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Jóvenes millenials encaramados sobre los hombros de jóvenes gen X

Paleis Noordeinde, Den Haag, Mishka Henner (2011)

iene el patio de colegio una dinámica cruel. En el centro, hay un juego divertido y emocionante liderado por alguien más alto, más rápido, más listo, más guapo o más fuerte que los demás. Esa serpiente de críos que traman algo se hace grande y sólo los que se ven con entereza de medir sus fuerzas frente a la del líder se unen a ella. En los rincones del patio hay niños esparcidos aquí y allá, solos o en parejas, hablando en voz bajita. 

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Los chavales del recreo, aún no lo saben, crecerán y será el juego el que les elija a ellos. Jugarán todos, los del centro y los de los lados, porque quedarse al margen también forma parte de las reglas. Esos niños, convertidos en jóvenes, se encaramarán sobre los hombros de la generación anterior, como profetizaban Marx y Engels, y modificarán la organización social con arreglo a sus nuevas necesidades, en parte diferente a las de sus padres o hermanos mayores, pero sólo en parte. Una generación no se considera terminada, decían los marxistas, hasta que han sido conquistados todos los factores de poder y empiezan a asomar las señales de decadencia. Los jóvenes se adueñarán, de manera ideológica, de los principales lugares donde se fabrica discurso. Revistas como ésta, programas de televisión, atalayas en redes sociales, ésos serán los escenarios desde los que finiquitarán a sus anteriores, con voz más alta y más clara.

Convive con la gerontocracia de los lugares de poder del capital —el Ibex 35, la banca— la gerontofobia de los lugares de poder del discurso. El adulto mayor, empezando a transmitir señales de decadencia, decide retirarse del lugar donde se dicen las cosas que importan —el patio— para refugiarse en algún despacho interior en el que poder envejecer acumulando riqueza. Ese viejo rico no dirá nada interesante en su cuenta de Twitter, sino que comprará Twitter. Los tuiteros jóvenes trabajarán gratis para él.

“Fuck it, la noche es joven”, tuiteó @Rubiu5 (youtuber El Rubius, 1.388.851 followers, nacido en 1990) el 30 de mayo de 2014. Retwitteado 1.589 veces. Marcado como favorito 2.999 veces.
 

“Sólo me alegra saber que, cuando sea viejo, podré decir que viví en los tiempos de Actually Huizenga” tuiteó @noelburgundy (crítico de cine Noel Ceballos, 8.123 followers, nacido en 1985) el 27 de mayo de 2014.

Aunque, si les preguntas, dirán que trabajan para sí mismos, pues el capital simbólico se mide en followers y, finalmente, el capital simbólico de hoy —la reputación, que es remuneración— será el capital monetario de un mañana en el que, lo hemos visto otras veces, abandonarán el patio de recreo para buscar un nicho fuera de foco en el que acumular pasta. 

Los que hoy en día siguen en el recreo, jugando en el patio, son conocidos mediáticamente como millennials. Jóvenes finiseculares cuya denominación no aclara mucho sobre quiénes son o lo que les pasa, lo que hace de la etiqueta un cajón bastante incluyente en el que es difícil que alguien se quede fuera del mercado, ya que el único requisito es haber crecido en el siglo XXI. Estas personas vienen programadas para encaramarse en los hombros de la generación X: aquellos que nacieron entre el 65 y el 76, esos JASP, universitarios taponados por la generación anterior, criados en el bienestar, dopados para ser mejores. Gente rota que pensó que tendrían todo pero, aún hoy, siguen esperando que ese todo llegue algún día, mientras sienten las zapatillas de los millennials escalando su espaldas, apoyándose en las caderas y aplastando sus cabezas, desmoronándose como figuras de plastilina y tragando, ante este panorama, otro
Lexatin. 

Una de las líderes de opinión de la generación Y —otra manera de llamarla— es la alemana Meredith Haaf (nacida en 1983) que ha escrito un libro al respecto titulado Dejad de lloriquear (Alpha Decay, 2012). En él afirma que si algo tiene en común su generación es que rechaza “un nosotros”. En España podría suceder lo mismo si no fuera porque la precariedad de la vida en el sur de Europa ha dejado a la juventud sin futuro. “Naturalmente, al hablar de ‘mi generación’ estoy empleando un término un tanto atrevido” escribe Haaf, “ya que, en última instancia, nadie querría formar parte de esa así llamada generación. Yo tampoco”. Si pudiéramos viajar al pasado y preguntarle a Lorca si le parece bien que le incluyamos en la Generación del 27, es posible que el poeta responda, indignado: “¿Qué? Yo soy Federico García Lorca”. Por supuesto, las personas que reclaman autoría no se sienten cómodas con la sensación de llevar un post-it pegado a la espalda como si fuera una etiqueta y defenderán la propiedad privada de su nombre, como cualquier burgués. Pero no dejarán de apoyarse en los amigos para conquistar el discurso, como cualquier generación. “La propia idea
de generación es excluyente y elitista”, admitió el escritor mexicano Tryno Maldonado (1977), precisamente autor de una antología de sus contemporáneos. Los que son mayores, los que están en la periferia, los que no comparten discurso y amistad, no salen en la foto. 

Adscribirse a una generación siempre es útil para opinar en televisión, asociarse o publicar un relato en una antología. Para hacerse oír. Candela MG asistió a la mesa redonda “¿Literatura alternativa o alternativas a la literatura?” en Madrid, con los escritores Antonio J. Rodríguez (nacido en 1987), Carlos González Fuertes (1990), María Yuste (1988) y Luna Miguel (1990) y lo contó en su blog. Fue al día siguiente de la presentación de la novela Taipéi (Alpha Decay, 2014) de Tao Lin, posible líder de la nueva generación literaria Alt Lit. Cuenta Candela que al final del debate alguien del público intervino para plantear a los ponentes si acaso no era “ésta” una época excesivamente “yoísta”. Luna contestó que sí, que ésta es la época del yo, pero del yo abierto, expuesto. Antonio, cuyo nombre en la Red es Ibrahím B., opinó en cambio que “más que yo, es un nosotros”. Ibrah fue osado al poner el “nosotros” sobre la mesa pues una suma de individuos no es siempre un colectivo. Colectivo se conjuga en singular y no es fácil disolverse en lo común; la generación x no les enseñó a ser un “nosotros” que no sea una suma de “yoes”, sobre todo si en esos momentos se está gozando de las mieles del reconocimiento social, u online, durante la fugaz juventud.

El atrevimiento del crítico y escritor Rodríguez puede explicarse si intercambiamos el “nosotros” por el “mi generación”. Generación como técnica de mercado para vender libros o zapatillas. Generación como truco psicológico para sentir la pertenencia a algo. Generación como estrategia definitiva para destacar y no quedarse fuera de la foto. 

Por muchos miedos, entre ellos al fracaso de la apuesta generacional o la desvaloralización de la marca Yo, la palabra generación no gusta nunca a sus integrantes. Pero es “incombustible”, como dice Meredith Haaf, y recibe el apoyo de al menos tres grupos: los periodistas, “a quienes permite poner en orden sus informes sobre la sociedad y escribir libros”, los políticos y también “aquellos que obtienen sus ingresos o deben su posición al hecho de abogar por la así llamada equidad intergeneracional”, que viene a ser el deber de una generación presente de entregar un medioambiente sostenible a una generación futura para que no vivan peor que nosotros. 

El mencionado libro de la autora alemana “sobre una generación y sus problemas superfluos” ha tenido cierta influencia en España, como demuestra la organización de una sesión en Hangar (Barcelona) sobre las generaciones donde Meredith Haaf conversó con Lucía Lijtmaer. Finalmente, Haaf defiende la estructura generacional de la cultura: “el uso mismo de la palabra ‘nosotros’, con el que se condensan las experiencias individuales en declaraciones de carácter general, entraña el peligro de irritar por el mero hecho de ser tan generalizadora. A pesar de ello considero que es posible hablar de generaciones, e incluso que es necesario hacerlo, cuando se pretende determinar de qué modo y hacia dónde avanza nuestra sociedad en este momento”.

Aquella tarde en Hangar acabó con un concierto de Fundación Robo, un tipo de estructura con principios políticos y preocupaciones sociales que no podría haberse dado antes del 15 de mayo de 2011 y, por tanto, vale como estandarte de algún tipo de generación, de algún nosotros, marcado y atravesado por el 15-M. Gracias a la gran sacudida de los movimientos sociales en España, la generación alemana despolitizada y apática de la que habla Haaf no tiene su equivalente en España: aquí se están tomando las calles, hay un intento de abordaje de las instituciones, ha comenzado un proceso constituyente desde abajo. Robo tiene un brazo armado literario mucho más desconocido. Se llama Asalto. Esta célula mutante, creativa y anónima propone un nosotros más potente que el de la suma de las individualidades. 

Hasta ahora, la línea de trabajo de Asalto consistía en hacer una llamada a la aportación de textos que sirvieran como balas o catapultas. Colocaban en segundo plano la autoría, pero sin hacerla desaparecer, de la misma manera que Fundación Robo. En cada acometida han lanzado escritos dialécticos, cuestionadores. Pero su última apuesta es la más radical de todas. En ella, Asalto se pregunta: “¿Qué caminos concretos podemos concebir para poner en pie creaciones colectivas?”. Y propone, como ejemplos, la escritura de encargo para colectivos en lucha, los folletines revolucionarios o los escraches literarios. No desde el yo sino desde el nosotros. Sin generaciones ni grupos ni dramas. 

Elena Cabrera

Elena Cabrera (Madrid, 1975) es periodista y jefa de un pequeño sello independiente dedicado al tecnopop. Desde 1994 escribe sobre cultura y sociedad en diferentes medios, hablando sobre todo de música
y literatura, con enfoque crítico, feminista y político. Fan fan fanatisch y vegetariana. 

Josefina Andrés (1987) es diplomada en fotografía artística y ha trabajado para revistas como Vogue, Vice y Rolling Stone.