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La cocina de carpanta

La cocina de carpanta

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España ha mordido el polvo y reclama su famélico destino entre los PIGS. Los hay que hurgan en las basuras. El pack de salchichas perrunas y la bolsa de spaghetti son el pan nuestro de cada día. Las librerías se llenan de recetarios cuyos títulos ostentan sin contradicción y con orgullo las palabras “alta cocina” y “low cost” en un oxímoron descabellado. El retortijón es la gimnasia nacional. Pareciera que una arena de miseria antigua se posa sobre el abrasado mapa y devuelve a España a Las Hurdes, tierra sin pan, y es la usura la que termina de rebañar el plato. Así las cosas, junto al restaurante fáustico galardonado conviven el tugurio, la fresquera huérfana y el mesón de radical penuria. Vamos a radiografiar la cocina del hambre en este nuevo edificio barroco con panzas huecas y pícaros sentados en consejos de administración llamado España.

 

Carpanta: hambre no, apetito

Si algún antihéroe reciente encarna el Hambre, ese es Carpanta, el inmortal personaje de tebeo concebido por el dibujante Josep Escobar. Formado en el semanario satírico L’Esquella de la Torratxa, el cariz republicano y anticlerical de éste haría que Escobar diera con sus huesos en prisión al término de la contienda civil. Allí conocería la represión y el hambre atroz del presidio. Toda una crítica social se vertería después en las historietas de Carpanta.

Con su eterno canotier maltrecho, una magullada corbata de pajarita, pantalones rojos, levita negra y camiseta de rayas marineras, Carpanta dedicaba esfuerzos ímprobos a hacerse con algo de comida que llevarse a la boca. Alopécico y desdentado, mezcla de pícaro y Sísifo, sus maquinaciones siempre se desbarataban en una última y cruel viñeta en la que las viandas se esfumaban delante de sus narices. El sadismo con que Escobar dejaba en ayuno perenne a este clochard encantador, conseguía que hasta algunos niños de la época enviaran dinero a la redacción de la revista para financiarle una merienda. Aficionado al disfraz, Carpanta ejecuta pequeños hurtos en los capachos de la compra de las amas de casa. Hace chapuzas discretas que nunca reciben el estipendio previsto. Roba castañas, asalta higueras. Si consigue pescar un pez, resulta más tarde que se trata de una anguila eléctrica que lo electrocuta al hincarle el diente. Si agarra un bocadillo, un macetero se precipita sobre su cabeza.