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¿Qué fue de los arquitectos?
Mangada y Cruz y Ortiz reciben la medalla de arquitectura en el Senado
Los padres ya no quieren que sus hijos sean arquitectos, los juegos de construcciones y los lápices han sido desplazados por los videojuegos y sólo algún desaprensivo querría que su vástago se dedicara al hasta hace un lustro oficio de moda. Y no es cosa de padres sobreprotectores, ahora le preguntas a cualquier adolescente y te dice que ni loco, que no quiere ser arquitecto porque eso de trabajar de camarero es muy sufrido.
Antes de tener que llenar la despensa sirviendo copas mis amigos arquitectos vestían de negro Armani, proyectaban viviendas destinadas más que a ser vividas a ser publicadas en las coloridas revistas del ramo y soñaban con levantar edificios de titanio a un paso del despegue. Algunos de ellos siguen insistiendo, pero da como un poco de pena comparar los sueños que tuvieron ayer y verlos hoy entretenidos diseñando mobiliario y construyéndolo ellos mismos con cajas de frutas y palés de madera que han sacado de una obra vecina. Días aquellos en que los arquitectos surfeaban la ola de furor constructivo sin despeinarse, cuando flotaban con brillo irisado sobre la burbuja inmobiliaria del milagro español, con esa exquisita elegancia heredada de tiempos clásicos cuando la arquitectura era considerada la más señorial de las bellas artes, entre otras cosas porque los arquitectos, a diferencia de los pintores y de los escultores, no se manchan las manos.
Pienso en esto cuando recibo la invitación para la entrega de las medallas del Consejo Superior de Colegios de Arquitectos de España que este año distinguen como urbanistas a Manuel Ribas Piera y Manuel Solà-Morales (a título póstumo) y a Eduardo Mangada, y como arquitectos a Antonio Cruz y Antonio Ortiz. El acto se celebra por segundo año consecutivo en el Senado, la más alta y la más inútil institución española, porque su presidente, Pío García Escudero, es también arquitecto. Un detalle sin duda del senador del PP que, consciente del papel de comparsa de la cámara que preside y a despecho de los que quieren darle otra utilidad más territorial o simplemente cerrarla, opta por abrir sus lujosas salas a celebraciones de este tipo. Los suspicaces que sospechen de estos gestos, por estar dirigidos hacia el maltrecho gremio de su antigua profesión, están soslayando el carácter visionario y regeneracionista de don Pío, porque si en algo somos buenos los españoles es a la hora de celebrar, así que transformar los hermosos edificios de nuestras inútiles instituciones en salones para bodas, bautizos, comuniones y entregas de premios es una gran idea, perfectamente realizable además y en las antípodas de los utópicos planteamientos de las hordas populistas.
La supervisión de los arquitectos y los hijos de los arquitectos
Pero no nos enredemos y zambullámonos en el grueso del pelotón formado por familiares, amigos y gente del mundillo de los galardonados y avancemos hacia el antiguo salón de sesiones, el honorable lugar donde antes de la ampliación se celebraban las deliberaciones senatoriales. Casi trescientas personas nos encontramos allí reunidos, cuánta elegancia a primera vista, a excepción del que esto escribe y de la Excelentísima Ministra de Fomento, todos están elegantísimos, sin exageraciones ornamentales ni reclamos chillones, predominando el negro y el gris como marcan estos tiempos de encogimiento.
Esta mañana ha muerto en Sevilla la duquesa de Alba y al ver las lámparas de araña, el terciopelo de los asientos y los majestuosos cuadros historicistas del XIX celebrando nuestro pasado imperial, católico y uninacional, no puedo dejar de acordarme de ella y de la anormalidad aristocrática de este tipo de decoración más propia de la sordidez del franquismo que de una democracia. Tal día como hoy, hace 39 años, murió el Generalísimo, ¿qué inquietud habría recorrido aquel 20N este edificio? Entonces, en estas estancias de rancio abolengo estaba la sede del Consejo Nacional del Movimiento que, como el actual Senado, era una institución poco o nada decisiva. Las vueltas que da el mundo para estarse quieto, eso dice el himno que escribió García Calvo para la Comunidad de Madrid, y espacios detenidos en el tiempo como este le dan la razón.
Comienza el show y el leitmotiv de las dificultades que atraviesa la profesión no para de repetirse. Los organizadores están muy agradecidos a la casa que los acoge y a don Pío y tras darle abundante y sinceramente las gracias, a él, al Senado y a la ministra por acompañarnos una vez más, se dedican a glosar las tres décadas de historia del más alto galardón que otorga el Consejo. Este año han querido destacar, además de la edificación, el urbanismo y la ordenación del territorio. Joan Busquets es el encargado de la laudatio de los tres arquitectos galardonados por sus aportaciones al urbanismo y a la mejora de nuestras ciudades, habla en su alocución de “saberes prácticos sobre sólidos fundamentos teóricos”, de escuelas y profesores, de pioneros, de paisajismo, de leyes del suelo y de planes generales. Seguidamente la hija, también arquitecto, de Manuel Ribas recoge y agradece en pocas palabras el premio a su padre. A continuación la viuda de Manuel Solà-Morales, elegantísima y con un aire resuelto que recuerda a Diane Keaton, hará lo propio y, al volver a la bancada, entregará a un par de niños la medalla del que fuera su marido, para que no se aburran demasiado en aquel acto al que por obligación familiar se han visto arrastrados.
Por un momento me identifico con esos niños; si yo no fuera hijo de arquitecto probablemente no estaría aquí y como el común de los mortales sentiría hacia la arquitectura una ignorante indiferencia. Nuestras vidas suceden entre paredes y calles y, sin embargo, pese a ser el arte más sólidamente presente en nuestro día a día, la arquitectura no parece interesarle más que a los profesionales y, de una manera incierta, como un idioma del que apenas conocemos un par de palabras para hacernos entender, a sus hijos. Los arquitectos, con más pasión que en otras disciplinas, tienden a juntarse entre ellos y es difícil verlos hablar de algo ajeno a su profesión. Yo, en aras de entenderme con mi padre y ser admitido en el gueto, llevo años intentando en vano comprender los porqués y la verdad de ese arte habitable: la belleza luminosa de la funcionalidad frente al resplandor engañoso de lo decorativo, la fusión que tiene que darse entre la forma y el fondo como en esos calcetines enrollados que tanto fascinaron a Walter Benjamin en su infancia, la acertada proporción y distribución de los elementos al servicio del confort...
Nunca invites a un arquitecto a tu casa
Si invitas a un buen arquitecto a tu casa, le das vino y le pides opinión prepárate para descubrir la mala orientación de la fachada, los problemas acústicos del salón, la mala calidad de los materiales constructivos, el par de tabiques que habría que tirar para aprovechar bien el espacio y la pésima disposición de los sanitarios en el baño. Si te atreves a invitar a un arquitecto a tu casa corres el riesgo de no poder volver a sentarte en el wáter tranquilo; a veces no es necesario ni vino para que desenmascare el espíritu del lugar en el que vives hasta sus mínimos detalles y te lo muestre como lo que es y felizmente tú ignorabas: un espacio lleno de fantasmas. Porque los buenos arquitectos poseen una supervisión que dota a su ojo de virtudes sinestésicas, una capacidad de observación que les permite calibrar con un golpe de vista el tacto de los materiales sin tocarlos y la sensación térmica de un lugar distante, por no hablar de cómo saben escuchar el ritmo musical de los volúmenes en el espacio, esa experiencia mística a la que aludía Schopenhauer al definir la arquitectura como “música congelada”.
Mangada, Madrid y los espacios basura
Eduardo Mangada –del que Joan Busquets ha señalado su compromiso con la realidad y los más desfavorecidos, su destreza, maestría, vitalidad y buen hacer– recoge su medalla y despacha el trámite con un par de frases sobre estudiar y entender la ciudad y con un recuerdo para su compañero Carlos Ferrán y para su maestro Sáenz de Oiza que le enseñaron “el compromiso ético de nuestra profesión con la ciudad”. La voz del que fuera concejal de Urbanismo y primer teniente alcalde con Tierno Galván y más tarde consejero de Ordenación del Territorio, Medio Ambiente y Vivienda con Leguina, se proyecta en el aire y devuelve a la sala por un momento la autoridad senatorial que uno espera encontrar en estos espacios institucionales, rara vez en manos de los más capaces. Mangada se despide mencionado la dedicación de toda una vida de “trabajos y sueños en defensa de la ciudad, es decir, de la democracia”.
Un buen urbanista es aquel que en un embotellamiento no piensa en ampliar los carriles para el tráfico sino en reducirlos y restringirlos para el transporte público en detrimento de los coches privados. Eduardo Mangada es de esos y, si le dejaran, las calles de Madrid que tienen dos carriles se quedarían con uno solo, haciendo del espacio sobrante alamedas arboladas. Como me saben a poco sus palabras, al día siguiente lo llamo y me insiste en que no le gusta que le llamen urbanista, que él es un arquitecto volcado en entender la ciudad como un artefacto construido, un arquitecto dedicado no a regular o planificar, sino a proyectar la ciudad, y que el suyo, como le decía Tierno Galván, es un sentido plástico del urbanismo. Madrid le debe mucho a Mangada, probablemente más de lo que pudo ser que de lo que ha acabado siendo como urbe. Pese a que su paso por el ayuntamiento terminó abruptamente en el 82 –al ser expulsado del partido comunista por Carrillo– Mangada puso en marcha el Plan General de Ordenación Urbana aprobado tres años más tarde, un plan que califica ahora de ideológico y de ruptura frente a una legislación franquista que permitía el destrozo impune del espacio urbano. El lema era recuperar Madrid para la ciudadanía y, más que ampliar, se basaba en dignificar lo que ya existía, desde Vallecas a Villaverde, declarando no urbanizable todo el suelo que separaba la ciudad del resto de municipios madrileños. La memoria del conocido como Plan Mangada decía textualmente “Madrid no crece ni crecerá”, una afirmación que ha pasado a la historia como una sonada equivocación cuando encierra más verdad de la que aparenta: “Madrid en aquellos años estaba perdiendo población y así siguió hasta los noventa y ahora vuelve a perder población. Que prácticamente todo el término municipal esté calificado como urbanizable es una locura; los terrenos que rodean la ciudad y que debían ser rústicos se han llenado de eso que Rem Koolhaas llama espacios basura, esas adherencias adiposas y cancerosas… De lo que se trata, como dijo hace poco Renzo Piano, es de hacer ciudad en la misma ciudad. No manchemos de marrón, como dicen los urbanistas ingleses, las zonas verdes sino al contrario, llenemos el espacio construido de zonas verdes. Con la crisis todos esos terrenos destinados al crecimiento urbano se van a quedar vacantes, o mejor dicho, baldíos, así que habrá que destinarlos a parques o volver a meter tractores y plantar cebada. No se puede pensar la ciudad como un negocio inmobiliario”.
Termino la conversación con él comentando la intervención de la ministra y se despide diciéndome que se ha levantado con mal sabor de boca, arrepentido de haberse prestado a “ese lamentable espectáculo, a esa patochada”.
CRUZ Y ORTIZ Y SU ARQUITECTURA DE AUTOR
La laudatio que lee Moneo celebrando el galardón para Antonio Cruz y Antonio Ortiz se centra en la ampliación del Rijksmuseum de Ámsterdam, un proyecto complejo que ha contado con el reconocimiento internacional y sintetiza el credo de los dos arquitectos sevillanos. Moneo habla del buen uso de las prácticas constructivas de Cruz y Ortiz, la claridad en sus plantas y la seguridad en sus secciones, su precisión lingüística que ni se presta a las convenciones habituales ni se recrean en la sumisión que imponen las modas, recuperando para la arquitectura la característica de monumento simbólico, como puede apreciarse, además de en la compleja ampliación del museo holandés, en obras como la estación de Santa Justa en Sevilla o el estadio de La Peineta en Madrid.
Cruz y Ortiz se conocieron en 1964 en la academia de dibujo donde ambos se preparaban para entrar en la escuela de arquitectura de Sevilla. Ahí, hace 50 años, fue el primer contacto de lo que andando el tiempo sería una de las parejas profesionales más fructíferas y longevas de la arquitectura española. En 1968 se trasladan a Madrid para completar la carrera, deciden compartir piso con otros dos compañeros y trabajan por temporadas en el estudio de uno de sus profesores, Rafael Moneo; de ahí que las palabras de este que todos escuchamos esta tarde con un silencio reverencial tengan el carácter ritual de un círculo que se cierra. Moneo recuerda la trayectoria de ambos cuando deciden asociarse y abrir su propio estudio en Sevilla, en 1971. Su primera obra importante, las viviendas de Doña María Coronel de 1976, constituyen una muestra señera de una nueva generación de arquitectos que aparece por entonces, en la que las periferias dejan de ser marginales y la inquietud de sus miembros les lleva a desarrollar su labor, ganando concursos, más allá de nuestras fronteras. La estación de ferrocarril de Basilea, el pabellón de España en Hannover, el puente de Maastricht, son algunos ejemplos singulares de éxito internacional de Cruz y Ortiz, quienes también dedican parte de su tiempo a impartir clases en Holanda, en Zúrich, en Pamplona y en Sevilla. “Un espejo en el que mirarnos en estos momentos”, concluye Moneo.
Los arquitectos sevillanos recogen su medalla y Antonio Cruz lee el discurso de agradecimiento haciendo un recorrido de su trayectoria conjunta en relación al desarrollo histórico de España: “Nuestra generación tuvo la fortuna de encontrarse en una posición privilegiada. Cuando llega la democracia, todo estaba por hacer, la carencia de servicios públicos en el país era altísima. Así recibimos encargos y ganamos concursos importantes a una edad en la que los arquitectos de hoy aún no han podido siquiera comenzar su práctica independiente”. Muy interesante resulta el repaso de las modas que han visto desfilar sucesivamente en estos 43 años de dedicación profesional: “La obsesión por el futuro y sus metáforas formales; la arquitectura como instrumento de redención social; el retorno a la historia y como consecuencia al idealismo de ver la realidad construida reducida a tipos; la descomposición o el fraccionamiento de las formas como supuesto reflejo de la fragmentación social o, más recientemente, la preocupación medioambiental elevada a categoría casi única de valoración de lo que se construye.” Un repaso que termina en la reivindicación de “una cierta distancia” hacia cualquier tendencia y “un sano eclecticismo” para enfrentarse a una profesión que en las últimas décadas se ha tecnificado notablemente y en la que el arquitecto corre el riesgo de perder el control del proceso constructivo por el protagonismo de otros técnicos.
Cruz y Ortiz son un buen ejemplo de lo que llaman arquitectura de autor, con unas señas de identidad singulares y un control férreo de sus labores. Siguen viviendo y trabajando en Sevilla, aunque a raíz de ganar el concurso para la ampliación del Rijksmuseum abrieron estudio en Ámsterdam para atender a ese y otros proyectos que fueron consiguiendo las más de las veces a través de concursos ganados honradamente. Han llegado a tener 35 empleados a su cargo, muchos si tenemos en mente al arquitecto artesano pero pocos si pensamos en los grandes estudios, donde la autoría se diluye y la arquitectura se disparata o estandariza, en ocasiones, tras un nombre de relumbrón convertido en marca por mor del beneficio.
Ana Pastor, la pica en Flandes, los fastos del 92 y el tapis roulant de Santa Justa
Ha llegado la hora del discurso de Ana Pastor. Su voz parece convincente pese a que lo que sale por su boca es un despropósito: empieza diciendo que el posmodernismo permitió recuperar el ingenio y que este es la capacidad de sorprender, algo que la arquitectura no debe de olvidar nunca, explicación que a continuación le sirve para pedirle a los premiados que sigan como hasta ahora sorprendiéndonos cada día. A Cruz y Ortiz les agradece con orgullo patriótico su labor en el Rijksmuseum. Cada vez que un español llega a Ámsterdam se da cuenta de quienes son los arquitectos españoles antes de pedir que como ministra de Fomento le dejen detenerse en la obra de la estación de Santa Justa: Un ejemplo de modernidad y de servicio al transporte público de este país.
Tanta obsesión con la Transición y el bautismo de esto que se está acabando como el “Régimen del 78” hace que pase desapercibido el verdadero momento fundacional de esta España nuestra que no fue otro que los fastos del 92. Ahí fue donde aprendimos lo que era un pelotazo y donde las corruptelas de todo tipo afianzaron los cimientos de un país de nuevos ricos que se creía moderno y más europeo que nadie. De la fragilidad de aquella ilusión basta dar un dato: Santiago Calatrava era entonces el arquitecto de moda. En Sevilla nos sentíamos importantísimos, mundialmente reconocidos, con la Exposición Universal y con la llegada del AVE, pero después del derroche del 92 llegó el 93 y la crisis puso las cosas en su sitio y la Isla de la Cartuja se llenó de jaramagos y aquellos flamantes pabellones se quedaron como farolillos de feria mojados por la lluvia. Un desastre del que se salvaron pocas cosas, entre ellas la estación de Santa Justa, asumida como una seña de identidad por los propios sevillanos, a pesar de que algunos dijeran que era igualita que una gorra de plato.
Recuerdo sobre Santa Justa una anécdota que refleja muy bien cómo se hacían y se siguen haciendo las cosas en este país. Ya comenzadas las obras obligaron a los arquitectos a sustituir las escaleras mecánicas por cintas transportadoras de la marca Thyssen Boetticher, un cambio absurdo por resultar mucho más caro, más incómodo y menos eficaz en el desalojo de pasajeros, y una imposición inexplicable desde el punto de vista arquitectónico pues la menor inclinación del tapis roulant ocupa más espacio, lo que significó para disgusto de Cruz y Ortiz tener que retrasar la parada de los trenes respecto del lugar previsto y perder 50 metros de andenes cubiertos, distancia que el viajero tiene que recorrer a pie. Al parecer, según rumores no confirmados, aquel cambio chapucero de última hora vino por los acuerdos bajo cuerda que se habían firmado con los barones Thyssen para la cesión de su colección de arte. Eso se decía entonces y eso explicaría la proliferación de cintas transportadoras, ascensores y escaleras mecánicas de la empresa Thyssen Boetticher en tantas obras públicas que se construyeron entonces. Rumores de los que seguro ha oído algo Ana Pastor, como titular de Fomento que es, aunque del partido que estaba en esos años en la oposición.
Funcionalidad en lugar de espectáculo
Yo no sé si aún queda dinero para seguir fomentando estos despropósitos, pero lo que resulta escandaloso por hipócrita en el discurso de la ministra es que asuma el reto de garantizar que todos los españoles tengan acceso a la vivienda, ¿qué ha hecho la ministra, qué está haciendo el gobierno de su partido en este sentido? Lo que más me sorprende de los políticos es su capacidad para mentir con convicción, la doblez moral que les permite adecuar su discurso no a los hechos sino a la audiencia que los escucha. Una adecuación chapucera en muchos casos, como en el del discurso de la ministra, donde además de hablar sin sonrojo de viviendas para todos da las gracias por extenso a Moneo como si fuera él el galardonado. Tanto es así que Eduardo Mangada al término del acto se acerca a su amigo Moneo y le espeta zumbón: “Coño, Rafa, parece que la Pantoja y tú sois la marca España; ten cuidado, no te vayan a meter en la cárcel”.
Las palabras que dieron por finalizado el evento correspondieron a don Pio García Escudero que se puso a citar Las ciudades invisibles de Calvino y a reforzar una idea que ya había esbozado la ministra, la del necesario triunfo en la arquitectura de la funcionalidad frente al espectáculo. Receta sin duda ajustada al momento de tiesura que vivimos que ya podían haber seguido ellos en los años de bonanza con encargos menos faraónicos. Funcionalidad en lugar de espectáculo, un consejo que debían de aplicarse ellos y acabar así de una vez por todas con tanta interesada y grandilocuente falsedad. Los arquitectos, para bien y para mal, ya no son lo que eran. Tengo mis dudas en cambio acerca de que los políticos dejen algún día de ser lo que son.
El sarao terminó con un exquisito catering en la sala de los pasos perdidos.
Imágenes:
Portada: Plano de Madrid del Plan General de Ordenación Urbana de 1997
Fotos del acto de entrega en el senado: Instantánea&Tomaprimera
Fotos de la estación de Santa Justa tomadas de www.cruzyortiz.com
¿Qué fue de los arquitectos?
Los padres ya no quieren que sus hijos sean arquitectos, los juegos de construcciones y los lápices han sido desplazados por los videojuegos y sólo algún desaprensivo querría que su vástago se dedicara al hasta hace un lustro oficio de moda. Y no es cosa de padres sobreprotectores, ahora le preguntas a cualquier adolescente y te dice que ni loco, que no quiere ser arquitecto porque eso de trabajar de camarero es muy sufrido.
Antes de tener que llenar la despensa sirviendo copas mis amigos arquitectos vestían de negro Armani, proyectaban viviendas destinadas más que a ser vividas a ser publicadas en las coloridas revistas del ramo y soñaban con levantar edificios de titanio a un paso del despegue. Algunos de ellos siguen insistiendo, pero da como un poco de pena comparar los sueños que tuvieron ayer y verlos hoy entretenidos diseñando mobiliario y construyéndolo ellos mismos con cajas de frutas y palés de madera que han sacado de una obra vecina. Días aquellos en que los arquitectos surfeaban la ola de furor constructivo sin despeinarse, cuando flotaban con brillo irisado sobre la burbuja inmobiliaria del milagro español, con esa exquisita elegancia heredada de tiempos clásicos cuando la arquitectura era considerada la más señorial de las bellas artes, entre otras cosas porque los arquitectos, a diferencia de los pintores y de los escultores, no se manchan las manos.
Pienso en esto cuando recibo la invitación para la entrega de las medallas del Consejo Superior de Colegios de Arquitectos de España que este año distinguen como urbanistas a Manuel Ribas Piera y Manuel Solà-Morales (a título póstumo) y a Eduardo Mangada, y como arquitectos a Antonio Cruz y Antonio Ortiz. El acto se celebra por segundo año consecutivo en el Senado, la más alta y la más inútil institución española, porque su presidente, Pío García Escudero, es también arquitecto. Un detalle sin duda del senador del PP que, consciente del papel de comparsa de la cámara que preside y a despecho de los que quieren darle otra utilidad más territorial o simplemente cerrarla, opta por abrir sus lujosas salas a celebraciones de este tipo. Los suspicaces que sospechen de estos gestos, por estar dirigidos hacia el maltrecho gremio de su antigua profesión, están soslayando el carácter visionario y regeneracionista de don Pío, porque si en algo somos buenos los españoles es a la hora de celebrar, así que transformar los hermosos edificios de nuestras inútiles instituciones en salones para bodas, bautizos, comuniones y entregas de premios es una gran idea, perfectamente realizable además y en las antípodas de los utópicos planteamientos de las hordas populistas.
La supervisión de los arquitectos y los hijos de los arquitectos
Pero no nos enredemos y zambullámonos en el grueso del pelotón formado por familiares, amigos y gente del mundillo de los galardonados y avancemos hacia el antiguo salón de sesiones, el honorable lugar donde antes de la ampliación se celebraban las deliberaciones senatoriales. Casi trescientas personas nos encontramos allí reunidos, cuánta elegancia a primera vista, a excepción del que esto escribe y de la Excelentísima Ministra de Fomento, todos están elegantísimos, sin exageraciones ornamentales ni reclamos chillones, predominando el negro y el gris como marcan estos tiempos de encogimiento.
Esta mañana ha muerto en Sevilla la duquesa de Alba y al ver las lámparas de araña, el terciopelo de los asientos y los majestuosos cuadros historicistas del XIX celebrando nuestro pasado imperial, católico y uninacional, no puedo dejar de acordarme de ella y de la anormalidad aristocrática de este tipo de decoración más propia de la sordidez del franquismo que de una democracia. Tal día como hoy, hace 39 años, murió el Generalísimo, ¿qué inquietud habría recorrido aquel 20N este edificio? Entonces, en estas estancias de rancio abolengo estaba la sede del Consejo Nacional del Movimiento que, como el actual Senado, era una institución poco o nada decisiva. Las vueltas que da el mundo para estarse quieto, eso dice el himno que escribió García Calvo para la Comunidad de Madrid, y espacios detenidos en el tiempo como este le dan la razón.
Comienza el show y el leitmotiv de las dificultades que atraviesa la profesión no para de repetirse. Los organizadores están muy agradecidos a la casa que los acoge y a don Pío y tras darle abundante y sinceramente las gracias, a él, al Senado y a la ministra por acompañarnos una vez más, se dedican a glosar las tres décadas de historia del más alto galardón que otorga el Consejo. Este año han querido destacar, además de la edificación, el urbanismo y la ordenación del territorio. Joan Busquets es el encargado de la laudatio de los tres arquitectos galardonados por sus aportaciones al urbanismo y a la mejora de nuestras ciudades, habla en su alocución de “saberes prácticos sobre sólidos fundamentos teóricos”, de escuelas y profesores, de pioneros, de paisajismo, de leyes del suelo y de planes generales. Seguidamente la hija, también arquitecto, de Manuel Ribas recoge y agradece en pocas palabras el premio a su padre. A continuación la viuda de Manuel Solà-Morales, elegantísima y con un aire resuelto que recuerda a Diane Keaton, hará lo propio y, al volver a la bancada, entregará a un par de niños la medalla del que fuera su marido, para que no se aburran demasiado en aquel acto al que por obligación familiar se han visto arrastrados.
Por un momento me identifico con esos niños; si yo no fuera hijo de arquitecto probablemente no estaría aquí y como el común de los mortales sentiría hacia la arquitectura una ignorante indiferencia. Nuestras vidas suceden entre paredes y calles y, sin embargo, pese a ser el arte más sólidamente presente en nuestro día a día, la arquitectura no parece interesarle más que a los profesionales y, de una manera incierta, como un idioma del que apenas conocemos un par de palabras para hacernos entender, a sus hijos. Los arquitectos, con más pasión que en otras disciplinas, tienden a juntarse entre ellos y es difícil verlos hablar de algo ajeno a su profesión. Yo, en aras de entenderme con mi padre y ser admitido en el gueto, llevo años intentando en vano comprender los porqués y la verdad de ese arte habitable: la belleza luminosa de la funcionalidad frente al resplandor engañoso de lo decorativo, la fusión que tiene que darse entre la forma y el fondo como en esos calcetines enrollados que tanto fascinaron a Walter Benjamin en su infancia, la acertada proporción y distribución de los elementos al servicio del confort...
Nunca invites a un arquitecto a tu casa
Si invitas a un buen arquitecto a tu casa, le das vino y le pides opinión prepárate para descubrir la mala orientación de la fachada, los problemas acústicos del salón, la mala calidad de los materiales constructivos, el par de tabiques que habría que tirar para aprovechar bien el espacio y la pésima disposición de los sanitarios en el baño. Si te atreves a invitar a un arquitecto a tu casa corres el riesgo de no poder volver a sentarte en el wáter tranquilo; a veces no es necesario ni vino para que desenmascare el espíritu del lugar en el que vives hasta sus mínimos detalles y te lo muestre como lo que es y felizmente tú ignorabas: un espacio lleno de fantasmas. Porque los buenos arquitectos poseen una supervisión que dota a su ojo de virtudes sinestésicas, una capacidad de observación que les permite calibrar con un golpe de vista el tacto de los materiales sin tocarlos y la sensación térmica de un lugar distante, por no hablar de cómo saben escuchar el ritmo musical de los volúmenes en el espacio, esa experiencia mística a la que aludía Schopenhauer al definir la arquitectura como “música congelada”.
Mangada, Madrid y los espacios basura
Eduardo Mangada –del que Joan Busquets ha señalado su compromiso con la realidad y los más desfavorecidos, su destreza, maestría, vitalidad y buen hacer– recoge su medalla y despacha el trámite con un par de frases sobre estudiar y entender la ciudad y con un recuerdo para su compañero Carlos Ferrán y para su maestro Sáenz de Oiza que le enseñaron “el compromiso ético de nuestra profesión con la ciudad”. La voz del que fuera concejal de Urbanismo y primer teniente alcalde con Tierno Galván y más tarde consejero de Ordenación del Territorio, Medio Ambiente y Vivienda con Leguina, se proyecta en el aire y devuelve a la sala por un momento la autoridad senatorial que uno espera encontrar en estos espacios institucionales, rara vez en manos de los más capaces. Mangada se despide mencionado la dedicación de toda una vida de “trabajos y sueños en defensa de la ciudad, es decir, de la democracia”.
Un buen urbanista es aquel que en un embotellamiento no piensa en ampliar los carriles para el tráfico sino en reducirlos y restringirlos para el transporte público en detrimento de los coches privados. Eduardo Mangada es de esos y, si le dejaran, las calles de Madrid que tienen dos carriles se quedarían con uno solo, haciendo del espacio sobrante alamedas arboladas. Como me saben a poco sus palabras, al día siguiente lo llamo y me insiste en que no le gusta que le llamen urbanista, que él es un arquitecto volcado en entender la ciudad como un artefacto construido, un arquitecto dedicado no a regular o planificar, sino a proyectar la ciudad, y que el suyo, como le decía Tierno Galván, es un sentido plástico del urbanismo. Madrid le debe mucho a Mangada, probablemente más de lo que pudo ser que de lo que ha acabado siendo como urbe. Pese a que su paso por el ayuntamiento terminó abruptamente en el 82 –al ser expulsado del partido comunista por Carrillo– Mangada puso en marcha el Plan General de Ordenación Urbana aprobado tres años más tarde, un plan que califica ahora de ideológico y de ruptura frente a una legislación franquista que permitía el destrozo impune del espacio urbano. El lema era recuperar Madrid para la ciudadanía y, más que ampliar, se basaba en dignificar lo que ya existía, desde Vallecas a Villaverde, declarando no urbanizable todo el suelo que separaba la ciudad del resto de municipios madrileños. La memoria del conocido como Plan Mangada decía textualmente “Madrid no crece ni crecerá”, una afirmación que ha pasado a la historia como una sonada equivocación cuando encierra más verdad de la que aparenta: “Madrid en aquellos años estaba perdiendo población y así siguió hasta los noventa y ahora vuelve a perder población. Que prácticamente todo el término municipal esté calificado como urbanizable es una locura; los terrenos que rodean la ciudad y que debían ser rústicos se han llenado de eso que Rem Koolhaas llama espacios basura, esas adherencias adiposas y cancerosas… De lo que se trata, como dijo hace poco Renzo Piano, es de hacer ciudad en la misma ciudad. No manchemos de marrón, como dicen los urbanistas ingleses, las zonas verdes sino al contrario, llenemos el espacio construido de zonas verdes. Con la crisis todos esos terrenos destinados al crecimiento urbano se van a quedar vacantes, o mejor dicho, baldíos, así que habrá que destinarlos a parques o volver a meter tractores y plantar cebada. No se puede pensar la ciudad como un negocio inmobiliario”.
Termino la conversación con él comentando la intervención de la ministra y se despide diciéndome que se ha levantado con mal sabor de boca, arrepentido de haberse prestado a “ese lamentable espectáculo, a esa patochada”.
CRUZ Y ORTIZ Y SU ARQUITECTURA DE AUTOR
La laudatio que lee Moneo celebrando el galardón para Antonio Cruz y Antonio Ortiz se centra en la ampliación del Rijksmuseum de Ámsterdam, un proyecto complejo que ha contado con el reconocimiento internacional y sintetiza el credo de los dos arquitectos sevillanos. Moneo habla del buen uso de las prácticas constructivas de Cruz y Ortiz, la claridad en sus plantas y la seguridad en sus secciones, su precisión lingüística que ni se presta a las convenciones habituales ni se recrean en la sumisión que imponen las modas, recuperando para la arquitectura la característica de monumento simbólico, como puede apreciarse, además de en la compleja ampliación del museo holandés, en obras como la estación de Santa Justa en Sevilla o el estadio de La Peineta en Madrid.
Cruz y Ortiz se conocieron en 1964 en la academia de dibujo donde ambos se preparaban para entrar en la escuela de arquitectura de Sevilla. Ahí, hace 50 años, fue el primer contacto de lo que andando el tiempo sería una de las parejas profesionales más fructíferas y longevas de la arquitectura española. En 1968 se trasladan a Madrid para completar la carrera, deciden compartir piso con otros dos compañeros y trabajan por temporadas en el estudio de uno de sus profesores, Rafael Moneo; de ahí que las palabras de este que todos escuchamos esta tarde con un silencio reverencial tengan el carácter ritual de un círculo que se cierra. Moneo recuerda la trayectoria de ambos cuando deciden asociarse y abrir su propio estudio en Sevilla, en 1971. Su primera obra importante, las viviendas de Doña María Coronel de 1976, constituyen una muestra señera de una nueva generación de arquitectos que aparece por entonces, en la que las periferias dejan de ser marginales y la inquietud de sus miembros les lleva a desarrollar su labor, ganando concursos, más allá de nuestras fronteras. La estación de ferrocarril de Basilea, el pabellón de España en Hannover, el puente de Maastricht, son algunos ejemplos singulares de éxito internacional de Cruz y Ortiz, quienes también dedican parte de su tiempo a impartir clases en Holanda, en Zúrich, en Pamplona y en Sevilla. “Un espejo en el que mirarnos en estos momentos”, concluye Moneo.
Los arquitectos sevillanos recogen su medalla y Antonio Cruz lee el discurso de agradecimiento haciendo un recorrido de su trayectoria conjunta en relación al desarrollo histórico de España: “Nuestra generación tuvo la fortuna de encontrarse en una posición privilegiada. Cuando llega la democracia, todo estaba por hacer, la carencia de servicios públicos en el país era altísima. Así recibimos encargos y ganamos concursos importantes a una edad en la que los arquitectos de hoy aún no han podido siquiera comenzar su práctica independiente”. Muy interesante resulta el repaso de las modas que han visto desfilar sucesivamente en estos 43 años de dedicación profesional: “La obsesión por el futuro y sus metáforas formales; la arquitectura como instrumento de redención social; el retorno a la historia y como consecuencia al idealismo de ver la realidad construida reducida a tipos; la descomposición o el fraccionamiento de las formas como supuesto reflejo de la fragmentación social o, más recientemente, la preocupación medioambiental elevada a categoría casi única de valoración de lo que se construye.” Un repaso que termina en la reivindicación de “una cierta distancia” hacia cualquier tendencia y “un sano eclecticismo” para enfrentarse a una profesión que en las últimas décadas se ha tecnificado notablemente y en la que el arquitecto corre el riesgo de perder el control del proceso constructivo por el protagonismo de otros técnicos.
Cruz y Ortiz son un buen ejemplo de lo que llaman arquitectura de autor, con unas señas de identidad singulares y un control férreo de sus labores. Siguen viviendo y trabajando en Sevilla, aunque a raíz de ganar el concurso para la ampliación del Rijksmuseum abrieron estudio en Ámsterdam para atender a ese y otros proyectos que fueron consiguiendo las más de las veces a través de concursos ganados honradamente. Han llegado a tener 35 empleados a su cargo, muchos si tenemos en mente al arquitecto artesano pero pocos si pensamos en los grandes estudios, donde la autoría se diluye y la arquitectura se disparata o estandariza, en ocasiones, tras un nombre de relumbrón convertido en marca por mor del beneficio.
Ana Pastor, la pica en Flandes, los fastos del 92 y el tapis roulant de Santa Justa
Ha llegado la hora del discurso de Ana Pastor. Su voz parece convincente pese a que lo que sale por su boca es un despropósito: empieza diciendo que el posmodernismo permitió recuperar el ingenio y que este es la capacidad de sorprender, algo que la arquitectura no debe de olvidar nunca, explicación que a continuación le sirve para pedirle a los premiados que sigan como hasta ahora sorprendiéndonos cada día. A Cruz y Ortiz les agradece con orgullo patriótico su labor en el Rijksmuseum. Cada vez que un español llega a Ámsterdam se da cuenta de quienes son los arquitectos españoles antes de pedir que como ministra de Fomento le dejen detenerse en la obra de la estación de Santa Justa: Un ejemplo de modernidad y de servicio al transporte público de este país.
Tanta obsesión con la Transición y el bautismo de esto que se está acabando como el “Régimen del 78” hace que pase desapercibido el verdadero momento fundacional de esta España nuestra que no fue otro que los fastos del 92. Ahí fue donde aprendimos lo que era un pelotazo y donde las corruptelas de todo tipo afianzaron los cimientos de un país de nuevos ricos que se creía moderno y más europeo que nadie. De la fragilidad de aquella ilusión basta dar un dato: Santiago Calatrava era entonces el arquitecto de moda. En Sevilla nos sentíamos importantísimos, mundialmente reconocidos, con la Exposición Universal y con la llegada del AVE, pero después del derroche del 92 llegó el 93 y la crisis puso las cosas en su sitio y la Isla de la Cartuja se llenó de jaramagos y aquellos flamantes pabellones se quedaron como farolillos de feria mojados por la lluvia. Un desastre del que se salvaron pocas cosas, entre ellas la estación de Santa Justa, asumida como una seña de identidad por los propios sevillanos, a pesar de que algunos dijeran que era igualita que una gorra de plato.
Recuerdo sobre Santa Justa una anécdota que refleja muy bien cómo se hacían y se siguen haciendo las cosas en este país. Ya comenzadas las obras obligaron a los arquitectos a sustituir las escaleras mecánicas por cintas transportadoras de la marca Thyssen Boetticher, un cambio absurdo por resultar mucho más caro, más incómodo y menos eficaz en el desalojo de pasajeros, y una imposición inexplicable desde el punto de vista arquitectónico pues la menor inclinación del tapis roulant ocupa más espacio, lo que significó para disgusto de Cruz y Ortiz tener que retrasar la parada de los trenes respecto del lugar previsto y perder 50 metros de andenes cubiertos, distancia que el viajero tiene que recorrer a pie. Al parecer, según rumores no confirmados, aquel cambio chapucero de última hora vino por los acuerdos bajo cuerda que se habían firmado con los barones Thyssen para la cesión de su colección de arte. Eso se decía entonces y eso explicaría la proliferación de cintas transportadoras, ascensores y escaleras mecánicas de la empresa Thyssen Boetticher en tantas obras públicas que se construyeron entonces. Rumores de los que seguro ha oído algo Ana Pastor, como titular de Fomento que es, aunque del partido que estaba en esos años en la oposición.
Funcionalidad en lugar de espectáculo
Yo no sé si aún queda dinero para seguir fomentando estos despropósitos, pero lo que resulta escandaloso por hipócrita en el discurso de la ministra es que asuma el reto de garantizar que todos los españoles tengan acceso a la vivienda, ¿qué ha hecho la ministra, qué está haciendo el gobierno de su partido en este sentido? Lo que más me sorprende de los políticos es su capacidad para mentir con convicción, la doblez moral que les permite adecuar su discurso no a los hechos sino a la audiencia que los escucha. Una adecuación chapucera en muchos casos, como en el del discurso de la ministra, donde además de hablar sin sonrojo de viviendas para todos da las gracias por extenso a Moneo como si fuera él el galardonado. Tanto es así que Eduardo Mangada al término del acto se acerca a su amigo Moneo y le espeta zumbón: “Coño, Rafa, parece que la Pantoja y tú sois la marca España; ten cuidado, no te vayan a meter en la cárcel”.
Las palabras que dieron por finalizado el evento correspondieron a don Pio García Escudero que se puso a citar Las ciudades invisibles de Calvino y a reforzar una idea que ya había esbozado la ministra, la del necesario triunfo en la arquitectura de la funcionalidad frente al espectáculo. Receta sin duda ajustada al momento de tiesura que vivimos que ya podían haber seguido ellos en los años de bonanza con encargos menos faraónicos. Funcionalidad en lugar de espectáculo, un consejo que debían de aplicarse ellos y acabar así de una vez por todas con tanta interesada y grandilocuente falsedad. Los arquitectos, para bien y para mal, ya no son lo que eran. Tengo mis dudas en cambio acerca de que los políticos dejen algún día de ser lo que son.
El sarao terminó con un exquisito catering en la sala de los pasos perdidos.
Imágenes:
Portada: Plano de Madrid del Plan General de Ordenación Urbana de 1997
Fotos del acto de entrega en el senado: Instantánea&Tomaprimera
Fotos de la estación de Santa Justa tomadas de www.cruzyortiz.com