Contenido
Yihadismo: “La guerra es un engaño”
Indagaciones sobre la teoría moral detrás de la ‘guerra santa’
El terrorismo por motivos religiosos ha existido desde siempre. En la Roma del siglo I estaban los sicarii judíos, famosos por las dagas (sicae) con las que ejecutaban a sus víctimas, normalmente judíos helenizados a los que consideraban colaboradores del dominio romano. Entre los siglos XI y XIII existieron los hashshashin de la rama ismaelita del chiísmo que asesinó a gobernantes musulmanes y cruzados hasta que fueron aplastados por los mongoles. Los thugees se infiltraban en caravanas de viajeros para estrangularlos en sacrificio a la diosa Kali, aunque se sospecha que su principal motivación era el robo, hasta que fueron eliminados por la administración británica de la India a comienzos del siglo XIX.
No obstante, la forma más emblemática de terrorismo religioso de nuestro tiempo es el yihadismo. Como es habitual en la jurisprudencia islámica, los teóricos de cabecera del salafismo y del ismailismo radicales argumentan citando como autoridad y precedente pasajes del Corán, los hadices y la tradición de los ulemas, en este orden de importancia. Como es sabido, el Corán distingue entre una yihad mayor entendida como una lucha moral interior y una yihad menor entendida como el derecho y hasta cierto punto el deber de combatir a los infieles, ya sean estos politeistas que niegan la unicidad de Dios (tawhid) o monoteístas que lo “asocian” con otras deidades, como según los musulmanes lo hacen los cristianos con la Santísima Trinidad, tal y como lo estipula la llamada “aleya de la espada”: “Y cuando hayan pasado los meses inviolables, matad a los asociadores donde quiera que los halléis. Capturadlos, sitiadlos y tendedles toda clase de emboscadas; pero si se retractan, establecen la oración (salat) y la limosna (zakat), dejad que sigan su camino.”
Una de las cosas que se suele echar en cara a los muyahidín es su hipocresía al pretender imponer sobre los demás una sharia que ellos mismo no son capaces de aplicarse (los casos de muyahidín alcohólicos y comecerdo son bien conocidos) pero una cosa que se suele ignorar en estas acusaciones es el permiso que concede la tradición islámica sobre diversas formas de engaño. En los hadices de al-Bujari Mahoma se justifica por haber asesinado a traición al judío desarmado Usayr ibn Zarim diciendo que “la guerra es un engaño” (makara), en el sentido en el que el Corán dice que Alá es “el mejor de los estafadores” (su voluntad es inescrutable) y que “Alá no te impondrá una culpa por aquello de inintencionado que haya en tus juramentos sino por aquello que se haya ganado tu corazón”. De ahí que haya toda una rama de la jurisprudencia islámica ocupada sobre los casos legítimos de engaño (hiyal) dentro de los cales caen el ocultamiento de las intenciones o de las opiniones (kitman), el ocultamiento de la identidad religiosa musulmana (taqiyya), los dobles sentidos verbales (tawriya), la flexibilidad a la hora de aplicar los principios islámicos (muruna) y la mentira en los casos excepcionales de la guerra, el matrimonio y para reconciliar al pueblo.
Pese a que el Corán prohíbe el suicidio, la inmolación kamikaze se ha convertido en una de las señas de identidad del yihadismo desde el fenómeno de los niños bomba chiítas que buscaban emular el martirio de Husein ibn Alí durante la guerra irano-iraquí. Aquí los muyahidín se remiten al precedente del joven que en los hadices de Múslim es condenado a muerte por un rey que no está dispuesto a reconocer ninguna autoridad superior a sí mismo. La intervención milagrosa de Alá impide dos veces la ejecución hasta que el rey accede a ejecutar al joven públicamente tal y como él se lo reclama: disparándole una flecha “en el nombre de Alá, Señor de la juventud”. La multitud expectante rompe a aclamar a Alá mientras el rey manda encender una hoguera y que salten a ella los que no vayan a renunciar a su religión. Al momento se presenta una madre decidida con su recién nacido.
Esta historia resume a la perfección la indistinción moral entre acciones y omisiones en la que se mueve la teoría moral yihadista: tan legítimo es el martirio causado por uno mismo (la madre) como el permitido o el mandado a otros sobre uno mismo (el joven) siempre y cuando ello resulte beneficioso para la umma. En palabras del shafi’ita Ibn Hajar al-Asqalani: “Sobre la cuestión de que uno solo hombre se enfrente a muchos enemigos, hay un acuerdo colectivo de que si acomete tal iniciativa para acrecentar su coraje, pensando que de este modo aterrará a sus enemigos o envalentonará a los musulmanes contra ellos o algo de similar efecto, entonces está bien. Pero si lo hace por pura temeridad, entonces está prohibido”.
Sobre la legitimidad de asesinar inocentes, la tradición islámica prohíbe explícitamente la muerte de los varones musulmanes y de las mujeres y niños con independencia de su religión, pero incluso sobre este punto hay casos muy controvertidos como el cerco de Constantinopla, en el que los bizantinos mandaban a los presos musulmanes a recoger agua fuera de las murallas rompiendo de este modo el corte de suministros a sabiendas de que los turcos no se atreverían a disparar sobre sus correligionarios. Y ello a pesar de que el malikita cordobés al-Quturbi ya había establecido en el siglo XIII un protocolo claro de intervención en estos casos: “Está permitido matar al escudo humano sin que haya desacuerdo (Alá lo quiera) si la ventaja obtenida es imperativa, universal y cierta. “Imperativa” significa que no se puede alcanzar a los infieles sin matar al escudo humano; “universal” significa que la ventaja obtenida al matar el escudo humano beneficia a todos los musulmanes (porque, en caso de dejar en paz a los infieles, estos podrían destruir por completo la umma); y “cierta” significa que el beneficio ganado al matar al escudo humano es definitivo.” En cuanto a los niños y las mujeres, el propio Mahoma asedió la ciudad de Taif con catapultas presuponiendo alguna versión de la doctrina del doble efecto posteriormente desarrollada por Santo Tomás según la cual bombardear durante una yihad es legítimo siempre y cuando el blanco sean los varones (culpables por infieles) y las mujeres y niños muertos sean daños colaterales no intencionados.
Yihadismo: “La guerra es un engaño”
El terrorismo por motivos religiosos ha existido desde siempre. En la Roma del siglo I estaban los sicarii judíos, famosos por las dagas (sicae) con las que ejecutaban a sus víctimas, normalmente judíos helenizados a los que consideraban colaboradores del dominio romano. Entre los siglos XI y XIII existieron los hashshashin de la rama ismaelita del chiísmo que asesinó a gobernantes musulmanes y cruzados hasta que fueron aplastados por los mongoles. Los thugees se infiltraban en caravanas de viajeros para estrangularlos en sacrificio a la diosa Kali, aunque se sospecha que su principal motivación era el robo, hasta que fueron eliminados por la administración británica de la India a comienzos del siglo XIX.
No obstante, la forma más emblemática de terrorismo religioso de nuestro tiempo es el yihadismo. Como es habitual en la jurisprudencia islámica, los teóricos de cabecera del salafismo y del ismailismo radicales argumentan citando como autoridad y precedente pasajes del Corán, los hadices y la tradición de los ulemas, en este orden de importancia. Como es sabido, el Corán distingue entre una yihad mayor entendida como una lucha moral interior y una yihad menor entendida como el derecho y hasta cierto punto el deber de combatir a los infieles, ya sean estos politeistas que niegan la unicidad de Dios (tawhid) o monoteístas que lo “asocian” con otras deidades, como según los musulmanes lo hacen los cristianos con la Santísima Trinidad, tal y como lo estipula la llamada “aleya de la espada”: “Y cuando hayan pasado los meses inviolables, matad a los asociadores donde quiera que los halléis. Capturadlos, sitiadlos y tendedles toda clase de emboscadas; pero si se retractan, establecen la oración (salat) y la limosna (zakat), dejad que sigan su camino.”
Una de las cosas que se suele echar en cara a los muyahidín es su hipocresía al pretender imponer sobre los demás una sharia que ellos mismo no son capaces de aplicarse (los casos de muyahidín alcohólicos y comecerdo son bien conocidos) pero una cosa que se suele ignorar en estas acusaciones es el permiso que concede la tradición islámica sobre diversas formas de engaño. En los hadices de al-Bujari Mahoma se justifica por haber asesinado a traición al judío desarmado Usayr ibn Zarim diciendo que “la guerra es un engaño” (makara), en el sentido en el que el Corán dice que Alá es “el mejor de los estafadores” (su voluntad es inescrutable) y que “Alá no te impondrá una culpa por aquello de inintencionado que haya en tus juramentos sino por aquello que se haya ganado tu corazón”. De ahí que haya toda una rama de la jurisprudencia islámica ocupada sobre los casos legítimos de engaño (hiyal) dentro de los cales caen el ocultamiento de las intenciones o de las opiniones (kitman), el ocultamiento de la identidad religiosa musulmana (taqiyya), los dobles sentidos verbales (tawriya), la flexibilidad a la hora de aplicar los principios islámicos (muruna) y la mentira en los casos excepcionales de la guerra, el matrimonio y para reconciliar al pueblo.
Pese a que el Corán prohíbe el suicidio, la inmolación kamikaze se ha convertido en una de las señas de identidad del yihadismo desde el fenómeno de los niños bomba chiítas que buscaban emular el martirio de Husein ibn Alí durante la guerra irano-iraquí. Aquí los muyahidín se remiten al precedente del joven que en los hadices de Múslim es condenado a muerte por un rey que no está dispuesto a reconocer ninguna autoridad superior a sí mismo. La intervención milagrosa de Alá impide dos veces la ejecución hasta que el rey accede a ejecutar al joven públicamente tal y como él se lo reclama: disparándole una flecha “en el nombre de Alá, Señor de la juventud”. La multitud expectante rompe a aclamar a Alá mientras el rey manda encender una hoguera y que salten a ella los que no vayan a renunciar a su religión. Al momento se presenta una madre decidida con su recién nacido.
Esta historia resume a la perfección la indistinción moral entre acciones y omisiones en la que se mueve la teoría moral yihadista: tan legítimo es el martirio causado por uno mismo (la madre) como el permitido o el mandado a otros sobre uno mismo (el joven) siempre y cuando ello resulte beneficioso para la umma. En palabras del shafi’ita Ibn Hajar al-Asqalani: “Sobre la cuestión de que uno solo hombre se enfrente a muchos enemigos, hay un acuerdo colectivo de que si acomete tal iniciativa para acrecentar su coraje, pensando que de este modo aterrará a sus enemigos o envalentonará a los musulmanes contra ellos o algo de similar efecto, entonces está bien. Pero si lo hace por pura temeridad, entonces está prohibido”.
Sobre la legitimidad de asesinar inocentes, la tradición islámica prohíbe explícitamente la muerte de los varones musulmanes y de las mujeres y niños con independencia de su religión, pero incluso sobre este punto hay casos muy controvertidos como el cerco de Constantinopla, en el que los bizantinos mandaban a los presos musulmanes a recoger agua fuera de las murallas rompiendo de este modo el corte de suministros a sabiendas de que los turcos no se atreverían a disparar sobre sus correligionarios. Y ello a pesar de que el malikita cordobés al-Quturbi ya había establecido en el siglo XIII un protocolo claro de intervención en estos casos: “Está permitido matar al escudo humano sin que haya desacuerdo (Alá lo quiera) si la ventaja obtenida es imperativa, universal y cierta. “Imperativa” significa que no se puede alcanzar a los infieles sin matar al escudo humano; “universal” significa que la ventaja obtenida al matar el escudo humano beneficia a todos los musulmanes (porque, en caso de dejar en paz a los infieles, estos podrían destruir por completo la umma); y “cierta” significa que el beneficio ganado al matar al escudo humano es definitivo.” En cuanto a los niños y las mujeres, el propio Mahoma asedió la ciudad de Taif con catapultas presuponiendo alguna versión de la doctrina del doble efecto posteriormente desarrollada por Santo Tomás según la cual bombardear durante una yihad es legítimo siempre y cuando el blanco sean los varones (culpables por infieles) y las mujeres y niños muertos sean daños colaterales no intencionados.