicadeza y en la actualidad un producto completamente asimilado y que se puede encontrar en cualquier supermercado. De ese modo argumentan que quizá el consumo de insectos, habitual en América Latina, África y Asia, puede ser asimilado por el mundo occidental, al igual que el sushi, en un periodo muy breve, si se conocen más sus formas de consumo y sus posibles aplicaciones.

Entomofagia

De alguna manera, las exploraciones inteligentes y la visión audaz de estos dos chefs que viajan por diversas regiones del planeta donde los insectos se consumen y se producen de un modo más o menos sostenible permitiendo y controlando la cría de un “producto de calidad” lleno de sabor y nutrición, entra en crisis en el momento en el que las grandes corporaciones como Pepsi, Nestlé, etc., muestran interés en formas de sacar beneficio de estas nuevas formas de extracción de alimento y modelos de producción de comida de masas, de bajo coste y pobre calidad. Es en ese momento cuando el ideal filantrópico de estos investigadores, en especial el del chef Ben Reade, que termina abandonando el proyecto, se termina desvirtuando y acercándose a la cruda y menos glamurosa realidad de los sistemas e industrias de alimentación globales. Más aún, cuando los chefs experimentan en la cocina con insectos criados en medioambientes industriales advierten que el sabor es diferente, poco interesante o directamente repugnante para el paladar humano.

El documental convence visualmente, es fresco, inteligente y entretenido. Resultaría quizá mucho menos impactante y fotogénico dedicar un documental basado en el informe especial de la ONU que aboga por realizar reformas estructurales y un cambio hacia la agroecología. O el hecho de que 400 expertos comisionados para una valoración internacional sobre la Agricultura, Ciencia y el Conocimiento para el Desarrollo (IAASTD 2008) también concluyeron que la agroecología y las economías de alimentación con base local eran las mejores estrategias para combatir la pobreza y el hambre.

La realidad del mercado de alimentos

Lo cierto es que la premisa de la FAO por la que se aboga una tendencia hacia el consumo de insectos debido a la insuficiencia de alimentos es falsa de base. Se ha demostrado que en la actualidad ya se produce la suficiente comida como para alimentar a una población de 10.000 millones de personas. Recordemos que la población actual es de 7.400 millones de personas. El hecho de que la producción de comida actual (sin incluir insectos) tenga los medios suficientes pero no se pueda o no se quiera poner fin al hambre en el mundo nos da a entender que quizá la FAO deja de lado los aspectos reales de la alimentación mundial, que son la distribución de la comida, la regulación de las cosechas, el uso responsable del territorio, etc. Y, siendo mínimamente malpensados, da a entender que el estudio y la campaña de propaganda de la entomofagia y sus supuestos beneficios a nivel global buscan en realidad encontrar en los insectos una nueva mina de oro para las grandes corporaciones. Éstas han detectado una nueva “víctima” en los insectos, y en el desarrollo de los valores nutricionales de la entomofagia, una startup en la que están dispuestos a apostar millones.

El documental deja insinuada la sombra de una crítica hacia las intenciones de la FAO y de la posible industria alimentaria de insectos, pero en última instancia se convierte en cómplice, dando cobertura de modernidad y de tendencia a la vieja y rancia premisa permeada por el antropocentrismo propio de las corporaciones determinadas a escoger una nueva especie cuyo consumo pueda ser aceptado socialmente por los consumidores. En este caso en concreto quizá sea la propia incompatibilidad de hábitos, culturas, tradiciones, religiones: la vieja y lenta maquinaria simbólica la que haga difícil este cambio de paradigma. Hacíamos la referencia del sushi, pero pasar de comer pescado cocinado a comer pescado crudo no supone una asimilación tan grande como para un occidental el llegar a comer insectos. Del mismo modo que es para nosotros más o menos aceptado comer huevos de otras aves distintas a las gallinas, como de pato, de codorniz e incluso de avestruz, pero sería difícil legitimar la necesidad de un mercado de huevos de cocodrilo, por poner un ejemplo.

Esto nos da una idea de que la mayor resistencia con la que cuentan el mercado y la industria alimentaria son los propios hábitos de consumo basados en la tradición. La globalización ha propiciado un mayor intercambio de paradigmas culturales, pero llegar a convencer al mundo occidental de que los perros o gatos pueden resultar deliciosos va a encontrar una barrera ética difícil de salvar. Quizá sean estas barreras, simbólicas como digo, aquellas que la globalización cultural no ha conseguido eliminar, las que protejan a los insectos de ser usados como la nueva excusa para la explotación de un nuevo mercado, mientras la falta de regulación ética y social del propio mercado en sí continúa siendo el verdadero problema.

 

Fotograma del documental Bugs (2016), de Andreas Johnsen.