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Veintiún tipos vestidos de negro

Una conversación sobre la guerra y el ISIS con Jorge Lozano y Paolo Fabbri
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El hotel Tirol de Madrid se encuentra en un elegante edificio de Argüelles, y no invita precisamente a hablar de los sanguinarios videos del ISIS, sino más bien de duelos a golpe de espada, pero es para lo primero para lo que me he citado con Jorge Lozano, catedrático y profesor de Semiótica de la Cultura en la Universidad Complutense, y Paolo Fabbri, director del Centro Internacional de Estudios Semióticos de Urbino (Italia). Nos sentamos en la cafetería del hotel, Lozano lleva una corbata impecable y Fabbri un jersey verde esmeralda que ilumina su rostro sereno. Me da vértigo introducir un asunto tan espantoso, pero quiero entender esa pornográfica exposición de la tortura y de la muerte: 21 egipcios (coptos) arrodillados en una playa mientras 21 hombres vendados los decapitan, así que empezamos.

Alessandro Gianetti: ¿Por qué tanta falta de piedad, y por qué tanta necesitad de mostrarla a todo el mundo?

Paolo Fabbri: La primera cosa en la que pensé cuando vi esos vídeos del ISIS fue la mafia. También la mafia es cruel, como es sabido, y también la mafia, como muchas organizaciones extremistas, carece de un jefe absoluto; es gobernada por una cúpula formada por los “capifamiglia” (jefes de familias), que a menudo compiten el uno con el otro. En las organizaciones criminales la frialdad y la violencia son instrumentos para vencer la competencia interna. En Italia lo sabemos muy bien y pasa lo mismo con esas masacres, se apresuran a revindicarlas para acreditárselas antes de que lo haga otro.

Jorge Lozano: Correcto, además esa organización, el ISIS, ofrece una ventaja con respecto a otras que se dejan ver por ahí, se trata de matar y degollar, nada de dejarse estallar en medio de una multitud, son detalles que cuentan.

PF: No tener que dejarse la vida para matar al mayor número de enemigos posible da una sensación de poderío, de control, y eso es lo que buscan, destacar sobre las demás organizaciones. Hay un vídeo que se puede ver en Internet donde los jefes de los milicianos enseñan a sus tropas las ejecuciones para que los soldatos se exalten.

AG: De acuerdo, pero ¿por qué parecen tener tanto éxito? Bueno, suponiendo que mucho de ese éxito se lo proporcionan los medios occidentales (la cadena Fox, por ejemplo, retransmitió íntegramente el vídeo donde se prendía fuego al piloto jordano capturado) ¿por qué hacen tantos prosélitos?

PF: Buena pregunta. Creo que hoy nuestra tarea más importante es precisamente tratar de explicar esos fenómenos. He visitado recientemente Noruega, un país tolerante, laico, donde los inmigrantes árabes pueden llevar burqa y no hay casi nadie en el paro. Pues bien, desde Noruega han salido 150 combatientes dispuestos a morir en Siria. ¡150! Repito, es gente que no pasa hambre y que está relativamente integrada: es evidente que los parámetros marxistas (es decir de la sociología y de la economía clásicas) han sido superados por un salto simbólico que lleva a esas personas a combatir por algo que creen amenazado. Y nosotros, los semióticos, tenemos que trabajar para entender ese “salto simbólico”.

AG: No es cosa exclusiva de Siria; es reciente la noticia de milicianos españoles  que combaten en las filas de los rebeldes prorrusos.

PF: Efectivamente hay que decir que por un lado es completamente normal que esto suceda. Si miramos la historia, vemos que cuando Garibaldi entra en Palermo para liberarla de los Borbones, el 6 de junio de 1860, el primero en caer es Lajos Tüköry, jefe de la legión húngara. Ese militar, nacido en un pequeño pueblo de Hungría a principios del siglo XIX, se había integrado en la Expedición de los Mil con otros soldados húngaros convertidos a la causa de la indipendencia italiana. Por otro lado el ISIS se considera en guerra contra los cruzados-judaicos, y hay que decir que ese enemigo en realidad no existe, por lo menos no existe en los términos en los que se lo plantean ellos. Nosotros nos esforzamos en convencerles de que no somos cruzados, ni todos cristianos ni judaicos, sino un conjunto mucho más complejo, pero es que las dos visiones son incompatibles. El cuento de la comunicación que lleva a la comprensión recíproca es a veces falso. La comunicación no siempre es comprensión, a veces prevalece la imposibilidad del entendimiento. Aunque no nos reconozcamos en el enemigo que quieran pintar, es inevitable caer en la trampa, como para los polacos considerarse en guerra contra Hitler.

AG: Eso me interesa. Lo de los polacos, digo.

PF: Claro, porque antes de nada hay que sacudirse cierta imagen distorsionada de la guerra. La guerra no es el uso indiscriminado de la violencia, es su uso calculado y funcional para el objetivo que se quiera obtener. O sea, todo lo contrario. En la guerra, las palabras y las imágenes pierden su significado originario, junto a su valor y su sentido. Paradójicamente, podríamos decir que Hitler era un pacifista, porque su objetivo era simplemente ocupar Polonia, y no hacer la guerra contra Polonia. Pero en el momento en que los polacos se niegan a ser conquistados, la guerra es inevitable. Con esto quiero decir que los enemigos del Estado Islamico no son Irak, Siria o todo Oriente Medio, son los infieles y antes que nada los cruzados-judaicos, por eso graban esos vídeos, para dejar claro contra quiénes combaten.

JL: Efectivamente, esas feroces ejecuciones delatan sus intentos, su visión. Toda formulación visual enseña algo y esconde algo, y los vídeos del ISIS querrían enseñarnos su poderío, escondiendo el hecho de que se trata, en realidad, de instrumentos de propaganda bien organizada. Tienen banda sonora, títulos de crédito y todo lo demás.

AG: Como en ese vídeo, Collateral Murder, con el cual Wikileaks mostró los crímenes del ejercito estadunidense en Irak, si no me equivoco.

JL: Efectivamente, a ese vídeo también le añadieron títulos de crédito y banda sonora. Editando el vídeo de una forma profesional, disminuyeron el efecto de revelación que buscaban, de scoop periodístico, para entendernos.

AG: Empiezo a entender algo. Confieso que venía un poco agobiado por las atrocidades que teníamos que tratar.

PF: Además, para una entidad recientemente autoproclamada, como es el ISIS, es importante definir sus poderes hacia los que pretenden gobernar (los que profesan su religión) y hacia los que consideran enemigos. La función punitiva es una de las funciones clásicas de cualquier estado constituido.

JL: Efectivamente, uno de los poderes que cualquier estado se atribuye es el de disponer de la libertad de sus integrantes; en el caso de regímenes autoritarios, hasta de sus vidas, y esto parece tratarse más bien del segundo caso. A ellos les interesa mostrar ese material no sólo en el exterior, para amenazarnos, sino también en el interior, para dejar claro que son ellos los que mandan, o que por lo menos querrían hacerlo, porque en realidad, por muy espectaculares que sean sus reivindicaciones, tenemos que señalar que los pueblos de Oriente Medio tienen gobiernos que están muy por encima del ISIS. Pero como el ISIS opera en una situación de semi-clandestinidad, difunde material propagandístico para motivarse y exaltarse, y para sentar las bases de su futura e hipotética autoproclamación.

AG: ¿Es así entonces como deberíamos entenderlos, como herramientas de promoción interna, además de amenazas hacia Occidente?

PF: Creo que sí, y volvemos al parangón inicial con la mafia. Porque es indudable que no se puede hablar meramente de guerra sin más. Hablé con el jefe del estado mayor de la Fuerza Aérea italiana, y me dijo que era imposible hacer una guerra clásica, ¿adónde vas a ir a buscarlos? Un régimen de guerra se instaura, me parece, sólo cuando los aviones egipios o jordanos se levantan para bombardearlos. Ahí reconocemos un encuadre, un frame, diferente: el de las acciones militares tradicionales, en el que sabemos que los estados aliados tienen un equipamiento mejor que el del ISIS y sirven, entre otras cosas, también como tranquilizantes: las autoridades están usando todos los medios para defenderse.

AG: Dejadme que vuelva un momento a mi obsesión: ¿por qué uno pone a veintiuna personas en fila en la playa y las decapita?

JL: Cuando nosotros vemos a esas personas en fila al borde del mar, no vemos sólo a veintiún condenados vestidos de naranja, sino que por encima de ellos hay veintiún tipos vestidos de negro, un negro absoluto, incontaminado; están vendados y manejan unas hojas perfectas, que parece que las han hecho en Albacete; son brillantes, perfectamente limpias y creo que no son otra cosa que símbolos de pureza. Esos hombres impecablemente negros están en ese lugar en ese preciso momento, pero podrían estar en cualquier otro, porque su acción tiene un origen divino, por eso se mostran tan pulcros y en el color de la muerte. Su aquí y ahora es relativo, en realidad es una narración que pretenderían extender a todos los espacios posibles, como una especie de venganza de orden superior (Dios es por sí mismo El que se encuentra en todos los lugares).

PF: Yo recurriría a un clásico. En su Vigilar y castigar Foucault trata el “esplendor del suplicio”. Antes de la democratización de las condenas, desarrollada por la Revolución francesa a través de la guillotina, los condenados eran víctimas de vejaciones públicas que testimoniaban la potencia absoluta del Rey sobre el cuerpo de los súbditos. Los condenados, además, estaban obligados a confesar su culpa, convirtiéndose en denunciantes de sus propios pecados, como sucede ahora en los vídeos del ISIS. Por eso a mí me extraña que se hable tanto de sociedad de la imagen, si los materiales que nos llegan están repletos de discursos, de palabras: es la sociedad de la palabra más que la sociedad de la imagen.

AG: Cuanto más grave es la culpa, más esplendoroso el suplicio. Como la culpa de los infieles es la máxima alcanzable, por eso, según esa lógica, se merecerían el peor de los castigos. Un simple disparo en la cabeza sería insuficiente.

JL: Sí, además como ves, en esos vídeos hay más de una cita. Se cita a los prisioneros de Guantánamo, pero también a los condenados del corredor de la muerte en Estados Unidos. Ellos también van de naranja. Es como si se tratara de un nuevo episodio de la fiction que empezó en Guantánamo, solo que esta vez el guión lo han escrito los que en el primer episodio hacían de prisioneros.

PF: Exactamente, los condenados se convierten en verdugos (y la palabra italiana, “aguzzini”, es curiosamente de origen árabe). Sobre este intercambio de suplicios, es interesante apuntar cómo históricamente es muy frecuente infligir penas cuyo significado pueda ser comprendido por los verdaderos destinatarios de los mensajes. No es una mera crueldad añadida. Por ejemplo, cuando Napoleón regresó a París y dejó sus tropas en las manos del general Kléber, durante la campaña de Egipto, el nuevo jefe militar ganó dos batallas contra los turcos pero fue asesinado por un estudiante sirio, un cierto Soleyman el-Halaby, que se escondió en el jardín para apuñalarle. Pues bien, ese estudiante fue condenado a muerte por empalamiento, la técnica en uso en aquel entonces en Siria, y no a la guillotina que se le hubiera aplicado de haber estado en Francia. Se hizo así para que la advertencia fuera comprendida en primer lugar por los sirios, que eran los verdaderos destinatarios de aquel mensaje.

AG: Imagino que murió por desangramiento.

PF: No, por deshidratración, porque durante un empalamiento se consigue controlar bastante bien las pérdidas de sangre. Te revientan las entrañas, pero lo hacen sabiendo bien lo que sucede. Es curioso: ahora que me acuerdo pasó lo mismo con el ejército italiano en Libia, pero en esa ocasión no se recurrió a la misma estrategia: el culpable fue ahorcado sin más. Hay quien pone más cuidado en ciertos detalles, y los del ISIS parecen estar bastante atentos. Lo que me parece interesante, de todos modos, es la reinvención de antiguos suplicios que en Occidente han dejado de aplicarse desde el siglo XVIII.

JL: Sí, es como si quisieran poner en escena una representación a su vez ya representada en el pasado, en un juego de citas y contracitas, y mientras unos tratan de avanzar hacia la abolición de la pena de muerte, otros nos vuelven a proponer suplicios anteriores al Siglo de las Luces.

AG: Por eso nos espantan tanto, también, supongo.

PF: Creo que tiene algo que ver, sí, aunque yo aboliría esa forma de razonar a través del “como”, o mejor dicho: pondría la metáfora en cuarentena, para que tengamos tiempo para estudiar las otras figuras retóricas. No, ahora fuera de broma, creo que hay que considerar con mucha atención que son dos formas opuestas de luchar, de conducir una guerra. Mientras la modernidad tiende hacia el Eminus (en términos latinos), es decir a la lejanía, hacia los drones maniobrados a distancia, los guerrilleros del ISIS proponen la decapitación como forma más extrema del Cominus, de la lucha cercana cuerpo a cuerpo. Es también una reinvención de técnicas de lucha. Todo estos elementos nos ayudan a entender quiénes son los destinatarios de esas reinvenciones. Y dejadme que vuelva al tema, son los cristiano-judaicos. Para ser más claro recurriré a otro ejemplo que nos viene de la historia. Cuando en los años 30 los fascistas conquistaron Libia, construyeron un monumento conmemorativo de las batallas y lo adornaron con los blasones de los Saboya (los reyes de Italia) y los fasces que simbolizaban el imperio romano y, en aquel momento, el estado fascista de Benito Mussolini. Pues bien, se dieron cuenta que la población local no tocaba los fasces (o haz de lictores), porque no significaban nada para ellos, pero arrancaban de las paredes del monumento la cruz que aparecía en el blasón de los Saboya. A pesar de que la conquista de Libia se debiera al fascismo y no a la monarquía, ellos dirigían sus revindicaciones en contra de los símbolos cristianos, como si la ocupación de su país se debiera a una nueva cruzada (y perdonen el uso de otra metáfora). Es una batalla simbólica, porque nosotros atribuimos esas gestas militares a la voluntad paranoica, por parte de un dictador, de seguir los pasos del gran César, que como sabemos era politeísta y no cristiano, pero para los libios ese símbolo no tenía absolutamente ningún valor.

AG: De acuerdo, esto está claro. Las interpretaciones equivocadas pueden llevar a la catastrófe. Ya pasó con la culpas que los nazis atribuían a los judíos y con la interpretación de la viñetas sobre Mahoma por parte de los fundamentalistas, ¿pero cómo podemos evitarlo?

PF: Hay que usar la filosofía y la inteligencia. A lo mejor hay una manera de no renunciar a nuestras libertades sin ofender a las visiones de nadie. Yo he vivido varios años en París y nunca compré Charlie Hebdo, pero conozco el surrealismo y sé que los surrealistas franceses reivindican la posibilidad de ser bêtes et méchants. Recuerdo la brillante conclusión a la que llegó una estudiante en un seminario; propuso el siguente retrato: un cuadro blanco con un marco negro alrededor y un solo épigrafe: Ceci n'est pas le visage de Mahomet. Es ironía en estado puro, porque afirma lo contrario de lo que parece decir, pero respeta la iconoclastia de los musulmanes.

JL: Y al mismo tiempo la engatusa…

PF: Pasa también al revés, quiero decir que nosotros no nos damos cuenta de la importancia de ciertos detalles. Por ejemplo, cuando devolvimos a Etiopía el Obelisco de Aksum, que fue llevado a Roma en 1936 y devuelto en 2005, los etíopes ya no lo querían en su disposición originaria, horizontal, sino como lo habían visto en Roma durante casi un siglo, es decir en posición vertical. Primero los ingenieros tuvieron que resolver el problema del transporte, y cuando se disponían a abordar el de la elevación del gigantesco monumento, de repente, los periodicos italianos, que hasta a aquel momento se habían olvidado del tema sin más, empezaron a dedicarles páginas y páginas. ¿Y sabéis por qué? Pues se empezó a hablar de la “erección del obelisco”, y en estos términos, claro, les parecía un tema muy gracioso.

JL: No hay que olvidar que eso pasa en 2005, en los años de Berlusconi y de Ruby Rubacuori...

No hay tiempo para más, la fotógrafa ha llegado y Paolo Fabbri se tiene que levantar para posar en una sesión de retratos. Sin embargo, a todos nos apetece reconciliarnos con esa apacible tarde madrileña que se respira en Argüelles, y cuando Fabbri vuelve entramos en Casa Manolo, un restaurante cercano al hotel Tirol, y pedimos un caldo gallego que resucitaría, estoy seguro, a los demasiados muertos que muy a pesar nuestro hemos tenido que mencionar a lo largo de mañana. En su honor van estas reflexiones.