The illusion of choice
Vamos a comenzar realizando un breve viaje en el tiempo. En el periodo entre las décadas de los sesenta y los setenta, los movimientos políticos y culturales antagonistas pusieron en crisis el modo de subjetivación dominante hasta esos momentos, que no tardó en colapsar junto a la estructura familiar victoriana y su largo periodo de apogeo en Hollywood. Aparece una subjetividad “flexible” que, junto a la experimentación radical en los modos de existencia y la producción contracultural, desestabilizaron el estilo de vida imperante y sus anticuadas políticas del deseo, con su lógica de identidad, sus relaciones con el “otro” y su imaginario.
Como sostiene el colectivo británico de investigadores activistas Deterritorial Investigations Unit, se produjo un auténtico éxodo desde la sociedad disciplinaria hacia lo afectivo, lo corporal y las políticas de resistencia contraculturales. El deseo de abandonar (drop out) esa realidad, de afirmar la libertad individual frente a ella y de experimentar de manera abierta otras formas de vida fue premiado progresivamente con la flexibilización de la fuerza laboral y el consumo cool durante el tiempo libre. Este proceso ha ido acompañado de un enorme cambio tecnológico que permite un consumo personalizado, la utilización del machinic phylum (filo maquínico) y el desarrollo del general intellect o conocimiento social.
Para el colectivo Tiqqun, el paso de la sociedad disciplinaria a la actual de control es inseparable de las revueltas antidisciplinarias de los 60 contra el fordismo. El ciudadano mutante postmoderno, como ellos le denominan, fue prefigurado por los estudiantes experimentando con LSD, la gente joven huyendo del mercado de trabajo y las revueltas contraculturales.
El capitalismo “cultural” o “cognitivo”, concebido como una solución a la crisis provocada por estos movimientos contraculturales, absorbió los modos de vida que éstos inventaron y se apropió de sus fuerzas subjetivas, especialmente del potencial creativo. Toyotismo, automatización, incremento de la flexibilidad y personalización del trabajo, deslocalización, externalización, descentralización, metodologías de tiempo real, gestión específica de proyectos, cierre de grandes plantas de fabricación y liquidación de los sistemas industriales pesados son algunos de los aspectos de las reformas cuyo propósito fundamental fue restaurar el poder capitalista sobre la producción de vida.
A finales de los años 70, en un poderoso proceso de comodificación y cooptación, la experimentación llevada a cabo de manera colectiva en las décadas anteriores, con el objetivo de alcanzar la emancipación del fordismo y de la subjetividad disciplinaria, era ya bastante difícil de distinguir de su absorción en un nuevo régimen. De hecho, este cambio del sistema fue experimentado por muchos de los protagonistas como un signo de reconocimiento e inclusión: el nuevo estado de cosas parecía liberarles de la marginación a la que habían sido confinados en ese mundo “provinciano” y disciplinario, de valores fuertes, que ahora se desvanecía. Deslumbrados por la recepción de su producción creativa, que ahora les llevaba a la portadas de los grandes medios y engordaba sus cuentas bancarias, los precursores de las transformaciones de las décadas anteriores entraron en el juego. Muchos de ellos llegaron, de este modo, a convertirse en los creadores y constructores de un mundo fabricado por y para un capitalismo de nuevo estilo.
Las estrategias de subjetivación, de relación con el “otro” y de producción cultural tomaron una importancia esencial. Hablamos de un régimen que se nutre de las fuerzas subjetivas del conocimiento y la creación, por eso se ha denominado como capitalismo cultural o cognitivo. Según Suely Rolnik, todos tenemos una subjetividad flexible que ha sido instituida por los movimientos colectivos contraculturales. En otros lugares hemos llamado a este proceso “la muerte del pop”.
Este cambio de paradigma en la producción de subjetividades es descrito con acierto por la Fracción del Ejército Rojo (RAF) en un texto en el se observa cómo “el sistema capitalista ha tomado todo el tiempo libre de la gente. A la explotación en los centros de trabajo se añade ahora la explotación de las emociones y pensamientos, deseos y sueños utópicos, a través del consumo y la comunicación. […] El sistema ha conseguido en las metrópolis hundir a la gente de un modo tan profundo que parece que ha perdido cualquier sentido de la naturaleza explotadora y represiva de su situación. Así que por un coche, un par de pantalones vaqueros, un seguro de vida y un préstamo aceptarán cualquier atropello del sistema. De hecho, ya no pueden imaginar ni desear nada que vaya más allá de un coche, unas vacaciones o un cuarto de baño con azulejos”.
En este contexto resulta interesante traer a colación la noción de “biopoder” con la que Michel Foucault se refiere a la tecnología de control que gestiona poblaciones de modo que sus dictados son interiorizados. Los productos capitalistas han colonizado, finalmente, el tejido de la realidad cotidiana, hasta el punto en el que todo lo que una vez era directamente vivido se ha convertido en representación. El biopoder abraza el consumo superficial de interminables intercambios de deseos al ritmo de las novedades del mercado. Nos ofrece pastiche como invención, parodia como entretenimiento, propaganda como información, cinismo e hipocresía como reflexión. Pero el biopoder permite espacio para subjetividades que pueden tender hacia los límites, como el punk y el rebelde, siempre que lo sean sin causa y, sobre todo, tengan un compromiso de responsabilidad social equiparable a la gestión del sistema. El ciudadano postfordista desea poder manifestar su propia expresión, aunque se trate de una expresión enraizada en las semióticas del mercado.
HACIA UNA BIOPOLÍTICA NEOLIBERAL
Las condiciones de vida y de trabajo actuales remiten a la genealogía de los movimientos contraculturales desde la década de los sesenta. En el contexto del feminismo, el ecologismo, la izquierda radical y los movimientos autónomos de esos años, las prácticas disidentes de formas de vida alternativa y los deseos de cuerpos y relaciones diferentes buscaron constantemente distinguirse de las condiciones de trabajo habitual en esos momentos y de sus medidas disciplinarias, controles y limitaciones. La aceptación voluntaria de condiciones de empleo precarias generalmente respondió a la necesidad de superar la moderna división patriarcal entre reproducción y trabajo asalariado.
En los últimos años, sin embargo, son precisamente estas condiciones alternativas de vida y de trabajo las que han llegado a ser cada vez más utilizables económicamente como posibilidades de negocio, porque favorecen la flexibilización del mercado laboral exigida por los poderes financieros. De este modo, las prácticas y los discursos de los movimientos sociales en los treinta o cuarenta últimos años no fueron sólo disidentes y dirigidos contra la normalización, sino que fueron simultáneamente absorbidos como parte de la transformación hacia una forma neoliberal de gobernabilidad.
En Breve historia del neoliberalismo, David Harvey ha analizado cómo cualquier movimiento político que tenga la libertad individual como valor sacrosanto es vulnerable de ser incorporado sin problemas por el neoliberalismo. Cooptando toda la retórica de la igualdad, el mercado ha podido apaciguar los movimientos políticos identitarios de resistencia. Sus energías y potencias han sido capturadas por la neoliberalización de la cultura y, de este modo, han perdido su carácter antagonista. Harvey sostiene que la explotación narcisista del “yo”, la sexualidad y la identidad son ahora el leitmotiv de la cultura urbana burguesa. El capitalismo tardío despliega así la cultura para cooptar y comodificar la resistencia, para robarle su potencial revolucionario.
LA CREATIVIDAD
Estar bien con uno mismo. La búsqueda de la verdad interior. La optimización del “yo” en consonancia con la neoliberalización de la cultura, la economía y la política. Términos como creatividad, liderazgo o innovación son considerados como valores positivos fundamentales, orientados hacia el mercado según su lógica instrumental y ajustados a sus condiciones y necesidades. Las potencialidades del sujeto son, así, racionalizadas en conformidad con el consumo.
Nos referimos al régimen terapéutico para definir al gobierno de las formas-de-vida y a la producción de subjetividad característicos del capitalismo cognitivo. Con la comodificación de la creatividad como ausencia de problematización, la cadena de producción de subjetividades se modela dentro de los cauces de eficacia y funcionabilidad mercantil de la sociedad de consumo. La producción de creatividad funciona dentro de la lógica instrumental del capitalismo, que regula, administra y neutraliza cualquier disrupción heterogénea antagonista y problemática. No se cuestiona el marco de referencia, sino que se buscan soluciones productivas, evitando la posibilidad de problematizar las condiciones de producción.
Según sostiene Tiqqun en su texto Esto no es un programa, a quienes debemos temer con mayor intensidad y tendríamos más motivos para traicionar son a todos aquellos que siguen nuestras pistas desde la distancia, maquinando la manera de capitalizar la energía expandida de nuestras luchas: los managers, los coachers, los maníacos de la re-territorialización.
EL ARTISTA
No sólo se controla el posible potencial creativo, también es interesante analizar los significados que se invierten en el término y cómo se opera desde ahí. La creatividad abre un régimen de ideas que el capitalismo se vende a sí mismo. Al capitalismo le encanta la creatividad y se ve a sí mismo como su paradigma, personificación, agente productor, coherente súperego mercantil: la creatividad es el pensamiento mágico del capitalismo.
El filósofo italiano Paolo Virno sostiene que en la era del capitalismo “cognitivo”, el trabajo productivo ha adoptado las características particulares de la actividad artística performativa. Cualquiera que produce plusvalía en el postfordismo actúa, visto desde una perspectiva estructuralista, como un pianista, un bailarín, etc.
La creatividad es un concepto clave del imaginario capitalista, que busca la comodificación de los procesos de producción cultural y artística. El mercado del arte es un paradigma de la fuerza creativa de la inflación y la generación de valor; de hecho, conforma un espacio privilegiado que permite experimentar arriesgadas apuestas especulativas.
En su interesante ensayo Unpredictable Outcomes / Unpredictable Outcasts, la investigadora Marion von Osten sostiene que la figura del artista personifica la exitosa combinación de una diversidad ilimitada de ideas, creatividad a la carta y elegante automarketing que hoy en día se le exige a cualquier persona. Los individuos situados fuera del mercado de trabajo tradicional son presentados como fuentes de productividad dirigidas por su propia fuerza motivadora. Aquellos que alcanzan el éxito son celebrados públicamente como comprometidos creadores de nuevas ideas subversivas y de estilos de vida y modos de trabajo innovadores. La figura del artista parece ser el punto de referencia para este nuevo entendimiento de la relación entre el trabajo y la vida, y, lo que es más importante en nuestro contexto, para mediarlo a audiencias más amplias.
Esta mistificación del artista individual, cuyo modo de trabajo está basado en la autoresponsabilidad, la creatividad y la espontaneidad, es la que alimenta los eslóganes del discurso sobre el trabajo hoy en día. En los debates sobre políticas de empleo, en países como Alemania y Gran Bretaña, por ejemplo, que luego han sido adoptadas en otros países, el apoyo al parado depende de su disposición a conjugar el tiempo de trabajo y el de la vida de manera productiva y, en suma, a su capacidad de ser creativo. Así puede verse en la retórica de la Comisión Hartz, encargada de diseñar los planes para el ajuste estructural del mercado laboral germano. En su terminología, los parados emergen como automotivados freelances y artistas, al tiempo que periodistas y otros trabajadores autoempleados son revalorizados como “los profesionales de la nación”.
En los discursos actuales de gestión y consultoría corporativos, las acciones e ideas creativas ya no se esperan sólo de los artistas, los curators o los diseñadores. Los nuevos empleados precarios son, a su vez, clientes potenciales del próspero mercado de la creatividad, provisto de una amplia literatura específica, terapias, seminarios, software…, y así, sucesivamente. Estos programas educacionales, técnicas de aprendizaje y herramientas concretas proyectan nuevas formas potenciales de “ser”. El objetivo es hacer que parezca deseable la optimización del “yo”. Los trainings de creatividad demandan y apoyan una liberación del potencial creativo, sin parase a considerar las existentes condiciones sociales o políticas. Por un lado, la creatividad se muestra como la variante democrática de la genialidad: la habilidad de ser creativo es otorgada a cualquiera. Por otro lado, todo el mundo está obligado a desarrollar su potencial creativo individual. La llamada a la autodeterminación ya no designa sólo una utopía emancipada.
Los individuos cumplen con estas nuevas relaciones de poder aparentemente por voluntad propia. Están obligados a ser libres y son instados a ser responsables, ecuánimes, ponderados, autónomos y autoresponsables. Su comportamiento no es regulado por un poder disciplinario, sino por técnicas “gubernamentales” de control enraizadas en la idea neoliberal de un mercado autoregulador. Estas técnicas están dirigidas a movilizar y estimular más que a disciplinar y castigar. Tan contingente y flexible como es el mercado deberán ser los nuevos sujetos del trabajo.
Por otra parte, la mitología del artista continúa proyectando la imagen de un cierto estilo cosmopolita donde la vida y el trabajo se desarrollan en un mismo lugar, con la añadida ilusión del posible disfrute del tiempo libre. Como Elisabeth Wilson comenta en su Bohemians: The Glamorous Outcasts, la noción de flexibilidad y movilidad emerge históricamente de la tradición del excluido, establecida por la generación de artistas que trataban de resistir los dictums de disciplina y racionalización. Pensemos en la Beat Generation, por ejemplo. Pero el estatus social y el capital cultural añadidos a la imagen del “artista” también apuntan a una forma de trabajo que se pretende más ética, pues ha descartado la coerción de los regímenes disciplinarios y es destinada a algo más abstractamente “humano”. El estudio del artista, o loft, se convierte en un símbolo de la confluencia del trabajo y el ocio en la vida diaria, con el objetivo de la innovación y la diversidad de ideas.
Javier Montero
Javier Montero es autor y director de artes escénicas, artista visual y escritor. En la actualidad está preparando la obra La secta de las vampiras, que se presentará en el Teatro del Barrio el 2 de julio de 2015. Es autor y director de proyectos de creación colectiva y experimental de artes escénicas como La máquina del tiempo, con personas mayores de 65 años, La máquina del tiempo, recientemente realizado con los alumnos de 5º de Primaria del Colegio Montserrat (Madrid), o La gaseosa de ácido eléctrico. También es autor y director de trabajos escénicos como El Teatro de Acción Violenta presenta El Ruido y la Furia, presentado en el festival Escena Contemporánea o The paranormal anticapitalist society. Miembro del grupo Los Invisibles, dirige el programa de radio La Oveja Negra y ha publicado la novela Guerra Ambiental.