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La construcción de la personalidad virtual

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[1]. Ya sé de qué me suenas. Claro, tú eres @xxx. En la vida anterior trabajaste en tal y cual; lo he comprobado en tu LinkedIn, también en tu Facebook, y si no recuerdo mal, creo que alguna vez hasta me he metido en tu .com (ya era un mausoleo). Claro: el contador se puso a cero y de repente todo lo hecho anteriormente había que volver a demostrarlo. El mérito expiró más o menos con el siglo —¿pero cuándo exactamente acabó el siglo? ¿con el Muro? ¿con las Torres? [25]—; ahora nos dejamos la vida en volumetrías exactas (y la retina en las radiaciones de la banda del azul de las fuentes LED). 

Te sigo. Bueno, yo y no sé cuantos mil más. Conseguiste tu base de followers cuando empezaron los movimientos. Me identifiqué con tu forma de verlo: lo llaman democracia y no lo es. Con tus enfoques de género: muerte al heteropatriarcado. Con la cuestión cultural y tu manera de verla: es popular y es un derecho [3]

 

[2]. Euclides (Ευκλείδης) fue un matemático y geómetra griego. Nació en el 325 y murió en el 265 aC. Los elementos —su estudio de las propiedades de líneas y planos, círculos y esferas, triángulos y conos— está considerado uno de los más importantes de todos los tiempos en el marco científico. De hecho a su autor, “Padre de la Geometría”, le conocemos por una descripción incluida en dicho tratado. Es el algoritmo [5] que lleva su nombre, sirve de método básico para calcular el máximo común divisor como una combinación lineal, y tiene aplicaciones en álgebra, teoría de números y computación. 

 

[3]. En contra de lo que suele pensarse cuando se recuerda la Guerra Fría, las primeras relaciones entre la URSS y Estados Unidos no fueron precisamente hostiles. En 1943, por ejemplo, la revista Life dedicaba un amistoso monográfico a Stalin y su ejército rojo. Sólo en 1947, Estados Unidos elaboró el proyecto de contención del comunismo conocido como Doctrina Truman. Desde entonces podemos hablar de dos bandos antagónicos: uno norteamericano-occidental, representado por la denominada doctrina del fin de las ideologías, la “asepsia ideológica” o la neutralidad; otro soviético-comunista enmarcado en una tradición y un sustrato ideológico marxista de preguerra. 

Las tensiones del compartimento denominado Guerra Fría Cultural se vieron dinamizadas por ambas posiciones pillando en medio a escritores, pensadores y artistas. En el lado soviético, la presión estatal conminaba a generar obras que glorificasen la militancia —producción, rendimiento, alienación— y el optimismo permanente. En el occidental, se enarbolaba la libertad de expresión como bandera absoluta (con consideración, eso sí, al anticomunismo). 

Así nacieron dos nociones opuestas dialécticamente: el arte por el arte frente al arte comprometido. Así comenzó el debate sobre la libertad intelectual [17]

 

[4]. Perdona el rodeo. A veces pienso que no podré volver a concentrarme en la vida. Ya sabes, la procrastinación [10]. Te decía que congenié contigo a partir del tema de los desahucios: ni una familia sin casa. Que firmé todos tus changes.com y circulé los crowdfundings que anunciabas. Que me reí con tu broma esa de irse a Cubazuela del Norte. 

Un día te hice una mención en Twitter. Me pareció que te interesaría este asunto del karma [7] en la sociedad de redes. La gendarmería del gusto. El qué dirán digital y sus guardianes. Ese sistema, esa firma de contención social. Cómo nos comportamos como policías entre nosotros. Me parecía que a ti, espíritu crítico, te iba a interesar. Igual no lo viste. Claro, con tantos seguidores cuesta mucho seguir el timeline. Va todo demasiado rápido. Twitter es como una de esas toallas sin fin de los cuartos de baño públicos de la que vas tirando. Si no ves algo en el momento, ya nunca más. Se te pasaría. 

 

[5]. Algoritmo (quizá del latín tardío algobarismus y éste a su vez del matemático persa Al-Khwarizmi) es un conjunto prescrito de operaciones, instrucciones o reglas organizadas de manera lógica y ordenada que permite realizar una actividad mediante pasos sucesivos. En la vida cotidiana, se emplean algoritmos para resolver problemas. 

La semántica contemporánea iguala el algoritmo a una ecuación de incógnitas cambiantes que rige tu vida. Es el encuentro definitivo entre las ciencias sociales y las matemáticas. Esa fórmula no tan compleja pero sí desconocida que —pura lógica proposicional— no precisa conciencia ni emociones. Una nueva definición del mundo. Casi ADN. Un nuevo golem [18]

 

[6]. Las ciencias sociales se esfuerzan por dar con algoritmos cada vez más precisos con fines predictivos. Mediante ellos cada día somos más previsibles: se puede saber qué vamos a comprar, con quién nos vamos a emparejar, a quién vamos a votar... 

Se puede, incluso, predecir qué horrores nos vamos a hacer los unos a los otros. Investigadores australianos de la Universidad de Sidney llevan desde 2012 desarrollando un modelo matemático para predecir genocidios (manejando variables como: ¿han existido crímenes políticos? ¿ha habido conflictos en los países vecinos? ¿cuál es la tasa de mortalidad infantil?). Sus resultados vienen señalando potenciales países-bomba como República Centroafricana, Congo, Chad, Somalia, Afganistán, Siria y Sri Lanka. 

Un sociólogo suizo, Thomas Chadefaux, ha navegado por un siglo de noticias (desde 1902 a 2001) para producir un modelo matemático presuntamente capaz de predecir cuándo se producirá una guerra, tanto entre como hacia países. Su método: detectar palabras [8] como crisis, choque, combate, proyectil. Su argumento: las guerras raramente salen de la nada. 

Un laboratorio de la Duke University ha desarrollado un software capaz de predecir insurgencias. Un equipo del Museo del Holocausto está trabajando sobre expresiones de odio en Twitter con el fin de predecir expresiones colectivas de violencia política (Nigeria lo acaba de experimentar en sus últimas elecciones generales). También Kenia ha servido para poner en prueba estos materiales: concretamente una herramienta desarrollada por el Instituto Tecnológico de Georgia, que, bajo dirección del profesor Michael Best, lanzó un mecanismo capaz de discernir un método combinatorio que escarba entre los insultos selectos en Twitter y Facebook con el fin de monitorizar enunciados clave. 

Acostumbrémonos: la predicción de violencia masiva —la predicción en general y, como fin, su ulterior prevención— alcanza cualquier cosa, y pone a su servicio desde programas de reconocimiento facial hasta proyectos que prevén conectar circuitos de televisión a gran escala. Ingentes bolsas de datos sirven en uno y otro caso a un poder computacional que agita sus conexiones cual coctelera para funcionar como una bola de cristal. 

Los servicios de inteligencia interpretan. Las palabras clave las damos nosotros [8]

 

[7]. Karma (en sánscrito कर्म) es esa energía trascendente, invisible e inmensurable que se deriva de los actos de las personas. Se interpreta como una ley cósmica de retribución, de causa y efecto. 

El karma promete algo mejor o peor después de la vida o fase actual. Es una cadena de decisiones. Tiene su propia justicia. 

 

[8]. La obtención de karma se basa en el uso del #trendingtopic. 

El #trendingtopic predetermina las palabras clave que corresponde utilizar, prometiendo a cambio un efecto cuantitativo en la reputación digital o marca personal personalizada en el avatar [24]

El #trendingtopic es aquello de lo que hay que hablar ahora. 

Suele durar unas pocas horas. A veces son unos días. Es muy raro que vuelva. Pero puede pasar [11]

 

[9]. Lo que observo es que siempre eludes lo conflictivo. Me refiero a poner en duda lo establecido. ¿De veras estás de acuerdo en todo siempre que parece que estás de acuerdo? ¿En serio crees que todo lo bueno es tan bueno y todo lo malo es tan malo? ¿No crees que todo esto es, ante todo y en el fondo, un juego en el que hacemos que nos leemos bajo la presión de no obtener el aplauso los unos de los otros? [11]

Es que a veces perdóname— tengo la sensación de que tratas de no meterte en líos [22]. Es decir, de no perder seguidores [12]

 

[10]. [Esta redacción se ha visto interrumpida para ver los siguientes vídeos. Cómo pelar ajos sin tocarlos. Niña colombiana que baila como Michael Jackson. Perros sentados a la mesa y comiendo disfrazados de personas. Elefante que se baña en un barreño. Ciervo ataca a cazador. Tiempo perdido: 45 minutos]. 

 

[11]. “Tú lees porque piensas que te escribo. Eso es algo entendible. / Yo escribo porque pienso que me lees. Y eso es algo terrible”. En 2011, el poeta Ben Clark escribió estos versos en el poemario La mezcla confusa. Y se montó un curioso revuelo. “No sé muy bien cómo pasó lo que pasó”, explica. Sé que lo retuitearon algunos cantautores y gente del mundo del teatro; luego salió en una revista digital con millones de likes (sin citar al autor, claro) y a partir de ahí recibió un impulso fuerte. Hace de esto tres años casi. Tres años viajando por los celulares y las computadoras de media Latinoamérica sin parar de aparecer, cada diez horas o así, en alguna cuenta de Twitter, Facebook o algún Tumblr”. Convertido en meme, “el poema viral no tiene vergüenza y aparece en todos lados, incluso en Yahoo Respuestas”, dice Clark. “Como Rincewind, vago por el mundo intentando vivir en paz pero siento la amenaza cerca: cualquier día me lo encuentro en un anuncio de ING, en una pantalla de Callao, en una camiseta ajustada de la nueva Taylor Swift… Y eso sería algo terrible. O quizá no tanto” [21]

 

[12]. Cada día te fijas en tu cifra de followers. Los miras. Los cuentas. Observas cómo el número va haciendo capicúas. Ves cómo forman fechas que sólo significan algo para ti. Hacen números redondos o números imperfectos. Piensas qué aforos llenaría toda esa gente: primero un club, luego un pabellón, por fin un estadio. Parece mentira que todos esos números sean personas. Gente pendiente de lo que dices. Tus seguidores [16]

 

[13]. Perdona el desvarío. Maldita distracción [19]. Te retuiteé una vez que dijiste algo de la Cultura de la Transición, tan funesta. Te faveé cuando dijiste que todo pasa por la lucha de clases. Te hice FF cuando recordaste que nos olvidábamos de tantos y tantos países a los que seguimos explotando silenciosamente. 

Te hablaba de la policía del karma. Pensaba que cada uno de nosotros defiende su esquina en las redes sociales, como camellos en el Baltimore de The Wire. Nadie —feminazi, animalista, artista, periodista, artista, tuitstar por supuesto— cuestiona realmente el sistema. Qué extraño, si este parece formado por gente tan crítica con todo. ¿Por qué nadie le lleva la contraria al clic fácil? ¿Por qué nos creemos los votos por clic que conceden los premios “del público”? ¿Por qué nadie cuestiona el campo de juego? 

Yo creo que queremos público, nos da igual quién. Y es seguro que nosotros somos el público de alguien, nos da igual de quién. Somos un circuito cerrado narcisista. Igual hacemos buena parte de las cosas que hacemos para demostrar que las hacemos. Nadie reconocerá estar pidiendo: cliquéame. Ni dirá: la mitad de mis seguidores son cuentas robot [15]

 

[14]. Nunca contrates a alguien con menos de 15 puntos de karma en Menéame. 

Kate Cooper. Rigged, 2014. Cortesía de la artista.
Kate Cooper. Rigged, 2014. Cortesía de la artista.

[15]. El 5 de septiembre de 2014, la cuenta de Twitter @marianorajoy aumentó en 63.452 seguidores, hecho llamativo si tenemos en cuenta que, en un perfil de sus características, la adición normal de seguidores es de unos 100 o 200 al día. La noticia destacó dos aspectos llamativos: por un lado la inexplicable oleada de interesados hacía subir la cuenta del presidente de gobierno de España hasta rondar los 593.000 seguidores (hoy 768.000), rebasando la de su pujante adversario @pablo_iglesias_, que andaba por los 524.000 (hoy 913.000). Por otro, todos estos nuevos fans exhibían nombre y atuendo árabe. 

Este tipo de transacción es limpia y sencilla; abundan las empresas que venden followers y fans de Twitter, Facebook, Pinterest y Google +, conexiones en LinkedIn, suscriptores y visualizaciones en Youtube y Vimeo. Por hacer una media, el lote de 1.000 followers anda por los 13 o 14 euros para Twitter, algo menos para Facebook y aún menos para Instagram. Se venden likes, se venden RTs, se vende todo. Las empresas más finas despachan seguidores de tu región, industria o intereses por un precio algo mayor. Comprarmasfans.com, por ejemplo, se especializa en fans hispanos (y también españoles, que son un poco más caros y tardan más en aparecer en tu cuenta: 10 días en lugar de los dos habituales). Followersya.com —empresa que también se jacta de comercializar seguidores reales y del propio país— ofrece un Servicio con Garantía total de devolución, por si no estás conforme. Aparte de eso, siempre existe la opción de las empresas de borrado de datos, sector en auténtico auge en tiempos de vida en redes. 

¿De dónde sale toda esa gente? Algunas compañías aseguran pagar (en céntimos) a gente real de países en vías de desarrollo para que se conviertan en tus fans. Otras revelan captar personas creando eventos o grupos. 

Público falso, pero público al fin y al cabo. Capital simbólico, le dicen. 

 

[16]. ¿Y si tener followers fuera un fracaso? 

“Pobre, se le ha llenado la cuenta de seguidores”. 

Verlo así: como anomalía [21]

 

[17]. El número de Dunbar, que recibe esa denominación por el antropólogo británico Robin Dunbar, establece la cantidad de individuos ideal para el pleno desarrollo de una comunidad y de quienes la componen. La teoría viene a decir que con una media de 147,8 individuos (redondeemos a 150), un grupo social tiene los suficientes recursos humanos como para asegurar su supervivencia y cubrir cualquier necesidad: académica, sanitaria, educativa, artística o lúdica. 

Para alcanzar sus conclusiones, Dunbar se basó en la investigación de tribus y villas de distintas épocas y latitudes. Algunos de sus parámetros de estudio han sido poblados granjeros de la era neolítica, asentamientos amish y menonitas, círculos de especialización académica, unidades militares en la Roma antigua y en los tiempos modernos desde el siglo XVI. 

Según el biólogo evolucionista, el número de miembros del grupo con los que un primate puede mantener contacto parece estar limitado por el volumen de la neocorteza cerebral. Vale decir que hay un índice de tamaño de grupo social según la especie, diferenciable por el volumen del neocórtex. Por otro lado, Dunbar enunció que un grupo con un tamaño de 150 personas debía tener un incentivo muy alto para mantenerse juntos. Para que un grupo de este tamaño alcanzara esa cohesión, Dunbar especuló que por lo menos un 42% del tiempo el grupo debía dedicarse a la socialización. 

En ese marco, Dunbar consideró que a pequeña escala la mayoría de los órdenes sociales —socialismo, fascismo y otras ideologías centralizadas—, podrían funcionar adecuadamente, pero, al aumentar la población, la dificultad de mantener adecuadamente relaciones controladas entre los individuos haría que surgiesen problemas [3]. 

La aplicación de estas visiones a las redes sociales está servida: nunca hemos recibimos tantas felicitaciones por nuestros cumpleaños, cambios de estado civil o contrataciones laborales; nunca tantas reacciones a nuestras fiestas, indumentarias o platos de comida; nunca tanta simpatía ante muestras de nuestros gustos y predilecciones culturales. ¿Somos más populares que antes? No: solo se dan condiciones tecnológicas que reducen el esfuerzo necesario a un simple clic. ¿Necesitamos tanto agasajo? Llevando a lo digital las teorías de Dunbar, bastaría con 150 amigos. 147,8 para ser más exactos [21]

 

[18]. El Golem es esa vieja leyenda judía, recogida por Gustav Meyrink en su novela Der Golem (1915), en la cual una figura de forma humana, hecha de arcilla, cobra vida. Como sucede con las criaturas de Frankenstein y el Dr. Caligari, y también en el poema sinfónico de Paul Dukas El aprendiz de brujo, el ente, acaso creado para hacer el bien, escapa del control y causa una cadena de catástrofes. 

Lo mismo que el Golem, el hombre moderno realiza la parte a él asignada contra su propia voluntad y con un rigor atroz. Animado por obra y gracia de un algoritmo [5] cabalista, el Golem personifica a los autómatas humanos que crean la sociedad moderna. 

 

[19]. [Un mono vacila a un cachorro de tigre. Un niño gordo baila en un concurso de mates de baloncesto. Un hombre de mediana edad salta desde un puente para rescatar un perro. Cómo cortar 16 tomates cherry con dos platos. Cómo pintar un cuadro echando pinturas en un cubo de agua. Tiempo perdido: 50 minutos]. 

 

[20]. “Karma police / Arrest this man / He talks in maths /
He buzzes like a fridge / He’s like a detuned radio. 

Karma police / Arrest this girl / Her Hitler hairdo /
Is making me feel ill / And we have crashed her party. 

This is what you get / When you mess with us / Karma police”

(Policía del Karma / arresta a ese tipo / habla en matemáticas /
zumba como un refrigerador / es como una radio mal sintonizada.

Policía del Karma / arresta a esa chica / su peinado estilo Hitler /
me está enfermando / y hemos arruinado su fiesta.

Esto es lo que consigues / cuando te metes con nosotros).

(Thom Yorke, “Karma police”, canción de “OK Computer”, 1996)

 

[21]. Sería fácil crear un avatar que gustara a todo el mundo y alcanzara rápidamente las mayores cotas de popularidad en las redes sociales. 

Sería igualmente sencillo destruirlo simplemente utilizando inopinadamente, de repente, las consignas políticamente incorrectas. 

Una fantasía 2.0. 

 

[22]. Vivir pendiente de lo que dicen de ti. 

Vivir tú pendiente de lo que dices de los demás. 

Todos vigilándonos. Hasta la volumetría final.

 

[23]. Congenié contigo cuando dijiste que habíamos pasado del yo, tú, él o ella al nosotrxs, vosotrxs, ellxs. Vi los capítulos de las series que decías y, como tú señalaste, interpreté en función de estos los distintos fenómenos de la política local. Me dejaste pensativo con aquel Zas en toda la boca al cretino ese de director de periódico y sus portadas manipuladas. 

Luego pensé que en realidad nada nos gusta más que perdonar. El secreto está en equivocarse. Solo la fricción da feedback. No hay popularidad sin fricción. Sin haters y sin un buen flame de vez en cuando no vas a ninguna parte. Está bien ser el imbécil del día y está aún mejor el listo que lo denuncia. Ese recurso de validación. 

 

[24]. Un usuario de Second Life asistió a una fiesta virtual. Todo estaba bien: gente, música, ambientazo. En determinado momento el usuario vio que la cabina estaba libre y se metió a pinchar. Compró unos discos (en realidad créditos para pinchar esos discos). Como la cosa se animaba por momentos, entre tema y tema compró unos pasos de baile y bajó a la pista. Adquirió también unas copas virtuales, y también se tomó unas copas en el mundo físico. 

Luego se quedó dormido (en el mundo físico). 

Cuando despertó (en el mundo físico) recordó la fiesta y fue a su ordenador para ver en qué había acabado la noche. 

Entonces vio que su avatar seguía bailando solo. 

Cerró la sesión y nunca más volvió a abrirla. 

 

[25]. Quizá el siglo XX terminó —como entrevió Leonard Cohen— entre Berlín (el Muro) y Manhattan (las Torres) [1]. También podríamos pensar que el siglo XXI se abre con la creación de mundos artificiales, y sobre todo con el paisaje desolador de los primeros entornos virtuales desiertos, en cuyas calles pixeladas ya vagan avatares abandonados. 

 

[26]. Ahora me sigues. Me has sorprendido. Es la primera vez que me sigue alguien con tantos seguidores. Además eres mi primer seguidor con el distintivo azul que verifica que la cuenta es oficial. Mi sorpresa ha sido doble, primero por descubrir el follow en la pestaña de notificaciones. Segundo por recibir un mensaje directo tuyo. Lo he abierto de inmediato, no sin cierto nerviosismo. Pensé que guardaría relación con lo que te había escrito. Pero no. 

Un enlace. Y nada más. Ni una palabra. Un ilegible trozo de hipertexto que lleva a tu último artículo, un texto sobre el último asunto del barco cargado de inmigrantes ilegales hundido en costas italianas. 

De acuerdo con las leyes del karma 2.0, recibir un link significa “difúndemelo”. Bien. No tengo muchos seguidores, pero allá va. De acuerdo a las mismas leyes yo te enviaré mi enlace y tú me corresponderás. El retorno de lo hecho. Es una regla no escrita. 

Hecho. Transacción terminada. No me ha costado nada. Es un clic. Por cierto, no sé si yo te sonaba de algo. De aquí tal vez. De las redes. Me queda la duda. Tengo una vida previa como tú, como todo el mundo que ha nacido en el siglo XX. Pero todo lo hecho antes ha caducado. No sé qué queda de mí fuera de la persona digital. Lo interesante está aquí dentro. Aquí está nuestra identidad. Aquí estamos todas las migajas del siglo XX. Hacemos lo que podemos. Cada tuit, cada post, cada foto es una llamada al apareamiento. Aquí sí que hay algoritmo. Aquí nos la jugamos. Gracias por el follow. 

Bruno Galindo

Bruno Galindo es escritor y periodista.
Es redactor de El Estado Mental desde su arranque y coordinador de EEM Radio.

www.brunogalindo.com

 

Con informaciones de:

  • [3] Pablo Carriedo Castro (“Nómadas”. Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas, 2007)
  • [6] Somini Sengupta “Can Twitter predict global mayhem?”. The Dallas Morning News, 28 marzo 2015)
  • [11] Ben Clark (“Los lunes libro: el poema viral”. Noudiari.es) y Wikipedia.