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50 sombras de Trini
No vayan a ver 50 sombras de Grey. A no ser que sean masocas dispuestos a dos horas de exasperante aburrimiento, no se dejen empujar por la hidra promocional. No hagan como yo, su dinero y su atención no merecen ser gastados en 125 minutos de aburrimiento a secas. Yo que esperaba humedecerme a golpe de ciencia fricción, yo que pensé, cuando mi amiga me llamó para invitarme al estreno, que mi entrepierna se iba a quedar entumecida cuando de regreso en casa me diera por recrear lo visto y oído, y nada, aquí me tienen, golpeando con rabia las teclas del ordenador, malgastando la energía de mis dedos en prevenirles.
–Amiga, deja de llorar por Marcelo y vente conmigo al estreno de la temporada: 50 pollas de Grey, en el Ideal, a las 5.30 de la tarde. Ya te he comprado la entrada, no puedes decirme que no.
Dije que sí, claro. Acababa de leer en El País que el experimento había salido bien, que salvo los diálogos tomados del libro la peli funcionaba, hasta escribía Gregorio Belinchón desde Berlín que en su origen estaba Persona de Bergman, y que algo de 9 semanas y media, La vida de Adèle y, sobre todo, El último tango en París, se colaban en la decorosa versión cinematográfica. Ay, Gregorio, ay, Relinchón, déjame hacerme la inocente y pensar en conspiraciones, en que ahora que la concentración empresarial junta bancos, fondos buitres y periódicos, la productora Universal algo tiene con Prisa, porque si no es así, si tus palabras son sólo tuyas, te has cubierto de gloria dándole una pátina de respetabilidad y decoro a una estafa. En fin, no nos adelantemos y tampoco nos enredemos afeándole a un pobre plumilla un resbalón en el aceitoso mar del entertainment. La culpa es mía por seguir dándole crédito a El País. Es que no aprendo.
Así que sin sospechar el sopor que se me venía encima al cine con mi amiga me fui. La sala repleta. 300 espectadores, un 80% de chicas y un 20% de chicos con gafas –no me pregunten por qué–. Trini (llamémosla así) había comprado las entradas una semana antes por internet, según me confesó, quería haber ido con su novio, pero su novio tenía futbito con los colegas y entonces se acordó de mí, de su amiga que tan mal lo estaba pasando. Había leído mi anterior entrega en esta web y se había enterado de mi riña con Marcelo.
–A mí me pasó lo mismo con Michael, ¿te acuerdas?
–¿El americano fuertote que jugaba al rugbi?
–El mismo, amiga. Una tarde abro la puerta del salón y me lo veo con los auriculares puestos viendo en la tele una porno y dale que te pego al manubrio, igual que Marcelo. Sólo que yo, como lo vi tan concentrado y nunca había visto a un hombre masturbarse, lo dejé que terminara. Lo fuerte fue que el guarro termina y se mete la mano en la boca. Al principio no supe qué pasaba, pero volvió a tocarse la polla y a rechupetearse los dedos. Yo no me lo podía creer, amiga, pero el tío se estaba merendolando su propia lefa.
Esta es mi amiga Trini, mujer curiosa donde las haya y experimentada como la que más. Aunque apenas haya salido de Madrid y no terminó el bachillerato sabe por lo menos cuatro o cinco idiomas, todos aprendidos de oído, dice ella, a fuerza de revolcarse con turistas extranjeros. A la par, para equilibrar y no perder la lengua materna, tiene a su novio de Móstoles que es con el que se va al cine los fines de semana y a Gandía el mes de agosto.
Trini se leyó nada más salir la trilogía de 50 sombras y le encantó. Yo no me los he leído pero he seguido con curiosidad el fenómeno editorial. Trini me dice justo antes de que apaguen las luces que no tiene grandes esperanzas, que ya sabe que los libros son siempre mejores que sus versiones cinematográficas. Yo le tranquilizo diciendo que no siempre y que acabo de leer en El País que la película es mejor que el libro.
Empiezan los anuncios, 15 minutos de anuncios: Coches, móviles, hamburguesas, Yves Saint Loren, y hasta dos centros de depilación laser, la imagen de la vida hoy, llena de selfies, de intensidad y de coños sin pelo. La promoción de uno de esos dos centros de depilación y la de Movistar TV hacen más que un guiño a lo que vamos a ver a continuación, hablan de sensaciones a flor de piel, de disfrute sin vello, de esposas y de quién tiene el mando. La película se ha estrenado en más de ochocientas salas, –según he oído, sorprendida de que en España queden aún tantos cines–, así que tiene sentido que hayan hecho anuncios ex profeso que traten de montarse en el carro de este fenómeno sin igual.
Un milagro editorial del siglo XXI (paréntesis)
A los que no la hayan seguido voy a resumirles la historia de esta proeza editorial que ahora llega a las pantallas. Si no tienen interés en los cambios del modelo editorial del siglo XXI pueden saltarse esta morcilla y pasar a la siguiente. Si aún así deciden seguir leyendo, les podrá ser útil para manejar datos en las conversaciones que surjan a colación de este estreno, sea mañana domingo en su comida familiar o el lunes en el trabajo o incluso hoy, día de San Valentín, tan propicio para estos parloteos.
Estamos en enero de 2009, Erika Leonard, una productora ejecutiva en la BBC, madre de dos hijos adolescentes y casada con un guionista televisivo, comienza a escribir, con 46 años de edad y sin ninguna experiencia previa, una fanfiction de la saga Crepúsculo. Unos meses más tarde, en agosto, con el seudónimo de Snowqueens Icedragon comienza a publicar por entregas su historia, titulada Master of the Universe (Amo del universo), en FanFiction.net, una comunidad de escritores aficionados a los pastiches derivados de best seller.
Master of the Universe despierta interés y muchos comentarios que sirven a la autora para ir puliendo su texto. En 2010 se autopublica en ePub Bud, una plataforma de selfpublishing. Ese mismo año aparece su web 50shades.com, en la que todavía los nombres y la imagen que se da de los protagonistas son los de la pareja de la película Crepúsculo.
En mayo del 2011, se publica en The Writer’s Coffee Shop Publishing House, Fifty Shades of the Grey, firmada por E.L. James, el pseudónimo escogido por Erika Leonard. El título se ha cambiado, los protagonistas han perdido el nombre de Crepúsculo, pero la historia es la misma –al menos en un 89%, según una blogger que utilizó un programa de detección de plagio para compararla con su antecedente Master of the Universe–.
The Writer’s Coffee Shop es un nuevo modelo de negocio editorial que busca ser plataforma para autores desconocidos, principalmente autoras de novela romántica. Nació como comunidad online de escritores amateurs y un año después ya ofrecía un servicio de publicaciones en eBook e impresión bajo demanda. Era un negocio bien situado en redes sociales y en comunidades de lectura de internet, pero era un negocio pequeño, de hecho, cuando acogen a Fifty Shades su catálogo no llega a los diez títulos. En septiembre de 2011 se publica la segunda entrega, Fifty shades of darker, y en enero de 2012 la última, Fifty shades freed.
El “porno para mamás” –etiqueta que pone entonces un periodista para dar cuenta de la noticia–, se vende en ese primer momento sobre todo en digital, lo que da pábulo a las predicciones del futuro del libro electrónico frente al de papel. La extensión posterior del fenómeno en libros de bolsillo de la mano de una editorial mucho más grande matizará el optimismo inicial de esta interpretación en clave tecnológica. Quizá la explicación esté, además de en las dificultades propias de una pequeña editorial para manejar aquel milagro, en que las tabletas y los eReaders no tienes que forrarlos para disimular lo que estás leyendo.
El fenómeno viral empieza a conquistar miles de adeptos y Valerie Hoskins, agente de cine y televisión británica, empieza a moverse en Hollywood tratando de vender los derechos de la película. Aunque pocos lo recuerdan, el interés del mundo del cine por la trilogía es un poco anterior al de las grandes editoriales. El 8 de marzo de 2012, Vintage Books (Random) gana la guerra de ofertas por los libros; Valerie Hoskins, consigue en la negociación una suma de 7 cifras. Hasta ese momento se llevan vendidas 250.000 ejemplares de la los tres libros en The Writer’s Coffee Shop. El 26 de marzo de 2012, Universal comprar los derechos para hacer las tres películas. El resto, millones de libros vendidos en todo el mundo y en un plazo record, ya lo conocen ustedes.
Para ti mujer, que eres tonta
Gracias a este fenómeno la novela romántica y erótica y el sadomaso soft han salido del armario y de su nicho marginal. David Cebrián responsable de marketing de Espasa, dijo a El País en septiembre del 2012, dos meses después de que se publicara la trilogía en España, que “50 sombras de Grey no solo ha inaugurado y puesto de moda un subgénero literario –“el porno para mamás”– sino también una nueva forma de envolver y vender la novela romántica. De hecho, nunca se ha invertido tanto en promoción y comunicación dentro de esta división como ahora”. Este márquetin arrollador, con especial insistencia en las redes sociales, siempre se dirige, como flechas de un Cupido cursilón, a un público femenino, sabiendo, claro, que una novela erótica leída por mujeres es el mejor reclamo para atraer a los hombres. Porque a lo tonto a lo tonto, la tonta se folló al tonto.
A mí me encanta cómo lo lleva la autora, el salero con el que se desenvuelve en público. La foto más utilizada (sobre estas líneas) en la promoción de sus libros no tiene desperdicio: su escote, su anillo de casada, su sonrisa cercana, sus 49 años –ahora a punto de cumplir los 52– y sus kilos de más, llevados con alegría, contribuyen a dar una imagen entre sexy y doméstica con las que las mamás pueden identificarse. Es decir, la imagen de la autora contribuye a dar un barniz de naturalidad, atractivo y liberación, en la misma línea que su repetida declaración de que la trilogía es su crisis de los cuarenta-cincuenta, con todas sus fantasías volcadas hacia fuera… Si la historia es de jóvenes veinteañeros, la imagen y naturalidad de la autora facilita la identificación del público más maduro, de las mujeres casadas a un paso de la menopausia y cansadas de sus aburridos maridos.
Lo lamentable de todo es que cuando uno ve la película, si aguanta sin dormirse y si la empalagosa música no le hace desmayarse, descubre que esa supuesta transgresión sexual no es más que un tonto atrevimiento que lo único que hace es reafirmar los valores impuestos de la pareja, esto es, la posesión exclusiva del otro, el dominio acaparador que una y otra vez nos venden como realización personal a través de esa superchería que llaman amor. En realidad, la película es como uno de los anuncios que la preceden, hinchado y sin gracia y en vez de durar veinte segundos dura dos horas, 125 minutos en los que no paran de salir coches de lujo, móviles, helicópteros, avionetas, casas sacadas de las primeras páginas del Hola y algún detalle divertido, como ese momento en el que ella tiene en la mesilla un libro y nos percatamos de que el autor es Faulkner.
Él es un actor blandito y sin misterio y ella, Dakota Johnson, hija de Melanie Griffith y de Don Johnson, representa el papel de una chica que con 21 años todavía es virgen –¡oh!–. Los diálogos son propios de quinceañeros cursis, con algunos palabros entremezclados como fist-fucking o tapones anales. El público que estaba desde el principio entregado y riendo voluntarioso las gracietas de los primeros diez minutos, no tardó en sumergirse en un pesado sopor.
En fin, un aburrimiento del que es difícil y absurdo escandalizarse, ni desde la moral ni desde el feminismo ni desde el anticapitalismo merece la pena gastar un minuto más con esta tontería.
Trini se confiesa
A Trini le pareció un suplicio. Salió diciendo que los libros eran mejores y tardó dos cervezas en recuperar su natural gracejo. Entonces me contó sus cincuenta sombras, quiero decir, sus experiencias sadomasoquistas con un austríaco mayor que ella y luego con su novio de Móstoles. Fue hace dos años, cuando trabajaba limpiando habitaciones en el Hilton. Allí conoció a Adolf (así lo llamaremos), un empresario con buen porte, que empezó dejándole propinas de cincuenta euros y acabó atándola a la cama y pegándole con una fusta. Lo que más le gustaba a Trini eran unas pinzas que le ponía Adolf en el clítoris hasta que el dolor se lo dejaba anestesiado, entonces se las quitaba y la penetraba. Según Trini aquel palpitante dolor multiplicaba su placer provocándole orgasmos en cadena.
Un mes estuvo Adolf jugando al caballito con Trini, embridándola y fustigándola; “un dineral en propinas” me resume ella, sin pensar ni por un momento en que se estuviese prostituyendo.
–¿Y tu novio no se daba cuenta? ¿No te dejaba moratones?
–Qué se va a dar cuenta si ya por aquella época no follábamos ni una vez al mes. Y todas esas fustas y látigos son como de juguete, es más la sensación de miedo que otra cosa. Las pinzas sí dolían. Una vez se me puso el chocho que parecía una breva reventada.
Lo divertido está cuando Adolf se va y Trini se presenta con una maletita de aparejos varios en casa de su novio. Le explica que un cliente se lo ha dejado en el hotel y lo convence para que le haga algunas cositas que salen en el libro de Cincuenta sombras de Grey. El novio que es un poco paradito no funciona en el papel de amo, a cada rato se para y le pregunta si le hace daño. Entonces Trini decide adoptar el rol de ama, pero antes, como es preceptivo, le pide que elija una palabra de seguridad para parar en caso de que el dolor se vuelva insoportable. Una palabra como rojo o algo así que no dé lugar a equívocos. El novio después de pensar un momento escogió Móstoles.
–Y ahí se acabó mi aventura sadomaso.
50 sombras de Trini
No vayan a ver 50 sombras de Grey. A no ser que sean masocas dispuestos a dos horas de exasperante aburrimiento, no se dejen empujar por la hidra promocional. No hagan como yo, su dinero y su atención no merecen ser gastados en 125 minutos de aburrimiento a secas. Yo que esperaba humedecerme a golpe de ciencia fricción, yo que pensé, cuando mi amiga me llamó para invitarme al estreno, que mi entrepierna se iba a quedar entumecida cuando de regreso en casa me diera por recrear lo visto y oído, y nada, aquí me tienen, golpeando con rabia las teclas del ordenador, malgastando la energía de mis dedos en prevenirles.
–Amiga, deja de llorar por Marcelo y vente conmigo al estreno de la temporada: 50 pollas de Grey, en el Ideal, a las 5.30 de la tarde. Ya te he comprado la entrada, no puedes decirme que no.
Dije que sí, claro. Acababa de leer en El País que el experimento había salido bien, que salvo los diálogos tomados del libro la peli funcionaba, hasta escribía Gregorio Belinchón desde Berlín que en su origen estaba Persona de Bergman, y que algo de 9 semanas y media, La vida de Adèle y, sobre todo, El último tango en París, se colaban en la decorosa versión cinematográfica. Ay, Gregorio, ay, Relinchón, déjame hacerme la inocente y pensar en conspiraciones, en que ahora que la concentración empresarial junta bancos, fondos buitres y periódicos, la productora Universal algo tiene con Prisa, porque si no es así, si tus palabras son sólo tuyas, te has cubierto de gloria dándole una pátina de respetabilidad y decoro a una estafa. En fin, no nos adelantemos y tampoco nos enredemos afeándole a un pobre plumilla un resbalón en el aceitoso mar del entertainment. La culpa es mía por seguir dándole crédito a El País. Es que no aprendo.
Así que sin sospechar el sopor que se me venía encima al cine con mi amiga me fui. La sala repleta. 300 espectadores, un 80% de chicas y un 20% de chicos con gafas –no me pregunten por qué–. Trini (llamémosla así) había comprado las entradas una semana antes por internet, según me confesó, quería haber ido con su novio, pero su novio tenía futbito con los colegas y entonces se acordó de mí, de su amiga que tan mal lo estaba pasando. Había leído mi anterior entrega en esta web y se había enterado de mi riña con Marcelo.
–A mí me pasó lo mismo con Michael, ¿te acuerdas?
–¿El americano fuertote que jugaba al rugbi?
–El mismo, amiga. Una tarde abro la puerta del salón y me lo veo con los auriculares puestos viendo en la tele una porno y dale que te pego al manubrio, igual que Marcelo. Sólo que yo, como lo vi tan concentrado y nunca había visto a un hombre masturbarse, lo dejé que terminara. Lo fuerte fue que el guarro termina y se mete la mano en la boca. Al principio no supe qué pasaba, pero volvió a tocarse la polla y a rechupetearse los dedos. Yo no me lo podía creer, amiga, pero el tío se estaba merendolando su propia lefa.
Esta es mi amiga Trini, mujer curiosa donde las haya y experimentada como la que más. Aunque apenas haya salido de Madrid y no terminó el bachillerato sabe por lo menos cuatro o cinco idiomas, todos aprendidos de oído, dice ella, a fuerza de revolcarse con turistas extranjeros. A la par, para equilibrar y no perder la lengua materna, tiene a su novio de Móstoles que es con el que se va al cine los fines de semana y a Gandía el mes de agosto.
Trini se leyó nada más salir la trilogía de 50 sombras y le encantó. Yo no me los he leído pero he seguido con curiosidad el fenómeno editorial. Trini me dice justo antes de que apaguen las luces que no tiene grandes esperanzas, que ya sabe que los libros son siempre mejores que sus versiones cinematográficas. Yo le tranquilizo diciendo que no siempre y que acabo de leer en El País que la película es mejor que el libro.
Empiezan los anuncios, 15 minutos de anuncios: Coches, móviles, hamburguesas, Yves Saint Loren, y hasta dos centros de depilación laser, la imagen de la vida hoy, llena de selfies, de intensidad y de coños sin pelo. La promoción de uno de esos dos centros de depilación y la de Movistar TV hacen más que un guiño a lo que vamos a ver a continuación, hablan de sensaciones a flor de piel, de disfrute sin vello, de esposas y de quién tiene el mando. La película se ha estrenado en más de ochocientas salas, –según he oído, sorprendida de que en España queden aún tantos cines–, así que tiene sentido que hayan hecho anuncios ex profeso que traten de montarse en el carro de este fenómeno sin igual.
Un milagro editorial del siglo XXI (paréntesis)
A los que no la hayan seguido voy a resumirles la historia de esta proeza editorial que ahora llega a las pantallas. Si no tienen interés en los cambios del modelo editorial del siglo XXI pueden saltarse esta morcilla y pasar a la siguiente. Si aún así deciden seguir leyendo, les podrá ser útil para manejar datos en las conversaciones que surjan a colación de este estreno, sea mañana domingo en su comida familiar o el lunes en el trabajo o incluso hoy, día de San Valentín, tan propicio para estos parloteos.
Estamos en enero de 2009, Erika Leonard, una productora ejecutiva en la BBC, madre de dos hijos adolescentes y casada con un guionista televisivo, comienza a escribir, con 46 años de edad y sin ninguna experiencia previa, una fanfiction de la saga Crepúsculo. Unos meses más tarde, en agosto, con el seudónimo de Snowqueens Icedragon comienza a publicar por entregas su historia, titulada Master of the Universe (Amo del universo), en FanFiction.net, una comunidad de escritores aficionados a los pastiches derivados de best seller.
Master of the Universe despierta interés y muchos comentarios que sirven a la autora para ir puliendo su texto. En 2010 se autopublica en ePub Bud, una plataforma de selfpublishing. Ese mismo año aparece su web 50shades.com, en la que todavía los nombres y la imagen que se da de los protagonistas son los de la pareja de la película Crepúsculo.
En mayo del 2011, se publica en The Writer’s Coffee Shop Publishing House, Fifty Shades of the Grey, firmada por E.L. James, el pseudónimo escogido por Erika Leonard. El título se ha cambiado, los protagonistas han perdido el nombre de Crepúsculo, pero la historia es la misma –al menos en un 89%, según una blogger que utilizó un programa de detección de plagio para compararla con su antecedente Master of the Universe–.
The Writer’s Coffee Shop es un nuevo modelo de negocio editorial que busca ser plataforma para autores desconocidos, principalmente autoras de novela romántica. Nació como comunidad online de escritores amateurs y un año después ya ofrecía un servicio de publicaciones en eBook e impresión bajo demanda. Era un negocio bien situado en redes sociales y en comunidades de lectura de internet, pero era un negocio pequeño, de hecho, cuando acogen a Fifty Shades su catálogo no llega a los diez títulos. En septiembre de 2011 se publica la segunda entrega, Fifty shades of darker, y en enero de 2012 la última, Fifty shades freed.
El “porno para mamás” –etiqueta que pone entonces un periodista para dar cuenta de la noticia–, se vende en ese primer momento sobre todo en digital, lo que da pábulo a las predicciones del futuro del libro electrónico frente al de papel. La extensión posterior del fenómeno en libros de bolsillo de la mano de una editorial mucho más grande matizará el optimismo inicial de esta interpretación en clave tecnológica. Quizá la explicación esté, además de en las dificultades propias de una pequeña editorial para manejar aquel milagro, en que las tabletas y los eReaders no tienes que forrarlos para disimular lo que estás leyendo.
El fenómeno viral empieza a conquistar miles de adeptos y Valerie Hoskins, agente de cine y televisión británica, empieza a moverse en Hollywood tratando de vender los derechos de la película. Aunque pocos lo recuerdan, el interés del mundo del cine por la trilogía es un poco anterior al de las grandes editoriales. El 8 de marzo de 2012, Vintage Books (Random) gana la guerra de ofertas por los libros; Valerie Hoskins, consigue en la negociación una suma de 7 cifras. Hasta ese momento se llevan vendidas 250.000 ejemplares de la los tres libros en The Writer’s Coffee Shop. El 26 de marzo de 2012, Universal comprar los derechos para hacer las tres películas. El resto, millones de libros vendidos en todo el mundo y en un plazo record, ya lo conocen ustedes.
Para ti mujer, que eres tonta
Gracias a este fenómeno la novela romántica y erótica y el sadomaso soft han salido del armario y de su nicho marginal. David Cebrián responsable de marketing de Espasa, dijo a El País en septiembre del 2012, dos meses después de que se publicara la trilogía en España, que “50 sombras de Grey no solo ha inaugurado y puesto de moda un subgénero literario –“el porno para mamás”– sino también una nueva forma de envolver y vender la novela romántica. De hecho, nunca se ha invertido tanto en promoción y comunicación dentro de esta división como ahora”. Este márquetin arrollador, con especial insistencia en las redes sociales, siempre se dirige, como flechas de un Cupido cursilón, a un público femenino, sabiendo, claro, que una novela erótica leída por mujeres es el mejor reclamo para atraer a los hombres. Porque a lo tonto a lo tonto, la tonta se folló al tonto.
A mí me encanta cómo lo lleva la autora, el salero con el que se desenvuelve en público. La foto más utilizada (sobre estas líneas) en la promoción de sus libros no tiene desperdicio: su escote, su anillo de casada, su sonrisa cercana, sus 49 años –ahora a punto de cumplir los 52– y sus kilos de más, llevados con alegría, contribuyen a dar una imagen entre sexy y doméstica con las que las mamás pueden identificarse. Es decir, la imagen de la autora contribuye a dar un barniz de naturalidad, atractivo y liberación, en la misma línea que su repetida declaración de que la trilogía es su crisis de los cuarenta-cincuenta, con todas sus fantasías volcadas hacia fuera… Si la historia es de jóvenes veinteañeros, la imagen y naturalidad de la autora facilita la identificación del público más maduro, de las mujeres casadas a un paso de la menopausia y cansadas de sus aburridos maridos.
Lo lamentable de todo es que cuando uno ve la película, si aguanta sin dormirse y si la empalagosa música no le hace desmayarse, descubre que esa supuesta transgresión sexual no es más que un tonto atrevimiento que lo único que hace es reafirmar los valores impuestos de la pareja, esto es, la posesión exclusiva del otro, el dominio acaparador que una y otra vez nos venden como realización personal a través de esa superchería que llaman amor. En realidad, la película es como uno de los anuncios que la preceden, hinchado y sin gracia y en vez de durar veinte segundos dura dos horas, 125 minutos en los que no paran de salir coches de lujo, móviles, helicópteros, avionetas, casas sacadas de las primeras páginas del Hola y algún detalle divertido, como ese momento en el que ella tiene en la mesilla un libro y nos percatamos de que el autor es Faulkner.
Él es un actor blandito y sin misterio y ella, Dakota Johnson, hija de Melanie Griffith y de Don Johnson, representa el papel de una chica que con 21 años todavía es virgen –¡oh!–. Los diálogos son propios de quinceañeros cursis, con algunos palabros entremezclados como fist-fucking o tapones anales. El público que estaba desde el principio entregado y riendo voluntarioso las gracietas de los primeros diez minutos, no tardó en sumergirse en un pesado sopor.
En fin, un aburrimiento del que es difícil y absurdo escandalizarse, ni desde la moral ni desde el feminismo ni desde el anticapitalismo merece la pena gastar un minuto más con esta tontería.
Trini se confiesa
A Trini le pareció un suplicio. Salió diciendo que los libros eran mejores y tardó dos cervezas en recuperar su natural gracejo. Entonces me contó sus cincuenta sombras, quiero decir, sus experiencias sadomasoquistas con un austríaco mayor que ella y luego con su novio de Móstoles. Fue hace dos años, cuando trabajaba limpiando habitaciones en el Hilton. Allí conoció a Adolf (así lo llamaremos), un empresario con buen porte, que empezó dejándole propinas de cincuenta euros y acabó atándola a la cama y pegándole con una fusta. Lo que más le gustaba a Trini eran unas pinzas que le ponía Adolf en el clítoris hasta que el dolor se lo dejaba anestesiado, entonces se las quitaba y la penetraba. Según Trini aquel palpitante dolor multiplicaba su placer provocándole orgasmos en cadena.
Un mes estuvo Adolf jugando al caballito con Trini, embridándola y fustigándola; “un dineral en propinas” me resume ella, sin pensar ni por un momento en que se estuviese prostituyendo.
–¿Y tu novio no se daba cuenta? ¿No te dejaba moratones?
–Qué se va a dar cuenta si ya por aquella época no follábamos ni una vez al mes. Y todas esas fustas y látigos son como de juguete, es más la sensación de miedo que otra cosa. Las pinzas sí dolían. Una vez se me puso el chocho que parecía una breva reventada.
Lo divertido está cuando Adolf se va y Trini se presenta con una maletita de aparejos varios en casa de su novio. Le explica que un cliente se lo ha dejado en el hotel y lo convence para que le haga algunas cositas que salen en el libro de Cincuenta sombras de Grey. El novio que es un poco paradito no funciona en el papel de amo, a cada rato se para y le pregunta si le hace daño. Entonces Trini decide adoptar el rol de ama, pero antes, como es preceptivo, le pide que elija una palabra de seguridad para parar en caso de que el dolor se vuelva insoportable. Una palabra como rojo o algo así que no dé lugar a equívocos. El novio después de pensar un momento escogió Móstoles.
–Y ahí se acabó mi aventura sadomaso.