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Una cama en la Otra Babilonia

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Los despertares de los últimos meses son instantes de Gregor Samsa. La vuelta a la conciencia suscita la duda sobre las relaciones estables entre el adentro y el afuera. ¿Dónde? ¿Con qué cuerpo? Ambas preguntas son kafkianas porque vienen acompañadas de la certeza de que el dónde no es simplemente un contexto exterior, del mismo modo que el cuerpo no puede ser reducido al espacio que la piel recubre. La cama, como aquella que diseñó el arquitecto y fotógrafo Carlo Mollino para su estudio secreto de Turín en forma de barco que transporta las almas para cruzar el Hades, se convierte entonces en una plataforma metafísica en la que el paso de la vigilia al sueño activa un proceso de viaje del que el durmiente resurge potencialmente transformado.

Calculo revisando mis cuadernos que durante los seis últimos meses no he dormido más de diez días seguidos en ninguna cama. He viajado en no menos de treinta y tres plataformas mutacionales. Ha habido camas urbanas y rurales, camas de hospital con colchones recubiertos de plástico y motores eléctricos que levantan los pies o la cabeza, camas de hotel impecablemente hechas y camas de airbnb con almohadas blandas y sábanas de flores, ha habido estrechos asientos de avión y duros bancos de estación que se han hecho pasar por camas, camas plegables y sofás cama, camas con mosquitera y camas con doble edredón, camas continentales e insulares, camas del norte y del sur, camas altas y colchones a ras del suelo, camas del este y del oeste, camas neoliberales y postcomunistas, camas de la crisis y camas de la plusvalía. Y después, cada cierto tiempo, la cama masai.

Encuentro junto a una cama del barrio suroeste de Dublín la biografía de Gandhi, un especialista en transformar el suelo en cama. Gandhi habla de utilizar su modesta vida como un campo de experimentación para transformar lo humano: experimenta con la comida y la educación, la lectura y la escritura, el sueño y la vigilia, la marcha y el baile, la desnudez y el vestido, el silencio y la conversación, la oscuridad y la luz, el miedo y el coraje. Entiendo mi propio proceso transgénero y el viaje como experimentos con la subjetividad. Nada de lo que me ocurre es sin embargo excepcional, sino parte de una metamorfosis planetaria. Es preciso reinventarlo todo. Somos, a escala global, la civilización Gregor Samsa. El desplazamiento y la mutación, voluntarios o forzados, resultan hoy condiciones universales de la especie.

En la plaza Victoria, en el centro de Atenas, observo cómo más de dos centenares de refugiados improvisan camas hechas con cartones y mantas sobre un jardín sin hierba. Estamos produciendo una nueva forma de nomadismo necropolítico que combina gigantescas implantaciones urbanas y un flujo cada vez mayor de cuerpos y mercancías. Más de 60 millones de personas provenientes de Azerbaiyán, Cachemira, Costa de Marfil, Siria, Afganistán, Palestina… han sido obligadas a dejar sus camas huyendo del hambre o de conflictos armados. He aquí uno de los efectos de la guerra capitalista que afecta a la totalidad del planeta.

En una anónima cama de hotel sueño de nuevo con las imágenes que he visto unos días antes en la exposición del Museo Reina Sofía de Madrid sobre el trabajo del arquitecto y artista holandés Constant. Inspirado por el modo de vida de las comunidades gitanas en Europa, Constant crea el proyecto imaginario Nueva Babilonia entre 1956 y 1974. Para Constant, la arquitectura de la Nueva Babilonia debe responder al devenir nómada de la sociedad de la post-guerra, haciendo que el movimiento físico acentúe las posibilidades de transformación subjetiva y política. Por eso, afirma Constant, en la Nueva Babilonia no hay “edificios”, en el sentido tradicional del término, sino un enorme y único techo común que ampara una multiplicidad de formas de vida arropándolas bajo un gran caparazón mutante que al mismo tiempo permite libertad de movimiento e interconexión. Constant inventa una arquitectura Gregor Samsa hecha para una civilización post-traumática que tiene que inventar nuevas formas de vida con y después de la guerra.

En 1958 Constant creía todavía en la automatización del trabajo y en la generalización del juego como fuerzas de transformación social. Para mediados de los años 70, con la clausura de los movimientos feministas, de la revolución sexual y obrera y con el eclipse de la utopía comunista, Constant abandona la esperanza de realizar su proyecto y lo deja durmiendo en un museo, dice, “a la espera de tiempos más propicios en los que vuelva a despertar el interés de los urbanistas”. Después vendrá el auge del neoliberalismo, la expansión de las técnicas de extracción y producción eco-destructivas, la guerra generalizada…

Ya ha llegado el tiempo de sacar a Constant del museo y de inventar Otra Babilonia. Imagino a los refugiados de la plaza Victoria creando otra sociedad bajo un techo mutante, imagino la difusión de calor, el sonido, los ecos de miles de conversaciones y deseo poder dormir un día en una cama de esa Otra Babilonia. Y entonces me pregunto: ¿cómo serán las camas en la Otra Babilonia?

 
Constant, Nueva Babilonia. Vista de la exposición en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Fotografía de Joaquín Cortés / Román Lores, 2015.