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Ciudadanía en transición

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Una persona se presenta ante una puerta de embarque en un aeropuerto, o en una frontera, o en la recepción de un hotel, o en una oficina de alquiler de coches… muestra su pasaporte y la azafata, el vendedor, el recepcionista, el administrador o el agente de aduanas mira ese documento, mira el cuerpo que tiene delante y dice: ¡Éste no es usted! Se produce entonces un fallo sistémico de todas las convenciones legales y administrativas que construyen ficciones políticas vivas. A cámara lenta, el aparato social de producción de identidad colapsa y sus técnicas (fotografías, documentos, enunciados) caen una a una como en una pantalla de videojuego que deja paso a un deslumbrante game over. Reina por un segundo un escalofriante silencio wittgensteiniano. La sensación de estar fuera del juego del lenguaje: el terror de haber sobrepasado los límites de la inteligibilidad social; la fascinación de observar desde fuera, o mejor desde el umbral, aunque sólo sea por instante, el aparato que nos construye como sujetos.

Ésta podría ser la escena onírica de una pesadilla o el momento álgido de una ficción patafísica. Es, sin embargo, un acontecimiento habitual en la vida cotidiana de una persona transgénero a la espera de cambio legal de identidad. A la interpelación “Éste no es usted”, se me ocurre a veces responder: ¡Por supuesto que éste no soy yo! Saque su pasaporte y dígame si ése es usted o no. ¿A que no? Ahí estamos clavados el agente y yo, reviviendo la escena central de Hegel de “Independencia y sujeción de la autoconciencia: Señorío y servidumbre”. Pero no me hago el listo. Sé que en esta escena me toca el papel del siervo y no el del amo. Corro hacia el redil del reconocimiento: las fronteras del juego del lenguaje están llenas de instituciones de reclusión y castigo. Niego lo que la deconstrucción queer me ha enseñado y reafirmo el aparato de producción social de género: digo, apoyándome en una carta de mi abogada, que se me asignó por error sexo femenino en el nacimiento y que mi solicitud de reconocimiento de la identidad masculina está siendo objeto de trámite en un juzgado del Estado español. Estoy en transición. Estoy en la sala de espera entre dos sistemas de representación excluyentes.

Transición es el nombre dado al proceso que supuestamente lleva desde la feminidad a la masculinidad (o viceversa) a través de un protocolo médico y legal de reasignación de identidad de género. A menudo se enuncia “estoy haciendo mi transición”. En inglés el mismo verbo se conjuga en gerundio “I am transitioning”. Ambas expresiones parecen indicar un tránsito de un estado a otro, a la vez que acentúan el carácter temporal y por tanto pasajero del proceso. Sin embargo, el proceso de transición no se lleva a cabo de la feminidad a la masculinidad (puesto que ambos géneros no tienen entidad ontológica sino biopolítica); más bien es desde un aparato de producción de verdad a otro.

La persona trans es representada como una suerte de exiliado que, habiendo dejado atrás el género que le fue asignado en el nacimiento (como quien abandona su nación), busca ahora ser reconocido como ciudadano potencial de otro género. El estatuto de la persona trans es en términos político-legales semejante al del migrante, al del exiliado y al del refugiado. Todos ellos se encuentran en un proceso temporal de suspensión de su condición política.

Tanto en el caso de las personas trans como en el de los cuerpos migrantes, lo que se demanda es refugio biopolítico: ser literalmente sujetado en un sistema de ensamblaje semiótico que da sentido a la vida. La falta de reconocimiento legal y de soporte bio-cultural niega soberanía a los cuerpos trans y migrantes y los sitúa en una posición de alta vulnerabilidad social. Dicho de otro modo: la densidad ontológico-política de un cuerpo trans o de un cuerpo migrante es menor que la de un ciudadano cuyo género y nacionalidad son reconocidos por las convenciones administrativas de los Estado-nación que habita. En términos de Althusser, podríamos decir que trans y migrantes se encuentran en la paradójica situación de pedir ser interpelados como sujetos por los mismos aparatos ideológicos del Estado que les excluyen. Pediríamos ser reconocidos (y por tanto sometidos) para poder desde ahí inventar formas de sujeción social libre.

Lo que trans y migrantes solicitan al pedir cambio de género o asilo son las prótesis administrativas (nombres, derechos de residencia, documentos, pasaportes) y bio-culturales (alimentos, fármacos o compuestos bioquímicos, refugio, lenguaje, auto-representación) necesarias para construirse como ficciones políticas vivas. La así llamada “crisis” de los refugiados o el supuesto “problema” de las personas trans no puede ser resuelto con la construcción de campos de refugiados o de clínicas de reasignación sexual. Son los sistemas de producción de verdad, de ciudadanía política y las tecnologías de gobierno del Estado-nación, así como la epistemología del sexo-género binario, los que están en crisis. Y es el espacio político en su conjunto el que debe entrar en transición.

 

Fotograma de La chica danesa (The Danish Girl), de Tom Hooper.