Contenido
“Traje una sandía”
‘Dirty Dancing’: cine y karaoke en la Gran Vía
—¡Lagarta! ¡Más que lagarta!
Hay gente a la que le molesta que se hable o que se cante en el cine, que se digan frases subidas de tono o que se interpele a los personajes de ficción. En todas partes, a todas horas, hay gente dispuesta a molestarse por cualquier cosa. Mejor dicho: en casi todas. Lo bueno de una sesión de cine + karaoke es que nadie está dispuesto a molestarse por nada y eso crea un clima de total libertad.
—¡Esta noche se va a cantar, se va a bailar y, sobre todo, se va a estar de fiestaaaaaaaaaa!
A los organizadores se les han ocurrido unos cuantos jueguecitos. Cada vez que se diga la palabra Baby, el público tiene que gritar ¡¡¡Frances!!! (el público gritará ¡¡¡Franciiiiis!!!). La protagonista se llama Frances, pero su padre —un hombre sobreprotector que viste siempre con trajes claros y que no asume las pulsiones sexuales de su hija— insiste en llamarla Baby. Ella prefiere que la llamen Frances. Cuando conozca a Patrick Swayze y los atraviese la pasión por el baile y una gran ola de erotismo los pase por encima, el nombre dejará de ser un problema. El nombre exacto de las cosas —intelijencia—, y de algunas personas. Las palabras son importantes. Las primeras palabras que Frances le dirige a Patrick son éstas:
—Traje una sandía.
(Aullidos, mugidos y suspiros entre el público.)
Frances se atormenta cada vez que lo piensa. Frances piensa que Patrick nunca hará caso de una chica que dice cosas como “Traje una sandía”. Obviamente, Frances no sabe que detrás del pecho acolchado de Patrick Swayze hay un corazón de oro. Patrick Swayze la llamará siempre Frances.
—Frances.
También vamos a ver, dicen los organizadores, a Patrick Swayze en camiseta:
—¡Esto es brutal!
En el vestíbulo han desplegado un tenderete donde venden una serie de cosas (la palabra exacta es kit) “para hacer que la visión del espectáculo sea más interactiva”. El lote incluye una cinta para la cabeza, como las que llevaban los tenistas de los años ochenta, unas maracas y unas gafas, y cuesta tres euros.
¿Qué es lo que se busca?, ¿qué parte del pasado es la que se invoca? La película —la película es Dirty Dancing— se rodó y comercializó en los años ochenta. Los organizadores del evento dicen que fue una película que marcó a toda una generación. Es obvio que exageran: ¿qué más da que exageren?, ¿es que acaso no se puede exagerar en el cine? Algunas chicas han venido con el novio, o con el marido. Es un error. El objetivo es divertirse, y las que más se divierten son las que han venido con otras chicas. Son las que aúllan, las que hacen comentarios subidos de tono y las que gimen. Cada vez que alguien aúlla o hace un comentario subido de tono o gime en un cine, muere el arte y triunfa la vida. Hay mujeres de cuarenta años —chicas de aquella época—, pero también hay gente que no había nacido entonces, chicas que han visto la película en DVD o en internet y que suspiran cuando Patrick Swayze resopla y cuando la protagonista mueve las aletas de la nariz.
—¡¡¡Franciiiiiiis!!!
También hay un photocall para que la gente se fotografíe junto a unos actores que más o menos se parecen a los protagonistas de la película. Estos mismos actores serán los que luego se suban al escenario y jaleen al público y hagan todas esas coreografías con la película de fondo.
—Todo el mundo de pie. Cabeza a un lado, cabeza a otro lado.
Y todo el mundo se pondrá de pie. Todo el mundo moverá la cabeza a un lado, y luego a otro. La gente se levantará, cantará y moverá los brazos, y eso originará un estado de ánimo parecido al de una iglesia evangélica: “A lo mejor esto no es verdad, a lo mejor todo esto es mentira y estamos haciendo el ridículo, pero me siento bien cuando lo hago”. Es difícil saber lo que de verdad piensa la gente (en el karaoke de Dirty Dancing como en la vida).
—¿Cómo ves a Patrick Swayze?
—Que en paz descanse.
—Ajá. Y tú: ¿cómo ves a Patrick Swayze?
—Está perfecto. No le falta de nada.
Hay una gran injusticia dramática. El público aplica un rasero distinto según quién diga qué cosas. Cuando Patrick Swayze dice “No permitiré que nadie te arrincone”, la gente (las chicas: los chicos no dicen nada) dice “Ooohhhhh” y ronronea como un congelador, y es posible que a alguien se le esponje el corazón, pero cuando el antihéroe, un niñato que estudia hostelería en Yale, dice: “Me encanta ver tu pelo flotando en el aire”, todo se vuelven risas, odio e incomprensión.
Entonces, ¿qué es Dirty Dancing en 2016?, ¿qué representa? Dirty Dancing es, ya se ha dicho, una película de los años ochenta. Hace unas semanas, meses o minutos, se hubiera dicho que es una película ochentera, pero el adjetivo ochentero ha muerto de éxito, como muchos otros adjetivos, y ya no sirve para nada: sólo califica a la persona que lo usa (una persona que dice ochentero, una persona que dice bizarro, una persona que dice hípster o freaky). Los adjetivos mueren enseguida, y los adjetivos sustantivados también. Conocen una vida fulgurante, pasan una temporada en boca de todos y luego su brillo se apaga. Lo cual confirma —intelijencia otra vez— que el adjetivo es el vicio —nos atrae con su sensualidad irresistible— y el sustantivo, la virtud. Dirty Dancing es una película de los ochenta, pero cuenta una historia de principios de los años sesenta —del siglo XX— y se supone que el eje de la historia es la sensualidad, la posibilidad de un deseo (sexual) entre una chica bien y un profesor de baile. Así que estamos en el 1961 y los aparatos de radio segregan toda esa música maravillosa: la mejor música del mundo. No hace tanto tiempo que se ha muerto Buddy Holly, el sonido High School brota de los árboles y Phil Spector levanta, ladrillo a ladrillo y reverberación a reverberación, su felicísimo muro de sonido. Dirty Dancing es una película musical y esa es la razón por la que, en principio, resulta apropiada para estas veladas de cine y karaoke.
—Huuuuungry eeeeeyes!!!
Ah, maldita sea: en la radio del coche del padre de Frances suena Big Girls Don’t Cry, de Frankie Valli and The Four Seasons, y eso no es algo que pase todos los días: ¡Frankie Valli a un volumen brutal! ¡Esta es la mejor película del mundo! ¡Esta es una película de verdad! Todas las películas son verdad y son mentira, como cualquier otra ficción: algo pasa. Pero esta noche Dirty Dancing es, además de una película, un gancho para el karaoke. El karaoke es verdad porque verdaderamente ocurre —está ocurriendo—, pero al final siempre es mentira: la gente dice que se divierte, pero no es cierto. La gente dice “¡Uuuhhhhh!”, pero no es verdad. Todos mienten.
—Time of my liiiiiiife!!!
En el pase especial de Dirty Dancing —doblada al español y con la letra de las canciones en subtítulos— la gente miente menos que en un karaoke ordinario. Hay una tensión permanente entre cine —estamos en un antiguo cine de la Gran Vía reconvertido en teatro— y karaoke. ¿Quién ganará? Cada vez que irrumpe el karaoke, todo el edificio de la ficción se viene abajo. Se supone que dentro de la ficción todo es posible, y se supone que eso es maravilloso —mágico, especial—: tú estás dentro. Pero es un equilibrio frágil, y cualquier insignificancia puede desbaratarlo todo. El vuelo de una mosca, alguien que desenvuelve un caramelo, un espectador de última hora o cualquier otro soplo de vida. El mundo de ficción edificado por Dirty Dancing es doble o triplemente frágil, hay que hacer un esfuerzo considerable para entrar en la película y para mantenerse ahí dentro: “De acuerdo, esto es lo único que importa ahora, toda esta historia de una chica con el pelo rizado que se enamora de un monitor de baile ME INTERESA, me siento concernido por lo que le pase a Patrick Swayze”. Y efectivamente es maravilloso —mágico, especial— cuando ocurre. Y entonces parece que Patrick Swayze va en serio y el edificio de la ficción se sostiene, pese a las inclemencias del tiempo y al vicio —otra vez— de la ironía. Hay escenas muy calientes en lo más profundo de un bosque, esto no es ninguna broma. Al otro lado del río, y entre los árboles, siempre están los pectorales de Patrick Swayze. No parece un chico de 1961 sino un bailarín forzudo de 1987, pero da lo mismo. La ficción puede con todo, o con casi todo. De pronto aparecen las siluetas de unos bailarines del año 2016, no demasiado forzudos, recortadas contra la pantalla. Los bailarines son anticlimáticos, y no precisamente porque sean mentira, sino más bien porque son de verdad: son un chico y una chica de carne y hueso que te recuerdan que estás en la Gran Vía y en el año 2016. Y obligan a la gente a cantar, a levantar los brazos, a mover las caderas. Es decir, te sacan de la película y te meten en un karaoke, pero te devuelven a la vida.
—¿No está Patrick Swayze un poco pasado de vueltas en esta película?
—No lo sé.
—¿Y en Ghost?
—No lo sé. No he visto Ghost. ¿Es buena?
Fotos:
1. Sing Along, Dirty Dancing, Madrid. © MadridFree.org
2. Sing Along, Mamma Mia!, Madrid. © UnBuenDiaEnMadrid.com
“Traje una sandía”
—¡Lagarta! ¡Más que lagarta!
Hay gente a la que le molesta que se hable o que se cante en el cine, que se digan frases subidas de tono o que se interpele a los personajes de ficción. En todas partes, a todas horas, hay gente dispuesta a molestarse por cualquier cosa. Mejor dicho: en casi todas. Lo bueno de una sesión de cine + karaoke es que nadie está dispuesto a molestarse por nada y eso crea un clima de total libertad.
—¡Esta noche se va a cantar, se va a bailar y, sobre todo, se va a estar de fiestaaaaaaaaaa!
A los organizadores se les han ocurrido unos cuantos jueguecitos. Cada vez que se diga la palabra Baby, el público tiene que gritar ¡¡¡Frances!!! (el público gritará ¡¡¡Franciiiiis!!!). La protagonista se llama Frances, pero su padre —un hombre sobreprotector que viste siempre con trajes claros y que no asume las pulsiones sexuales de su hija— insiste en llamarla Baby. Ella prefiere que la llamen Frances. Cuando conozca a Patrick Swayze y los atraviese la pasión por el baile y una gran ola de erotismo los pase por encima, el nombre dejará de ser un problema. El nombre exacto de las cosas —intelijencia—, y de algunas personas. Las palabras son importantes. Las primeras palabras que Frances le dirige a Patrick son éstas:
—Traje una sandía.
(Aullidos, mugidos y suspiros entre el público.)
Frances se atormenta cada vez que lo piensa. Frances piensa que Patrick nunca hará caso de una chica que dice cosas como “Traje una sandía”. Obviamente, Frances no sabe que detrás del pecho acolchado de Patrick Swayze hay un corazón de oro. Patrick Swayze la llamará siempre Frances.
—Frances.
También vamos a ver, dicen los organizadores, a Patrick Swayze en camiseta:
—¡Esto es brutal!
En el vestíbulo han desplegado un tenderete donde venden una serie de cosas (la palabra exacta es kit) “para hacer que la visión del espectáculo sea más interactiva”. El lote incluye una cinta para la cabeza, como las que llevaban los tenistas de los años ochenta, unas maracas y unas gafas, y cuesta tres euros.
¿Qué es lo que se busca?, ¿qué parte del pasado es la que se invoca? La película —la película es Dirty Dancing— se rodó y comercializó en los años ochenta. Los organizadores del evento dicen que fue una película que marcó a toda una generación. Es obvio que exageran: ¿qué más da que exageren?, ¿es que acaso no se puede exagerar en el cine? Algunas chicas han venido con el novio, o con el marido. Es un error. El objetivo es divertirse, y las que más se divierten son las que han venido con otras chicas. Son las que aúllan, las que hacen comentarios subidos de tono y las que gimen. Cada vez que alguien aúlla o hace un comentario subido de tono o gime en un cine, muere el arte y triunfa la vida. Hay mujeres de cuarenta años —chicas de aquella época—, pero también hay gente que no había nacido entonces, chicas que han visto la película en DVD o en internet y que suspiran cuando Patrick Swayze resopla y cuando la protagonista mueve las aletas de la nariz.
—¡¡¡Franciiiiiiis!!!
También hay un photocall para que la gente se fotografíe junto a unos actores que más o menos se parecen a los protagonistas de la película. Estos mismos actores serán los que luego se suban al escenario y jaleen al público y hagan todas esas coreografías con la película de fondo.
—Todo el mundo de pie. Cabeza a un lado, cabeza a otro lado.
Y todo el mundo se pondrá de pie. Todo el mundo moverá la cabeza a un lado, y luego a otro. La gente se levantará, cantará y moverá los brazos, y eso originará un estado de ánimo parecido al de una iglesia evangélica: “A lo mejor esto no es verdad, a lo mejor todo esto es mentira y estamos haciendo el ridículo, pero me siento bien cuando lo hago”. Es difícil saber lo que de verdad piensa la gente (en el karaoke de Dirty Dancing como en la vida).
—¿Cómo ves a Patrick Swayze?
—Que en paz descanse.
—Ajá. Y tú: ¿cómo ves a Patrick Swayze?
—Está perfecto. No le falta de nada.
Hay una gran injusticia dramática. El público aplica un rasero distinto según quién diga qué cosas. Cuando Patrick Swayze dice “No permitiré que nadie te arrincone”, la gente (las chicas: los chicos no dicen nada) dice “Ooohhhhh” y ronronea como un congelador, y es posible que a alguien se le esponje el corazón, pero cuando el antihéroe, un niñato que estudia hostelería en Yale, dice: “Me encanta ver tu pelo flotando en el aire”, todo se vuelven risas, odio e incomprensión.
Entonces, ¿qué es Dirty Dancing en 2016?, ¿qué representa? Dirty Dancing es, ya se ha dicho, una película de los años ochenta. Hace unas semanas, meses o minutos, se hubiera dicho que es una película ochentera, pero el adjetivo ochentero ha muerto de éxito, como muchos otros adjetivos, y ya no sirve para nada: sólo califica a la persona que lo usa (una persona que dice ochentero, una persona que dice bizarro, una persona que dice hípster o freaky). Los adjetivos mueren enseguida, y los adjetivos sustantivados también. Conocen una vida fulgurante, pasan una temporada en boca de todos y luego su brillo se apaga. Lo cual confirma —intelijencia otra vez— que el adjetivo es el vicio —nos atrae con su sensualidad irresistible— y el sustantivo, la virtud. Dirty Dancing es una película de los ochenta, pero cuenta una historia de principios de los años sesenta —del siglo XX— y se supone que el eje de la historia es la sensualidad, la posibilidad de un deseo (sexual) entre una chica bien y un profesor de baile. Así que estamos en el 1961 y los aparatos de radio segregan toda esa música maravillosa: la mejor música del mundo. No hace tanto tiempo que se ha muerto Buddy Holly, el sonido High School brota de los árboles y Phil Spector levanta, ladrillo a ladrillo y reverberación a reverberación, su felicísimo muro de sonido. Dirty Dancing es una película musical y esa es la razón por la que, en principio, resulta apropiada para estas veladas de cine y karaoke.
—Huuuuungry eeeeeyes!!!
Ah, maldita sea: en la radio del coche del padre de Frances suena Big Girls Don’t Cry, de Frankie Valli and The Four Seasons, y eso no es algo que pase todos los días: ¡Frankie Valli a un volumen brutal! ¡Esta es la mejor película del mundo! ¡Esta es una película de verdad! Todas las películas son verdad y son mentira, como cualquier otra ficción: algo pasa. Pero esta noche Dirty Dancing es, además de una película, un gancho para el karaoke. El karaoke es verdad porque verdaderamente ocurre —está ocurriendo—, pero al final siempre es mentira: la gente dice que se divierte, pero no es cierto. La gente dice “¡Uuuhhhhh!”, pero no es verdad. Todos mienten.
—Time of my liiiiiiife!!!
En el pase especial de Dirty Dancing —doblada al español y con la letra de las canciones en subtítulos— la gente miente menos que en un karaoke ordinario. Hay una tensión permanente entre cine —estamos en un antiguo cine de la Gran Vía reconvertido en teatro— y karaoke. ¿Quién ganará? Cada vez que irrumpe el karaoke, todo el edificio de la ficción se viene abajo. Se supone que dentro de la ficción todo es posible, y se supone que eso es maravilloso —mágico, especial—: tú estás dentro. Pero es un equilibrio frágil, y cualquier insignificancia puede desbaratarlo todo. El vuelo de una mosca, alguien que desenvuelve un caramelo, un espectador de última hora o cualquier otro soplo de vida. El mundo de ficción edificado por Dirty Dancing es doble o triplemente frágil, hay que hacer un esfuerzo considerable para entrar en la película y para mantenerse ahí dentro: “De acuerdo, esto es lo único que importa ahora, toda esta historia de una chica con el pelo rizado que se enamora de un monitor de baile ME INTERESA, me siento concernido por lo que le pase a Patrick Swayze”. Y efectivamente es maravilloso —mágico, especial— cuando ocurre. Y entonces parece que Patrick Swayze va en serio y el edificio de la ficción se sostiene, pese a las inclemencias del tiempo y al vicio —otra vez— de la ironía. Hay escenas muy calientes en lo más profundo de un bosque, esto no es ninguna broma. Al otro lado del río, y entre los árboles, siempre están los pectorales de Patrick Swayze. No parece un chico de 1961 sino un bailarín forzudo de 1987, pero da lo mismo. La ficción puede con todo, o con casi todo. De pronto aparecen las siluetas de unos bailarines del año 2016, no demasiado forzudos, recortadas contra la pantalla. Los bailarines son anticlimáticos, y no precisamente porque sean mentira, sino más bien porque son de verdad: son un chico y una chica de carne y hueso que te recuerdan que estás en la Gran Vía y en el año 2016. Y obligan a la gente a cantar, a levantar los brazos, a mover las caderas. Es decir, te sacan de la película y te meten en un karaoke, pero te devuelven a la vida.
—¿No está Patrick Swayze un poco pasado de vueltas en esta película?
—No lo sé.
—¿Y en Ghost?
—No lo sé. No he visto Ghost. ¿Es buena?
Fotos:
1. Sing Along, Dirty Dancing, Madrid. © MadridFree.org
2. Sing Along, Mamma Mia!, Madrid. © UnBuenDiaEnMadrid.com