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¡Panta rei, señores!
Carlo Rovelli y sus lecciones de física
La literatura es un imperio que no vigila sus fronteras, y laxos guardianes corruptibles dejan pasar a cualquiera que demuestre buenos modales y actitud destructiva. Esta vez ha sido el caso de Carlo Rovelli, físico que siempre había rechazado escribir sobre física, pero que fascinado por la propuesta de Adelphi, una editorial que convence a los incorruptibles, dejó en manos de los guardianes unos pocos centavos y consiguió entrar. Su Sette brevi lezioni di fisica (Siete breves lecciones de física) resultó ser el segundo libro más vendido en Italia en 2015 (300.000 ejemplares antes de Navidad). En España lo ha traducido Anagrama y saldrá el 3 de marzo.
Rovelli tiene la simplicidad manifiesta de quien, acostumbrado a los debates entre expertos, accede con soberbia humildad a escribir para las muchas personas que leerían de física, si encontraran quien se la pudiera explicar (un planteamiento estilístico que vale para cualquier disciplina). No es como uno de esos casos de Oliver Sacks, que después de un accidente descubren su talento para algo que nunca habían explorado: es el responsable de la Équipe de gravité quantique del Centro de física teórica de la Universidad de Marsella, así que lo que acaba de hacer para él no es nada extraordinario, la física es su pan de cada día, pero resultó extra-ordinario para los lectores, acostumbrados a acordarse de la leyes de Hooke sólo en sus pesadillas de estudiantes envejecidos.
Parece sobrevivir en el público cierto aprecio a las obras no narrativas y de ensayo, siguiendo esa elegante inclinación de los eruditos de otras épocas, que rehuían las novelas (Emma Bovary fue retratada por Gustave Flaubert como una lectora de novelas porque estaba considerada como una actividad fútil, adecuada a la índole del personaje). Sucede también con Oliver Sacks, que vendió millones de ejemplares escribiendo de neurociencia, con Stephen Hawking y sus investigaciones sobre los agujeros negros, estos testarudos detractores de las fórmulas de Newton, y con las obras de Carl Gustav Jung.
Una de las razones del éxito de las publicaciones de Rovelli podría ser la naturaleza misma de la ciencia moderna. La física de las partículas, escribe, no es un conjunto de leyes inmutables, como las de Newton, sino un mundo de acontecimientos. Neutrinos, fotones y quarks, los conceptos con los que la física describe hoy el universo, son el resultado de interacciones, más que elementos que existan por sí solos. A lo mejor es por eso que nos apasionan tanto, porque hacen cosas (el electrón por ejemplo solo se manifiesta si hay un salto cuántico, en todos los demás casos queda escondido: un personaje, estaréis de acuerdo conmigo, más bien extravagante). Este cuento fantástico viene de las teorías de Albert Einstein, las mismas que acaban de ser confirmadas por la observación de las ondas gravitacionales, que escribió la trama de fondo a principios del siglo XX, en su teoría de la relatividad especial (1905) y en su elegantísima teoría de la relatividad general (1915). Hoy seguimos los acontecimientos de sus protagonistas: vicisitudes, atracciones y caídas, como en una apasionante historia cuyo final somos nosotros y lo que nos rodea. El universo descrito por la física contemporánea es un entorno donde nada es fijo, panta rei, señores, y esto nos apasiona como una serie divinamente concebida, donde esperamos el nuevo capítulo para saber qué va a pasar con el bosón de Higgs, algo que entendemos que nos atañe, aunque de forma lejana y misteriosa.
Entendemos que los personajes nos representan, aunque no sabemos aún el motivo exacto. Seguimos sus andanzas, pues, con la curiosidad de un niño por su héroe, convencidos de que antes o después sabremos sacar alguna conclusión de sus enseñanzas. Literariamente, es como pasar de una trama realista, donde todos los personajes siguen reglas establecidas por la sociedad, a unas historias surrealistas, en las que los actores se mueven según las invisibles leyes de lo fantasmagórico.
En su quinta lección, Rovelli nos confirma que dos de los personajes más amados de todos los tiempos, tan presentes en las historias que aspiran a explicar algo del hombre, el espacio y el tiempo, no existen. Es el final supremo, donde tanto el protagonista como su cómplice mueren dejando el lector a la merced de la gravedad cuántica: una novela negra sin detection, que dirían los críticos literarios, donde el mal (el caos originario en este caso) triunfa. Es la última frontera de la no ficción que acabará con apasionarnos a todos: el tiempo y el espacio son ilusiones poéticas de nuestra percepción equivocada de las cosas, algo que, si no fuéramos tan fáciles de engañar, probablemente ni siquiera percibiríamos.
Las imágenes son obra de Lőrinc.
¡Panta rei, señores!
La literatura es un imperio que no vigila sus fronteras, y laxos guardianes corruptibles dejan pasar a cualquiera que demuestre buenos modales y actitud destructiva. Esta vez ha sido el caso de Carlo Rovelli, físico que siempre había rechazado escribir sobre física, pero que fascinado por la propuesta de Adelphi, una editorial que convence a los incorruptibles, dejó en manos de los guardianes unos pocos centavos y consiguió entrar. Su Sette brevi lezioni di fisica (Siete breves lecciones de física) resultó ser el segundo libro más vendido en Italia en 2015 (300.000 ejemplares antes de Navidad). En España lo ha traducido Anagrama y saldrá el 3 de marzo.
Rovelli tiene la simplicidad manifiesta de quien, acostumbrado a los debates entre expertos, accede con soberbia humildad a escribir para las muchas personas que leerían de física, si encontraran quien se la pudiera explicar (un planteamiento estilístico que vale para cualquier disciplina). No es como uno de esos casos de Oliver Sacks, que después de un accidente descubren su talento para algo que nunca habían explorado: es el responsable de la Équipe de gravité quantique del Centro de física teórica de la Universidad de Marsella, así que lo que acaba de hacer para él no es nada extraordinario, la física es su pan de cada día, pero resultó extra-ordinario para los lectores, acostumbrados a acordarse de la leyes de Hooke sólo en sus pesadillas de estudiantes envejecidos.
Parece sobrevivir en el público cierto aprecio a las obras no narrativas y de ensayo, siguiendo esa elegante inclinación de los eruditos de otras épocas, que rehuían las novelas (Emma Bovary fue retratada por Gustave Flaubert como una lectora de novelas porque estaba considerada como una actividad fútil, adecuada a la índole del personaje). Sucede también con Oliver Sacks, que vendió millones de ejemplares escribiendo de neurociencia, con Stephen Hawking y sus investigaciones sobre los agujeros negros, estos testarudos detractores de las fórmulas de Newton, y con las obras de Carl Gustav Jung.
Una de las razones del éxito de las publicaciones de Rovelli podría ser la naturaleza misma de la ciencia moderna. La física de las partículas, escribe, no es un conjunto de leyes inmutables, como las de Newton, sino un mundo de acontecimientos. Neutrinos, fotones y quarks, los conceptos con los que la física describe hoy el universo, son el resultado de interacciones, más que elementos que existan por sí solos. A lo mejor es por eso que nos apasionan tanto, porque hacen cosas (el electrón por ejemplo solo se manifiesta si hay un salto cuántico, en todos los demás casos queda escondido: un personaje, estaréis de acuerdo conmigo, más bien extravagante). Este cuento fantástico viene de las teorías de Albert Einstein, las mismas que acaban de ser confirmadas por la observación de las ondas gravitacionales, que escribió la trama de fondo a principios del siglo XX, en su teoría de la relatividad especial (1905) y en su elegantísima teoría de la relatividad general (1915). Hoy seguimos los acontecimientos de sus protagonistas: vicisitudes, atracciones y caídas, como en una apasionante historia cuyo final somos nosotros y lo que nos rodea. El universo descrito por la física contemporánea es un entorno donde nada es fijo, panta rei, señores, y esto nos apasiona como una serie divinamente concebida, donde esperamos el nuevo capítulo para saber qué va a pasar con el bosón de Higgs, algo que entendemos que nos atañe, aunque de forma lejana y misteriosa.
Entendemos que los personajes nos representan, aunque no sabemos aún el motivo exacto. Seguimos sus andanzas, pues, con la curiosidad de un niño por su héroe, convencidos de que antes o después sabremos sacar alguna conclusión de sus enseñanzas. Literariamente, es como pasar de una trama realista, donde todos los personajes siguen reglas establecidas por la sociedad, a unas historias surrealistas, en las que los actores se mueven según las invisibles leyes de lo fantasmagórico.
En su quinta lección, Rovelli nos confirma que dos de los personajes más amados de todos los tiempos, tan presentes en las historias que aspiran a explicar algo del hombre, el espacio y el tiempo, no existen. Es el final supremo, donde tanto el protagonista como su cómplice mueren dejando el lector a la merced de la gravedad cuántica: una novela negra sin detection, que dirían los críticos literarios, donde el mal (el caos originario en este caso) triunfa. Es la última frontera de la no ficción que acabará con apasionarnos a todos: el tiempo y el espacio son ilusiones poéticas de nuestra percepción equivocada de las cosas, algo que, si no fuéramos tan fáciles de engañar, probablemente ni siquiera percibiríamos.
Las imágenes son obra de Lőrinc.