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Veinte minutos en la cabeza de un ponente

Congreso de la Asociación Coreana de Hispanistas en Toledo
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En la mañana quieta del hispanismo coreano, en el congreso bianual, entre la piedra y el oropel universitario, en Toledo, hay un ponente que habla y hay un hombre que piensa. El hombre y el ponente son la misma persona, son dos pliegues de un mismo yo desdoblado, pero lo que dice el ponente no siempre —mejor dicho: nunca— coincide con lo que piensa el hombre. Lo que dice el ponente se propaga por el aire en forma de ondas que tienen consistencia acústica y por tanto se pueden oír, aunque no se puedan ver.

—Cervantes (ONDAS) se asoma, en muchos de sus textos preliminares (ONDAS) a ese género híbrido que luego se dará en llamar… (ONDAS, ONDAS, ONDAS).

Cada cierto tiempo, en algún lugar del mundo, un divulgador científico pasa los dedos por el filo de una copa de vino vacía y entonces se produce un silbido que parece cosa de magia, aunque sea ciencia —“siuuuuuiiiuuuuu”—, y el divulgador científico mira al frente —enfrente hay una cámara de vídeo, un grupo de estudiantes o algún amigo— y dice: “Aquí van unas cuantas ondas”, y luego aclara que algunas ondas son tan rápidas que no alcanza a verlas el ojo humano, y entonces agarra una cuerda o una manguera o un muelle y los sacude hasta generar unas cuantas ondas que —esta vez sí— se ven con toda claridad. Son otras ondas.

—Son pequeñas historias o episodios narrativos (ONDAS) en los que se produce una coincidencia nominal entre autor, narrador y personaje protagonista (ONDAS).

Hay muchos tipos de ondas (hay mucha onda), ésa es la cuestión. Los pensamientos también son ondas, pero no son como todas las ondas (ninguna onda es como todas las ondas). Mucha gente —los ponentes de los congresos de hispanistas también son gente— piensa que los pensamientos no son ondas porque no se pueden ver ni oír, lo cual es muy chocante porque hay muchas ondas que no se pueden ver ni oír. Esa gente cree, o dice creer, que sus pensamientos son un asunto privado y únicamente suyo, un hecho intelectual e íntimo que no le importa a nadie. Cada uno es libre de pensar lo que quiera, pero, entre tanto, todo se sabe: todos oímos, o pensamos que oímos, nuestros propios pensamientos de vez en cuando, oímos cómo resuenan en nuestra cavidad craneal. Una vez fuera de la oficina de nuestro entendimiento, nadie los puede oír, pero eso no significa que sean invisibles para los demás. ¿Quién no ha leído alguna vez, letra por letra y nota por nota, los pensamientos de otra persona?

—La modernidad de Cervantes radica precisamente en… (ONDAS).

Eso es lo que dice el ponente. Eso, y cosas mucho peores. Lo que piensa el hombre, en ese mismo instante, es: “Tengo sed. Creo que debería haber traído una botellita de agua mineral. Los verdaderos ponentes llevan siempre su propia botellita de agua mineral. Debería pedirle la botella de agua a la ponente anterior, ella ya no la va a necesitar”.

La ponente anterior es una profesora japonesa que ha hablado sobre Terra nostra, de Carlos Fuentes, y sobre su relación con Cervantes. ¿Cómo es posible que una nativa japonesa se lea de principio a fin un libro de Carlos Fuentes? ¿En qué lugar deja eso al ponente, que solamente es capaz de hablar sobre los textos preliminares de Cervantes? Es un congreso de la Asociación Coreana de Hispanistas, pero no es un congreso de hispanistas coreanos, así que también hay, en esta sesión y en esta sala, una hispanista japonesa, un hispanista taiwanés y un hispanista mexicano. El hispanista mexicano se desliza por los ámbitos académicos con la gracia y la elasticidad de un gato, llama “doctor” a todo el mundo. El hispanista taiwanés es alto como un poste de la luz, bordea la cuarentena y su camisa es alegre. La hispanista japonesa trabaja en la universidad de Kōbe y, antes de la ponencia, cuando todavía eran ponentes en potencia, ella y el ponente han intercambiado las tarjetas y el ponente, que se tiene a sí mismo por un hombre de mundo, ha comprendido que cualquier alusión a la carne de Kōbe, a los filetes de Kōbe, lo destruiría como interlocutor. Así que no ha dicho nada al respecto, y eso ha contribuido a que se relación con la profesora japonesa fuera buena. El ponente, entonces, se alegra de lo que no ha dicho: “Acción en la no acción. ¡Bravo!”.

—Creo que te voy a pedir un poco de agua (ONDAS).

Son las diez de la mañana y una suave brisa barre las calles adoquinadas de la ciudad imperial, o ex imperial, y una raya de luz se filtra por la ventana. Este estado de cosas propicia los pensamientos de índole melancólica. El ponente tiene que atarse en corto para no despeñarse por el acantilado de las ensoñaciones: “Muy pronto el verano se extinguirá y yo me preguntaré: ¿Qué es esto?, ¿qué es todo esto?, y entonces, mi idea, mi pequeña ideíta académica que ahora flota en el aire y parece destinada a esparcirse por el mundo, se atomizará y desaparecerá para siempre. Basta. Ya basta”.

El edificio es un antiguo convento, o dos antiguos conventos rehabilitados y convertidos en un único recinto universitario. Las capillas se han desacralizado, pero permanece, junto a otras partículas en suspensión —la tos universitaria, la miasma vicerrectoral, todas esas ideítas académicas o seudoacadémicas— el vuelo de lo sagrado: las cosas que se digan aquí vendrán revestidas de un manto de verdad y solemnidad. Y, sin embargo, al ponente le parece que su ponencia no está sonando como debiera. “No sueno bien y estoy reverberando.” El ponente se oye a sí mismo pensar: “No sueno bien y estoy reverberando”, una y otra vez. Los pensamientos del ponente reverberan, pero eso no tiene nada de extraordinario, porque los pensamientos siempre reverberan, se tropiezan con una serie de obstáculos —pensamientos anteriores que no han desaparecido— y se produce ese efecto desasosegante en la persona que piensa, ponente o no. Piensas una cosa y parece que la has pensado ya quinientas veces. Piensas quinientas cosas diferentes y parece que estás pensando siempre la misma cosa, manoseando la misma idea. Por ejemplo: “Debería haber traído agua y no he traído agua y si hubiera traído agua no hubiera tenido que pedir agua y la profesora japonesa ha sido muy amable y yo no he traído agua”.

—A medio camino entre el pacto de lectura y el pacto autobiográfico… (ONDAS).

El hecho de que los pensamientos sean simultáneos o contemporáneos no significa que se hayan originado a la vez. Primero nace uno y luego nace otro, y después nace el de más allá, y durante un tiempo, en un momento dado de la evolución mental del individuo, algunos de ellos llegan a coincidir. Unos duran más y otros duran menos, y algunos permanecen enquistados en el cerebro. Así que esa reverberación mental es la que hace posible que el ponente piense tantas cosas tan distintas en el momento exacto en que solamente es capaz de decir una sola cosa: “He bebido agua y esa es la razón por la que ahora ya no tengo sed y las vacaciones de Juan de Pablos se me están haciendo eternas este año y tendría que hacerme unas gafas nuevas, pero no puedo hacerme unas gafas cada seis meses, y ligero picor en la nuca y nariz taponada, nariz casi siempre taponada, y ganas de acabar, pero no demasiadas y, por cierto, ¿cuál era el verdadero nombre de Fats Domino?”. El ponente se ha hundido un par de dedos en la sien —parece que estuviera rebuscando en el interior de un centollo— para encontrar el verdadero nombre de Fats Domino, su nombre de pila. Nada.

—El emperador de Trapisonda por un lado, y Aristóteles, San Basilio o Cicerón por otro, son el reverso y el anverso de una misma broma con la que Cervantes… (ONDAS).

Además de los tres hispanistas referidos arriba y del ponente, hay una mujer —no hay público, es una sesión de trabajo— que se encarga de administrar el tiempo de las ponencias. De pronto, la mujer empieza a nerviosear, mueve unos papeles o hace el gesto de mover unos papeles, dado que no tiene papeles a mano, y se mira la muñeca izquierda, aunque no lleva reloj, y el ponente, que ha resultado ser el último en hablar, comprende que le están metiendo prisa y, durante unos segundos, zigzaguea: “Creo que he dicho Parnaso en lugar de Persiles, y Persiles en lugar de Parnaso, y creo que he confundido al Duque de Lerma con el Conde de Lemos. Bueno, bueno: adiós, regocijados amigos”.

—Ya termino (ONDAS).

Algunos pensamientos del ponente, o del hombre que piensa desde el interior del ponente, son el resultado de una elaboración mental, los fabrica él mismo, y otros lo asaltan de manera repentina. Los primeros se corresponden con el hallazgo del filósofo, que llega a una conclusión después de un proceso mental o razonamiento, y los segundos se corresponden con el rapto de inspiración del poeta o con el golpe de iluminación del místico. Después de un breve pero irreprochable razonamiento, el ponente ha llegado a la conclusión de que su ponencia no es —no está siendo— del todo necesaria ni innecesaria, interesante ni ininteresante. No es ciencia, ni siquiera es divulgación científica —“siuuuuuiiiuuuuu”— pero, a fin de cuentas, ¿quién sabe?: “El mundo es tan pequeño, la vida es tan corta”.

—En realidad, ya he terminado (ONDAS).

Un pensamiento en forma de nombre de pila asalta al ponente en el momento exacto en que comienza a incorporarse y se dispone a dejar el estrado: “¡Antoine Dominique! ¡Antoine Dominique! ¡Antoine Dominique Domino!”, y durante un tiempo esta onda, que se esparce por la sala con la vibrante velocidad de las ideas nuevas, convivirá con otra onda, con otro pensamiento preexistente, anterior incluso a la propia ponencia, que ha acompañado al ponente a lo largo de toda la mañana quieta —la mañana en calma— del hispanismo coreano: “En cuanto todo esto acabe saldré a la calle y me meteré en uno de esos mesones con sillas castellanas, camareros antipáticos, armaduras y tapices, y pediré la cerveza más grande de toda Castilla-La Mancha y me la echaré por encima: Sí, señor. Eso es lo que haré”.

—Muchas gracias (ONDAS, ONDAS, ONDAS).

 

La foto de la portada es de Fernández.
El retrato del ponente que habla y el hombre que piensa, que son la misma persona, es de Begoña Rodríguez.