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Arquitectura (también)

Una conversación entre Uriel Fogué, María Langarita, Víctor Navarro y Manuel Ocaña

Madrid, 14 de mayo de 2014

 

 “Tendinitis-what-the-fuck” es la justificación de Manuel Ocaña (MO) a su ligera tardanza. Enseña —difícil discernir si orgulloso o contrariado— la pequeña venda que recubre la base de su pulgar derecho (eminencia tenar, se llama). En una terraza en la calle Eduardo Dato, esperan:

 

María Langarita (ML) y Víctor Navarro (VN), o Langarita-Navarro arquitectos: ella se coloca a la cabeza de la mesa, dispuesta; él disfruta de una alergia feroz que le mantiene en modo de intervención random.

 

Uriel Fogué (UF): elii es el nombre de la oficina que comparte con Eva Gil y Carlos Palacios. Arquitecto, filósofo en ciernes y nivel avanzado de salsa. Se está dejando crecer lo que parece una auténtica barba-Williamsburg.

 

Quizá convenga detallar por qué sientan estos arquitectos a esta mesa. 

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Las afinidades: el grupo se enmarca dentro del paréntesis de edad fijado por Ocaña (1966) y Langarita-Navarro (1979). Todos han estudiado, trabajado o impartido clase juntos. No son precisamente invisibles: Langarita-Navarro y Ocaña compartirán presencia en el Pabellón de España de la presente edición de la Bienal de Venecia, con la sede de la Casa Mediterráneo en Alicante y el espacio madrileño de la Red Bull Music Academy, respectivamente; en el caso de elii, han presentado —por un presupuesto, según Fogué, “como de fiesta de cumpleaños”— Potlatch, unas residencias temporales de artistas para El Ranchito, el proyecto de investigación y creación de Matadero Madrid.

La conversación: no hay reglas ni estructura definida. El hilo constará de cuestiones sustantivas que conectan sus oficinas, como el binomio riesgo/seguridad, la resistencia a aceptar una visión pesimista del mundo, su propia percepción de la disciplina o una acusada tendencia al pensamiento lateral. De fondo se filtra el zureo de una mesa de señoras enlacadas, mientras el camarero ofrece “especialidades de la casa”.

 

El fantasma de la Transición (patatas)

La arquitectura no se escapa de la obsesión social por celebrar el hecho biológico de ser joven, pero no se lleva demasiado bien con las prisas. En este campo, por citar a un conocido crítico, el adjetivo “joven” suele insertarse en las frases así: “arquitecto joven de 40 años”. Parece obligatorio comenzar preguntando por la existencia (o no) de ese fenómeno definido por Guillem Martínez como Cultura de la Transición (CT): la perpetuación en los cargos de poder de quienes se posicionaron adecuadamente en el momento del cambio de régimen, lo que ha privado de oportunidades a los que han llegado después. 

MO: En mi caso, en mi generación, sí existió ese tapón.

VN: No tanto para nosotros, creo yo. Ellos [señala a Ocaña] nos han abierto muchas puertas. 

ML: En realidad, para nosotros no queda ya nada que taponar… 

Vivimos un momento pesimista, dominado por el discurso de la seguridad: “esta arquitectura es más válida/necesaria/concienciada que esta otra”. Se otorga así un carácter moral a un hecho fortuito: si determinadas arquitecturas sobreviven en el mercado es porque tienen unos mecanismos adaptativos muy concretos, pero éstos se confunden con bondades incuestionables. La mera apariencia de la arquitectura, independientemente de sus valores reales —económicos, sociales, tecnológicos—, deviene en frecuente campo de batalla.

UF: El resultado es que hay menos riesgo, y es una cuota necesaria. Anclarse en el discurso de “es la hora de la verdad” o en el de “esto es lo que necesita la gente” cercena la posibilidad de investigar, las dosis de riesgo.

ML: Hay una parte del mundo que persigue por todos los medios la seguridad como fin. Otra, sin embargo, busca el riesgo y el cambio. Ambas facciones, claro, se entienden muy mal entre sí. Ahora impera la seguridad y, por tanto,  el riesgo tiene mala cabida. Pero han existido momentos en los que lo creativo sí era un valor. 

MO: Moteros tranquilos, toros salvajes, de Peter Biskind, es la historia del Hollywood de los 1970, la primera vez —y única, durante tan sólo esa década (cuando aparecen Steven Spielberg, George Lucas y Francis Ford Coppola)— en la que mandan los creativos sobre los productores. Los directores y los escritores eran dioses; por eso salieron esas obras, como Toro salvaje… la hostia: pensemos lo que es hacer una peli de un boxeador en blanco y negro en ese momento. Y Spielberg amplificaba géneros… Hasta que el fracaso de La puerta del cielo (Michael Cimino, 1980) hizo que los estudios volvieran a coger las riendas.

En los 1990 —y hablo ya de arquitectura— sí hubo un momento especial y muy creativo, pero de nuevo entró el business y lo reventó. La existencia del riesgo es algo cíclico. ¿Cuándo volverá? Puede que dentro de cinco o de diez años… 

VN: Se trata de pozos que, una vez se descubren y se sabe cómo explotarlos, se agotan.

ML: Ayer hablábamos con un antiguo colaborador que trabaja en uno de los estudios más grandes en Suiza. La estructura está compuesta por un 10% de creativos y un 90% de desarrolladores. En la España de los 1990 la situación era la inversa: el 90% eran precisamente los creativos. Hoy, este país sigue produciendo creativos en cadena para una sociedad que apenas demanda este perfil. 

 

Sobre cero (embutido español)

Llama la atención que la arquitectura quiera ahora presentarse con una especie de aura de necesidad y bondad, solucionadoras de problemas. Una disciplina destinada, en suma, a contentar a todo el mundo. ¿Es eso posible?

ML: Yo no trabajo para eso… Sobre esa obsesión por solucionar problemas, recuerdo un TED Talk del psicólogo Martin Seligman (The New Era of Positive Psychology) en el que relataba cómo la CNN le pidió para una promo de una charla que respondiese brevemente a la pregunta: “Profesor Seligman, en una sola palabra ¿cuál es el estado de la psicología hoy?”. Seligman se sienta y dice: “Good”. El cámara se para: “Queda un poco corto, probemos a hacerlo un poco más largo; venga: dos palabras”. Seligman, obediente, responde: “Not good”. El cámara alucina, no sabe qué decir: “Tres palabras, entonces” —lo máximo que nunca habían dado a nadie—. El profesor sonríe y dice: “Not good enough” [Risas]. Seligman presentó la historia de la psicología en esos tres golpes (good, not good y not good enough). El primero, “good”, explica cómo, inicialmente, la psicología trabajaba según un modelo de enfermedad. Pero el psicólogo sanador debe convertir todo en un problema para poder actuar.

VN: Es, en realidad, una psicología paliativa que pretende alcanzar un nivel de bienestar cero. En los últimos años aparece una psicología positiva que intenta superar esa situación; no tienes patología alguna, pero ¿cómo eres más feliz? ¿Cómo superas ese nivel cero?

MO: El coaching es la nueva psicología hiperpragmática. Al principio te enseña cosas obvias como que, cuando surge un problema, debes elevarte, abrir una ventana y mirar desde ahí. Es autoayuda: iguala todo para que todo el mundo sea feliz y te obliga siempre a buscar una intención positiva. Pero te da pistas para saber cómo funcionan las grandes empresas, el mundo.

UF: En lugar de eso, te recomiendo que te apuntes a clases de salsa… Hay un ejercicio que hacemos en clase en el que un estudiante describe al aula y a sus compañeros exclusivamente mediante insultos. Se descubre el poder del lenguaje: si te instalas en un sistema pesimista, todo es pesimista; si te instalas en un sistema de insultos, no puedes dejar de usarlos. Lo hacemos para que sepan lo importante que es ver las cosas de formas distintas, no de una manera única. 

Esa visión moral y pesimista lleva a analizar las cosas en un sentido negativo. Al final, la única propuesta arquitectónica posible en ese entorno consiste en ofrecer soluciones a un problema, lo que reduce las posibilidades. Hay una inmediatez, una urgencia que excluye el deseo, la imaginación… 

ML: Aunque hay demasiados arquitectos para pocos males, faltan arquitectos para mejorar desde ese nivel cero que antes decíamos… Cada vez que un arquitecto se limita a resolver un problema, muere un gatito [Risas.]

UF: Todas estas soluciones se colocan en la posición del ‘experto’ con una actitud absolutamente aséptica: éste es el problema, lo describo de manera objetiva y objetivamente encuentro una solución. Me preocupa la castración del deseo.

MO: El deseo es transversal. Afecta a la arquitectura, pero también a cualquier estructura narrativa. Está absolutamente relacionado con cualquier actividad creativa o que haga a la humanidad mejor. Pero el deseo, por sí mismo, no vale; puede ser sofisticado o no. Hace poco, en una clase de proyectos, confirmé que los mejores proyectos coincidían con los autores cuyos deseos eran más claros. 

VN: Quizá la arquitectura sea uno de los artefactos en los que más deseos puedes proyectar y que más cosas te devuelve. Sin embargo, que el deseo del autor se lea es un tanto…

MO: [Interrumpe]… pero es que una cosa es el deseo, otra el capricho y otra la obsesión. El deseo muy personal es obsesión; eso es otra cosa. Algo que en arquitectura no me interesa absolutamente nada.

ML: No estamos entrenados para entender o generar deseos. Toda nuestra educación va dirigida en contra.

¿Recordáis cuál era vuestra mirada sobre las cosas cuando no erais arquitectos?

ML: Tenía tres opciones para estudiar, y las tres eran las únicas carreras que no se impartían en Zaragoza. De las tres, Arquitectura era la que me parecía mejor.

MO: Provengo de una familia burguesa y tenía que estudiar una carrera. La única que se aproximaba un poco a lo que me podía enrollar era Arquitectura. Porque lo importante es inventarse cosas. Jorge Wagensberg dice: “La infelicidad es insatisfacción creativa”. Creo que yo me podría ubicar en esa frase…

VN: Hablas de cuando era respetable ser arquitecto… Lo que sí recuerdo es que antes, cuando pensaba que algo era bueno, es que era muy bueno. Y lo que suponía encontrármelo después en los libros...

MO: Estoy de acuerdo. En mi época de estudiante estaba mucho más sucio de pensamiento y prejuicios que ahora. Hoy mi visión es mucho más universal que la que me pudo aportar la enseñanza que tuve, muy dirigida.

 

1. House of Would. Pedrezuela, Madrid 2010-2012 Elii (Uriel Fogué, Eva Gil+Carlos Palacios) Fotos de Miguel de Guzmán. Imagen subliminal.
2. Medialab-Prado. Madrid 2012.
3. Sede Casa Mediterráneo. Alicante 2010-2013. 

 

Grados de libertad (canapé de lacón)

Ahora que ser arquitecto ya no da prestigio social:

a) Estamos perdidos 

b) Vamos a ser más libres

c) Haremos lo que sea y lo llamaremos arquitectura

d) Se ha muerto Hans Hollein

ML: Nunca he sido “no-libre”.

MO: No me adscribiría a ninguna de las cuatro respuestas. A lo que más tiempo dedico ahora es a averiguar cómo se puede intervenir en la realidad. Para ello, es necesario conocer aún más el mundo. ¿Qué concurso puedes hacer? ¿Qué encargo puede salir? ¿Quién es tu cliente? ¿Cómo educar a un adolescente? Es decir, ¿cómo vivir en el siglo XXI? En Freakonomics y SuperFreakonomics, de Stephen J. Dubner y Steven D. Levitt, todo se relaciona con los incentivos. Los ejemplos son alucinantes, como la comparativa entre las estadísticas de cesáreas de EE. UU. ¿Dónde hay más cesáreas? Donde hay menos nacimientos, porque los ginecólogos de esos estados perciben menores ingresos y, por tanto, compensan así la carencia de trabajo. Si lo trasladamos a la arquitectura, ¿qué arquitectos triunfan? Aquellos que prescriben soluciones más caras, como meter mucho acero o gran cantidad de frigorías en sus obras; así se queda muy bien, porque gana dinero mucha gente. Igualmente, si trabajas viendo qué productos tienen éxito en la publicidad de arquitectura y tiras de catálogo, tienes más posibilidades de que te encarguen más cosas, porque cuanto más dinero muevas y más intermediarios improductivos incorpores, mejor. Pero si intentas ahorrar o inventar soluciones singulares, el sistema te expulsa. En mi taller de proyectos, las soluciones de catálogo van a la basura; hay que inventarse soluciones técnicas coherentes con tu propio pensamiento.

ML: Entiendo que el mundo sea así, pero ¿por qué no puede haber otro mundo para la gente que es distinta? 

UF: Lo relaciono con la pregunta anterior: no sé cómo pensaba antes. Pero las escuelas de Arquitectura te hacen pertenecer a una especie de club, se nota mucho con personas de otras disciplinas. Esta pregunta (¿vamos a desaparecer?) me parece arquitectocéntrica. Las teorías catastrofistas no me interesan. Creo que en la historia se han dado situaciones mucho peores para los arquitectos y la sociedad. Por ejemplo: los constructivistas soviéticos, que cambiaron la historia de la arquitectura con apenas unos planos y dos edificios construidos, lo tenían muuucho más jodido. Si somos estrategas, debemos serlo ante las condiciones que vienen. No estoy muy agobiado en ese sentido…

ML: Yo sí. He descubierto quién es mi enemigo y lo temo: tengo miedo a aburrirme, a trabajar sin causa, sin emoción. Si estamos entrenados a nivel de mercado para trabajar en un lugar, pero ese lugar desaparece…pienso en todas estas construcciones de la seguridad europea… ¿adónde vamos? Hay lugares a los que ya no podemos ir, porque falta el nutriente del riesgo; en Suiza, por ejemplo, ya no puedes ir a vivir como inmigrante.

MO: Yo me voy a Ruanda en julio…. Tengo que ponerme no sé cuántas vacunas. Sin vacunas, ¡no hay rollo! Para lo que hacemos, hay que ser colonos. Allí hay que trabajar con materiales locales y gestionar la importación y la exportación… Ruanda, como otros países africanos ahora, tiene un futuro inmenso y serán lugares maravillosos. Éste sí es un proceso interesante. 

 

Realidades aumentadas (alitas de pollo)

Es curioso: cada vez que el tema amenaza con encallar en arquitectura, lo desviáis convenientemente. Sin embargo, vuestro discurso se enriquece de la presencia de temas laterales, de un universo de referencias expandido como pueden ser la filosofía (Fogué), la música electrónica (Langarita-Navarro) o la cultura pop (Ocaña).

UF: Lo hago así porque no sabría hacerlo de otra forma [N. del E.: Fogué forma parte de [Inter]sección, grupo de investigación de filosofía y arquitectura]. En mi caso es un interés personal: la arquitectura transforma la realidad y la filosofía la cuestiona o se pregunta qué es. Esto no quiere decir que exista una obligación de estudiarla; no veo necesario ni que un arquitecto necesite un discurso paralelo ni reivindicar la autonomía de la arquitectura: la arquitectura trabaja en la sociedad y construye en la sociedad, luego está vinculada a la sociedad.

ML: No se puede separar: uno introduce sus intereses biográficos en lo que hace. En una cocina de familia un poco histriónica, cada uno hace lo suyo: uno pone copas, el otro atiende a los abueletes, y el otro se queda leyendo el periódico… En arquitectura sucede lo mismo: todo el tapete tiene que estar cubierto de actividad. Lo importante es encontrar en ese tapete un sitio donde uno se encuentre bien y que todas las labores estén adecuadamente cubiertas.

MO: Hay arquitectos que se dedican a la investigación para dar pistas a estudiantes, gente con un discurso muy claro. El superhit del discurso claro es Le Corbusier, frente a Frank Lloyd Wright, quien no lo tuvo. Y, sin embargo, ambos trascendieron. 

Borromini tampoco tenía escritos, pero sí desarrolló una manera propia de enfrentarse a la realidad a través de la técnica. La arquitectura admite ambas posturas; es una de las disciplinas, o de las artes, más amplias. 

UF: Dividir teoría y práctica es como separar ciencias y letras: absurdo. Se trata de una construcción muy interesada por parte del mercado. No existe algo aislado como “una teoría” que luego se formalice en “una materia”. Es más complejo. 

ML: Recuerdo una conversación entre Teresa Oñate y Gianni Vattimo. Pensaba: ¡qué fácil sería explicar lo que están hablando con un dibujo! La filosofía tiene que contar cosas que, aunque con una imagen sería muy rápido, debe hacerse con palabras… Imagina que tienes que contar una vivienda sólo con palabras y no puedes recurrir a un lenguaje al completo, sino que se limitaría al uso de palabras muy concretas….

VN: Necesitarías la neolengua de Orwell… inventarte palabras que fueran capaces de resumir esos conceptos.

ML: Serían composiciones tridimensionales gigantes, a las que fueras asignando formas. Sin dibujo, se convierte en un arte de contar exclusivamente con palabras…

MO: Qué bonito sería tener un cliente que te lo dijera todo con palabras, y el arquitecto sólo tuviera que aplicar la técnica y engrandecerlo, como corresponde al siguiente paso.

VN: Pero siempre se fallaría, porque en la traducción está el error.

MO: No hay error. Es interpretación, que tiene su propio poder.

VN: Y en ese error es donde está la creación.Quizá uno de los problemas del arquitecto sea su incapacidad de transmitir de manera inteligible y unívoca en qué consiste su trabajo...

UF: Yo sí puedo. Un arquitecto es un estratega: cuenta con unos factores y condicionantes de partida que son presupuestos y deseos… Para conjugarlo todo, desarrolla una estrategia e incluso propone otras cosas. Incluso diría que somos muy competitivos en términos de mercado. Creo que es una buena definición. Y por eso necesitas de otras disciplinas, porque el arquitecto no sabe de todo. 

VN: Yo no diría que la arquitectura ha dejado de estar presente, sino que hay actividades que ocupan nuevos lugares. Antes no existían nuevos campos o intereses que captasen la atención de la gente, por lo que ahora la arquitectura ocupa una franja menor en el mundo real… Pero no creo que hayamos perdido nuestra capacidad de transmitir; simplemente hay otros formatos.

ML: Beatriz Blanco, arquitecta y poetisa, dice que la arquitectura se ubica entre el tiempo humano y el geológico. Por tanto, es difícil leer la arquitectura en el tiempo real, porque supera ese tiempo de lo humano… es como escribir una novela, meterla en una botella y lanzarla al mar.

VN: Aunque haya desaparecido e, incluso, si no ha sido construida, esa arquitectura sigue existiendo. Como la obra de Cedric Price, una botella que seguimos recogiendo en la playa y que siempre tendrá vigencia. 

Una cosa es el tiempo del recuerdo y otra el tiempo para el que están destinadas las obras. Son asuntos distintos. Hay obras que en su propia condición efímera son enormemente interesantes o bellas, pero no necesitan de un marchamo de intemporalidad.

VN: Hay rastros que emergen y cambian nuestra percepción. Por ejemplo, si el concierto de los Sex Pistols en Manchester de 1976 fue memorable es porque existen seis personas que nos lo han contado para que lo vivamos como memorable. No ha sido ese concierto lo que ha viajado, sino el momento.

Si no existe una jugada previa, en la que nosotros participamos de alguna manera, no podemos usarla. Sólo si se puede retomar para jugar una partida, se puede continuar ese juego. Aunque pueda haber sido un momento culmen, sólo cuando descubro que existió algo tan alucinante como el constructivismo ruso, por ejemplo, puedo seguir la jugada y lanzarla a quien sea después.

UF: Creo que  los dos decís lo mismo. Para que podamos hablar de algo que ha existido tiene que existir en nuestra memoria. La memoria es un espacio de poder. 

Inma E. Maluenda y Enrique Encabo

Inma E. Maluenda y Enrique Encabo (Madrid, 1975) son arquitectos. Desde Q! estudio, su despacho, se dedican a la edición, el comisariado, la docencia, la crónica y la crítica. Nunca se aburren.