Gastroapocalipsis
El fin se acerca. El Día Después, el day after, se aproxima, y una variedad de catástrofes se cierne sobre la especie humana. Calentamiento global, tsunamis, fuegos del infierno, seísmos, colapso económico mundial, epidemia zombie, meteoritos impactando en la superficie terrestre. Y no hay que soslayar la amenaza nuclear, el hongo gigante abrasando el paisaje, el destello luminoso de las luces de Ozymandias y el posterior Reino de las Sombras bajo una campana de hollín.
Nos precipitamos hacia el final, ya sea el de la escatología religiosa con trompetas de arcángel o el de la conclusión de la historia de la dialéctica marxista con la derrota inesperada del proletariado. Las preparacionistas acopian raciones de comida de supervivencia (a 6 dólares las raciones Tactical Sammich; a 4 dólares las raciones de emergencia Mayday, con hasta 3.600 calorías y con una vida de 5 años, ambas de venta en Internet). Mientras los fundamentalistas preppers guardan latas de alubias en sus sótanos, el foodie urbano de paladar inquieto encara el apocalipsis con apetito, sin renunciar al placer. Hablemos del milenarismo: el milenarismo va a llegar. Y nos encontrará con una servilleta al cuello.
CORRA A LA TIENDA DE MASCOTAS
Después del estallido, hay que movilizarse rápidamente en pos de las mascotas, con apertura de miras, sin hacer ascos a nada. Los animales domésticos son una excelente fuente de alimento y deberá ser rápido para cazar cuantos encuentre en su edificio de apartamentos. No será extraordinario el hallazgo de perros y gatos. Después de echar la puerta debajo de sus vecinos, abaláncese sobre los perros que encuentre a su paso. En Francia seguían comiéndolos hasta principios del siglo XX, siendo así que disponían de carnicerías específicas de carne canina. En la civilizada Suiza se consume perro sin embarazo: en las aldeas alpinas convierten a sus animales queridos en embutido, costumbre que adoptan también los agricultores en el caso de los gatos. Y hablamos de un país preparado para la hecatombe, puesto que los artículos 45 y 46 de la Ley Federal sobre la Protección de la Población y Protección Civil establecen que "Todos los habitantes deben disponer de un sitio protegido al que puedan llegar rápidamente desde sus casas" y "los propietarios de inmuebles deben construir y equipar refugios adecuados en todos los nuevos edificios habitables”, razón por la cual toda la población helvética cabría en los refugios atómicos construidos en el país. Aunque, sin duda, los campeones del consumo de perro en el mundo son los coreanos, si bien sólo lo hace una pequeña parte de ellos y más por tradición o creencias atávicas y siempre en forma de sopa o guiso. Anímese si puede a preparar la sabrosa sopa bosintang, con perro como ingrediente principal, cocinado con pimientos, especias y verduras como la cebolleta; y salsas coreanas como la picante gochujang, a base de chiles rojos, o la doenjang, a partir de un fermentado de granos de soja.
Si entre sus vecinas hay solteronas, seguramente dispondrá de gatos en abundancia. Les remito al cocinero Ruperto Nola (AKA Mestre Robert), quien escribió un libro de cocina en catalán, el Llibre del Coch, aparecido en 1520 y best seller gastronómico de su época, donde recoge esta deliciosa receta de gato asado, la cual preparaba regularmente para el rey Fernando I de Nápoles, atención: “El gato que esté gordo tomarás, y degollarlo has, y después de muerto cortarle la cabeza, y echarla a mal porque no es para comer, que se dice que comiendo de los sesos podría perder el seso y el juicio el que comiese. Después desollarlo muy limpiamente, y abrirlo y limpiarlo bien, y después envolverlo en un trapo de lino limpio y soterrarlo debajo de tierra donde ha de estar un día y una noche, y después sacarlo de allí y ponerlo a asar en un asador, y asarlo al fuego, y comenzándose a asar, untarlo con buen ajo y aceite, y en acabándolo de untar, azotarlo bien con una verdasca, y esto se ha de hacer hasta que esté bien asado, untándolo y azotándolo, y cuando esté asado cortarlo como si fuese conejo o cabrito y ponerlo en un plato grande, y tomar del ajo y aceite desatado un buen caldo de manera que sea bien ralo, y échalo sobre el gato y puedes comer de él porque es buena vianda.”
No sería tan buena vianda cuando la desconfianza por la comida servida en las posadas acuñó el famoso eslogan que caracteriza al fraude en España: “dar gato por liebre”. Aún hoy, en Perú, se sacrifican gatos para consumirlos en potajes populares en honor de Santa Efigenia. Puede que halle también, si el vecindario es hipster o modernista, cerdos vietnamitas (aunque su carne es parecida a la del jabalí, todo grasa y tendones) y loros (siempre hay inquilinos megalómanos y pasados de moda, y sería buena idea prepararlo como en la receta del sancocho de loro que García Márquez insinúa en su culebreante prosa caribeña: con yuca, cebollín y plátano verde). Puede que también encuentre monos y culebras, o quién sabe si chinchillas, cuya carne es muy saludable, a medio camino del conejo y del pollo y con poca grasa. ¿A quién no se le hace la boca agua pensando en un fricasé de iguana, eh? El fin de los tiempos se precipita sobre su cabeza, así que no sea muy tiquismiquis con el menú animal de que disponga. Si tiene ojos y se deja, cómaselo.
EL MANTEL DEL ENTOMÓFAGO
Si bien muy pocas cosas son ya creíbles por culpa de nuestro cinismo liberal contemporáneo, casi todo lo que tiene patas y se mueve sigue siendo en cambio comestible. El plato predilecto de Aristóteles, un esclavo de los sentidos y primer zoólogo, eran las cigarras, de las que decía que sabían mejor en su fase de ninfas. Los atenienses pobres comían saltamontes y el patriciado romano tenía las larvas del corcho por un delicado manjar. San Juan Bautista, el primer defensor de la Renta Básica, se mantenía en pie a base de saltamontes con miel. Sin ir más lejos, el maná del Antiguo Testamento o “Pan de Yavé” era una secreción cristalizada en forma de azúcar proveniente de un insecto que tenía por hábitat los árboles tamariscos del Sinaí y que caía al suelo con apariencia de escarcha. Durante la Edad Media, la época en que la humanidad fornicó con mayor habilidad y alegría, los gourmandizers se recreaban con larvas de abejorro rebozadas en pan rallado y harina, pero la entomofagia sería después proscrita en Europa por el aburrido Renacimiento.
Nada justifica pues que el inquilino del apocalipsis no acondicione su paladar para los insectos. De hecho, cualquier mueca de turbación es absurda: ya los consumimos en forma de colorante E-120 –el ácido carmínico obtenido a partir de las cochinillas–, presente en mermeladas, caramelos y surimi. La Agencia de Medicamentos y Alimentos de Estados Unidos (FDA) establece las cantidades admisibles o “trazas” de excrementos de roedor, huevos de mosca y pelos que puede haber en el chocolate, las espinacas congeladas y las palomitas. Y gracias a que los simios eran consumados insectívoros, pudieron desarrollar la destreza manual, dedos capaces de asir y un agudo sentido de la vista. Sin insectos, usted no tendría esta revista en sus manos ahora mismo, así que podemos agregar al menú del Día Después saltamontes, hormigas, escarabajos, larvas, langostas… Serán una fuente oportunista de proteínas y grasas animales.
Los sibaritas chinos ya degustaban crisálidas de gusanos de seda, cigarras y cucarachas, y una receta campesina acredita su consumo con un sofrito de cebolla y huevo. En el sudeste asiático siempre ha sido un bocado muy perseguido la chinche acuática gigante, del tamaño de la palma de la mano, cuyo gusto recuerda al queso gorgonzola. Recomendamos al lector post-apocalíptico que tueste los insectos con sal y alguna hierba aromática: tienen una divertida textura crocante y un interior esponjoso.
MEDUSAS ÜBER ALLES
Mares y océanos son gigantescos vertederos. Albergan cementerios nucleares, áreas de miles de kilómetros de plástico en descomposición, químicos, hidrocarburos, detergentes, aguas residuales y otros residuos sólidos. Los peces están atiborrados de mercurio y contaminantes solubles en grasas, y se extinguen además por culpa de la sobreexplotación pesquera. El panorama de la devastación es siniestro y se impone entre los supervivientes una dieta a base de… medusas. Las medusas son ya una amenaza para el resto de especies pues se alimentan de sus huevas y larvas, y proliferan fantásticamente debido a la pesca intensiva de sus depredadores. Se avecinan pues océanos de medusas, que son, al igual que Silvio Berlusconi, uno de los seres más antiguos del planeta. Una de sus especies, la Turritopsis nutricula o ‘medusa inmortal’, llegada a un punto es capaz de revertir su proceso de envejecimiento a lo Benjamin Button y regresar a un estadio de desarrollo más joven.
La historia como tragedia y su réplica a posteriori como farsa. Si ya en 1878, durante los debates sobre una legislación encaminada a la erradicación de las plagas de insectos que tuvieron lugar en el Parlamento francés, el senador M.W. de Fonvielle publicó una receta de sopa de abejorros, ahora la FAO recomienda que incluyamos la medusa en nuestra dieta para mitigar su proliferación en los mares. La medusa, ese animal poco dócil a la masticación, con esa textura cartilaginosa como de oreja alienígena y aspecto de vagina futurista. Un bocado insípido debido a que consiste en un 95% de agua y con un sabor salino muy sensible al condimento o aliño con que se prepare. El resto es proteína, sí, pero muy lábil, y habría que consumirla en grandes cantidades para que nos nutriera, pero empieza a ser endémica en el mediterráneo. En España ya se ha intentado —con poco éxito— difundir su consumo, concretamente el de la denominada medusa “huevo frito” (cotylorhiza tuberculata), la única comestible del Mediterráneo: pica con timidez a los bañistas, apenas es irritante y se desplaza en grandes enjambres. El obstáculo está en su tratamiento para el consumo, bastante caro, que lo hace inviable de momento.
CON EL AGUA AL CUELLO
Pero por encima de todo necesitará agua, sin la cual no podría aguantar más de tres días. Supongamos que le ha pillado el toro, que no ha hecho sus deberes preparacionistas y no ha acopiado líquido para salir del paso. Al margen del agua de lluvia que recoja, por unos 20 euros puede procurarse un filtro portátil LifeStraw, útil para depurar las impurezas de hasta mil litros, lo cual le permitirá aguantar el primer año de la catástrofe bebiendo en charcas sucias y corrompidas, a salvo de bacterias y protozoos. Funciona mediante la succión misma, sin pilas. No son caros. Sí lo son a largo plazo las pastillas potabilizadoras de agua con iones de plata, que funcionan como antimicrobianos. En su lugar, puede emplear permanganato de potasio o mineral chameleon: con unas pocas gotas podemos convertir en potable cualquier agua contaminada. Es lírico: con él se camuflaba a los caballos blancos durante la II Guerra Mundial, debido a la formación de óxido de manganeso marrón. Otros medios baratos para desinfectar agua son la tintura de yodo o la purificación mediante la exposición a la luz solar en un recipiente transparente de plástico o cristal, previo filtrado, durante al menos seis horas. Si la debacle le ha encontrado en casa, siempre puede aplicar el morro a las cánulas del calentador, nunca de radiadores o camas de agua.
Receta de saltamontes con rebanadas de pan eterno
Abra la escotilla de su refugio para que una ráfaga de aire devastado oree su madriguera. Si no dispone de saltamontes, sustitúyalos por cualquier bicho asqueroso que encuentre y hiérvalos en agua. Si no tiene agua, sáquela del depósito del inodoro. O recicle su orina por evaporación (puede usar dos botellas de plástico: vierta en una de ellas un poco de orina y colóquela horizontalmente; únala por la boca mediante cinta adhesiva a otra botella vacía, cubriendo ésta de la luz solar mediante arena: el sol extraerá el agua de la primera a la segunda ya libre de sales). Una vez cocidos, trocee los insectos finamente y sumérjalos en vinagre. Puede también tostar los bichos (cucarachas, escarabajos, grillos, saltamontes…) en un tapacubos metálico de automóvil o alguna superficie metálica con el aceite de que disponga. De lo contrario, podrá obtenerlo prensando algunas variedades de semilla. Añada sal y cualquier especia que encuentre (curry, comino… siempre hay botecitos abandonados en las cocinas). Disponga los insectos sobre el pan eterno de supervivencia que habrá preparado antes de la catástrofe. Para su elaboración necesitará dos tazas de avena, dos y media de leche en polvo, una de azúcar, tres cucharadas de miel y otras tres de agua y cuarenta gramos de gelatina de fruta. Mezcle en un bol la avena, la leche y el azúcar. Aparte, haga hervir en una olla el agua con la gelatina y la miel y retírela del fuego. Añádale la mezcla anterior y mezcle bien hasta conseguir una masa homogénea. Reparta ésta en dos bloques, métalos al horno caliente y retírelos antes de que se endurezcan del todo. Córtelos en pedazos del tamaño de los pómulos de Angela Merkel y un grosor de 2 centímetros. Envueltos en papel de aluminio, podrán durarle años.
José Manuel Ruiz Blas
José Manuel Ruiz Blas (Madrid, 1975) es periodista especializado en gastronomía y tendencias y colaborador habitual de EEM-Revista y EEM-Radio.
Alberto Flores
Alberto Flores (Madrid, 1987) es fotógrafo ecléctico y sin gusto estético, colaborador habitual en prensa deportiva conceptual y empleado fijo en locales de comida rápida para conseguir un sustento a base de sobras.