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Sopas para Tesla

Izquierdistas y liberales nacidos después del ’75 miden sus diferencias en un congreso

España Sin (Un) Franco es un congreso territorial. El título, salta a la vista, encierra dos períodos: franquismo y crisis. El fin de la dictadura más longeva de Occidente y el subsiguiente arranque de la Transición marcan el año cero. De ahí que la edad de los participantes sea clave: los 16 conferenciantes —14 hombres y sólo dos mujeres— son tan jóvenes como la joven España. Vienen historiadores, politólogos, expertos en derecho constitucional, filósofos y —según nomenclatura de Ernesto Castro, coorganizador junto a Javier Fuentes Feo y Antonio Hidalgo Pérez, gestores del Centro de Documentación y Estudios Avanzados de Arte Contemporáneo,  el Cendeac de Murcia— trolls ilustrados. “Estamos haciendo este congreso para que los prejuicios se reafirmen —y entonces vayamos al duelo de pistolas— o se disuelvan”, bromea el primero de ellos. El programa se divide en cinco partes: Europa, Constitución, Estado, Comunidades Autónomas y Ciudad. Hay tres días para abarcarlo todo.

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Día 1. Europa: choque de trenes

La gran esperanza liberal aboga por el desmantelamiento del estado del bienestar. el otro ponente de la tarde escora al lado contrario. se visibilizan dos polos antropológicamente antagónicos. se prefigura un ellos y un nosotros. pero ambos ponentes ponen un enemigo en común: la casta.todo termina en una cordial cena.

JUAN RAMÓN RALLO 1984 , doctor en Economía por la Juan Carlos I de Madrid y licenciado en Derecho por la Universidad de Valencia, plantea el modelo social europeo como tara. El también director del Instituto Juan de Mariana pone como ejemplo Estados Unidos, tanto por sus políticas expansivas (a tope con el fracking) como porque allí el gasto público apenas roza el 33% del PIB (frente al 50% de Europa). Dice el autor de Una revolución liberal para España (Deusto, 2014) que Australia, Suiza o Singapur —donde no hay salario mínimo ni convenio colectivo, donde los más pobres, dice, ganan 3.000 euros— son aun mejores ejemplos de baja presión fiscal. En España, en cambio, el ciudadano sólo puede gestionar la mitad de su renta per cápita. Porque aquí casi 10.000 de los 15.500 euros de salario corriente se nos van en impuestos directos, indirectos o en Seguridad Social. El orador pronuncia con visible desagrado las expresiones obra pública y política social; detesta la palabra Estado. ¿Por qué Europa es un Estado tan gigantesco? ¡Excusa o pretexto para subir los impuestos a las clases medias! Los de Podemos (y otros) dicen: tenemos que parecernos más a Europa; que tributen más los ricos. Pero ojo: no puedes recaudar todo lo necesario para alcanzar un 50% del PIB sólo a través de las rentas altas. Habría que duplicar los impuestos al consumo. Subir aún más los impuestos a las clases medias y bajas. ¿Os gustan las socialdemocracias nórdicas? Pues así lo hacen ellas.

Las opciones son dos: o vamos hacia el opresivo régimen fiscal o progresivamente desmontamos el Estado del bienestar, que, como dice Piketty en El capital del siglo XXI,sólo es bienestar del Estado. ¿Te gusta que Ana Mato gestione tu sanidad? ¿Que Wert gestione tu cultura? Porque al final el Estado del bienestar es eso: el burócrata que manda. El demandante vendido al oferente. Yo quiero pagar la sanidad que yoquiera, pero es que además tengo que pagar la pública. ¿La educación? También dos veces. Las pensiones públicas —un esquema piramidal y fraudulento—, lo mismo. Sé lo que estáis pensando: hay desprotegidos, pobres, minusválidos. Eso, con un 4% del PIB, se cubre de sobra. ¡Distribución estatal de la renta sólo para esos casos! El Estado está al servicio de las burocracias y de quienes lo han creado. De la casta.Que no nos obliguen a estar en el corral a quienes no queremos estar en él. Acabemos con el Estado del bienestar y vayamos a una sociedad del bienestar.

Gracias.

Aplauso.

—Utópico —valora un espectador.

—Inapelable —dice otro.

—Manipulador —opina un tercero.

—Típico austríaco —concluye otro.

 

Isidro López 1974, sociólogo, viene a hablar de Historia y política. Para él Europa es la construcción del poder neoliberal, no un infierno socialista. El miembro del Observatorio Metropolitano arranca identificando los dos polos del neoliberalismo: el utópico (el mercado como intercambio puro, sin poder ni sociedad; ahí, dice, vive el anterior ponente) y el pragmático (que tiene claro que hay una lucha por intereses colectivos: es el mercado a la conquista de las estructuras estatales). Éste —dice el coautor de Fin de ciclo: financiarización, territorio y sociedad de propietarios en la onda larga del capitalismo hispano(Traficantes de Sueños, 2010)— es el peor. A éste se dirigirá su ponencia. Quiere empezar revisando el nacimiento de la Unión Europea, y recordar que la UE actual es un producto de la crisis del capitalismo. Un dispositivo keynesiano-fordista en el que unos (funcionalistas) se propusieron la creación de espacios económicos, y otros (federalistas), la demarcación de objetivos políticos. Todo funcionó hasta la crisis de los ’70, que, más allá del aumento del precio del petróleo, planteó una crisis de gobernabilidad. Por un lado, el arreglo social empezó a darle problemas al modelo capitalista. Por otro, surgió una grave crisis de rentabilidad, marcada por el exceso de producción, la inflación, el desempleo… Asoman la Francia del ’68, la Inglaterra de Thatcher y los mineros, movimientos obreros salvajes en la España de la Transición. El caso es que la UE busca cesiones de soberanía en términos de Estado-nación para poder controlar sus turbulencias. Lo cual se va a visibilizar en una reestructuración: la primacía de las finanzas, la capacidad de negociación del trabajo, el ataque a las capacidades del Estado y una reorganización espacial según la cual distintos territorios del continente se van a dedicar a distintas funciones (en el centro, las fases de diseño; en el sur, los polos de construcción). En Maastricht-1992 cuajará el proyecto neoliberal que dejará como líderes al Reino Unido y Alemania. En España, la última esperanza de la clase media será la entrada en el euro.

Pero, ¿qué ha pasado en Europa —ese espacio sin política, esa mera configuración paraestatal— desde 2009? Pues que la esfera europea se ha politizado. Hay un vector de cambio: Europa nos manda. Y dos hitos. Uno es Grecia: primera batalla entre acreedores y deudores en el marco del default.Syriza. La forzosa redistribución. El planteamiento del impago. El otro hito es España. Nosotros somos la mayor contestación política a la que tiene que hacer frente la UE. Sobre todo el Banco Central Europeo. El rescate ha sido imposible porque no había dinero; lo que se hizo fue un rescate escalonado. La crisis de las cajas. Bankia. La total anulación del gobierno nacional ante la incapacidad de los políticos. La casta.La crisis que estamos viviendo ahora no es más que la crisis de los ’70 prolongada.

Gracias.

Aplauso.

—Más humano —comenta un espectador.

—También utópico —apunta otro.

—Demócrata —interviene un tercero.

—Paleomarxista —sentencia otro.

 El debate promete. El centro social contra el instituto de empresa. Lo colaborativo contra lo elitista. Agua y aceite. Rallo insiste: “Un ingeniero del MIT es más pobre que una anciana que recibe una pensión”. “¿Cuánto tiempo mantendría su valor financiero Apple si se lo dieran a un burócrata?” López apunta: “El precio de la vivienda se comporta como un activo financiero”. “Estamos unidos.” Las posiciones se confrontan en diálogos como éste:

—Talento es alguien en un garaje creando Facebook.

—Pero Facebook es un largo proceso de trabajo social y cooperativo; una sola persona le da un certificado monopolístico, pero ha sido generado por vínculos sociales.

—Cualquiera podía haber creado Facebook, pero fue Zuckerberg. Las cosas no se crean solas, por choque exógeno. Si el mundo fuera como proponéis nos quedaríamos sin Facebook, sin Google, sin iPads o sin medicina personalizada.

—Me temo que lo que vosotros proponéis no tiene legitimidad democrática. Y eso va a llevar a un conflicto.

Alguien entre el público menciona al inventor Nikola Tesla, pionero de la ingeniería y genial promotor de la electricidad comercial. Aquél fue un genio per se,dice. En ningún caso se puede decir que fuera un producto social.

—Yo no conozco el caso de Tesla —argumenta López—, pero estoy seguro de que su mujer le llevaba la sopita para que él hiciera los cálculos.

—La sopita tiene valor si se la llevan a Tesla —replica Rallo.

—Sin esa mujer no hubiera habido descubrimiento de ningún tipo. Forma parte de ese proceso social.

—Pero si me la llevan a mí no voy a ser Tesla. El valor de llevar sopitas depende del valor que genera Tesla. Si tú llevas sopas aleatoriamente no tendrás Teslas. Llevar sopas no genera Teslas.

Acaba la primera jornada en una cena de confraternización. Todos los ponentes, y también algún miembro del público que se ha unido por su cuenta, se relajan en un restaurante del centro. Zapping de conversaciones: “el pulpo es más inteligente que el cerdo”, “¿sabías que trigo se dice igual en Armenia y en Euskadi?”, “si Franco resucitara la gente le votaría”. Unos hablan. Otros escuchan. En esas mesas largas siempre hay gente con la que no hablas y de la que nunca sabrás.

 

 

Día 2. Constitución:
consenso sobre el cambio

reflexión sobre hoteles, congresos y otros no-lugares. dos abogados abren la jornada poniéndose de acuerdo en que la constitución necesita un repaso. nadie lo discute.

Cuando se asiste a un congreso hay tratar de alojarse en un hotel un poco viejo, si es posible con un escudo de armas y unas banderas en la puerta. Serán unos días solitarios; mejor en un no-lugar con aire setentero y prestigio agotado. Puede que en el ascensor suene Kenny G. El personal tiene la deferencia de adivinar que el huésped está allí por lo del congreso (otro no-lugar). Le dan a uno el welcome pack, la llave (que nunca abre a la primera), el password para el wifi. Como estás en Murcia, las habitaciones pueden tener nombre temático: Jumilla, Mazarrón, Mula. Te comes la chocolatina del minibar. Enciendes la televisión. Noticias: Artur Mas, tarjetas opacas, ébola. La apagas. Vuelves al congreso. El Cendeac está lleno.

 

María Díaz Crego1979, doctora en Derecho, abre el turno de mañana preguntándose si, después de 36 años y una revolución económica, social y cultural, hay que modificar nuestra Carta Magna, y en tal caso, cómo hay que hacerlo. La abogada —cuya tesis Los derechos fundamentales como límite al proceso de integración europea. Un estudio del caso españolle valió la mención doctor europeus— recuerda que en realidad ya ha sufrido dos reformas puntuales: una relacionada con el sufragio de los extranjeros en las municipales (art. 13.2); otra relativa al límite del endeudamiento (art. 135). Sí: la profesora de la Universidad de Alcalá ve clave mejorar el texto constitucional de cara a limitar los abusos del poder. Ella incidiría en dos puntos: mayor nivel de garantías en derechos sociales ya existentes (que no se cumplen: véase el copago sanitario o la expulsión irregular de extranjeros) y fortalecimiento de la apertura de derechos. Que voten los extranjeros. Que se revisen las alusiones a la orientación sexual. Que se deje de llamar “disminuidos” a los discapacitados. Enumera estos artículos: 14, 18, 49. Menciona el tema de las relaciones entre España y la UE. Si asumimos que nos reforman desde fuera, ¿no debiéramos exigir los mismos procedimientos garantistas?

Otro asunto es el Poder Judicial. Tal es su politización que prácticamente sabemos el resultado de una votación antes de que se realice. ¡Si en 2008 hasta supimos que Carlos Dívar sería presidente del Consejo General del Poder Judicial, el órgano del que depende la independencia de todos los jueces, antes de que fuera votado! ¿Cómo es posible que el Fiscal General, que tiene que perseguir delitos de corrupción política, sea elegido por el gobierno de turno?

 

Ignacio García de Vitoria1977, doctor en Derecho por la Universidad de Valladolid, quiere añadir que nada atenúa la responsabilidad de los partidos. Falta, sostiene el profesor de la UCM, intervención a la hora de elegir a los representantes. Se debe reforzar la relación electores/representantes. La coherencia votos/escaños. El letrado —que se confiesa contrario a la democracia participativa— apoya, en clara alusión al artículo 135, que junto al pago de la deuda aparezca la garantía de lo social básico. Y falta trabajo sobre las autonomías. Sobre la reforma de su financiación. Debe mirarse el pacto lingüístico. La integración y el reconocimiento de identidades nacionales consolidadas. La reorganización territorial. La protección del medio ambiente. Sigue asignada la pena de muerte en tiempos de guerra. El matrimonio homosexual. El Tribunal de Cuentas. Los aforamientos. ¿Hay que quitar el Senado? Quizá. El catálogo a revisar es amplio. Que se haga paulatinamente.

El público está bastante de acuerdo. ¿Quién no lo estaría? El Congreso se interrumpe para la comida. Otra opción es descansar un rato. Leer un poco. Existe como género la literatura congresual, de Sampedro a Stanisław Lem; qué ocurrencia. Pero empieza a acumularse el cansancio; cualquier libro se le cae a uno de las manos. Viene bien coger el móvil y clicar cualquier cosa. Pero vuelve a caerse el wifi. Uno tiene que aceptar una larga lista de condiciones. Como con la Constitución, que uno acepta y jamás lee. Bien: es patente que el cansancio comienza a hacer mella. Mejor salir y volver al Cendeac.

 

 

Cuestiones de Estado
(o estados de la cuestión)

un mitin en las puertas del congreso rompe la agenda. sólo cuando termina empieza la sesión de tarde. un blogger, un sociólogo, un politólogo y un ultrarrealista abordan eso que atañe a todos. la jornada termina con una visita a la fundación más pequeña del mundo.

¿Qué pasa ahí? Hay un tumulto en las puertas del congreso. Iñigo Errejón —director de campaña de Podemos, miembro nuclear de la formación de los Círculos— es esperado por una pequeña multitud. Son casi un centenar: no caben muchos más en el Cendeac. Le plantan en la cara micrófonos cubiertos por espumas antiviento; se ven los logotipos las radios de la región. El madrileño ofrece unas declaraciones apresuradas sobre el futuro a corto plazo: presentación del equipo definitivo el 15 de noviembre, presencia de Podemos en las autonómicas de mayo; en las municipales, “de la forma que veamos mejor”. En las puertas del congreso existe providencialmente un pequeño anfiteatro. El séquito se desplaza y se materializa el mitin. Errejón asume su papel y se dirige al grupo que le rodea haciendo un semicírculo. Hay hombres y mujeres, jóvenes y viejos, manos que se agitan en el aire según el mudo aplauso nacido en el 15-M.

Gracias, compañeras y compañeros.

Tenemos que hacer pedagogía, dice. Que no sean sólo los medios los que nos cuenten lo que está pasando. Ya no hay que resignarse. Sois la savia, el músculo, el cerebro. No tenemos miedo. Ellos sí necesitan transmitirlo. Dirán que nos estamos rompiendo. Aprovecharán cualquier cosa para intentar tumbarnos. Estemos a la altura del reto. Paciencia. Rumbo fijo. Discutir nos hace más fuertes. Contádselo a todo el mundo.

¿Preguntas?

“Ínigo, aquí en Murcia podríamos sacar 9 o 10 escaños. ¿Nos vas a quitar la ilusión de presentarnos en las municipales?”

—Estamos discutiendo qué formato es útil y estratégico. No te lo voy a dar ni a quitar yo: lo va a decidir la ciudadanía.

“Íñigo, la lucha remite, ¿cómo hacemos para no perderla?”

—Muchos trabajan hacia dentro. Eso es comprensible, pero se tiene que terminar. Tenemos demasiadas siglas. Hay que recuperar las plazas.

Pide la palabra un chico, pero para equilibrar por género se le pasa la palabra a una chica.

“Íñigo, ¿cómo llevamos a lo local el discurso global?”

—Hay que desarrollar mecanismos de comunicación interna. Quizá nuestra música está bien, pero la letra, para esta comunidad, está mal. Cambiadla.

“Íñigo, insisto, ¿por qué tenéis miedo a que nos presentemos a municipales? Ningún partido podrá nunca garantizar su total honestidad. Todos podemos ser casta.

—Hay 8177 municipios en España. Como se nos cuele algún listo en uno solo de ellos van a ir a por nosotros. A otros les van a perdonar todo, a nosotros nada. Portada en El País:ya lo verás.

El grupo se disuelve y sólo entonces puede arrancar la actividad en el auditorio del Cendeac. No había ni una sola persona dentro. Todo el mundo estaba en la calle.

Carlos G. Fuertes 1990, escritor alt lity blogger especializado en literatura y filosofía política, trae una ponencia titulada Dualismo y penitencia: la religión en la España actual.El estudiante de Física y autor de la novela Un viaje de estudiosparte de una base: el Estado del bienestar es conservador per se.¿qué tienen en común Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España? La cultura religiosa: he aquí los cinco países más católicos y el único ortodoxo de Europa. Desde ese enfoque pasa a este otro: la Ilustración nunca llegó a España por culpa del catolicismo. Aquí no tradujimos a Kant hasta 1920. El Ensayo sobre el entendimiento humanode Locke (1690), en 1956. Eso sí: el Manifiesto Comunista(1848) sólo tuvo que esperar hasta 1872. Como interpreta Weber, el español, en tanto que católico, cree que el Estado le debe algo porque una concepción dualista de la realidad le empuja a entender la justicia social como un dogma por el cual la autoridad tiene que garantizar, de acuerdo a una fe religiosa en esa justicia social, los derechos de las capas más bajas. El español, ese penitente equidistante entre Dios y el fútbol. Habla de chonis y del colisionador de drones. De Owen Jones y Chavs.De Podemos y de la teoría de juegos. De fútbol y la física newtoniana.

 

César Rendueles1975, profesor de sociología en la UCM, quiere hablar del campesinado. Al final sabremos por qué, dice el cofundador del colectivo Ladinamo y codirector del Círculo de Bellas Artes de Madrid durante una década. En realidad el autor del ensayo Sociofobia(Capitán Swing, 2014) empieza hablando de cómo las cajeras del Mercadona dicen ser clase media, fenómeno que los marxistas contemporáneos utilizan como ejemplo de falsa conciencia. Y es que la tradición teórica de Marx ofrece dos puntos ciegos, dos escurridizos dilemas. Uno: las clases medias. La manera en que hacen referencia a élites económicas o personas con gran control de su proceso de trabajo, estatus y capital cultural. Fijémonos en el campesinado: según el marxismo es un grupo políticamente conservador y políticamente superado. Sin embargo es fundamental por su impacto político. Y dos: el Estado. Para Marx, el Estado moderno es un comité que administra los problemas de la clase burguesa. La casta,vamos. La teoría ha tendido a ver al Estado como una especie de estabilizador: el Estado capitalista es como es porque así contribuye a la estabilidad económica. Pero en el nombre de la estabilidad los Estados capitalistas han impulsado procesos de mercantilización, limitado la organización de los trabajadores, socializado las pérdidas privadas… Todo esto es esencial para entender España, donde el proceso de desmercantilización de la fuerza de trabajo ha sido muy escaso, dice.

La forma correcta para entender el caso español desde la muerte de Franco es una adaptación al capitalismo cambiante de aquellos años. No es que España llegara a Europa tarde o lastrada por su idiosincrasia cultural. Más bien llegó pronto y con mucha gana al Estado posfordista y subweberiano. La pérdida de legitimidad de las instituciones políticas españolas es una historia de éxito, no de fracaso. Es el precio a pagar por conseguir exactamente lo que se pretendía. El PSOE fue el agente constitucional que lo consiguió, que delimitó las coordenadas y sentó las claves del juego político también para el PP, esa excrecencia de la democracia cristiana [sic]. No hay que ver esos años desde la perspectiva de los ganadores. Hay que ver lo que podía haber pasado. El franquismo dio entrada al turbocapitalismo. Pudo haber sido socialismo en lugar del liberalismo. Nuestra injusticia transicional fue quemar los archivos. Podría escribirse un apéndice español a La doctrina del shockde Naomi Klein titulado El 23F como éxito.El resumen sería esa frase de un ministro franquista: “Queremos un país de propietarios, no de proletarios”. Y esta otra, que gritaban en los astilleros: “Boyer, Solchaga, discípulos de Fraga”. La crisis actual es un retorno a la normalidad económica española, que la burbuja especulativa ocultó durante unos años. La socialdemocracia modernizó mecanismos de estratificación que Franco sólo sabía aplicar violentamente. Eso hizo de nosotros una sociedad conformista, que dinamitó el tejido social que aspiraba a la transformación. Y eso ha tenido un alto coste institucional porque la distorsión del PSOE pudo sobrevivir, cree, gracias al populismo de la abundancia. Ruiz Mateos, Jesús Gil y Mario Conde captaron el espíritu del tiempo.

La descomposición institucional a la que hoy asistimos, tan rápida en su desmoronamiento, se asienta sobre la destrucción social, y ésta en empezar de cero, a partir de lo que hay. Es decir, de una sociedad marcada por el consumismo. Hemos vivido una doble adaptación: unos al Hilton, otros a los pisos-patera. Palacio y plaza. La clase media ha quedado como ese campesinado del principio: abandonada a su suerte. Fascismo dulce, que dijo Pasolini. Pero si en 2011 salimos a la plaza, dice, en 2015 entraremos en palacio. A mandar obedeciendo, como los zapatistas. Como residuos inadaptados. La democracia es una coalición de perdedores. Soy optimista, concluye.

 

 

José Carlos Cañizares1982, filósofo e ingeniero de telecomunicaciones, llega para plantear el Estado como sistema integrado de objetos. Es una presentación de filosofía ultrarracional,y esto es clave dado que el propio conferenciante, miembro del colectivo de humor y reflexión Homo Velamine —Monty Python meetsTED Talks— se dice incapaz de definir qué es eso del ultrarracionalismo. Explica el ponente —aka James Doppelgänger— que en algún sentido, el Estado es un objeto cualquiera [sic]. Según la ortodoxia filosófica, define el Estado en términos de objeto, sujeto y relación y alcanza la conclusión de que España está regida por las élites de la meseta. A partir de ahí plantea un estado ultrarracional desde un conocimiento técnico-objetual que busca soluciones en un marco lingüístico o técnico prefabricado, y desde otro por el cual los hombres se ven a sí mismos como “manada actuante y técnica” que asume la derrota de la civilización como espectáculo intrascendente.

Aborda estos asuntos con una sucesión de diapositivas como un botijo y una Play-Station, la imagen de un santo en una sala de resonancias magnéticas, Silvio Berlusconi y Jorge Javier Vázquez, Indiana Jones, la Cabra de la Legión y un retrete japonés.

 

Íñigo Errejón1983, doctor en Ciencias Políticas, anuncia que su comparecencia va a ser más académica que política. El consejero de la Fundación CEPS (Centro de Estudios Políticos y Sociales) parte de una base poco discutible: estamos al filo de dos épocas. Y plantea qué elementos permiten guiar el cambio. Antes se pregunta: ¿qué es un régimen? Un edificio concreto de equilibrios institucionales y culturales. Una ordenación y reparto específicos de quién tiene derecho a qué cosas, quién ocupa qué lugares. El Estado es asimétrico —ningún equilibrio puede no serlo— y ahí agrupa dirigentes, subordinados, subalternos…, todo cimentado por un relato que explica la ordenación social como la única posible. Para definir un régimen —cita a Rancière— es fundamental pensar qué queda fuera. Ahora se pregunta: ¿cuál es el Régimen del ’78? Y se responde: hay que pensar dos momentos: el golpe de Estado del 18 de julio de 1936 y los pactos de la Moncloa. El segundo redime al primero y propone una visión casi orientalista por la cual los españoles nos perdonamos por ser tan pasionales y decidimos no volvernos a matar. No hay culpables de nada. Dejamos atrás la Historia. Entramos en tiempo plano. La Transición —Gramsci dixit— es Revolución Pasiva: desposee a la gente modesta incorporándola en un pacto social. Han sido 30 años de estabilidad. Con un reparto de funciones injusto pero exitoso. Con la corrupción como papel central, no como algo no deseado.Utilizando el consenso como confusión de la democracia. Tirando del “no pudimos hacer otra cosa”. El 15-M fue acelerador de expansión democrática y factor de envejecimiento acelerado; aquí creció el descontento sobre un terreno fragmentado, allá corrieron a hacerse trajes nuevos. Ellos, la casta,lo tacharon de movimiento antipolítico, lo cual deja ver hasta qué punto creían que lo suyo es lo único. Para ellos lo nuestro son las bajas pasiones animalescas de la gente humilde.

Pero, ¿por qué tanto descontento no ha logrado desbloquear la situación? Porque estamos divididos en dos actitudes, argumenta. La primera es cierto pesimismo nostálgico: “esto no avanza”. La segunda, justo lo contrario: el optimismo permanente: “les estamos derrotando, ya están casi en la lona”. La crisis de expectativas es peor que la crisis del descontento. Porque ellos —con su proverbial capacidad de integrar las críticas, ya sin poder operar materialmente— siguen asegurando certezas.

La ausencia de polaridades parece privar esta vez del fragor del debate. Se da, en sustitución, una lluvia de preguntas. Dos de los ponentes se llevan la mayoría. Errejón: “Hay que aprender del neoliberalismo”. “Hay que construir un modo de gobierno tal que incluso si tu enemigo gana tenga que hacer lo mismo que tú.” Rendueles: “Es cierto que la tecnología ha sido útil para llenar las plazas; puede convivir con técnicas tradicionales”. “Podríamos solucionar determinadas situaciones de representación —por ejemplo de presupuestos— a través de sorteo.”

Cae la noche y cae la cena. Hay escisiones y escapadas. Dentro de lo segundo cabe la opción de salirse del entorno congresual. Hay otros anfitriones locales, los escritores Miguel Ángel Hernández Navarro y Leonardo Cano. También Sergio del Molino, que está aquí para presentar su nueva novela, Lo que a nadie le importa.Visita a casa de Javier Castro, sede de la maravillosa Fundación Newcastle —una fundación minúscula: no es otra cosa que una casa de muñecas llena de obra plástica itinerante de primer orden—; son los dominios de Misha, gata estrella en Facebook. Después de eso es mejor no trasnochar. Hoy no.

 

 

Día 3. Autonomías:
del Prestige a Isis

intelectuales de distintas regiones piensan en voz alta sus zonas oscuras. se revela una galicia distópica. un euskadi inexacto. una andalucía pre-isis. catalunya® como territorio emocional.

El bufet se exhibe en todo su esplendor. El desayuno es el producto estrella frente al modesto almuerzo. El café lo expele una extraña máquina electrónica, pero es correcto. El zumo de naranja está bueno, pero los vasos son minúsculos, así que es mejor tomarse dos antes de soltar la jarra. Medio congreso, legañoso y callado, celebra la primera colación del día. Existe la tendencia a buscar favoritos; hay gente con la que prefieres sentarte, otros con los que no has hablado. También el tránsito entre hotel y congreso está regulado por movimientos rutinarios. Coges Calle Proclamación. Atraviesas el Parque Floridablanca. Alameda. Calle del Carmen y luego calle Cartagena. Y ya estás ahí. Último día de congreso. 

 

Gustavo Sanromán 1977, licenciado en Historia y doctorando en Políticas por la Universidad de Santiago, dice que España es, en cierto sentido, Galicia. La evolución de su comunidad va de Franco a Rajoy, dice este activista del procomún. Abarca a Fraga y el Prestige. Pablo Iglesias como asesor político en esta comunidad, justo después tras el 15-M. Recuerda este divulgador radicado en Berlín —donde colabora en el Zentrum für Kunst und Urbanistik— que la distopía cobra fuerza en Galicia: ahí están la paralizada Ciudad de la Cultura, las cajas de ahorros en bancarrota, los encargos a Calatrava y otros agujeros negros. Galicia: larga piedra parsimoniosa donde vivió durante siglos el keynesianismo franquista. Y morada del PP: aquí la formación de las gaviotas es tan hegemónica como CiU y el PNV en Catalunya y el País Vasco. Ahí se descompone un sistema marcado por la ausencia de una burguesía nativa y el dominio abrumador de la microempresa. El tejido laboral gallego refleja un 60% de empresas de un solo trabajador. Autónomos, sí, pero asalariados del Estado español (de ahí el fracaso del BNG y la inadaptación del discurso alternativo). Ha de notarse que aquí el proletario es también propietario de una pequeña casa rural. Por eso el discurso marxista no prendió en Galicia. Doble fracaso el de su comunidad: el de su modelo político y el de su posible nacionalismo de izquierdas (no lo hay de derechas: el PP cubre ese espectro). El político antagonista, que hasta ahora hubiera estado librando su particular guerra de posiciones gramsciana por la hegemonía dentro de las estructuras económicas, se encuentra con una Galicia en trance de desaparición como pueblo diferenciado. El elemento clave es la lengua: ahí el contraste con Catalunya y Euskadi no puede ser más acusado. Si hasta los ’70 Galicia fue analfabeta y galegoparlante, por primera vez y desde hace oficialmente sólo unos días el taxón mayoritario es el bilingüismo. Dado ese cambio geológico, un resumen radical: dos cosas puede aportar Galicia a España y al mundo: procomún y descentralización rural, rasgos históricos que no han podido ser borrados por la modernización entendida a la española.
Sirvan para la economía de supervivencia y como palanca para la imaginación política.

 

Raúl López Romo 1982, doctor en Historia por la Universidad del País Vasco, se pregunta si ha tenido éxito el proceso autonómico de los vascos desde 1975. Si ha sido o está siendo un proceso natural y lineal. El miembro del grupo de investigación Historia Política y Social del País Vasco Contemporáneo se pregunta: ¿en qué medida estamos realmente ante una autonomía vieja y zaherida? El experto en estudios comparativos entre Irlanda del Norte y su comunidad —se curtió en la Queen’s University of Belfast— derriba primero mitos locales que atribuye al nacionalismo vasco. La guerra civil en el País Vasco también fue una guerra civil entre vascos. En Álava hubo porcentualmente más asesinados en la retaguardia republicana que en la zona nacional. Hubo muchos más asesinados por su adscripción izquierdista que por su militancia nacionalista vasca. El franquismo no fue un régimen contra los vascos sino contra el pluralismo, recalca.

Cosas que no aparecen en el debate público: ni la pasada (y presente) imbricación entre vascos y españoles obliga a nada, ni los incumplimientos del Estatuto de autonomía son significativos, ni los navarros tienen por qué integrarse en una misma Comunidad si no quieren, ni está tan clara cuál es la voluntad popular a este respecto. Lo importante es la capacidad de los sujetos para tomar sus decisiones sobre la organización del Estado y el encaje de Euskadi en o fuera de España. Que prevalezca la voluntad ciudadana frente a la predeterminación del pasado. No confundir el debate mediante eufemismos (“derecho a decidir”) que esconden la demanda de secesión. La independencia, sentencia, no es un derecho: es una reivindicación. No tan pertinente como en Cataluña, porque en el régimen de conciertos autonómicos vascos no hay tanto dinero en juego. Y por el recuerdo de ETA. Los vascos de hoy, resume, nos parecemos más a los vascos del siglo XVIII que a los españoles de hoy en día. 

 

Eudald Espluga 1990, licenciado en Filosofía y máster en Comunicación y Estudios Culturales por la Universidad de Girona, habla de Catalunya a través de su tesis Fraternidad y Cultura de la autoayuda.Tiene una idea: el IEI (Independentismo Emocionalmente Inteligente) puede servir al propósito de construir una propuesta nacionalista que profundice en los vínculos cívicos en contra del modelo de gobernabilidad neoliberal foucaultiano. Para el autor de Mediterròniament. La catalanitat emocional(Núvol, 2013), la clave es: más independentismo, menos nacionalismo. Ahí el IEI supone una novedad ideológica en la medida en que rompe con el catalanismo/pujolismo y desplaza el debate al enfrentamiento estatalistas/cosmopolitas. Estamos, dice, ante un discurso independentista sustancialmente nuevo, que por sus características híbridas ha podido cuajar en claves sociales anteriormente hostiles al catalanismo. Ahora se articulan tradición y razón. Apegos personales y razones públicas. Porque el actual discurso nacionalista catalán es, sobre todo, un acto consumista. Puro capitalismo emocional. Merchandising independentista. Ferias temáticas con esteladas. Conmemoraciones de toda suerte, enfocadas en todo caso a un nacionalismo no tribal, sino de consumo. Catalunya®.

El IEI ofrece pistas sobre cómo el nacionalismo, sin renunciar a su contenido emocional, puede compatibilizarse con el liberalismo. Potenciaría un lazo de pertenencia que
requiera reciprocidad y publicidad: el amor cívico. Supondría la renuncia a la relación consumidor-producto en favor de un patriotismo cívico centrado en la construcción colectiva de lo común: asumirlo no como un producto acabado sino como proceso dilatado. Es, claro está, un proyecto a medias. Le falta un nosotros.

 

José María Bellido Morillas1981, doctor europeo en Filosofía por la Universidad de Bolonia, arranca hablando de la marcada religiosidad del pueblo neardenthal. De ahí pasa al panlorquismo (todos somos Lorca). Lo que quiere contar es que los poderes en España son tres: civil, militar y eclesiástico. Salta de tema en tema el licenciado en filología hispánica a través de una ponencia llamada Nueva propuesta de organización territorial y política de la Comunidad Autónoma de Andalucía.La revolución industrial y la revolución tecnológica hacen risible pensar que un Estado bien organizado no pueda sostenerse en pleno siglo XXI sin esclavos, dice el andaluz, de modo que mejor exponer nuestro modelo administrativo, que tiene más que ver con la restauración que con la reforma. Su exposición es una revisión histórica de la península ibérica en tiempos de tartesos —primer mito cultural andaluz—, fenicios, púnicos, judíos, pre-romanos, vándalos y alanos —la suma de los cuales da nombre a la comunidad en cuestión: (V)andalusía—, bizantinos, visigodos y vikingos. Califato y reinos de Taifas, Reconquista, Reino de Castilla, cantones… Y así hasta las comunidades autónomas, que, dice, no serían tan representativas como unas hipotéticas divisiones por diócesis.

El discurso apunta a un largo proceso que describe no sólo Andalucía sino el territorio peninsular desde la restauración más que desde la reforma. Y desde lo bizarro. Hay imágenes paradigmáticas —estamos en PowerPoint— como la de Hasekura Tsunenaga, el samurai que se cristianizó en tiempos de Felipe III pero sin soltar la katana. Como la del Edificio Cajasol, propiedad la Junta de Andalucía, émulo del abandonado Hotel Ryugyong de Pyongyang. Como la Biblioteca Felipe González Márquez abandonada a su suerte a la orilla de Guadalquivir. La última imagen es —no podía ser de otra manera— la de un Al Andalus tomado por ISIS.

 

 

Ciudad: de la urbanización con pádel a un Manhattan castellano

una reflexión sobre el sueño murciano y otra sobre las periferias urbanas españolas. un recuerdo a la izquierda revolucionaria y la reivindicación de un urbanismo de corte liberal que entierre el que dejó franco. algo del final recuerda al principio.

Javier Sánchez Serna 1985, licenciado en Filosofía por la Universidad de Murcia, habla de lo que mejor conoce: su propia comunidad y el expolio al que esta ha sido sometida. El coordinador del grupo de investigación Posmodernidad, Crisis y Procomún (de aquí, del Cendeac), plantea el milagro murciano como saqueo. Nada podría haber sido como fue sin la Ley del Suelo del Gobierno de José María Aznar (1998), que declaró todo el suelo no protegido susceptible de ser urbanizado, ni sin la Ley del Suelo regional (2001), que descatalogó el 20% de los espacios protegidos. El analista define este asunto como modelo de neodesarrollismo especulador murciano. Los datos hablan por él: Murcia es una de las cinco comunidades del país que han destruido más empleo, y la segunda que más se ha empobrecido con la crisis. ¿Las causas? Hay tres. Primera: la emergencia de nuevas clases medias ligadas al sector construcción: el capitalismo popular inmobiliario. Segunda: el advenimiento del Plan Nacional Hidráulico (el “agua para todos” trajo mucho golf, pozos ilegales y regadíos dudosos). Tercera: el establecimiento de fuertes redes clientelares (el 57,8% de los municipios están implicados en casos de corrupción: véanse aeropuerto de Corvera, sin aviones; la autopista Cartagena-Vera, rescatada; la desaladora de Escombreras…).

Crisis, deuda y fractura social son las consecuencias: miles de empresas arruinadas, el sistema de crédito regional quebrado, las haciendas públicas de la región hundidas, 100.000 trabajadores en la calle. Todo ello en la región más conservadora del país. En Murcia el PP ha ganado desde 1995 todas las elecciones autonómicas con mayorías absolutas; en 2011, con su mejor resultado. Porque mucha gente vive aún de los restos de la economía especulativa e identifica la supervivencia del régimen de poder con la suya propia. 

 

Débora Ávila Campos1975 habla del extrarradio en su ponencia Viejas y nuevas periferias en la ciudad actual.Es su tema como componente del Observatorio Metropolitano —colectivo donde también milita Isidro López—; y su óptica, la dimensión colectiva. ¿Qué pasa en las periferias, se pregunta la autora de la tesis titulada  El gobierno de la diferencia: de las lógicas de gestión de lo social (UCM, 2012)? Que en las zonas donde más se dejan sentir los envites de la nueva ofensiva neoliberal existe una lógica de gobierno de corte securitario, represivo. Ante los riesgos que encarnan las periferias construidas a golpe de segregación interna y de desigualdad por factores de clase, etnia, color de piel y origen, la intervención social y policial consolida el cambio de tendencia que experimentaron a la luz de las políticas urbanas neoliberales. La redistribución territorial construida gracias a las luchas vecinales es sustituida por las operaciones quirúrgicas sobre los riesgos emergentes. Conviven, físicamente contiguos, dos modelos de vivienda: la urbanización con pádel de manzana cerrada y la vivienda de protección oficial. Los sujetos pobres pasan a ser sujetos peligrosos. Urge volver a poner en el centro la desigualdad. Barrio bueno, concluye, no es barrio seguro, es barrio productor de igualdad.

 

Gonzalo Wilhelmi 1976, doctor en Historia e ingeniero técnico en Informática, centra su ponencia en las aportaciones de la izquierda revolucionaria/radical, lo que le lleva a retrotraerse a los días de la Transición. Tiene todo el sentido volver atrás para conocer los derechos perdidos, opina este militante en grupos autónomos juveniles y el ámbito sindical. El dictador murió en la cama, pero la dictadura murió en la calle, apunta. Las organizaciones marxistas y anarquistas, pasando por los autónomos y los cristianos anticapitalistas, fueron los principales defensores de la ruptura democrática. Porque han sido, somos. Porque somos, serán, entona. Porque la Transición no fue modélica. Tampoco fue pacífica, parece sentenciar. ¿Qué medidas tomar ante la crisis económica y los altos niveles de paro? ¿Cómo reducir la pobreza y las desigualdades? ¿Qué hay de la subordinación de la mujer? ¿Cómo establecer una organización territorial respetuosa con las diversas realidades nacionales presentes en España? De finales de los ’70 datan muchas de las reivindicaciones actuales; no han perdido ni un ápice de vigencia.

 

Gonzalo Melián 1979, arquitecto y economista, cuenta que el urbanismo español nace en la ley franquista que incorpora el Plan General en 1956, y sostiene que de dicha ley sigue preso. Al director y socio fundador del Centro de Estudios Superiores OMMA y profesor de Urban Planning and Design de la IE University le obsesiona la atrofia en nuestro sistema arquitectónico. Repasa: la reforma de la ley sobre el régimen franquista dio paso al de la Constitución del ’78; la ley de suelo de 1990 se fusionó con la de 1998. Y ésta, contrariamente a lo que se diga, no liberalizó el suelo, sino que se aseguró de ampliar la oferta y mantenerla restringida. ¿Por qué ha ocurrido así, se pregunta el Máster en Economía de la Escuela Austríaca por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid? Porque hay un intervencionismo absoluto del suelo. Quiere explicarse mejor. Veamos. Las sociedades ricas se generan en ciudades. La riqueza de la tierra en la sociedad actual no representa nada. Y ¿qué es una ciudad? Primero, un asentamiento. Cuatro casas bajas en torno a las cuales empieza a haber actividad. La gente va cogiendo territorio. Se expande ocupando suelo. Pero en cierto momento el asentamiento es tan grande que para acudir a tu trabajo te pegas dos horas en coche, bus o tren. Entonces tal vez es preferible derribar casitas del centro y empezar a densificar en el centro. Es mucho más rentable y eficiente vivir juntos en el centro que vivir en la periferia. Mucha gente muy junta y sin ocupar mucho suelo. Fijaos en esta imagen: Hong Kong en 1890. Y en esta otra: Hong Kong hoy. Ésta: Singapur antes. Esta otra: Singapur ahora. ¿Cómo han crecido nuestras ciudades españolas? Hacia el exterior, consumiendo un montón de suelo. Esos ensanches, inconexos con el centro. Esos planes de las periferias, generadores de guetos. Mirad esas cuatro torres perdidas. Es Madrid.

En nuestro país las ciudades no pueden crecer como un sistema de operaciones. Por eso se congelan. Cambiarlas es inviable. Densificar el centro es imposible. La periferia también. Todo está protegido o regulado. ¿Existe algún lugar para la creatividad en ese tipo de planificación? No. Porque están estos señores, esta élite extractiva que decide lo que se puede hacer o no. Si no hubiese esa regulación no habría corrupción. ¿Cómo lo solucionamos? Los agentes intervinientes tienen que ser los usuarios, es decir, las personas que van a comprar o alquilar. O los empresarios que se van a jugar su capital en un mercado democrático. Las derechos de propiedad se tienen que respetar. No puede ser que las leyes de edificabilidad estén monopolizadas por el Estado. Por esa casta.Y los derechos de desarrollo del suelo tampoco pueden estar nacionalizados. La asignación de precios del suelo tiene que venir a través de un sistema de precios de mercado libres.

Gracias.

 

 

Los cuatro ponentes se sientan en la mesa para un último debate. Como al principio, vuelve la polémica. Así lo interpreta el público. Y los ponentes. Melián refuerza lo expuesto: “Intervención pública. Planificación central, Caciquismo”. “Hay que urbanizar. Como Hong Kong. Como Singapur. Aquí sobra Estado.” Serna hace lo propio: “¿Cómo que no se ha liberalizado el suelo? Me gustaría conocer un solo promotor que haya tenido un problema para construir”.

Las posiciones se confrontan en diálogos como éste:

—¿Por qué no podemos hacer un Manhattan en Castilla? —inquiere Melián.

—Las decisiones urbanísticas tienen un impacto medioambiental. El suelo no es una mercancía, algo que se produce para comerciar —dice Serna.

—El urbanismo es un cotarro dirigido por burócratas y amigos, pero eso no tiene nada que ver con el libre mercado —apunta Melián.

—Ha habido un asalto del poder económico a las instituciones… y se ha dado a través del suelo. No hay un exceso de Estado, es que se ha dislocado —Serna.

—¡La base del liberalismo no es la competencia, es la cooperación! —Melián.

—La vivienda es un derecho humano —Serna.

—Estamos en las antípodas. Si te señalas como marxista tienes una teoría del valor objetiva, la mía es subjetiva.

—Al final me entiendo más con un conservador. Los marxistas tenemos concepciones que no cuadran con el homo liberalis,con ese liberalismo mágico vuestro, ese capitalismo de amiguetes.

Quien cierra el diálogo es Débora Ávila:

—Para mí el liberalismo es, primero, un auténtico régimen de gobierno que dice que el mercado es la mejor de las soluciones y que la economía es el único método para medirlo todo; segundo, un sistema de tecnologías, y, por último, una forma de hacer que cada uno de nosotros nos convirtamos en empresarios de nosotros mismos. Siento que no hayáis ganado el plano del Estado, pero acerca del resto me quito el sombrero: lo habéis ganado todo. ¿Sabes [a Melián] por qué las calles no son nuestras? Porque tenemos miedo. Porque tenemos que estar haciendo de empresarios de nosotros mismos. Planteáis esos modelos sociales utópicos como si no se hubieran conseguido… ¡Sí se han conseguido! Son evidentes los efectos que consigue una política que pone en el centro el mercado. Y por eso lo rechazo como modelo social.

Uno de los directores del Cendeac apela a la hora.

—¿Por qué no discutimos esto ya en el bar? 

Así se hace. Se sigue hablando de todo esto. De lo hablado en estos tres días. De Indiana Jones como ideal regulativo. De ese samurái cristiano que se vuelve religioso pero sigue con la katana. De Manhattan en Castilla. De Tesla y sus sopas. 

Bruno Galindo

Bruno Galindo es escritor y periodista.
Es redactor de El Estado Mental desde su arranque y coordinador de EEM Radio.

www.brunogalindo.com