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La nueva catástrofe de Asia Menor

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Mucho se ha dicho sobre las similitudes entre la actual gestión de la crisis bancaria y el periodo inmediatamente anterior a la Segunda Guerra Mundial. Es probable que en 2008 los relojes del tiempo global se reajustaran insólitamente con los de 1929. Lo curioso es que desde entonces no avanzamos hacia los años treinta, sino que retrocedemos poco a poco hacia principios del siglo XX, como si Europa quisiera, en un último y melancólico delirio, revivir su pasado colonial volviendo al periodo anterior a la Conferencia de Bandung, a los procesos de independencia y al fin de los protectorados. Nuestro error habitual al mirar la crisis político-económica es hacerlo desde el espacio-tiempo de los actuales Estados-Nación dentro de lo que consideramos como “Europa”, en su relación con Estados Unidos, dejando fuera de perspectiva el espacio-tiempo que excede el aquí y ahora de la ficción “Europa”, hacia el sur y hacia el este, en relación con su historia y su presente “cripto-colonial”, por decirlo con los términos de Michael Herzfeld.

Sólo volviendo a la historia de la invención de los Estados-Nación europeos y su pasado colonial es posible entender la actual gestión de la crisis de los refugiados en Grecia. Como es sabido, el pasado 18 de marzo, la Unión Europea y Turquía firmaban un acuerdo para la deportación masiva de refugiados. Este acuerdo establece relaciones de intercambio político entre dos entidades asimétricas (la Unión Europea y Turquía) con tres variables radicalmente heterogéneas: cuerpos humanos (vivos, en el mejor de los casos), territorio y dinero. Por una parte, el acuerdo estipula que a partir de esta fecha “todos los inmigrantes y refugiados que lleguen de forma clandestina a Grecia deben ser expulsados inmediatamente a Turquía, que se compromete a aceptarlos a cambio de dinero”. Por otra, “los europeos asumen la instalación en su territorio de refugiados sirios ahora en Turquía, hasta un máximo de 72.000”.  Sólo es necesario hablar unos minutos con algunos de los refugiados que se encuentran ahora en Grecia para entender que no se irán a Turquía a no ser por la fuerza.

Inevitablemente, el operador que funciona como condición de posibilidad de la puesta en marcha de un tal proceso masivo de deportación e intercambio de poblaciones es la violencia. Una violencia institucional que en el marco de las relaciones entre entidades estatales y supraestatales supuestamente democráticas adquiere el nombre de “fuerza de seguridad”. El acuerdo costará 300 millones de euros en los próximos seis meses y precisará de la intervención de 4.000 funcionarios de los Estados miembros y de las agencias de seguridad europeas Frontex y Easo, incluyendo el envío de fuerzas militares y de inteligencia desde Alemania y Francia hasta Grecia, así como la presencia de oficiales griegos en Turquía y oficiales turcos en Grecia. Este violento despliegue policial es presentado como "una asistencia técnica a Grecia", una ayuda necesaria con los denominados  “procedimientos de retorno”. El único marco político que permite entender como legal un tal procedimiento de marcaje de poblaciones, reclusión, criminalización y expulsión es la guerra. ¿Pero contra quién están Europa y Turquía en guerra?

Aunque este acuerdo parece, tanto por los elementos del intercambio (cuerpos humanos vivos) como por su escala (al menos dos millones de personas), más propio de Juego de Tronos que de un pacto entre estados democráticos, existe un precedente histórico que muchas familias griegas (y algunas turcas) conocen de primera mano. Este precedente es la llamada  “catástrofe de Asia Menor” que tuvo lugar durante y después de la guerra greco-turca en 1922 y 23.

Todavía en 1830, después de 400 años de dominación otomana y tras una guerra fallida de independencia, el territorio que hoy conocemos como griego seguía estando en parte bajo el vasallaje turco, mientras que tan sólo una pequeño parte era reconocida como estado griego por Francia, Inglaterra y Rusia– un reconocimiento estratégico en la oposición de los imperios europeos frente Turquía. El desmoronamiento del imperio otomano tras la Primera Guerra Mundial impulsó el sueño nacionalista griego (la llamada “Megali idea”, la “gran idea”) de una reunificación de todos los territorios “bizantinos”. El proyecto de expansión griego fracasó con la victoria turca en la guerra entre 1919 y 1922.

Para poder construir la nuevas ficciones de los Estados-Nación tanto griego como turco fue preciso no sólo separar los territorios, sino y sobre todo recodificar como nacionales los cuerpos cuyas vidas y memorias estaban hechas de historias y lenguas híbridas. En 1923 se firmó en Lausana la “convención de intercambio de la población greco-turca”. El tratado afectó a dos millones de personas: 1 millón y medio de “griegos” que vivían en los territorios de Anatolia y medio millón de “turcos” que vivían hasta entonces en territorios griegos. La supuesta “nacionalidad” fue entonces reducida a la religión: en general, los cristianos ortoxodos fueron enviados a Grecia y los musulmanes a Turquía. Muchos de los “refugiados” fueron exterminados, otros fueron instalados precariamente en campos, donde permanecieron durante décadas con un estatuto de ciudadanía precario.

Casi cien años después, aquellos mismos Estados-Nación, cuyo agenciamiento económico se  ha visto fuertemente fragilizado por la reorganización global del capitalismo financiero, parecen orquestar un nuevo proceso de construcción nacionalista, reactivando (una vez más contra los civiles) los protocolos de guerra, reconocimiento y exclusión de población que les constituyeron en el pasado. Europa y Turquía declaran hoy la guerra a las poblaciones migrantes que puedan cruzar sus fronteras. Esa es la sensación que uno tiene al caminar por las calles de Atenas, entre los edificios ocupados por los refugiados y las cientos de personas que duermen en algunas de las plazas: un guerra civil contra aquellos que habiendo escapado ya de otra guerra, intentar sobrevivir.

 

En portada, refugiados griegos y armenios esperando embarcar en el puerto de Esmirna en 1922, después de que las fuerzas turcas recuperasen el control de la ciudad durante la guerra greco-turca. Fotografía del Congreso de los EEUU.