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Marcos forever

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El pasado 25 de mayo,  el Subcomandante Marcos enviaba una carta abierta al mundo desde “la realidad zapatista” anunciando la muerte del personaje Marcos que fue construido para servir de soporte mediático y de voz enunciativa al proyecto revolucionario de Chiapas. “Estas serán mis últimas palabras en público antes de dejar de existir.”  El mismo comunicado anunciaba el nacimiento del Subcomandante “Galeano” tomando el nombre del compañero José Luis Solís Sánchez “Galeano”, asesinado por los paramilitares el día 2 de mayo. “Es necesario que uno de nosotros muera", dice el comunicado, “para que Galeano viva. Y para que esa impertinente que es la muerte quede satisfecha, en lugar de Galeano ponemos otro nombre para que él viva y la muerte se lleve no una vida, sino un nombre solamente, unas letras vaciadas de todo sentido, sin historia propia, sin vida”. Sabemos, a su vez, que José Luis Solís había tomado su nombre del escritor de Las venas abiertas de América Latina. El Subcomandante, que siempre ha caminado dos millas por delante de los viejos ególatras del postestructuralismo francés, opera en el dominio de la producción política la muerte del autor que Barthes anunció en el espacio del texto.

En los últimos años, los zapatistas han construido la opción más seria frente a las (fracasadas) opciones necropolíticas del neoliberalismo, pero también frente al comunismo. El zapatismo como ningún otro movimiento está inventando una metodología política para “organizar la rabia”. Y reinventar la vida. A partir de 1994, el ELNZ concibe, a través del Subcomandante Marcos, una nueva manera de hacer filosofía descolonial para el siglo XXI que se aleja del tratado y la tesis (herederos de la cultura eclesiástica y colonial del libro que se inicia en el siglo XVI y declina a finales del siglo pasado) para actuar desde la cultura oral-digital tecno-indígena que susurra en las redes a través de rituales, cartas, mensajes, relatos y parábolas. He aquí una de las técnicas centrales de producción de subjetividad política que nos han enseñado los zapatistas: desprivatizar el nombre propio con el nombre prestado y deshacer la ficción individualista del rostro con el pasamontañas.

 "A lo que nos invitan los experimentos zapatistas, queer y trans es a desprivatizar el rostro y el nombre para hacer del cuerpo de la multitud el agente colectivo de la revolución"

No tan lejos del Subcomandante, habito otro espacio político donde se desafía con la misma fuerza teatral y chamánica la estabilidad del nombre propio y la verdad del rostro como últimos referentes de la identidad personal: las culturas transexuales, transgénero, drag king y drag queen. Toda persona trans tiene (o tuvo) dos (o más) nombres propios. Aquel que le fue asignado en el nacimiento y con el que la cultura dominante buscó normalizarlo y el nombre que señala el inicio de un proceso de subjetivación disidente. Los nombres trans no indican tanto la pertenencia a otro sexo, sino que denotan un proceso de des-identificación. El Subcomandante Marcos, que aprendió más de la pluma del escritor marica mexicano Carlos Monsiváis que de la barba viril de Fidel, era en realidad un personaje drag king: la construcción intencional de una ficción de masculinidad (el héroe y la voz del rebelde) a través de técnicas performativas. Un emblema revolucionario sin rostro ni ego: hecho de palabras y sueños colectivos, construido con un pasamontañas y una pipa. El nombre prestado, como el pasamontañas, es una máscara paródica que denuncia las máscaras que cubren los rostros de la corrupción política y de la hegemonía: “¿A qué tanto escándalo por el pasamontañas?, ¿acaso está la sociedad mexicana lista a quitarse su máscara?”. Como el rostro con el pasamontañas, el nombre propio es también deshecho y colectivizado.

En los zapatistas, los nombres prestados y los pasamontañas funcionan como lo hacen en la cultura trans los segundos nombres, la peluca drag, el bigote o el taconazo: como signos intencionales e hiperbólicos de un travestismo político-sexual, pero también como armas queer-indígenas que permiten enfrentarse a la estética neoliberal. Y esto no a través del verdadero sexo o del auténtico nombre: sino a través de la construcción de una ficción viva que resiste a la norma.

A lo que nos invitan los experimentos zapatistas, queer y trans es a desprivatizar el rostro y el nombre para hacer del cuerpo de la multitud el agente colectivo de la revolución. Me permito desde esta modesta tribuna responder al Subcomandante Galeano diciéndole que a partir de ahora firmaré con mi nombre trans Beatriz Marcos Preciado, recogiendo la fuerza performativa de la ficción que los zapatistas crearon y haciéndola vivir desde las postrimerías de una Europa que se descompone: y para que la realidad zapatista sea.