Contenido

Madrid Puerto Aéreo

Modo lectura

Madrid Puerto Aéreo consistía en paseos o visitas para articular ideas sobre un Madrid marcado por Barajas. Un Madrid portuario después de siglos de sequía. Un Madrid renovado sin el estigma con que la marcaban los viejos libros de texto como ciudad que no tenía puerto marítimo ni fluvial. Un Madrid al que Barajas convertía en Puerto Aéreo.

El primer paseo fue a Las Meninas. Allí está atrapado por primera vez y para siempre el aire de Madrid y no podría hablarse de refundación aérea de la ciudad sin ir a observar ese aire. Al tiempo, para soñar que la perfección del cuadro se basa en la creencia de un ojo “perfecto”, el del monarca, en el que sólo creyó Velázquez o en el que Velázquez creyó mejor que nadie y dejó para todos nosotros el aire de Madrid mágicamente encerrado en un lienzo.

El segundo fue a Muguiro y a La Lechera. Sobre todo a Muguiro. El cuadro del exiliado a través de cuyo hilo se entiende el Goya maduro. A  La Lechera porque ilustra el lado femenino de una familia que no pudo reconocer y lo qué hacía Goya en Burdeos. Muguiro cuenta lo que los especialistas ya saben, pero que no difunden. Que Goya se emparejó a los sesenta años con una mujer cuarenta años más joven. Que con ella y por ella se fue a Burdeos. Que no le pudo legar apenas nada por la presión del hijo y que Muguiro salió al cruce cuando hubo que ayudar a la viuda que no podía serlo. También da pie a una hipótesis sobre la familia Muguiro que, convertida al alfonsinismo durante la Restauración, blanquea a su abuelo masón y liberal progresista adosándole una lechera tierna. Así construye un último Goya esperanzado para oscurecer el exilio bordelés y el vínculo con una mujer de ideas radicales. En esa salita del Prado en la que conviven Muguiro y La Lechera está el Madrid de la guerra de la independencia en el que Goya se enamora de Leocadia Zorrilla, está el trienio liberal en el que ella se significa políticamente, está el exilio en el que se leen cartas como la que sostiene Muguiro en sus manos, está la restauración alfonsina en la que los Muguiro se ennoblecen y llegan a emparentar con la familia real, están los condes de Muguiro que donan los cuadros al Prado convirtiendo un acto de mecenazgo en un trueque de prendas ideológicas. Puestos a estirar, hasta Mendizábal asoma pues Muguiro fue vicepresidente de la Cortes de 1837 y amigo político del desamortizador. Muy diversos aires madrileños. Aires de libertad y aires de cárcel entreverados en una historia que una capital contemporánea no puede permitir que quede como está. No habrá un Madrid verdaderamente grande sin un Goya bien contado.

El tercer paseo se organizó para homenajear a Santiago Ramón y Cajal y para tocar un misterio de larga data. Por qué el Retiro se cierra en su fachada sur sin aprovechar sus vistas sobre la llanura. Madrid Puerto Aéreo visitó el antiguo Instituto Cajal que construyó la República y hoy es escuela de ingenieros técnicos de obras públicas. Se puede acceder desde Alfonso XII por la entrada de Moyano o desde Reina Cristina entrando por una puerta estrecha y subiendo una escalera de fuerte pendiente. Basta con colocarse en sus escalinatas mirando hacia el sur para entender que esta colina, el antiguo cerrillo de San Blas en el que también está el Observatorio Astronómico, es un lugar clave para entender los aires de Madrid. El hecho de que su acceso sea dificultoso entre semana e imposible los días de fiesta marca una manera madrileña.

La cuarta visita la provocó  Lorenzo Martín del Burgo con su descubrimiento de que la hilandera que enseña la pantorrilla en el cuadro de Velázquez es Penélope. Había visto en el palacio Pitti de Florencia una composición calcada a Las Hilanderas y titulada Penélope tejiendo. No necesitó más para entender que uno de los misterios velazqueños quedaba resuelto al entroncarse en una tradición iconográfica de la que luego descubrió más hitos. Como en otros asuntos en los que el carácter aéreo de Madrid está secuestrado, el librito de Lorenzo con su hipótesis no tuvo ningún eco ni comentario en el mundo del arte. Los cuadros de Velázquez, tan misteriosos, ocultos en Palacio hasta que la revolución los expuso, tienen que ser de nuevo liberados. Penélope simboliza la fidelidad. En el cuadro de Velázquez también simboliza el trabajo en grupo. Fidelidad y colaboración son ideas centrales de Madrid Puerto Aéreo y, por extensión, de la ciudad contemporánea.

A  la Plaza Mayor se fue un día de los Inocentes a reivindicar la plaza y las pinturas de Carlos Franco en la Casa de la Panadería. Contra la decisión unilateral del Alcalde Gallardón de trasladar a Cibeles el centro simbólico de la ciudad. Y no es que Madrid Puerto Aéreo tenga nada contra Cibeles, muy al contrario, pero si Madrid quiere ser Madrid no puede “olvidarse” de todo lo que pasó en la Plaza Mayor y debe recuperarla.

Recuperación que inicio acertadamente Tierno Galván con los frescos de Carlos Franco, a los que no se dio continuidad. Hay que cambiar ese adoquinado incómodo en cuyas grietas se agazapa la humedad y la mugre. Quien haya visitado la plaza mayor de Salamanca sabe lo que es una plaza para compartir. La de Madrid debe replantearse.

En este gesto de reivindicación del Madrid barroco frente al neoclásico casi nadie acompaña. Los aspectos funcionales de las nuevas cabalgatas se irritan al tener que encogerse para entrar en la vieja plaza y prefieren deslizarse a sus anchas por la Castellana hasta la fuente de Cibeles. Los nuevos tecnócratas se sienten alguacilillos en los viejos espacios y ahora han restaurado el edificio de correos que el Madrid castizo denominó “nuestra señora de las comunicaciones” para dotarse de amplísimos espacios. Sin embargo, en el gesto la ciudad se banaliza.

La sexta salida fue al Panteón de Hombres Ilustres. El inacabado edificio que aspiró a ser templo del liberalismo español y que, en su misma frustración, ejemplariza las limitaciones políticas de Madrid. Obra de Arbós y Tremanti, como La Casa Encendida, alberga las tumbas de Cánovas, Ríos Rosas, Dato, Canalejas, Sagasta y un templete con los restos de Muñoz Torrero, Mendizábal, Argüelles, Olózaga y Calatrava.

Se accede por la calle Gayarre y desde que uno entra se percibe la frialdad de lo descuidado. Las cartelas son pobres y a la estatua de la Libertad , obra de Ponzano, le falta un rayo de la corona. El Panteón, por las paradojas del destino, lo gestiona Patrimonio Nacional y es un lugar desconocido incluso para los historiadores. Nadie piensa que pueda llegar ningún nuevo hombre ilustre. Poca gente se pierde por allí. Se siente en el aire una desazón decimonónica tan sólo equilibrada por el campanile que, además de mirarse en la torre del reloj que hizo Moneo, ven todos los viajeros que van por Atocha.

También se visitaron algunas estatuas del Retiro que emiten mensajes. El monumento a Alfonso XII quiso replicar frente al estanque lo que los alemanes habían levantado en Coblenza a Guillermo I fundador de la nación alemana. Las comparaciones odiosas se disparan solas. El formidable espacio geográfico que componen la confluencia del Rhin y el Mosela no tiene parangón. La idea de que el monumento se pagara por suscripción pública llevó a enormes demoras y discusiones agrias sobre quién se hacía cargo de los gastos. En el ínterin la facción ultra y militarista se escandalizó de que Martínez Campos no tuviera sitio en el monumento y decidió ponerlo cerca para componer un conjunto en el que puede imaginarse al viejo soldado a caballo tirando de unas cuerdas que mantienen pegada a tierra la tarta de la Restauración. Todo de aquella manera, incluyendo como es tradición en Madrid un mirador que no se usa.

El último paseo no fue posible. Adif no deja subir a la torre del reloj que dibujó Moneo para rematar la estación de Atocha. La torre más elegante de Madrid con el reloj que la corona en dos de sus lados y que tiene los otros dos abiertos para poder mirar al sur. Madrid Puerto Aéreo no pudo celebrar la obra de Moneo visitando lo más alto de la pieza que cose la vieja y la nueva estación. El punto más alto de la arquitectura madrileña contemporánea.

Poco después convirtieron el reloj en un anuncio, poniéndole una marca. Unos años más tarde adornaron la torre con un luminoso. Qué diríamos si en las torres de las catedrales se anunciara la iglesia católica. La desfachatez de la propiedad contemporánea necesita de un nuevo Proudhon que denuncie el robo.

Madrid Puerto Aéreo es la expectativa de influir en la megaurbe con diminutos paseos colectivos. Una expectativa de crear o inventar puntos de referencia e identidad que nos permitan superar la farola fernandina. La esperanza es lo último que se pierde.