Contenido
Una corona de algodón

Con la música la ensoñación es sencilla: uno suele hacer fetiche de aquello que, habiéndole causado una reacción muy viva, le ha acompañado durante algún tiempo. Ese fetiche es la nostalgia, emoción tramposa en la música, ya que es durante su repetición cuando parece evocar el momento irrepetible de la primera audición. O dicho de otro modo, durante esa primera escucha, puede la canción quedar incrustada con una experiencia en particular, de un momento vital, ya sea real o inventado (o remozado, reconstruido) y, después de esa primera escucha, sólo podrá revivirse, nostalgia mediante, ese momento, ahora idealizado. Y la nostalgia, al repetir la escucha, se queda con todo, con lo que le pertenece y con lo que no (¿qué le pertenece en verdad a la nostalgia?): la tristeza parece más profunda, la felicidad más alegre; la nostalgia alimenta esos recuerdos y los convierte en emblemas perfectos. Y no sólo eso: una canción podrá evocar otras nostalgias, otras canciones, un tiempo pasado y perdido –y, por supuesto, también no vivido, irreal y reconocible al mismo tiempo–: la sensación que deja en la lengua, un sabor a óxido, el revival.
Se podría decir que todo el mundo tiene recuerdos y que la música puede adueñarse de todos si no tenemos cuidado. Así, la música apela a su eco, al rastro que queda, para que su fuerza permanezca una vez llegue el silencio.
Y de nostalgias trata la cosa: en la recientemente publicada autobiografía de Kim Gordon, Girl In A Band (HarperCollins Publishers/ Faber & Faber, 2015; traducción al castellano por Montse Ballesteros en La chica del grupo, Contra Ediciones, 2015), hacia la segunda mitad de la misma, Gordon dedica, de manera cronológica, capítulos a los discos que publicó Sonic Youth, su grupo, ya sea mencionando una canción o el propio disco. Gordon tocaba el bajo y cantaba en la banda formada por su pareja y después marido, Thurston Moore, Lee Ranaldo y, más tarde, Steve Shelley, hasta la disolución de la misma, consecuencia de la ruptura de la pareja. La autobiografía, más que cualquier otra cosa, trata de la relación entre Moore y ella; son las memorias de una de las partes de una pareja de músicos. El libro avanza y, cuando el recorrido de la memoria musical llega al presente, se detiene para alcanzar su culminación en un capítulo, el más breve del libro, “Cotton Crown” [Corona de Algodón], en el que se retrotrae a una canción del Sister, disco del 87 sobre el que ya había desgranado sus recuerdos. Realizando un doble ejercicio nostálgico –el propio de la autobiografía, y el que se da al ir atrás a un momento que la autobiografía ya había cerrado y fijado al dejarlo mencionado–, Gordon nos transcribe, para dicho capítulo, la letra de la canción “Kotton Krown” (por alguna razón, Gordon escribe “Cotton Crown” aunque en el nombre del corte en la contraportada del Sister aparecen esas ces como kas). Sólo la letra, nada más:
Love has come to stay in all the way |
El amor ha llegado para quedarse hasta el final |
La letra, como en la canción, se interrumpe, se quiebra: “I got your”, ese es su último verso. Queda ahí, como un recordatorio de lo que fue; luego, Gordon habla de su separación de Thurston Moore que parece el verdadero motivo de la remembranza que acecha la escritura de su autobiografía. Una autobiografía, de algún modo, para saldar cuentas. La canción y la letra no es comentada por Gordon, como sí ocurre con otras en Girl in a Band, aquellas que significaron algo para ella. “Kotton Krown” se alza así como la más importante de todas las canciones de Sonic Youth, la que merece, después de todo lo rememorado, un capítulo por sí misma y porta el más profundo emblema de la nostalgia, el eco más atronador. No se nos escapa que, en realidad, le ha dedicado un breve comentario al comienzo del libro, a raíz de otra cosa, casi sin darle la importancia a lo que ahora sabemos que tiene mucha. Dice que es una canción “sobre el amor, y el misterio, y la química, y los sueños, y permanecer juntos. Era básicamente una oda a la ciudad de Nueva York”. Lo que fue “Kotton Krown”, una canción de amor, es hoy el signo radical de la destrucción.
Porque “Kotton Krown” es una canción que cantan a dúo Thurston Moore y Kim Gordon. Es un canto a dúo atípico: cantan lo mismo y a la vez, con idéntico tono. Thurston Moore suena a la derecha de los auriculares y Kim Gordon a la izquierda: en verdad, habría que decir que no es un corte cantado a dúo. No. Es una canción que (se) cantan el uno al otro para adentrarse el uno en el otro; es una canción de amor que (se) dedican el uno al otro, con la corona como símbolo de fragilidad, símbolo que se repite. Corona de algodón: suave, tierna. Guárdala bajo tierra (dicen), los ángeles sueñan contigo (insisten). Tengo tu corona de algodón, tengo tu corona de algodón, tengo tu corona de algodón (repiten). Ahora sólo queda pena en esa letra; ahora la canción sólo dice que nadie puede sostener, para o por el otro, esa corona. Nadie sostiene ni sostendrá la corona de algodón del otro.
La nostalgia se adueña de la canción pero, al conquistarla, transforma la audición: la tuerce y muestra un reverso, el opuesto, que parecía que no portaba, que parecía que no podía portar. Por eso, aquella canción de amor, ahora sólo dice: todo ha quedado destruido. Sí, observa, estimado oyente, estimado voyeur, en aquella canción el que ahora es el objeto del sacrificio: una corona de algodón que arde, en su imposibilidad, por todo lo perdido.