Supernanny es una superheroína en la nueva realidad donde la frontera entre el mundo físico y la virtualidad televisiva se ha diluido por completo. El personaje encarnado por Rocío Ramos-Paúl es un tentáculo de esa televisión empoderada que no se conforma con estar en sus dominios sino que se mete literalmente en la intimidad del hogar de los televidentes con el fin de poner orden en sus vidas y reconducir la crianza de los más pequeños. Hace unos años nos habría parecido un escándalo la exhibición de menores en apuros y habríamos censurado la falta de escrúpulos de unos padres que condenan a sus hijos a cargar en adelante con la losa de haber sido retratados como seres endemoniados, pero hoy ya nadie se asusta por esas minucias.
En sus orígenes la televisión fue una ventana abierta al mundo, luego fue un mundo en sí mismo y ahora es la fuente de la que nace la realidad, por no decir que es ya la realidad misma, esa idea más o menos compartida que tenemos de lo que sucede. Ahora si queremos saber qué está ocurriendo hay que mirar la televisión, no para ver a su trasluz, sino para saber qué está pasando allí dentro, porque el mundo de ahí afuera ya no es más que un inmenso plató al servicio televisivo. Si la reina fue presentadora de telediario y el cambio de liderazgo político se cuece bajo los focos catódicos, ¿por qué sorprenderse de que los infantes ahormen su conducta en el molde de un programa como Supernanny? Más miedo dan además otros programas como MasterChef Junior, donde niños de 8 a 12 años compiten ferozmente por ser el más rápido en preparar el plato más sabroso, o Hermano Mayor, donde jovenzuelos malcriados muestran cómo amargan a su familia hasta que se encarrilan guiados por un antiguo deportista que, tras pasar por la droga dura, se ha reciclado en terapeuta, teleterapeuta.
Supernanny debe sus poderes a la ilusión de verdad que transmiten los realities. La gente se sienta frente a la pantalla y ve cómo en 45 minutos un engendro diabólico que pega e insulta a sus padres acaba volviendo al redil gracias a Rocío y sus recetas conductistas de premios, castigos y rutinas. Nuestros abuelos, ante niños como estos, habrían llamado al exorcista, pero hoy nadie confía en los curas y la salvación de las almas es exclusiva de la psicoterapia. La religión de lo terapéutico ha triunfado de tal manera que ya no hay que esconderse, ahora lo suyo es salir en la tele, ofrecer al poseso de tu hijo en sacrificio al dios catódico y en un periquete un infierno de hogar se transforma en un espacio de paz y amor, donde los niños vuelven a ser angelitos. Un auténtico milagro obrado por Supernanny. Aquello que se decía hace años, de que la televisión estaba criando y educando a nuestros hijos, encuentra aquí una confirmación inquietante.
He consultado por las redes sociales a numerosos amigos sobre qué le preguntarían a Supernanny y ninguno se fijó en algo que considero esencial: que se trata de un personaje construido, con un equipo numeroso de redactores, asesores, cámaras, iluminadores, montadores y realizadores. Hasta tal punto ha triunfado el medio televisivo que su mano invisible ordena la realidad sin que nadie la perciba. En fin, aceptemos esta nueva telerrealidad que habitamos y en ella reconozcamos que nadie está más autorizado que la Supernanny para hablarnos de la educación de nuestros hijos y de las familias españolas. Escuchemos a Rocío Ramos-Paúl.
¿Son los niños como los perros?
No, no, no. Las personas tenemos muchas más variables, lo que no quiere decir que el aprendizaje no se pueda producir de la misma manera.
Su consulta está en el madrileño barrio de la Prospe. Rocío me ha hecho pasar a su despacho recordándome que el tiempo apremia. Le he contado para romper el hielo que una amiga que trabaja en su editorial y que ha editado tanto sus libros como los de César Millán –el catódico encantador de canes– me dijo que el método de enseñanza viene a ser el mismo en perros que en niños. “Sí –me responde Rocío con ese aire de maestra de primaria, con esa cercanía de mujer práctica, a lo Ada Colau–, el condicionamiento clásico y operante de premios y castigos es el mismo, funciona en el mundo animal como en nosotros, que al final somos animales más evolucionados. La diferencia está en que no puedo hacer terapia cognitiva con un perro, mientras que con un niño sí”. La perra de Pavlov, los gatos de
Thorndike y las palomas de Skinner se me aparecen por un momento en este despacho blanco con sillas de un verde que invita a la confidencia. Sin embargo, no puedo perder el tiempo con fantasmas: Rocío es una mujer muy ocupada y sólo me ha concedido 30 minutos.
El método que sigues es cognitivo conductista, ¿en qué idea del ser humano se apoya?
La idea es que el ser humano tiene tres áreas del comportamiento que son lo que siente, lo que piensa y lo que hace. La intervención en cualquiera de éstas provoca cambios en las otras. Si a un chavalillo le da miedo enfrentarse a un examen, estaría la parte fisiológica: “Tengo miedo, me angustio”. Lo que piensa: “No voy a ser capaz de enfrentarlo, me va a salir mal”. Y cuando tenga que hacer el examen –y ésta es la tercera parte, la de la conducta– lo más probable es que suspenda, porque la activación previa a nivel de cabeza y de emoción hará que la respuesta sea ineficaz. Cuando yo trabajo con este chaval digo: “Vamos a tranquilizarnos y a trabajar lo que piensas. Tienes que pensar que otras veces has sido capaz de enfrentar esta situación, sabes que te vas a poner nervioso pero también que eres capaz de tranquilizarte –porque previamente le he enseñado a rebajar la activación relajándose–, y que con eso seguramente es más probable que puedas llevar a cabo el examen”.
¿Existe la maldad en los niños?
¡Ay! A mí se me hace muy difícil pensarlo. No. Yo creo que existen aprendizajes inadecuados, porque ellos tienen una capacidad maravillosa, que es la del cambio rápido.
Rocío Ramos-Paúl trabajaba de psicóloga y de educadora de menores en una residencia de la Comunidad de Madrid y estaba harta. Entonces vio un anuncio de trabajo en internet y se presentó a las pruebas: casting, entrevistas, más tarde un programa piloto para ver cómo daban en cámara los que no habían sido eliminados. “Al principio no sabía que se trataba de un programa de televisión, luego pensé que formaría parte de una asesoría; nunca pensé que yo iba a ser la presentadora. Cuando me lo ofrecen, ya estaba metida en el proyecto y me cuadraba con lo que había trabajado como psicóloga y como educadora, así que, con esa inconsciencia que tenemos a veces, me dije: venga, a ver qué pasa”. El primer programa de este reality importado de EE.UU. se estrenó en España en febrero del 2006 y va por su novena edición. Nunca alcanzó las cotas de popularidad de Gran Hermano (51% de cuota de pantalla en su primera edición del año 2000 y 21% en su decimoquinta, en 2014) o de Operación Triunfo (44% en 2001 y 13,9 en la octava y última edición en 2011), manteniéndose siempre en un 10% del share. Sin embargo –y pese a que esta temporada la audiencia ha descendido casi a la mitad– la figura de Supernanny se ha hecho un hueco en el imaginario colectivo, incluso es protagonista de algunos chistes, como ese que dice que en este país las supernannys crían superninis.
¿Qué tipo de familias no aparecen en Supernanny? ¿Hay un reflejo de las nuevas familias en el programa?
Sí, claro, buscamos estructuras distintas. Por ejemplo, hemos tenido adopciones, monoparentales, niños que viven con abuelos, segundas parejas, divorciados… Lo que sucede es que no siempre obtenemos los permisos legales. Si contamos con uno de los padres pero la otra parte no quiere, no podemos sacarlo. Nos ha faltado la familia homoparental, que es difícil de conseguir en este momento, porque hay muy pocas y la crítica por salir en los medios puede ser mucha. Tuvimos la opción, pero luego se echaron para atrás. Quitando ése creo que se han tocado todos los palos. Igual mañana nos sorprende un nuevo modelo que no hemos tratado, porque la vida sorprende, y tendremos que retomarlo. A mí éste me parece un momento precioso, el hecho de tener tanto cambio y ver cómo vamos reinventando las estructuras que antes eran tan fijas.
¿Y cómo es la familia de hoy en España?
Tan diversa como estamos viendo. Ahora estamos en ese punto maravilloso de reinvención, es decir, la mujer que se convierte en madrastra ¿se tiene que comportar como en la familia de Blancanieves? No. ¿Qué papel tiene? ¿Hace de madre o no? Nadie te cuenta cómo tienes que ser cuando llevas hijos a una nueva pareja que también los tiene, y además tienes hijos en común.
¿Crees que estas familias que aparecen en el programa, con esos niños que no paran de berrear, son una representación de la familia media española o son casos extremos?
No son casos extremos. Muchísima gente me dice que a raíz del programa ha descubierto que lo que le pasaba a su hijo es normal. En el programa no vemos el día a día del niño, nos centramos en un comportamiento, ya sea relativo al sueño, a la alimentación, a los gritos, a la agresividad, a la ansiedad, al abuso de las nuevas tecnologías, problemáticas que se dan prácticamente en todas las casas.
Una terapeuta infantil me pidió que te preguntase cuánto tiempo tardáis en obtener resultados. Su impresión es que el programa ofrece una visión acelerada que no ayuda ni a los profesionales ni a los padres pues se frustran en cuanto ven que los malos hábitos de sus hijos no cambian rápidamente. Aunque todo el mundo sabe que hay guionistas y postproducción, como la televisión tiene ese efecto de transparencia, de ser fiel con lo que está pasando…
Para tranquilidad de tu amiga: el espectador ve un minuto de cada sesenta de grabación. Yo paso quince días en la casa, de diez a doce horas diarias. El cambio es más rápido porque voy permanentemente marcando cómo se hacen las cosas. Como curiosidad te diré que la consulta se me empieza a llenar dos semanas después de la emisión del programa, ¿por qué? Porque los padres han intentado hacerlo en casa, y cuando ven que aquello no funciona deciden probar con un profesional. Es verdad que la tele tiene que ser entretenimiento, y que la parte más didáctica se queda corta, pero también pasa en otros programas: ves un paso de baile y te parece que lo puedes hacer sin más o crees que el pollo que hacen a mediodía te va a salir igual, y no.
Una psicóloga cree que las recetas del conductismo son útiles pero limitadas si no contemplan la parte emocional que hay detrás de los comportamientos disruptivos en los niños, aquello que los niños tratan de tapar con tanto ruido.
Es que en los programas sólo trato el comportamiento. En quince días puedo darles a los padres una guía para intervenir sobre determinadas conductas, pero no da tiempo a más. Tú no puedes dejar abierto nada emocional cuando te vas a ir y no te vas a hacer cargo de esa parte. En el despacho sí, por supuesto. De todas maneras, sí que se toca lo emocional en el programa, porque cuando trabajas con la visión que los padres tienen del niño y les recuerdas que tienen una familia porque es lo que más querían, o les pides que inviertan el tiempo que perdían en pensar lo mal que estaban en pensar en el disfrute de la familia, ahí siempre se produce un cambio emocional. Pero aparte de ese poquito que tocas de pasada, no creo que se pueda ir más allá.
A la par que comenzaba Supernanny, un profesor de instituto, Ricardo Moreno Castillo, lanzaba un Panfleto Antipedagógico en el que mostraba la desesperación de muchos profesores ante alumnos que se negaban a estudiar y ante pedagogos que convertían los problemas del estudiante en patologías, acunando en la ignorancia a niños a los que no había que exigir sino motivar. Ricardo Moreno llegaba incluso a defender lo sano de una bofetada en el momento oportuno. ¿Qué piensas del castigo físico? Muchos amigos al ver tu programa se muestran favorables.
Y también te dirán, como me dicen algunos, que tras ver el programa no quieren tener hijos, ¿no? Me han llamado de todo, incluso la mejor fórmula para el control de la natalidad. El castigo físico tiene dos defectos muy importantes. Uno es: cuando una torta para, la siguiente tiene que ser más fuerte y corres el riesgo de tener que incrementar la intensidad del bofetón. Y dos: que en el momento en que tú utilizas el castigo físico le estás diciendo a tu hijo que eso vale, y te puedes encontrar con que lo utilice luego como solución a sus conflictos. Por eso a mí me parece indefendible.
En cualquier caso, el diagnóstico del desesperado profesor mostraba a niños intratables, que no aceptan un no y cuya soberbia se basa en realidad en su incapacidad para tolerar el fracaso. ¿Estamos en nombre de las buenas intenciones convirtiendo a los niños en monstruos? ¿Cómo son los niños de hoy?
La inmensa mayoría, por no decirte todos, son maravillosos, y luego existen dificultades que se pueden salvar porque el niño está muy preparado para aprender. Es verdad que hemos vivido un tiempo donde se ha valorado poco la frustración, que es la mejor vacuna contra la ansiedad y la agresividad. Dile a tu hijo que haga cosas aunque no le salgan a la primera, que se frustre, que se tiene que esperar para conseguir las cosas y que conseguirlas requiere un esfuerzo. A mí que se regale el smartphone por hacer la primera comunión me parece un horror: tendrá que llevar por detrás un esfuerzo y por delante una negociación de cómo lo va a utilizar el niño, porque si no nos metemos en un follón. Dentro de lo horrible que es la crisis, tiene la parte positiva de que ha devuelto a las familias el valor del trabajo en equipo. Las huchas, que no existían, el llevar la comida en el tupper, el ahora no se puede, el a lo mejor más adelante, todo eso está haciendo a los niños más responsables.
Preguntándole al psiquiatra Fernando Colina sobre la psiquiatrización de la vida cotidiana, sobre cómo malestares pequeños pasan a ser considerados patologías, me contestó que parte de los problemas del sujeto contemporáneo vienen de haber vivido una infancia sin carencias. Además de la influencia de la industria farmacéutica, también hablaba de la debilidad ante la frustración y del pánico a la tristeza, de cómo todo ello había generado un ser endeble incapaz de enfrentarse a los vaivenes de la vida sin considerarse enfermo.
Estoy totalmente de acuerdo con él. Yo, que doy clase lo explico muy bien a los alumnos para que no tengan ninguna dificultad en ese sentido. A ti se te muere un familiar y te tiene que doler; tienes que pasar la tristeza, y eso te hace inteligente, porque las emociones no son ni positivas ni negativas, son y tienen que estar. Lo que tienes que tener son herramientas para saber resolver. Si eso lo quita un lexatín, te empobreces y te haces menos listo.
Santos Discépolo, el autor del tango “Cambalache”, decía que “La tristeza es el corazón que piensa”.
[Se ríe] Yo les digo a los padres que los niños nunca sabrán estar alegres si no saben lo que es estar tristes, que proteger al niño de la tristeza es convertirlo en un tirano, porque no tendrá capacidad de empatía, porque no tendrá emociones y porque nunca sabrá lo que es sufrir.
Hablas de la importancia de las rutinas en el sueño y en la alimentación como una forma de darle al niño un orden interno que haga del mundo un lugar predecible que destierre el miedo.
Que le dé seguridad. El miedo está ahí.
Pero al aplicar esas fórmulas de disciplina, ¿no estamos de alguna forma dejándolos indefensos frente al mundo impredecible que se van a encontrar cuando crezcan?
Es todo lo contrario. Ellos no nacen con un esquema que les diga lo que hay que hacer. Si yo no les doto de ese esquema, cuando salen al mundo no saben qué hacer. A través de la alimentación y el sueño, que son los dos primeros hábitos o rutinas que el niño aprende, lo que haces es darle una estructura de aprendizaje que le sirva para aprender el día de mañana lo que quiera. Por ejemplo, cuando un niño tiene un buen hábito de alimentación y un buen hábito de sueño es muy probable que aprenda rápidamente un buen hábito de estudio. Los niños sin eso son sacos de ansiedad pura, no saben lo que hay que hacer ahora ni lo que hay que hacer después. Muchas veces esa ansiedad se confunde con el déficit de atención, y basta con generar rutinas en casa, poner orden y que el niño sepa que ahora toca comer, ahora toca descansar, ahora toca jugar, ahora toca bañarse y ahora toca dormir, y a partir de ese momento se acabó el déficit de atención.
Un amigo me pregunta, por cierto, qué opinas del déficit de atención, sobre la novedad de medicar a los niños, y si no crees que hay un problema de sobrediagnosticación de este trastorno.
En el término medio está la virtud. Yo por experiencia te digo que cuando un niño tiene un TDH y está bien medicado es otro, no sufre y es capaz de hacer cosas. Previo a esto, el diagnóstico de un TDH no es una tontería, no es el niño que se mueve mucho o que no atiende. Hay que diagnosticar muy bien, y ahí está el neurólogo, el pediatra y el psicólogo.
Pero el diagnóstico se realiza a través de un cuestionario que le hacen al niño, algo no demasiado fiable, ¿no?
Vamos a ver qué entendemos por cuestionario. Yo claro que paso una batería de test, pero yo sé hacer mi informe sobre el TDH. Es verdad que hay que trabajar más para atender las necesidades de estos niños. Y sí, es verdad que se ha sobremedicado; yo misma he tenido muchos casos que he dicho “este niño no es de medicación”.
Otra amiga, trabajadora precaria, me dice que te pregunte si eres consciente de la ausencia que hay en el programa de análisis sobre la realidad socioeconómica que estamos viviendo.
Ya, pero es que el programa no tiene ese objetivo.
Mi amiga criticaba que se centra toda la responsabilidad en los padres y las madres, sin olvidar que cuidar de la vida en un contexto de crisis a menudo está determinado por cuestiones socioeconómicas: el exceso de trabajo o la falta de él, la imposibilidad de encontrar plaza en una guardería pública y no poder pagar una privada, el problema de la vivienda, etcétera. Mi amiga me pregunta si no echas de menos ampliar la mirada y no sólo restringir el éxito de la crianza a las relaciones internas de la familia nuclear.
Bueno, el programa no da para más. Son tres cuartos de hora, ¿eh? Pero yo creo que sí recoge la realidad social. En muchísimas ocasiones se oyen frases como “yo quiero estar más con mis hijos”. Y cuando empezó la crisis, los padres estaban, porque se habían quedado en paro y se hacían cargo de la casa y de buscar a los niños al colegio, mientras las madres estaban trabajando. Dentro de toda la realidad familiar intentamos dar una visión de lo que en este momento suele pasar en la clase media. Más no. ¿Lo echo de menos? Sí, pero a lo mejor es que hay que hacer otro programa. Acotamos. Al final yo soy psicóloga, no socióloga.
¿Qué opinas sobre la adopción de menores por parte de homosexuales? Están los que piensan que un niño tiene derecho a un padre y a una madre y los que dicen que en realidad lo único importante es el afecto, venga este de una pareja gay, como de una madre soltera, como de un abuelo. Incluso conocemos en Madrid el caso de una familia de once padres que se encargan de la crianza de dos niños.
Qué barbaridad, ¿no? El último caso que me cuentas me parece un poco complicado, porque recordemos que puede ser muy bonito esto de contar once, pero al final el niño tiene que tener un referente. Con respecto a lo demás yo soy partidaria de evaluar siempre el cómo. Los niños funcionan con el cómo hago yo las cosas. Yo puedo tener una pareja tradicional y me puedo pasar la vida exigiéndole a mi hijo por encima de sus posibilidades y convirtiéndolo en un crío ansioso y enfrentado con el mundo, con el que no voy a tener nunca una relación sana. Esto mismo puede pasar en una familia monoparental o de divorciados. Cada situación requiere determinadas cosas. Por ejemplo, parejas homoparentales en este momento hay pocas, y a lo mejor hay que dotar de herramientas al niño para que sepa explicar su situación, pero no va más allá de esto. Yo siempre recuerdo cuando me hacen este tipo de pregunta a los hijos de divorciados. Soy hija de una familia tradicional, pero recuerdo cuando llegó el boom del divorcio en España y surgieron veinte mil estudios y diferenciaciones entre hijos de divorciados e hijos de padres de toda la vida. Nunca hubo un dato real. Había posiciones a favor y en contra, lo mismo que estamos viviendo ahora, lo que pasa es que ahora se difumina más por esta cantidad de estructuras distintas que tenemos. ¿Peculiaridades? Claro. Es que la vida nos va haciendo peculiares a cada uno en función de nuestras circunstancias.
¿Qué piensas del colecho y de dar el pecho a demanda?, me pregunta otra amiga.
Parto de la realidad de que cada padre hace con sus hijos lo que cree que es mejor para ellos. El colecho es una decisión de los padres, pero creo que hace a los niños menos autónomos. Conciliar el sueño es una de las primeras tareas que aprende a hacer el niño solo. Se puede trabajar la autonomía por otro lado, pero te digo una cosa, a partir de los cinco empiezan a dar unas patadas horrorosas. Muchos padres que practican el colecho me vienen a ver desesperados, entre otras cosas porque cuando tratan de tener relaciones sexuales el niño se mete por medio. Es verdad que muchas veces este “a demanda” puede ser bueno, como lo puede ser el colecho, pero en algún momento hay que decirle no al niño, me da igual que sea con la teta, con la cama o con lo que venga después. Y los niños tienen que escuchar el no, porque es un límite que les hace desarrollar muchísimas capacidades. Hay reticencia a decir que no, intentando en vano que el niño no sufra y queriendo que él decida; pero un niño con dos años no tiene capacidad neurológica para decidir más allá de dos opciones, y si le dan cuatro lo vuelven loco.
En el más ambicioso de los seis libros de Rocío –escrito al alimón con Luis Torres y ejemplarmente titulado Niños: instrucciones de uso–, se encuentran casi mil páginas de recetas para una crianza ordenada. El conductismo tiene el encanto de mostrarnos como seres predecibles, como máquinas sin misterio para cuyo dominio basta con conocer bien las instrucciones de uso. No sólo en este que se vende como “El manual definitivo”, también en otro de sus libros, Niños desobedientes, padres desesperados, se incide en esta eficacia desde la misma portada: “El método para que tu hijo te haga caso a la primera”. Más allá de la estrategia comercial de su editorial, el gran atractivo de Rocío Ramos-Paúl, la explicación del triunfo de su marca personal, es su sentido común y la simpatía que despierta, a un lado y a otro de la pantalla. Acaban de llamar a la puerta del despacho para avisarnos de que ha pasado el tiempo convenido y todavía tengo preguntas que hacerle.
Uno de los aspectos más recurrentes en sus programas es la relación de los niños con las nuevas tecnologías. Me llama la atención que en el anuncio que más aparece en la web de los programas se le vea a usted promocionando una consola Nintendo. ¿No cree que ese anuncio siembra dudas acerca del objetivo terapéutico de su labor?
Yo nunca aparezco con la consola en la mano. Tengo mi filosofía de la publicidad y no prescribo directamente nada. Siempre he estado a favor del uso de las tecnologías y mi relación con Nintendo es desde hace mucho tiempo, me gusta mucho cómo trabajan. Lo que me piden a mí son pautas de control sobre la videoconsola, para empezar a jugar, algo con lo que estoy de acuerdo. Indiscutiblemente son opciones publicitarias que llevan detrás una retribución económica, sin embargo, creo que no desvirtúa mi labor, porque no dice nada que no diga luego contigo en una entrevista: controla el contenido, controla el tiempo, ponte a jugar, disfruta, que no te dé miedo. Si yo dijera “Nintendo es la mejor videoconsola que te puedes comprar”, entonces tendrías razón. Léete los diez consejos que doy en el anuncio de Nintendo y cuéntame de ahí qué quitamos. Las empresas tienen dinero para labores de responsabilidad social y en ese sentido yo pienso apoyarlas. Hay muchas cosas a las que digo que no, pero si me dicen que vamos a hacer una telepromoción sobre la importancia de la alimentación, como he hecho con Danone, pues yo doy mi mensaje, el mismo que doy en la consulta a los chavales. Y efectivamente, en la publicidad hay un dinero que es muy goloso. Yo también tengo hipoteca, hijos que van al cole y todo eso.
Pero te va muy bien, ¿no?
Me podría ir mejor [se ríe]. Me va muy bien a nivel profesional, la televisión me ha lanzado a muchas cosas que de otra manera me hubiera costado mucho o no hubiera podido.
Además de su consulta, Rocío da conferencias, investiga y da clases de Cognitivo conductual en la infancia dentro del Máster en Psicología Sanitaria de la universidad privada de Comillas. Ahora está muy contenta porque acaba de publicar dos artículos sobre TDH y alimentación en sendas revistas académicas norteamericanas. A sus dos hijos y a sus sobrinos les tiene dicho que no presuman de tener a una madre o una tía en la tele, “porque les gusta, ¿eh?” “Yo les digo que es el trabajo que tengo, que la gente me conoce porque salgo en la tele, pero que es igual que el trabajo de su profe o el del señor que le trae por la ruta del autobús.” Según asegura, las criaturas no la toman a broma por ser la Supernanny y cuando no le hacen caso intenta arreglárselas sola, a veces con la ayuda de su marido, pero sin necesidad de profesionales extraños.
Dejando a un lado la cuestión publicitaria, ¿eres consciente de que una profesión sanitaria como la tuya trasladada al ámbito del entretenimiento puede generar contradicciones deontológicas? ¿Nunca te has preguntado, como psicóloga, al verte en la pantalla, qué hago yo aquí?
Pues no, la verdad. Pienso más bien en la cantidad de oportunidades que me ha dado. La evaluación que hacen los profesionales de la psicología del programa es muy buena y la gente de la calle ni te cuento, es maravilloso el cariño que me dan. ¿Por qué? Porque al final, aunque tengas que entretener, acercas una profesión a la gente de la calle. Yo siempre he tenido claro que soy psicóloga.
Y como persona, ¿te encuentras a gusto con el personaje?
Sí, porque el personaje es un personaje y luego yo soy otra cosa, y eso me encanta. Lo mío soy yo, con mi familia, con mis amigos, y en la tele es mi aspecto profesional, que es el que tengo aquí ahora contigo. Sonrío más, me dicen, cuando me ven por la calle que cuando estoy en la tele.
Rocío se ha levantado de la silla y me abre la puerta de su despacho invitándome amablemente a salir: “Perdona pero el tiempo no me da para más”. Al final la entrevista se ha alargado 15 minutos sobre la media hora pactada: 45 minutos de conversación grabada, lo que dura un programa de Supernanny. No es mucho, pero es lo que hay.
Fidel Moreno
Fidel Moreno (Huelva, 1976), escritor que no escribe y cantante que no canta, trabaja de freelance para una editorial y en la revista El Estado Mental. Si rebuscan en su pasado encontrarán, entre otras cosas, dos libros-disco de El Hombre Delgado y un libro llamado La Cabaña. De la Costa Azul a la Selva Negra. Mientras prepara su próximo disco, aquí se pueden oír algunas de sus antiguas canciones:
www.myspace.com/elhombredelgado.