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Mi cuerpo no existe
Al mismo tiempo que las mutaciones precipitadas por la administración continuada de testosterona se hacen cada vez más evidentes, inicio el proceso legal de reasignación sexual que me llevará, si el juez acepta la solicitud, a cambiar de nombre en el documento nacional de identidad. Los dos procesos, el bio-morfológico y el político-administrativo, no son, sin embargo, convergentes. Aunque el juez evalúa los cambios físicos (apoyados por un indispensable diagnóstico psiquiátrico) como condición de la re-asignación de nombre y de sexo a mi persona legal, esos cambios no pueden reducirse de ningún modo a la representación dominante del cuerpo masculino según la epistemología de la diferencia sexual. Al medida que me aproximo a la adquisición del nuevo documento me doy cuenta con pavor de que mi cuerpo trans no existe ni existirá ante la ley. Llevando a cabo un acto de idealismo político-científico, médicos y jueces niegan la realidad de mi cuerpo trans para poder seguir afirmando la verdad del régimen sexual binario. Existe entonces la nación. Existe el juzgado. Existe el archivo. Existe el mapa. Existe el documento. Existe la familia. Existe la ley. Existe el libro. Existe el centro de internamiento. Existe la psiquiatría. Existe la frontera. Existe la ciencia. Existe incluso dios. Pero mi cuerpo trans no existe.
Mi cuerpo trans no existe en los protocolos administrativos que garantizan el estatuto de ciudadanía. No existe como encarnación de la soberanía masculina eyaculante en la representación pornográfica, ni como objetivo de ventas de las campañas comerciales de la industria textil, ni como referente de las segmentaciones arquitectónicas de la ciudad.
Mi cuerpo trans no existe como variante posible y vital de lo humano en los libros de anatomía, ni en las representaciones del aparato reproductivo sano de los manuales de biología de la ESO. Discursos y técnicas de representación afirman únicamente la existencia de mi cuerpo trans como espécimen en una taxonomía de la desviación que debe ser corregida. Afirman que existe únicamente como correlato de una etnografía de la perversión. Afirman que mis órganos sexuales no existen sino como déficit o prótesis. Fuera del diagrama de la patología no existe una representación adecuada de mi pecho, ni de mi piel, ni de mi voz. Mi sexo no es ni un macro-clítoris ni un micro-pene. Pero si mi sexo no existe, ¿son mis órganos todavía humanos? El crecimiento del vello no sigue las consignas de una rectificación de mi subjetividad en dirección de lo masculino: en el rostro el vello crece en lugares sin significado aparente o deja de crecer allí donde su presencia indicaría la forma “correcta” de una barba. El cambio de distribución de la masa corporal y del músculo no me hace inmediatamente más viril. Simplemente más trans: sin que esa denominación encuentre una traducción inmediata en términos del binario hombre-mujer. La temporalidad de mi cuerpo trans es ahora: no se define por lo que era antes ni por lo que se supone que tendrá que ser.
Mi cuerpo trans es una institución insurgente sin constitución. Una paradoja epistemológica y administrativa. Devenir sin teleología ni referente, su existencia inexistente es la destitución al mismo tiempo de la diferencia sexual y de la oposición homosexual/heterosexual. Mi cuerpo trans se vuelve contra la lengua de aquellos que lo nombran para negarlo. Mi cuerpo trans existe, como realidad material, como entramado de deseos y prácticas, y su inexistente existencia pone todo en jaque: la nación, el juzgado, el archivo, el mapa, el documento, la familia, la ley, el libro, el centro de internamiento, la psiquiatría, la frontera, la ciencia, dios. Mi cuerpo trans existe.
Jeppe Hein, You (2011). © Galleri Nicolai Wallner.
Mi cuerpo no existe
Al mismo tiempo que las mutaciones precipitadas por la administración continuada de testosterona se hacen cada vez más evidentes, inicio el proceso legal de reasignación sexual que me llevará, si el juez acepta la solicitud, a cambiar de nombre en el documento nacional de identidad. Los dos procesos, el bio-morfológico y el político-administrativo, no son, sin embargo, convergentes. Aunque el juez evalúa los cambios físicos (apoyados por un indispensable diagnóstico psiquiátrico) como condición de la re-asignación de nombre y de sexo a mi persona legal, esos cambios no pueden reducirse de ningún modo a la representación dominante del cuerpo masculino según la epistemología de la diferencia sexual. Al medida que me aproximo a la adquisición del nuevo documento me doy cuenta con pavor de que mi cuerpo trans no existe ni existirá ante la ley. Llevando a cabo un acto de idealismo político-científico, médicos y jueces niegan la realidad de mi cuerpo trans para poder seguir afirmando la verdad del régimen sexual binario. Existe entonces la nación. Existe el juzgado. Existe el archivo. Existe el mapa. Existe el documento. Existe la familia. Existe la ley. Existe el libro. Existe el centro de internamiento. Existe la psiquiatría. Existe la frontera. Existe la ciencia. Existe incluso dios. Pero mi cuerpo trans no existe.
Mi cuerpo trans no existe en los protocolos administrativos que garantizan el estatuto de ciudadanía. No existe como encarnación de la soberanía masculina eyaculante en la representación pornográfica, ni como objetivo de ventas de las campañas comerciales de la industria textil, ni como referente de las segmentaciones arquitectónicas de la ciudad.
Mi cuerpo trans no existe como variante posible y vital de lo humano en los libros de anatomía, ni en las representaciones del aparato reproductivo sano de los manuales de biología de la ESO. Discursos y técnicas de representación afirman únicamente la existencia de mi cuerpo trans como espécimen en una taxonomía de la desviación que debe ser corregida. Afirman que existe únicamente como correlato de una etnografía de la perversión. Afirman que mis órganos sexuales no existen sino como déficit o prótesis. Fuera del diagrama de la patología no existe una representación adecuada de mi pecho, ni de mi piel, ni de mi voz. Mi sexo no es ni un macro-clítoris ni un micro-pene. Pero si mi sexo no existe, ¿son mis órganos todavía humanos? El crecimiento del vello no sigue las consignas de una rectificación de mi subjetividad en dirección de lo masculino: en el rostro el vello crece en lugares sin significado aparente o deja de crecer allí donde su presencia indicaría la forma “correcta” de una barba. El cambio de distribución de la masa corporal y del músculo no me hace inmediatamente más viril. Simplemente más trans: sin que esa denominación encuentre una traducción inmediata en términos del binario hombre-mujer. La temporalidad de mi cuerpo trans es ahora: no se define por lo que era antes ni por lo que se supone que tendrá que ser.
Mi cuerpo trans es una institución insurgente sin constitución. Una paradoja epistemológica y administrativa. Devenir sin teleología ni referente, su existencia inexistente es la destitución al mismo tiempo de la diferencia sexual y de la oposición homosexual/heterosexual. Mi cuerpo trans se vuelve contra la lengua de aquellos que lo nombran para negarlo. Mi cuerpo trans existe, como realidad material, como entramado de deseos y prácticas, y su inexistente existencia pone todo en jaque: la nación, el juzgado, el archivo, el mapa, el documento, la familia, la ley, el libro, el centro de internamiento, la psiquiatría, la frontera, la ciencia, dios. Mi cuerpo trans existe.
Jeppe Hein, You (2011). © Galleri Nicolai Wallner.