Contenido
Una semana en Estambul
Tras los atentados de Ankara
SÁBADO 10 DE OCTUBRE
Cuando, después de ocho horas de viaje, llegamos al apartamento y nos conectamos al wifi, una sola pregunta parece haber invadido nuestro WhatsApp: “¿Habéis llegado bien?”. Nos sorprende tanta preocupación así que abro el navegador. El mayor atentado de la historia de Turquía ocupa las portadas de todos los medios online.
En ese momento, la cuenta de muertos asciende a 86 y sólo hay conjeturas sobre los autores. El atentado ha sido en una manifestación por la paz en Ankara, por la mañana, cuando nosotros estábamos embarcando hacia Estamubul. Ya en suelo turco, nada en el largo viaje en metro desde el aeropuerto hasta Taksim nos ha hecho sospechar que hubiera ocurrido algo fuera de lo normal.
Pero veo en Twitter que se han convocado manifestaciones por todo el país y que algunas ya han sido reprimidas o han acabado con disturbios. Decidimos salir a dar una vuelta, cenar algo. Nos encontramos con los manifestantes en los alrededores de Taksim. Llevan pancartas y gritan consignas que no entendemos. Levantan el aplauso espontáneo de los transeúntes pero no son muchos.
10.000 personas, leeré luego, en una ciudad de 14 millones de habitantes. Muy pocas comparadas con las 100.000 personas que salieron a la calle contra los ataques del PKK en septiembre que causaron la muerte de tres personas. Hay, en cambio, bastante policía (vemos al menos una tanqueta) que se despliega por las calles estrechas que rodean İstiklal, la avenida peatonal que es el corazón comercial de Estambul.
Antes de venir a Estambul sabíamos que Turquía pasa por una época turbulenta. Habíamos leído las noticias de los últimos atentados y sabíamos que iban a haber elecciones tres semanas después de nuestra llegada, por lo que nuestra estancia coincidió con la campaña electoral. Pensábamos que algo podía ocurrir, sin atrevernos a poner nombre o dar forma a ese algo.
DOMINGO 11
El día siguiente a los atentados, paseando de nuevo por los alrededores de Taksim, nos encontramos con un grupo de activistas. Han colocado una pancarta y una mesa, y reparten folletos y gritan consignas a los transeúntes que caminan con prisa, la mayoría más interesados en los escaparates.
Una vez más, no entendemos lo que gritan, así que pregunto.
—Protestamos por las bombas de Ankara —dice una chica joven.
—Sí, ¿pero qué decís?
—Que estamos enfadadas, pero todavía queremos paz.
No parece tener muchas ganas de seguir dando explicaciones y no cojo el folleto porque no lo voy a entender. Pocos pasos después me arrepiento y recojo uno que alguien ha tirado al suelo. Cuando consigo una traducción gracias a Internet, descubro que son del colectivo Mujeres por la Paz:
Enfadadas.
Muy enfadadas.
Lloramos. Lo sentimos mucho.
Ninguna vida puede continuar como si nada hubiera pasado.
LUNES 12
Visitamos los centros culturales SALT. Uno de ellos está en plena avenida İstiklal, una arteria congestionada por transeúntes a todas horas. Y, sin embargo, Salt está vacío, sus salas parecen demasiado grandes. Subiendo de piso en piso, recorremos la exposición How did we get here? [¿Cómo llegamos aquí?].
El 12 de septiembre de 1980 se produjo el tercer y último golpe de Estado del ejército turco en la historia moderna del país. Aunque declararon que lo hacían para proteger la unidad de Turquía y los derechos y libertades de sus ciudadanos, lo primero que hicieron los militares fue abolir la Constitución, disolver el Parlamento e instaurar la ley marcial. Hubo cientos de miles de detenidos, además de decenas de muertos y desaparecidos. Los militares estuvieron tres años en el poder, hasta que se aprobó una nueva Constitución en un referéndum dudoso.
La exposición repasa la lucha de pequeños colectivos contra el régimen heredado durante la década de los 80. Cortometrajes feministas que intentan redefinir el imaginario colectivo, mítines de colectivos homosexuales y conciertos-protesta, la lucha de los familiares de los presos…
Una variante universitaria del Monopoly explica así las reglas del juego:
1. Es imposible que ganes a este juego, no te enfades por ello.
2. Tú serás el acusado a lo largo de todo el juego.
3. Que se sepa: los poderes establecidos siempre tienen razón.
4. Los jóvenes siempre deben seguir lo que dicen sus mayores.
5. Estas reglas están en vigor hasta nuevo aviso (no habrá nuevo aviso).
La exposición continúa en SALT Galata, a los pies de la famosa torre que domina el skyline del barrio de Beyoğlu. Es la antigua y ampulosa sede de un banco, y a la entrada resaltan los logos de sus muchos patrocinadores. Entre empresas privadas aparecen los nombres del Museo Reina Sofía y del MACBA. La moderna cafetería se asoma desde las alturas de la colina al otro lado del Cuerno de Oro, al perfil de minaretes que dibujan Santa Sofía y la Mezquita Azul.
En la planta baja, How did we get here? sigue con una muestra de libros que fueron prohibidos o censurados por los militares. Muchos turcos, algunos extranjeros (Trópico de Cáncer de Henry Miller, o La Peste de Camus). El primero en entrar en la lista negra fue Principios Elementales de Filosofía, de Georges Politzer. Al verlo, recuerdo que hace unas semanas se habló en España de la pérdida de la asignatura de filosofía en Bachillerato.
MARTES 13
Estamos tomando una cerveza en una terraza de Estambul. De repente, en una esquina aparecen ocho o diez policías. Uno de ellos mira al frente con un fusil de asalto en la mano. Los demás charlan despreocupadamente. Algunos transeúntes intentan doblar la esquina pero les obligan a darse la vuelta.
En Estambul la preocupación por la seguridad llega a todos los rincones, afecta la vida cotidiana. En los multicines de İstiklal Caddesi hay arcos de seguridad y escáner. También en Santa Sofía y en la mayoría de atracciones turísticas, en la Universidad…
En la terraza del bar, cuando pregunto a la camarera por la presencia policial en la calle, la conversación transcurre a trompicones en un inglés precario. Pero hay una frase que no deja de repetir, como si quisiera que al menos esas palabras sí quedaran bien grabadas en nuestras mentes. Dice: “No es un buen momento para nuestro país”.
La historia de Turquía desde que es una república está marcada por la violencia, que golpea desde todos los lados del espectro político. Desde la izquierda radical (el último atentado, en enero, se cobró la vida de un policía), pasando por los islamistas (en Suruç murieron 33 personas en julio, y esta semana Ankara…, el peor atentado de la historia del país), hasta los brazos armados del independentismo kurdo, el PKK, o de la ultraderecha, los Lobos Grises.
El conflicto kurdo, común a Siria, Irak e Irán, había llegado en 2013 a un alto el fuego en Turquía. Antes de eso, había dejado entre 40 y 100 mil víctimas, cientos de pueblos arrasados, innumerable población desplazada, atentados suicidas… La guerra en Siria y la resistencia del PKK al avance de ISIS ha reavivado las brasas. Hay quien dice que Erdoğan, el presidente turco, es el primero interesado en que el fuego se encienda otra vez para pescar los votos nacionalistas de los que se alimenta (de hecho, recuperará la mayoría parlamentaria en las elecciones del 1 de noviembre). En junio, el partido de Erdoğan, el AKP, había perdido dicha mayoría. No sólo eso, sino que por primera vez los kurdos consiguieron representación en el parlamento, dentro de un partido de coalición, el HDP (Partido Democrático de los Pueblos).
MIÉRCOLES 14
Hoy, por fin, el gobierno anuncia que tiene indicios de que los responsables del atentado son dos terroristas de ISIS de origen turco-kurdo. Esa misma noche se produce otra manifestación por los alrededores de Taksim. Son pocas personas y caminan deprisa mientras gritan y hacen ruido golpeando cacerolas. De nuevo, los transeúntes aplauden y jalean, pero no se unen a los manifestantes. Muchos de ellos lo hacen desde una terraza, con una cerveza en la mano. Los manifestantes pasan tan rápido que no tengo tiempo de hablar con ellos. Esta vez, hago una foto y busco la traducción de lo que reclaman en las pancartas. Dicen: “Sabemos quién ha sido”.
Hay quien señala que el gobierno turco ha estado jugando al despiste estos días. Desde el principio, dejó caer que los autores podrían ser de ISIS con la ayuda del PKK, a pesar de que en el atentado hubo muchos muertos kurdos y parecía improbable una colaboración entre dos organizaciones que están enfrentadas al otro lado de la frontera siria.
Pero la manipulación ha ido más allá de algunas insinuaciones sin futuro. Mucho más allá. El gobierno turco ha mantenido en la oscuridad a los medios, censurando lo que podían publicar. No es nada nuevo, en los últimos cinco años ha habido más de 150 bloqueos del gobierno a los medios. Siempre, por motivos de seguridad nacional.
JUEVES 15
Cogemos un ferry y cruzamos al lado asiático, al barrio de Kadıköy. En medio de la actividad frenética del muelle, los partidos políticos se parapetan en carpas y furgonetas para hacer campaña. Todos ofrecen folletos, algunos dan pasteles turcos y té, otros incluso han instalado unos sillones de masaje. Sin embargo, los atareados trabajadores no se detienen, los turistas ignoran y son ignorados por los voluntarios, y los vendedores de rosquillas gritan sus ofertas a su aire.
Pido un folleto de cada partido. El del AKP es, sin duda, el de mejor calidad. Fotos a todo color de fábricas, laboratorios y maquetas de modernos proyectos inmobiliarios, buen gramaje de papel… El candidato del AKP, Ahmet Davutoğlu, actual primer ministro, es el protagonista absoluto del folleto. En una foto posa con una señora con pañuelo, en otra abraza a un niño rubio que mira al horizonte. Los folletos de los demás (el nacionalista MHP y el socialdemócrata CHP) sólo llevan la foto del candidato en la portada y el resto es texto, propuestas impresas en papel barato.
El bullicio del muelle de Kadıköy se extiende a las calles cercanas, calles comerciales llenas de colmados, tiendas de ropa y restaurantes döner. Sin embargo, cuando nos adentramos un poco, aparece un barrio tranquilo, de adoquines arreglados y bolardos pintados de colores, de pequeños cafés y colegios de los que llegan los gritos de los niños en el recreo. En las elecciones de junio, el CHP, el partido socialdemócrata, fue el más votado en Kadıköy.
Nos tomamos un té en una de sus cafeterías. La camarera lleva un piercing en la nariz y nos sirve una carrot cake casera. Le señalamos que las ventanas de las casas y de las terrazas están llenas de banderas turcas. Le pregunto si es por las elecciones. Niega con la cabeza.
—No, es por los ataques terroristas.
Más tarde nos encontramos a dos jóvenes pegando una pancarta en un muro. Pertenecen a una organización próxima al HDP. En la pancarta aparece un dibujo de Erdoğan acompañado por un lema del que sólo se entiende la palabra “fascista” escrita en turco. Les pregunto qué significa el resto. Uno de ellos le pasa la patata caliente al otro. “İngilizce, İngilizce”, y me señala. El otro me cuenta que creen que el gobierno sabía lo que iba a ocurrir en Ankara.
—Es posible que ISIS haya puesto las bombas —dice—, pero el gobierno cierra los ojos. Tienen los nombres de los terroristas y no hacen nada.
Le pregunto si cree que el partido de Erdoğan va a volver a ganar las elecciones (que será exactamente lo que pase, aunque ahora mismo no está tan claro). Sonríe.
—Sí, claro. Pero está perdiendo poder. Y si seguimos luchando, perderá más poder todavía.
Después de comer, cogemos un autobús hasta Üsküdar, otro barrio del lado asiático de Estambul. Sus calles, estrechas, empinadas, están empapeladas por la publicidad del MHP, un partido ultranacionalista. Sus banderolas contrastan con el cielo gris, que amenaza lluvia. Pero a pesar de su fuerte presencia, en junio fue el AKP, el partido del gobierno, el más votado en este distrito.
Visitamos una pequeña feria de libros de segunda mano en el muelle. En la entrada de la carpa hay arcos y guardias de seguridad. Los arcos pitan cada vez que entra o sale alguien y nadie se preocupa demasiado. Pero están ahí. Igual que las cámaras de seguridad que apuntan a las entradas de los bares, de los hoteles, de las viviendas. Cámaras por todos lados. Muchos de los puestos exhiben un lazo negro y una bandera turca junto a viejas revistas y libros de portadas gastadas.
SÁBADO 17
Un control de seguridad nos espera a la entrada del aeropuerto. No es el habitual control en el que tienes que enseñar la tarjeta de embarque y separar los líquidos en una bolsita transparente. Es uno adicional, para todos, incluidos los acompañantes de quienes van a viajar.
El vuelo dura cuatro horas. Cuando por fin aterrizamos en Madrid, dos policías nacionales esperan a los pasajeros a la salida de la pasarela de embarque. Casi todos los pasajeros parecemos occidentales, muchos de ellos son argentinos en viaje organizado. Los policías piden el pasaporte al único pasajero con rasgos turcos. Él lo entrega y espera con paciencia a que se lo revisen, sonríe, charla con los agentes y, al despedirse, les estrecha las manos.
Una semana en Estambul
SÁBADO 10 DE OCTUBRE
Cuando, después de ocho horas de viaje, llegamos al apartamento y nos conectamos al wifi, una sola pregunta parece haber invadido nuestro WhatsApp: “¿Habéis llegado bien?”. Nos sorprende tanta preocupación así que abro el navegador. El mayor atentado de la historia de Turquía ocupa las portadas de todos los medios online.
En ese momento, la cuenta de muertos asciende a 86 y sólo hay conjeturas sobre los autores. El atentado ha sido en una manifestación por la paz en Ankara, por la mañana, cuando nosotros estábamos embarcando hacia Estamubul. Ya en suelo turco, nada en el largo viaje en metro desde el aeropuerto hasta Taksim nos ha hecho sospechar que hubiera ocurrido algo fuera de lo normal.
Pero veo en Twitter que se han convocado manifestaciones por todo el país y que algunas ya han sido reprimidas o han acabado con disturbios. Decidimos salir a dar una vuelta, cenar algo. Nos encontramos con los manifestantes en los alrededores de Taksim. Llevan pancartas y gritan consignas que no entendemos. Levantan el aplauso espontáneo de los transeúntes pero no son muchos.
10.000 personas, leeré luego, en una ciudad de 14 millones de habitantes. Muy pocas comparadas con las 100.000 personas que salieron a la calle contra los ataques del PKK en septiembre que causaron la muerte de tres personas. Hay, en cambio, bastante policía (vemos al menos una tanqueta) que se despliega por las calles estrechas que rodean İstiklal, la avenida peatonal que es el corazón comercial de Estambul.
Antes de venir a Estambul sabíamos que Turquía pasa por una época turbulenta. Habíamos leído las noticias de los últimos atentados y sabíamos que iban a haber elecciones tres semanas después de nuestra llegada, por lo que nuestra estancia coincidió con la campaña electoral. Pensábamos que algo podía ocurrir, sin atrevernos a poner nombre o dar forma a ese algo.
DOMINGO 11
El día siguiente a los atentados, paseando de nuevo por los alrededores de Taksim, nos encontramos con un grupo de activistas. Han colocado una pancarta y una mesa, y reparten folletos y gritan consignas a los transeúntes que caminan con prisa, la mayoría más interesados en los escaparates.
Una vez más, no entendemos lo que gritan, así que pregunto.
—Protestamos por las bombas de Ankara —dice una chica joven.
—Sí, ¿pero qué decís?
—Que estamos enfadadas, pero todavía queremos paz.
No parece tener muchas ganas de seguir dando explicaciones y no cojo el folleto porque no lo voy a entender. Pocos pasos después me arrepiento y recojo uno que alguien ha tirado al suelo. Cuando consigo una traducción gracias a Internet, descubro que son del colectivo Mujeres por la Paz:
Enfadadas.
Muy enfadadas.
Lloramos. Lo sentimos mucho.
Ninguna vida puede continuar como si nada hubiera pasado.
LUNES 12
Visitamos los centros culturales SALT. Uno de ellos está en plena avenida İstiklal, una arteria congestionada por transeúntes a todas horas. Y, sin embargo, Salt está vacío, sus salas parecen demasiado grandes. Subiendo de piso en piso, recorremos la exposición How did we get here? [¿Cómo llegamos aquí?].
El 12 de septiembre de 1980 se produjo el tercer y último golpe de Estado del ejército turco en la historia moderna del país. Aunque declararon que lo hacían para proteger la unidad de Turquía y los derechos y libertades de sus ciudadanos, lo primero que hicieron los militares fue abolir la Constitución, disolver el Parlamento e instaurar la ley marcial. Hubo cientos de miles de detenidos, además de decenas de muertos y desaparecidos. Los militares estuvieron tres años en el poder, hasta que se aprobó una nueva Constitución en un referéndum dudoso.
La exposición repasa la lucha de pequeños colectivos contra el régimen heredado durante la década de los 80. Cortometrajes feministas que intentan redefinir el imaginario colectivo, mítines de colectivos homosexuales y conciertos-protesta, la lucha de los familiares de los presos…
Una variante universitaria del Monopoly explica así las reglas del juego:
1. Es imposible que ganes a este juego, no te enfades por ello.
2. Tú serás el acusado a lo largo de todo el juego.
3. Que se sepa: los poderes establecidos siempre tienen razón.
4. Los jóvenes siempre deben seguir lo que dicen sus mayores.
5. Estas reglas están en vigor hasta nuevo aviso (no habrá nuevo aviso).
La exposición continúa en SALT Galata, a los pies de la famosa torre que domina el skyline del barrio de Beyoğlu. Es la antigua y ampulosa sede de un banco, y a la entrada resaltan los logos de sus muchos patrocinadores. Entre empresas privadas aparecen los nombres del Museo Reina Sofía y del MACBA. La moderna cafetería se asoma desde las alturas de la colina al otro lado del Cuerno de Oro, al perfil de minaretes que dibujan Santa Sofía y la Mezquita Azul.
En la planta baja, How did we get here? sigue con una muestra de libros que fueron prohibidos o censurados por los militares. Muchos turcos, algunos extranjeros (Trópico de Cáncer de Henry Miller, o La Peste de Camus). El primero en entrar en la lista negra fue Principios Elementales de Filosofía, de Georges Politzer. Al verlo, recuerdo que hace unas semanas se habló en España de la pérdida de la asignatura de filosofía en Bachillerato.
MARTES 13
Estamos tomando una cerveza en una terraza de Estambul. De repente, en una esquina aparecen ocho o diez policías. Uno de ellos mira al frente con un fusil de asalto en la mano. Los demás charlan despreocupadamente. Algunos transeúntes intentan doblar la esquina pero les obligan a darse la vuelta.
En Estambul la preocupación por la seguridad llega a todos los rincones, afecta la vida cotidiana. En los multicines de İstiklal Caddesi hay arcos de seguridad y escáner. También en Santa Sofía y en la mayoría de atracciones turísticas, en la Universidad…
En la terraza del bar, cuando pregunto a la camarera por la presencia policial en la calle, la conversación transcurre a trompicones en un inglés precario. Pero hay una frase que no deja de repetir, como si quisiera que al menos esas palabras sí quedaran bien grabadas en nuestras mentes. Dice: “No es un buen momento para nuestro país”.
La historia de Turquía desde que es una república está marcada por la violencia, que golpea desde todos los lados del espectro político. Desde la izquierda radical (el último atentado, en enero, se cobró la vida de un policía), pasando por los islamistas (en Suruç murieron 33 personas en julio, y esta semana Ankara…, el peor atentado de la historia del país), hasta los brazos armados del independentismo kurdo, el PKK, o de la ultraderecha, los Lobos Grises.
El conflicto kurdo, común a Siria, Irak e Irán, había llegado en 2013 a un alto el fuego en Turquía. Antes de eso, había dejado entre 40 y 100 mil víctimas, cientos de pueblos arrasados, innumerable población desplazada, atentados suicidas… La guerra en Siria y la resistencia del PKK al avance de ISIS ha reavivado las brasas. Hay quien dice que Erdoğan, el presidente turco, es el primero interesado en que el fuego se encienda otra vez para pescar los votos nacionalistas de los que se alimenta (de hecho, recuperará la mayoría parlamentaria en las elecciones del 1 de noviembre). En junio, el partido de Erdoğan, el AKP, había perdido dicha mayoría. No sólo eso, sino que por primera vez los kurdos consiguieron representación en el parlamento, dentro de un partido de coalición, el HDP (Partido Democrático de los Pueblos).
MIÉRCOLES 14
Hoy, por fin, el gobierno anuncia que tiene indicios de que los responsables del atentado son dos terroristas de ISIS de origen turco-kurdo. Esa misma noche se produce otra manifestación por los alrededores de Taksim. Son pocas personas y caminan deprisa mientras gritan y hacen ruido golpeando cacerolas. De nuevo, los transeúntes aplauden y jalean, pero no se unen a los manifestantes. Muchos de ellos lo hacen desde una terraza, con una cerveza en la mano. Los manifestantes pasan tan rápido que no tengo tiempo de hablar con ellos. Esta vez, hago una foto y busco la traducción de lo que reclaman en las pancartas. Dicen: “Sabemos quién ha sido”.
Hay quien señala que el gobierno turco ha estado jugando al despiste estos días. Desde el principio, dejó caer que los autores podrían ser de ISIS con la ayuda del PKK, a pesar de que en el atentado hubo muchos muertos kurdos y parecía improbable una colaboración entre dos organizaciones que están enfrentadas al otro lado de la frontera siria.
Pero la manipulación ha ido más allá de algunas insinuaciones sin futuro. Mucho más allá. El gobierno turco ha mantenido en la oscuridad a los medios, censurando lo que podían publicar. No es nada nuevo, en los últimos cinco años ha habido más de 150 bloqueos del gobierno a los medios. Siempre, por motivos de seguridad nacional.
JUEVES 15
Cogemos un ferry y cruzamos al lado asiático, al barrio de Kadıköy. En medio de la actividad frenética del muelle, los partidos políticos se parapetan en carpas y furgonetas para hacer campaña. Todos ofrecen folletos, algunos dan pasteles turcos y té, otros incluso han instalado unos sillones de masaje. Sin embargo, los atareados trabajadores no se detienen, los turistas ignoran y son ignorados por los voluntarios, y los vendedores de rosquillas gritan sus ofertas a su aire.
Pido un folleto de cada partido. El del AKP es, sin duda, el de mejor calidad. Fotos a todo color de fábricas, laboratorios y maquetas de modernos proyectos inmobiliarios, buen gramaje de papel… El candidato del AKP, Ahmet Davutoğlu, actual primer ministro, es el protagonista absoluto del folleto. En una foto posa con una señora con pañuelo, en otra abraza a un niño rubio que mira al horizonte. Los folletos de los demás (el nacionalista MHP y el socialdemócrata CHP) sólo llevan la foto del candidato en la portada y el resto es texto, propuestas impresas en papel barato.
El bullicio del muelle de Kadıköy se extiende a las calles cercanas, calles comerciales llenas de colmados, tiendas de ropa y restaurantes döner. Sin embargo, cuando nos adentramos un poco, aparece un barrio tranquilo, de adoquines arreglados y bolardos pintados de colores, de pequeños cafés y colegios de los que llegan los gritos de los niños en el recreo. En las elecciones de junio, el CHP, el partido socialdemócrata, fue el más votado en Kadıköy.
Nos tomamos un té en una de sus cafeterías. La camarera lleva un piercing en la nariz y nos sirve una carrot cake casera. Le señalamos que las ventanas de las casas y de las terrazas están llenas de banderas turcas. Le pregunto si es por las elecciones. Niega con la cabeza.
—No, es por los ataques terroristas.
Más tarde nos encontramos a dos jóvenes pegando una pancarta en un muro. Pertenecen a una organización próxima al HDP. En la pancarta aparece un dibujo de Erdoğan acompañado por un lema del que sólo se entiende la palabra “fascista” escrita en turco. Les pregunto qué significa el resto. Uno de ellos le pasa la patata caliente al otro. “İngilizce, İngilizce”, y me señala. El otro me cuenta que creen que el gobierno sabía lo que iba a ocurrir en Ankara.
—Es posible que ISIS haya puesto las bombas —dice—, pero el gobierno cierra los ojos. Tienen los nombres de los terroristas y no hacen nada.
Le pregunto si cree que el partido de Erdoğan va a volver a ganar las elecciones (que será exactamente lo que pase, aunque ahora mismo no está tan claro). Sonríe.
—Sí, claro. Pero está perdiendo poder. Y si seguimos luchando, perderá más poder todavía.
Después de comer, cogemos un autobús hasta Üsküdar, otro barrio del lado asiático de Estambul. Sus calles, estrechas, empinadas, están empapeladas por la publicidad del MHP, un partido ultranacionalista. Sus banderolas contrastan con el cielo gris, que amenaza lluvia. Pero a pesar de su fuerte presencia, en junio fue el AKP, el partido del gobierno, el más votado en este distrito.
Visitamos una pequeña feria de libros de segunda mano en el muelle. En la entrada de la carpa hay arcos y guardias de seguridad. Los arcos pitan cada vez que entra o sale alguien y nadie se preocupa demasiado. Pero están ahí. Igual que las cámaras de seguridad que apuntan a las entradas de los bares, de los hoteles, de las viviendas. Cámaras por todos lados. Muchos de los puestos exhiben un lazo negro y una bandera turca junto a viejas revistas y libros de portadas gastadas.
SÁBADO 17
Un control de seguridad nos espera a la entrada del aeropuerto. No es el habitual control en el que tienes que enseñar la tarjeta de embarque y separar los líquidos en una bolsita transparente. Es uno adicional, para todos, incluidos los acompañantes de quienes van a viajar.
El vuelo dura cuatro horas. Cuando por fin aterrizamos en Madrid, dos policías nacionales esperan a los pasajeros a la salida de la pasarela de embarque. Casi todos los pasajeros parecemos occidentales, muchos de ellos son argentinos en viaje organizado. Los policías piden el pasaporte al único pasajero con rasgos turcos. Él lo entrega y espera con paciencia a que se lo revisen, sonríe, charla con los agentes y, al despedirse, les estrecha las manos.