Taller de artes escénicas con presos
La entrada del Centro Penitenciario Madrid III de Valdemoro está controlada por guardias jurados. “Ahí tienes la primera muestra del continuo proceso de privatización”, me comenta Miguel, la persona organizadora del proyecto de artes escénicas realizado por los presos del módulo 4. Tienen que realizar una pieza teatral escrita e interpretada por los propios reclusos.
La escritura de la obra La cruda realidad está ya casi terminada y ahora se trata de ponerla en marcha para presentarla en dos meses. Mi labor como voluntario será apoyar y dinamizar el grupo de interpretación dándoles herramientas teatrales, pero el objetivo último de mi participación en el proyecto, tal como yo mismo lo entiendo, es desafiar lugares comunes de la reinserción y las relaciones jerárquicas de poder.
Se suceden las imágenes… Los muros gigantescos coronados con alambradas... La torre de control alzándose sobre el contorno bélico del edificio construido en el emblemático 1992… En la sala de espera hay máquinas expendedoras de refrescos, chocolatinas y souvenirs. ¿Souvenirs?... Una chica musulmana con pañuelo en la cabeza y su hijo abrazado a una tabla de skate aguardan el vis a vis… En los casilleros de los visitantes hay pegatinas en euskera, por los derechos humanos de los presos vascos, que se resisten a ser arrancadas... Cada día me quedaré mirándolas unos instantes, su presencia rebelde es como un talismán que me da fuerzas.
Hasta llegar al módulo donde realizamos el taller, tenemos que atravesar 16 puertas, 14 de ellas blindadas, además de largos corredores y 4 controles de seguridad. En uno de ellos, el funcionario fisionomista se queda observando mi cara con detenimiento para memorizarla y evitar que puedas darle el cambiazo, pienso… A través de una puerta de rejas me atraviesan como cuchilladas las miradas de un grupo de mujeres saliendo del vis a vis mientras esperamos a que nos identifiquen para entrar y ellas esperan impacientes para huir... La tecnología de vigilancia tiene un aire retro de ciencia ficción setentera… Mientras aguardamos a que nos den las acreditaciones la cámara nos apunta con descaro.
El ruido de las puertas al cerrarse a nuestras espaldas acrecienta la claustrofobia. Según avanzas por los corredores toma cuerpo la sensación de que el tiempo se va deteniendo, detenido, preso. Las formas que adopta el aislamiento como forma de subjetivación. La cárcel como paradigma de la guerra del sistema contra las clases más vulnerables, es una frase que toma cuerpo repitiéndose como un mantra en mi cabeza mientras recorro los pasillos.
Cuando entro en el módulo me olvido de mí mismo. No se trata solamente de que me ponga a disposición de la dinámica colectiva de producción de una obra escénica y del trabajo del grupo. No se trata sólo de eso…
Las sesiones en el módulo comienzan con una asamblea general en la que los participantes hacen repaso de la situación antes de que cada grupo de trabajo se ponga manos a la obra. Es el primer día y encuentro que los presos están nerviosos, especialmente los encargados de interpretar la obra. Tienen pequeñas discusiones a la hora de repartirse las tareas. Los actores parecen convencidos de que no van a poder aprenderse el texto de memoria y ponen pegas sobre los papeles que les ha tocado dar vida. Sienten la representación de la obra como una amenaza cercana e inquietante. Miguel dinamiza la asamblea con mano izquierda.
Me asaltan imágenes de los tiempos del colegio. Los lenguajes táctiles y la intuición. Las bromas y las burlas. Los diferentes sentidos del humor. Los códigos de masculinidad. Imagino que podría recordarme también a la mili, pero fui insumiso. Entro en un estado hipnótico que se prolonga durante toda la sesión. La riqueza étnica. Los cuerpos musculados de los presos. Los tatuajes. Los cuidados cortes de pelo. La chulería. Las interacciones. Los roces. Los desafíos… Trato de leer el complejo sistema de códigos.
Atravieso la cabina de los funcionarios para ir a al baño. La propaganda del sindicato ACAIP está por todos lados. La tele siempre encendida. El tedio de la vigilancia. Una pegatina con una bandera roja y amarilla y el texto ‘España: una nación, una bandera’ en el respaldo de una silla. Más pegatinas en el mismo tono en los casilleros de los funcionarios…
A partir de ese momento utilizaré siempre el servicio de los presos.
En el descanso para fumar, Antonio, uno de los presos del grupo de interpretación, me invita a acompañarle a conocer su celda. Venzo la desconfianza y grabo imágenes mentales… Las reducidas dimensiones de su espacio vital… El orden estricto de las escasas pertenencias personales… El peso de los objetos íntimos y la memoria de las cosas… La pantalla de televisión frente a la cama… El retrete impoluto junto a la entrada. Me dice con orgullo que a diferencia de otros módulos ellos disfrutan de celdas individuales y me describe como era la vida cuando tenía que compartirla. Los presos no tienen acceso a internet, ni pueden tener móviles, ni cámaras de fotos. Su comunicación con el mundo exterior se limita al teléfono público y al correo postal. Los códigos de aislamiento.
La máquina escénica frente al teatro de reinserción
Hay días en que el parking de la cárcel aparece repleto de coches de gamas de lujo y 4x4. Imagino que tiene que ver con la detención del alcalde de Valdemoro por corrupción. “La cárcel como paradigma de la guerra del sistema contra las clases más vulnerables”. En los corredores de acceso al módulo y en los puestos de control solemos cruzarnos con abogados de las más variadas procedencias. El funcionario que recoge nuestros carnets de identidad tiene la documentación de un abogado del colegio de Vizcaya. No es difícil de deducir ha venido a visitar a presos vascos. Me asomo a la puerta de rejas y veo que están reunidos en una de las salas acristaladas de visita.
Durante el ensayo, Lolo, uno de los presos del grupo de interpretación, me dice que él con la música hace lo que quiere, pero que es incapaz de actuar en una obra de teatro. Le contesto que cómo va a ser incapaz de actuar en una obra de teatro si ha sido capaz de atracar un banco.
Es sintomática la paradoja de verte dando confianza a quienes han desbordado el sistema, para que se atrevan a experimentar y desafíen lugares comunes... La cultura, el teatro, parece algo ajeno y alienante que invisibiliza la guerra en curso. Sobre el proyecto orbita siempre la idea de la reinserción en una sociedad normal. El merecimiento de las condenas, el pago de las cuentas pendientes, la utilidad social, el sentido de culpa. Y no puedo evitar entender la reinserción como un proceso de infantilización, desde la anulación a la auto-anulación.
Los códigos talegueros subterráneos nos sirven de atajos dramáticos que rompen la armonía impuesta por los códigos del conformismo y la normalización. Los comentarios, los silencios, las coletillas, las onomatopeyas, los sonidos realizados con el cuerpo, los movimientos, las coreografías, las interacciones…
Y el sentido del humor del genial Michelle, preso napolitano del grupo de actores al que le quedan muchos años de condena. “Tienes que aprender a bailar al ritmo de la vida para no pudrirte,” me comentó una vez con una sonrisa melancólica que se me ha quedado grabada. La potencia escénica de los presos les permite desbordar el teatro de la reinserción.
En el descanso para fumar veo que en el taller están construyendo una gran maqueta de una carabela. ‘El Averno’, se llama…
Ensayo general
En la entrada de la cárcel hay numerosas personas de múltiples orígenes étnicos y similar extracción económica esperando para el vis a vis. Se palpa la proximidad de las Navidades. En uno de los controles nos tienen mucho tiempo retenidos.
Al llegar nos enteramos de la fuga de Brian, uno de los presos que participan en el proyecto. No ha vuelto del permiso que le habían concedido y se ha escapado. Arrinconadas a la entrada del módulo hay dos bolsas con todas sus pertenencias y un papel pegado con celo con su nombre escrito a mano. Se guardarán hasta que Brian vuelva a la cárcel. El rumor dice que está ya en Colombia disfrutando de una nueva identidad.
Llego cansado y necesito tomarme un café para recobrar la lucidez antes de comenzar el ensayo general. Voy por un pasillo trasero hasta el economato. El preso de aspecto atlético que me acompaña, y que desde mi llegada sentía que me miraba de manera desafiante, no me deja pagar. Me muestra una tarjeta con el logo del Ministerio del Interior, que se carga cada semana desde el exterior con una transferencia bancaria máxima de 120 euros. Los presos del módulo ponen un fondo para que quienes no reciben ningún ingreso tengan una pequeña renta básica semanal de 12 euros.
Junto al escenario los presos han montado una sala de fumar en un cuarto con un gran ventanal a un patio, en el que hay un campo de fútbol de tierra delante de los muros de la prisión. Durante los ejercicios de calentamiento Miguel recita Invictus. Un poema de William Ernest Henley que, según me cuenta, Nelson Mandela recitaba en prisión al resto de reclusos. Cada verso que Miguel pronuncia es coreado por todos nosotros, que formamos un círculo sobre el escenario. “[…] / Soy el dueño de mi destino / Soy el capitán de mi alma”. Antonio, uno de los presos actores, me susurra “eso no me lo creo, lo he oído tantas veces”.
En un breve descanso me cuelo en el gimnasio. En la sala de pesas los reclusos coreografían una factoría de cuerpos musculosos calibrando las pesas, haciendo flexiones, levantamientos, estiramientos. Mientras, en la cancha de basket presos caribeños disputan un intenso partido en el que cada canasta es celebrada con un ritual de gritos, gestos y saludos.
El ensayo arranca en un insoportable tono obediente y edulcorado. Debido a la presión de los nervios, los presos han eliminado el conflicto y reaccionan con docilidad frente a los personajes que encarnan el poder establecido. Quieren hacerlo bien. Cortamos. Hay que llevar la tensión al límite para romper el código auto-impuesto acorde al régimen de reinserción penitenciario. Permitir que la chulería ocupe espacio… Alimentar el conflicto… Dejar que los enfrentamientos tomen cuerpo… Desafiar la trama... Retomamos y los actores se salen. En un salirse que es un escaparse… Luis Puñales, el veterano preso que realiza la labor de regidor de la obra me da una palmada y me lanza una mirada cómplice. El teatro no es representación, es una máquina de guerra más efectiva y letal que las pistolas.
El estreno de La cruda realidad
Debato conmigo mismo si intento introducir el móvil para sacar fotos que reflejen mi propia experiencia. Me lo he planteado cada día que he venido a la cárcel y hoy es la última oportunidad, el gran día. Afortunadamente no me decido a hacerlo, porque en la entrada nos registran con meticulosidad. Hoy hay medidas especiales de seguridad.
“No se puede entrar con las carteras ni con nada de valor.” Mientras nos pasa el detector de metales, el funcionario continúa, “hay que tener mucho cuidado con las familias y los invitados. No nos hacemos responsables de lo que pueda pasar dentro”. Toma el relevo su compañero, “no es que esté prohibido, es que no nos responsabilizamos. Es para que no desaparezcan ni carteras, ni carnets, ni tarjetas de crédito. No es por los presos es por las familias, que son de cuidado. Algunos han estado ya dentro. Son más peligrosos que los propios presos. Hoy va a haber aquí mucho gitano…” Entro con la cartera. Llevamos meses trabajando y aprendiendo de “esos presos”.
Me indigna que funcionarios públicos se permitan expresar abiertamente comentarios racistas con esa naturalidad. Hablan con personas que desconocen y no saben cómo piensan, pero dan por sentado que todos compartimos sus palabras. El cámara del equipo que ha venido a grabar la actuación, de hecho, es familiar de uno de los presos. Me sonríe con complicidad cuando se lo comento mosqueado, mientras esperamos en el siguiente control. Si yo supiera…
Hay un ambiente de ebullición y entusiasmo alrededor del escenario. El fumadero donde los presos se maquillan está hasta arriba y parece una fiesta. Lolo se ha puesto una camiseta ceñida y muestra orgulloso los tatuajes de sus bíceps. Hacemos ejercicios de calentamiento dirigidos por Miguel y ensayamos brevemente algunas escenas antes de la representación. Me he quedado tan tocado con el nivel de racismo de algunos funcionarios que voy a necesitar tiempo para digerirlo. Otro dato, los presos llevan meses trabajando para poner en pie el proyecto pero no pueden entrar a ver la representación sus familiares menores de 18 años, justo en Navidades.
Durante los preparativos finales tengo la oportunidad de hablar con la persona encargada del montaje técnico, tras días observando su trabajo. Le comento que me ha sorprendido lo bien que están colocados los micros de ambiente, que permiten escuchar a los actores con claridad. Charlamos. Él me cuenta que en los 80 fue guitarrista del grupo heavy Cánnabis Flan, con el que llegó a actuar en el Villa de Madrid y en espacios históricos como la Sala Canciller y el Rock-Ola. Es un hacker y está preso por un delito informático.
Los nervios, las risas, pero, sobretodo, la emoción de los familiares y de las amigas reconociéndoles desde el patio de butacas inundan el teatro. Entra un patriarca apoyado en un bastón y se sienta sólo, en primera fila a ver la obra. Empieza la función. Las escenas se suceden con precisión. Los presos ponen en marcha una máquina teatral que desborda la obra que representan. Una máquina de guerra teatral que desborda el marco de una reinserción diseñado para fomentar la debilidad y no la rebeldía.
Es brutal cómo los presos han conseguido que me sienta útil. Las caras de las familias gitanas, latinas, payas no se me van a olvidar nunca. Nunca. Quienes nos “iban a robar”. Al salir de la cárcel un funcionario me comenta que hemos trabajado con algunos presos históricos de los motines de los 90. Qué orgullo.
Javier Montero
Javier Montero es autor y director de artes escénicas, artista visual y escritor. En la actualidad está preparando la obra La secta de las vampiras, que se presentará en el Teatro del Barrio el 2 de julio de 2015. Es autor y director de proyectos de creación colectiva y experimental de artes escénicas como La máquina del tiempo, con personas mayores de 65 años, La máquina del tiempo, recientemente realizado con los alumnos de 5º de Primaria del Colegio Montserrat (Madrid), o La gaseosa de ácido eléctrico. También es autor y director de trabajos escénicos como El Teatro de Acción Violenta presenta El Ruido y la Furia, presentado en el festival Escena Contemporánea o The paranormal anticapitalist society. Miembro del grupo Los Invisibles, dirige el programa de radio La Oveja Negra y ha publicado la novela Guerra Ambiental.