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Baila ahora o tu cuerpo bailará por ti
A pesar de que Carlos González Fuertes ya calculó cuánta energía consume el cuerpo de un troll (unos 116,2 watios por segundo) y a pesar de que ya era una bobada cuando Baruch Spinoza lo escribió —Galileo Galilei sabía eso y mucho más de los cuerpos sólidos— todavía hay gente que confunde la indecibilidad con la omnipotencia y prefiere no saber aposta cuánto puede un cuerpo. La Casa Encendida de Madrid tiene desde hace tres años un festival de artes escénicas que en su primera edición se llamó ¿Y si dejamos de ser (artistas)?, luego ¿Qué puede un cuerpo? Laboratorio internacional y ahora Sosteniendo la pregunta ¿qué puede un cuerpo?, como si los propios títulos ya indicaran el recorte de ambiciones y presupuestos que implica pasar del nihilismo a la resistencia, de un festival de una semana el primer año a un taller de cuatro días el segundo y de ahí a dos tardes de actividades y una jornada de reflexión coincidiendo con las elecciones autonómicas de este año.
Confiado en la ignorada potencia de mi cuerpo, al parecer incapaz de teletransportarme de mi casa a la Encendida —aquí cabría recordar el gag de Óscar Sáenz sobre los que salen de casa a la hora a la que han quedado—, llego tarde a la conferencia inaugural a cargo de Diego Agulló, me encuentro con la puerta cerrada y un francés que está haciendo una encuesta sobre el público joven de La Casa Encendida me hace una entrevista a traición. Acordamos que el problema del centro no es su programación (arriesgada y entretenida) ni sus instalaciones (cómodas y funcionales) sino la idea de casa, la idea de centro. El no ser una aplicación telefónica. La pereza que da levantarse del sillón.
Fernando Gandasegui, uno de los encargados de la comunicación del festival —junto con el departamento de prensa de La Casa Encendida y una tuitera contratada ad hoc por los organizadores que sólo se personará el último día del festival para mayor abundamiento de las duplicidades innecesarias—, me resume el contenido de la ponencia de Agulló: “No ha dicho nada. Simplemente se ha dedicado a sostener la pregunta”. Me imagino una exhibición de halterofilia muy chunga consistente en tener en vilo dos signos de interrogación macizos y de tamaño humano con los brazos en cruz y de rodillas durante una hora de reloj, como si Agulló fuera el culmen de todos los alumnos de primaria castigados por burros contra la pared durante el franquismo. Agulló es un licenciado en filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid, defensor del diletantismo sobre la profesionalización, como lo demuestra su querencia por las preguntas sin respuesta, los sustantivos sin referencia y los enunciados sin contenido proposicional, que organiza desde 2007 una suerte de rave artística itinerante bautizada CUE y basada en una de esas grandes cuestiones excogitadas en el campus de Cantoblanco tras largas sesiones de porros, césped y El maestro ignorante de Jacques Rancière: “¿Cómo organizar lo inesperado?”.
Arantxa Martínez y sus ulistres invitados —un error ortográfico en el programa de mano que los organizadores no se molestan en explicar hasta el punto que dudo si saben escribir la palabra— son los artífices de la primera y última propuesta escénica del festival. Bajo el título Très bien éclairé prometen una reflexión sobre “el uso de la luz en escena” aunque en ningún momento se modifique la luminosidad de la sala y la única parte que no es un refrito de un trabajo de 2010 junto a Lola Rubio (véase este vídeo de The Present entre el minuto 30 y el 43) me recuerda a Michael Jackson intentando hacer el moonwalk en las situaciones más disparatadas: a cuatro patas, sobre una silla, bajo una manta... Como sucede con la mayor parte de los performances que uno tiene que soportar a lo largo de su vida, el único término de comparación artístico que puede reclamar lo exhibido por Martínez es El almuerzo sobre la hierba de Édouard Manet: mujeres desnudas haciendo cosas en medio de un público burgués perfectamente trajeado. Y mira que Martínez tiene ocurrencias ingeniosas, tal que conectarse unos electrodos a los gemelos mientras alguien forma el mapa de un continente imaginario a base de cintas de vídeo porno, pero su ejecución es desastrosa y la filosofía escénica que las justifica, poco menos que una oligofrenia interesada contra la cual ya nos previno Arthur Schopenhauer:
“Pues escuchar cantar a los afónicos, danzar a los inválidos, es lamentable; ahora bien, escuchar cómo filosofa una mente limitada es insoportable. Para ocultar entonces la carencia de pensamientos propios, algunos se construyen un imponente aparato de palabras largas y ensambladas, de giros intrincados, pasajes impredecibles, nuevas e inauditas expresiones, que todo junto forma una jerga en lo posible difícil y que suena a docta. Pero con todo eso no dicen nada; no se capta ningún pensamiento, uno no siente que se amplíe nuestro conocimiento, sino que sólo queda suspirar: ‘Oigo bien el tableteo del molino, pero no veo la harina’; o también, se ve con demasiada claridad qué pretensiones parcas, mediocres, superficiales y groseras se esconden tras el pomposo pedante.”
Para cerrar la tarde tenemos Mama patria, una propuesta barroca sobre “el refugio de los cobardes”, como llama Humphrey Cobb a los patriotas en Senderos de gloria, donde Anto Rodríguez y Cristina Arias hacen prácticamente de todo, compensando la aparente inanidad de sus acciones con la cantidad de las mismas, permitiendo que al menos la mente del crítico, bolígrafo y libreta en mano, pueda entregarse al delirio maníaco-depresivo de establecer relaciones inopinadas. Arias y Rodríguez cantan Umbrella de Rihanna vestidos respectivamente de cacatúa y de lagarto, ¿una referencia al paraguas nuclear de la OTAN?; Arias y Rodríguez despliegan una pancarta del 15M (“Si viene la policía sacad las uvas y disimulad”) mientras en la calle suena la sirena de ¿una ambulancia? —mi cuaderno está lleno de anotaciones estúpidas como éstas. Hay momentos de Mama patria muy logrados, especialmente en lo sonoro: la ekfrasis que hace loquendo de un concierto de Pepe patata y los que van dando la lata o la locución delirante de un gol de la victoria de la selección española de fútbol femenino en los segundos finales de una prórroga clasificatoria para el mundial, vivo ejemplo del carácter puramente competitivo del patriotismo, que necesita de la humillación ajena para recrearse y afirmarse.
La segunda jornada del festival empieza con Eclipse o la imagen siempre llega tarde, con una primera parte donde Quim Bigas y Carme Torrent se van turnando entre tomar notas en un escritorio con una Moleskine y mover un espejo de azogue metálico por el espacio, y una segunda donde el técnico de sonido de La Casa Encendida modifica la orientación de los paneles solares del patio (momento en que el título cobra sentido) y se da comienzo a un baile compuesto por caricaturas y distorsiones de algunos de los pasos más famosos de la danza clásica, contemporánea y de discoteca sobre un fondo sonoro que va desde Chet Baker hasta Jimi Hendrix pasando por la música clásica y de ascensores. Lo mejor de la pieza es el final, cuando los intérpretes se marchan del escenario sin haber propiciado la catarsis del aplauso. Lo peor, un abstract que es el epítome de la alucinación supuestamente iluminadora:
“Proponemos un diálogo rizomático alrededor o a través del tiempo, los cuerpos y la realidad, así como de sus diferencias: una colaboración donde singularidad e individualidad se comparten. Un intercambio de movimiento y conocimiento en un contexto de RE(presentación), CO(presentación), DI(presentación) y sus contingencias.
A- ¿Y si QPuC nos invita a confrontar todo aquello que ya sabemos sobre el cuerpo?
B- ¿A qué hora llega la imagen?
A- ¿Y si la única manera de acercarnos a una respuesta es ir a todo aquello que ya somos?
B- Rage, rage against the dying light.
A- ¿Cómo una conversación se transforma en contexto?
B- ¿Si Marte le envía un email a Plutón, cuando le llegaría?”
Una vez vistas todas las propuestas escénicas, me parece haber captado lo que tienen en común: (i) la pancarta-batamanta —en todas las piezas alguien sostiene una tela (en el caso de Rodríguez y Arias un póster de Natalia Vodianova) a modo de negación o proyección de la identidad; (ii) el becario voluntariamente exiliado —prácticamente todos los intérpretes pertenecen a la generación de las becas para todos y comparten la condición de vivir en Berlín, en Copenhague, en Estocolmo o en todas estas ciudades a la vez, siendo Madrid donde últimamente han rentabilizado semejante pedigrí internacional; (iii) adiós al habla —la palabra hablada brilla por su ausencia en todas las propuestas salvo por los breves parlamentos que los intérpretes mantienen con el público en estilo casual para indicar algún detalle técnico.
A continuación viene Fernando Castro con una ponencia bautizada “Falsos pasos. [Consideraciones epidérmicas o ‘cantares de gesta’ sobre la cosa del cuerpo]”. Típico de mi padre, ese juego de palabras a caballo entre lo gestual y la res gestae. Castro viene hasta atrás de pastillas contra la alergia primaveral y amenaza con desmayarse en mitad del speech según el modelo del club del silencio de Mulholland Drive, donde se revela que no hay banda. Desgrana sus referencias sobre el cuerpo, desde la pintura cristiana renacentista (un recorrido por los motivos de la pietàs, el ecce homo y el noli me tangere) hasta la corporalidad performática contemporánea (Yves Klein, Chris Burden, Otto Nix, Regina José Galindo, etc.) pasando por la filosofía francesa (Michel Foucault, George Bataille, Gilles Deleuze, etc.) y la filmografía de David Lynch, verdadera toma de tierra del unheimlich freudiano en la cultura de finales del siglo XX, dentro de cuya escatología autoparódica se halla como pez en el agua Castro. La conferencia está plagada de guiños a Paz Rojo, la organizadora principal del festival, que está demostrando en directo lo que puede un cuerpo (alimentar otro, por ejemplo) dando de mamar a su recién nacido durante la conferencia, pero también a los asistentes, que son invitados a formar una sociedad de amigos del crimen en plena jornada de reflexión electoral o aprovechar que se cumplen 100 años del primer ready-made para abandonar la duchampitis que ha caracterizado al arte del siglo XX. La conferencia, que puntualmente se ve interrumpida por una música sacra de Semana Santa que proviene del exterior, por unos golpes graves y secos como si el edificio alojase a un gigante y por el ordenador, que también reclama su corporalidad apagándose por falta de batería cuando el ponente está hablando del placer que sintió Foucault una vez que lo atropellaron, termina por encima de la hora programada con una mascletá de fuegos artificiales sobre el barrio de Arganzuela y una frase que flota en el aire: baila ahora o tu cuerpo bailará por ti.
Para terminar, Arantxa Martínez decide completar su reciclado de diez minutos de un performance de hace cinco años con la proyección de un publirreportaje sobre el Museo de León porque dice que le gustan las texturas de la quincalla religiosa medieval durante su proceso de restauración. Finalmente, el día de la jornada de reflexión, Castro se niega a aceptar las reglas del debate que quieren imponer los organizadores —dividir a los asistentes en grupos de tres personas para reflexionar sobre lo sucedido en los dos días anteriores y “preparar la pregunta” como si aquello fueran los misterios eleusinos— porque más de un tercio de ellos no ha asistido a las jornadas previas de pago y no tiene sentido hacer una jornada de puertas abiertas en la que sólo puedan participar los que ya han pagado o están metidos en el ajo. Demostrando que es posible ejercer una relación menos pedante, nepotista, endogámica y mistagógica con la danza que la que ejercen los miembros de la organización, enfrascados en disputas de escolásticos colocados hasta las cejas sobre si es mejor utilizar el infinitivo o el gerundio del verbo “sostener” en relación a LA PREGUNTA, Castro decide sacar a bailar a unas ancianas vestidas de domingo que habían acudido desde Villaverde porque habían oído que en La Casa Encendida se iba a tratar gratis del cuerpo. Y así termina Sosteniendo la pregunta ¿qué puede un cuerpo?, entre las acusaciones de “fascistoide” que algunos le adjudican a Castro por haberles aguado el final de fiesta de unas jornadas que el año pasado quisieron convertirse en el laboratorio de un movimiento escénico internacional y que este año han demostrado una pretenciosidad y una inconsistencia dignas de un baile final de curso.
De arriba abajo, las imágenes muestran un momento del espectáculo Très bien éclairé, de Arantxa Martínez, cartel del festival, forzudo Baruch Spinoza, fotograma de Mullholand Drive y cita de Nieztsche extraída de http://dancingphilosophers.tumblr.com/
Baila ahora o tu cuerpo bailará por ti
A pesar de que Carlos González Fuertes ya calculó cuánta energía consume el cuerpo de un troll (unos 116,2 watios por segundo) y a pesar de que ya era una bobada cuando Baruch Spinoza lo escribió —Galileo Galilei sabía eso y mucho más de los cuerpos sólidos— todavía hay gente que confunde la indecibilidad con la omnipotencia y prefiere no saber aposta cuánto puede un cuerpo. La Casa Encendida de Madrid tiene desde hace tres años un festival de artes escénicas que en su primera edición se llamó ¿Y si dejamos de ser (artistas)?, luego ¿Qué puede un cuerpo? Laboratorio internacional y ahora Sosteniendo la pregunta ¿qué puede un cuerpo?, como si los propios títulos ya indicaran el recorte de ambiciones y presupuestos que implica pasar del nihilismo a la resistencia, de un festival de una semana el primer año a un taller de cuatro días el segundo y de ahí a dos tardes de actividades y una jornada de reflexión coincidiendo con las elecciones autonómicas de este año.
Confiado en la ignorada potencia de mi cuerpo, al parecer incapaz de teletransportarme de mi casa a la Encendida —aquí cabría recordar el gag de Óscar Sáenz sobre los que salen de casa a la hora a la que han quedado—, llego tarde a la conferencia inaugural a cargo de Diego Agulló, me encuentro con la puerta cerrada y un francés que está haciendo una encuesta sobre el público joven de La Casa Encendida me hace una entrevista a traición. Acordamos que el problema del centro no es su programación (arriesgada y entretenida) ni sus instalaciones (cómodas y funcionales) sino la idea de casa, la idea de centro. El no ser una aplicación telefónica. La pereza que da levantarse del sillón.
Fernando Gandasegui, uno de los encargados de la comunicación del festival —junto con el departamento de prensa de La Casa Encendida y una tuitera contratada ad hoc por los organizadores que sólo se personará el último día del festival para mayor abundamiento de las duplicidades innecesarias—, me resume el contenido de la ponencia de Agulló: “No ha dicho nada. Simplemente se ha dedicado a sostener la pregunta”. Me imagino una exhibición de halterofilia muy chunga consistente en tener en vilo dos signos de interrogación macizos y de tamaño humano con los brazos en cruz y de rodillas durante una hora de reloj, como si Agulló fuera el culmen de todos los alumnos de primaria castigados por burros contra la pared durante el franquismo. Agulló es un licenciado en filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid, defensor del diletantismo sobre la profesionalización, como lo demuestra su querencia por las preguntas sin respuesta, los sustantivos sin referencia y los enunciados sin contenido proposicional, que organiza desde 2007 una suerte de rave artística itinerante bautizada CUE y basada en una de esas grandes cuestiones excogitadas en el campus de Cantoblanco tras largas sesiones de porros, césped y El maestro ignorante de Jacques Rancière: “¿Cómo organizar lo inesperado?”.
Arantxa Martínez y sus ulistres invitados —un error ortográfico en el programa de mano que los organizadores no se molestan en explicar hasta el punto que dudo si saben escribir la palabra— son los artífices de la primera y última propuesta escénica del festival. Bajo el título Très bien éclairé prometen una reflexión sobre “el uso de la luz en escena” aunque en ningún momento se modifique la luminosidad de la sala y la única parte que no es un refrito de un trabajo de 2010 junto a Lola Rubio (véase este vídeo de The Present entre el minuto 30 y el 43) me recuerda a Michael Jackson intentando hacer el moonwalk en las situaciones más disparatadas: a cuatro patas, sobre una silla, bajo una manta... Como sucede con la mayor parte de los performances que uno tiene que soportar a lo largo de su vida, el único término de comparación artístico que puede reclamar lo exhibido por Martínez es El almuerzo sobre la hierba de Édouard Manet: mujeres desnudas haciendo cosas en medio de un público burgués perfectamente trajeado. Y mira que Martínez tiene ocurrencias ingeniosas, tal que conectarse unos electrodos a los gemelos mientras alguien forma el mapa de un continente imaginario a base de cintas de vídeo porno, pero su ejecución es desastrosa y la filosofía escénica que las justifica, poco menos que una oligofrenia interesada contra la cual ya nos previno Arthur Schopenhauer:
“Pues escuchar cantar a los afónicos, danzar a los inválidos, es lamentable; ahora bien, escuchar cómo filosofa una mente limitada es insoportable. Para ocultar entonces la carencia de pensamientos propios, algunos se construyen un imponente aparato de palabras largas y ensambladas, de giros intrincados, pasajes impredecibles, nuevas e inauditas expresiones, que todo junto forma una jerga en lo posible difícil y que suena a docta. Pero con todo eso no dicen nada; no se capta ningún pensamiento, uno no siente que se amplíe nuestro conocimiento, sino que sólo queda suspirar: ‘Oigo bien el tableteo del molino, pero no veo la harina’; o también, se ve con demasiada claridad qué pretensiones parcas, mediocres, superficiales y groseras se esconden tras el pomposo pedante.”
Para cerrar la tarde tenemos Mama patria, una propuesta barroca sobre “el refugio de los cobardes”, como llama Humphrey Cobb a los patriotas en Senderos de gloria, donde Anto Rodríguez y Cristina Arias hacen prácticamente de todo, compensando la aparente inanidad de sus acciones con la cantidad de las mismas, permitiendo que al menos la mente del crítico, bolígrafo y libreta en mano, pueda entregarse al delirio maníaco-depresivo de establecer relaciones inopinadas. Arias y Rodríguez cantan Umbrella de Rihanna vestidos respectivamente de cacatúa y de lagarto, ¿una referencia al paraguas nuclear de la OTAN?; Arias y Rodríguez despliegan una pancarta del 15M (“Si viene la policía sacad las uvas y disimulad”) mientras en la calle suena la sirena de ¿una ambulancia? —mi cuaderno está lleno de anotaciones estúpidas como éstas. Hay momentos de Mama patria muy logrados, especialmente en lo sonoro: la ekfrasis que hace loquendo de un concierto de Pepe patata y los que van dando la lata o la locución delirante de un gol de la victoria de la selección española de fútbol femenino en los segundos finales de una prórroga clasificatoria para el mundial, vivo ejemplo del carácter puramente competitivo del patriotismo, que necesita de la humillación ajena para recrearse y afirmarse.
La segunda jornada del festival empieza con Eclipse o la imagen siempre llega tarde, con una primera parte donde Quim Bigas y Carme Torrent se van turnando entre tomar notas en un escritorio con una Moleskine y mover un espejo de azogue metálico por el espacio, y una segunda donde el técnico de sonido de La Casa Encendida modifica la orientación de los paneles solares del patio (momento en que el título cobra sentido) y se da comienzo a un baile compuesto por caricaturas y distorsiones de algunos de los pasos más famosos de la danza clásica, contemporánea y de discoteca sobre un fondo sonoro que va desde Chet Baker hasta Jimi Hendrix pasando por la música clásica y de ascensores. Lo mejor de la pieza es el final, cuando los intérpretes se marchan del escenario sin haber propiciado la catarsis del aplauso. Lo peor, un abstract que es el epítome de la alucinación supuestamente iluminadora:
“Proponemos un diálogo rizomático alrededor o a través del tiempo, los cuerpos y la realidad, así como de sus diferencias: una colaboración donde singularidad e individualidad se comparten. Un intercambio de movimiento y conocimiento en un contexto de RE(presentación), CO(presentación), DI(presentación) y sus contingencias.
A- ¿Y si QPuC nos invita a confrontar todo aquello que ya sabemos sobre el cuerpo?
B- ¿A qué hora llega la imagen?
A- ¿Y si la única manera de acercarnos a una respuesta es ir a todo aquello que ya somos?
B- Rage, rage against the dying light.
A- ¿Cómo una conversación se transforma en contexto?
B- ¿Si Marte le envía un email a Plutón, cuando le llegaría?”
Una vez vistas todas las propuestas escénicas, me parece haber captado lo que tienen en común: (i) la pancarta-batamanta —en todas las piezas alguien sostiene una tela (en el caso de Rodríguez y Arias un póster de Natalia Vodianova) a modo de negación o proyección de la identidad; (ii) el becario voluntariamente exiliado —prácticamente todos los intérpretes pertenecen a la generación de las becas para todos y comparten la condición de vivir en Berlín, en Copenhague, en Estocolmo o en todas estas ciudades a la vez, siendo Madrid donde últimamente han rentabilizado semejante pedigrí internacional; (iii) adiós al habla —la palabra hablada brilla por su ausencia en todas las propuestas salvo por los breves parlamentos que los intérpretes mantienen con el público en estilo casual para indicar algún detalle técnico.
A continuación viene Fernando Castro con una ponencia bautizada “Falsos pasos. [Consideraciones epidérmicas o ‘cantares de gesta’ sobre la cosa del cuerpo]”. Típico de mi padre, ese juego de palabras a caballo entre lo gestual y la res gestae. Castro viene hasta atrás de pastillas contra la alergia primaveral y amenaza con desmayarse en mitad del speech según el modelo del club del silencio de Mulholland Drive, donde se revela que no hay banda. Desgrana sus referencias sobre el cuerpo, desde la pintura cristiana renacentista (un recorrido por los motivos de la pietàs, el ecce homo y el noli me tangere) hasta la corporalidad performática contemporánea (Yves Klein, Chris Burden, Otto Nix, Regina José Galindo, etc.) pasando por la filosofía francesa (Michel Foucault, George Bataille, Gilles Deleuze, etc.) y la filmografía de David Lynch, verdadera toma de tierra del unheimlich freudiano en la cultura de finales del siglo XX, dentro de cuya escatología autoparódica se halla como pez en el agua Castro. La conferencia está plagada de guiños a Paz Rojo, la organizadora principal del festival, que está demostrando en directo lo que puede un cuerpo (alimentar otro, por ejemplo) dando de mamar a su recién nacido durante la conferencia, pero también a los asistentes, que son invitados a formar una sociedad de amigos del crimen en plena jornada de reflexión electoral o aprovechar que se cumplen 100 años del primer ready-made para abandonar la duchampitis que ha caracterizado al arte del siglo XX. La conferencia, que puntualmente se ve interrumpida por una música sacra de Semana Santa que proviene del exterior, por unos golpes graves y secos como si el edificio alojase a un gigante y por el ordenador, que también reclama su corporalidad apagándose por falta de batería cuando el ponente está hablando del placer que sintió Foucault una vez que lo atropellaron, termina por encima de la hora programada con una mascletá de fuegos artificiales sobre el barrio de Arganzuela y una frase que flota en el aire: baila ahora o tu cuerpo bailará por ti.
Para terminar, Arantxa Martínez decide completar su reciclado de diez minutos de un performance de hace cinco años con la proyección de un publirreportaje sobre el Museo de León porque dice que le gustan las texturas de la quincalla religiosa medieval durante su proceso de restauración. Finalmente, el día de la jornada de reflexión, Castro se niega a aceptar las reglas del debate que quieren imponer los organizadores —dividir a los asistentes en grupos de tres personas para reflexionar sobre lo sucedido en los dos días anteriores y “preparar la pregunta” como si aquello fueran los misterios eleusinos— porque más de un tercio de ellos no ha asistido a las jornadas previas de pago y no tiene sentido hacer una jornada de puertas abiertas en la que sólo puedan participar los que ya han pagado o están metidos en el ajo. Demostrando que es posible ejercer una relación menos pedante, nepotista, endogámica y mistagógica con la danza que la que ejercen los miembros de la organización, enfrascados en disputas de escolásticos colocados hasta las cejas sobre si es mejor utilizar el infinitivo o el gerundio del verbo “sostener” en relación a LA PREGUNTA, Castro decide sacar a bailar a unas ancianas vestidas de domingo que habían acudido desde Villaverde porque habían oído que en La Casa Encendida se iba a tratar gratis del cuerpo. Y así termina Sosteniendo la pregunta ¿qué puede un cuerpo?, entre las acusaciones de “fascistoide” que algunos le adjudican a Castro por haberles aguado el final de fiesta de unas jornadas que el año pasado quisieron convertirse en el laboratorio de un movimiento escénico internacional y que este año han demostrado una pretenciosidad y una inconsistencia dignas de un baile final de curso.
De arriba abajo, las imágenes muestran un momento del espectáculo Très bien éclairé, de Arantxa Martínez, cartel del festival, forzudo Baruch Spinoza, fotograma de Mullholand Drive y cita de Nieztsche extraída de http://dancingphilosophers.tumblr.com/