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¿Para qué sirven las utopías?
“El anhelo de mundos ideales y perfectos es tan antiguo como el ser humano.”
Wikipedia
En el lugar más utópico que conozco no se ve la tele ni se habla de fútbol ni del tiempo ni de los políticos, ni de política si me apuras, aunque como en toda buena utopía todo lo que se hace allí es bastante político. De hecho voy a reformular el enunciado. En el lugar más utópico que conozco no se habla de retuits ni de likes ni de YouTube ni se vive a través de una pantalla, pero como en toda buena utopía todo lo que ocurre allí es bastante cinematográfico. ¿Qué harías en un lugar así? Te quedaría mucho tiempo, tanto tiempo que puede que incluso no te haga falta irte de vacaciones.
Antes que él hubo muchos filósofos que ya habían anhelado mundos ideales; sin embargo, el primero que patentó la palabra utopía fue el distinguido pensador multitask inglés del siglo XVI Tomás Moro. En su obra Del estado ideal de una república en la nueva isla de Utopía, el distinguido pensador no precisó que la sociedad ideal fuera irrealizable, se contentó con coquetear ambiguamente con el origen etimológico de la palabra (en griego antiguo eutopía significa “el buen lugar” y outopía “el no lugar”) y con situar dicha sociedad geográficamente en la ficción. Sin embargo, como algunas utopías son inherentes a la naturaleza humana o, mejor dicho, como situar las cosas que deseamos en “lo utópico” es casi siempre más fácil que realizarlas, al final nos creímos, primero, que eran irrealizables y, después, ingenuas.
¿Acaso olvidamos que toda utopía, por muy irrealizable que parezca, está sujeta a la posibilidad de hacerse realidad? De hecho, a medida que una situación utópica se asienta en la realidad común se aleja progresivamente de su categoría utópica. Esto es tan fácil como aquel dicho de nunca digas nunca o que un grupo de personas hagan una asamblea y decidan pasar la noche en la Puerta del Sol.
Pues bien, en el lugar más utópico que conozco no se habla de fútbol ni del tiempo ni de política, ni de retuits ni de likes ni de YouTube, ni se vive a través de una pantalla. Allí se habla de muchas otras cosas y, sobre todo, se hacen muchas cosas, la mayoría orientadas a mantener la utopía lo más alejada posible de su categoría de utopía y lo más cerca de su asignatura pendiente, la perdurabilidad. Este lugar, ubicado en la frontera entre Cáceres y Badajoz, se llama Raíces Nómadas, y aunque a finales de 2014 iba para ecoaldea, ahora se autodenomina centro de permacultura y arte rural. Como yo no sé muy bien cómo calificarlo, con la ayuda de su promotor principal voy a tratar de explicar por qué es utópico.
1. UN NOMBRE UTÓPICO
El nombre del sitio más utópico que conozco es una paradoja. ¿Cómo puede crecer, desarrollarse y dar frutos una planta si sus raíces son nómadas? «Depende de la dimensión, del punto de vista», explica Álex Campos, el alma máter de este lugar. «El nomadismo está concebido como la dislocación constante, pero también las raíces están siempre en movimiento, siempre cambiando y creciendo». El proyecto nació de otras cuatro personas —una francesa, dos belgas y un argentino— que todavía siguen vinculadas, pero que han seguido otros caminos. Como en los ciclos agrícolas, las personas siembran, riegan, recogen y prosiguen.
Ahora Raíces Nómadas se mantiene gracias al trabajo de la gente local y a los encuentros artísticos que se celebran periódicamente y que proporcionan un espacio participativo donde cualquiera puede proponer una actividad. Allí se realizan conciertos, proyecciones de cine, jam sessions, pintura mural, sesiones de yoga y talleres alrededor de temas tan variopintos como la conciencia sexual, la nutrición o la creación poética.
2. UNA RELACIÓN UTÓPICA CON EL ENTORNO
Raíces Nómadas está asentado en la finca El Coco, un terreno que pertenece a la familia de Álex. Allí hay varias naves donde se realizan las actividades y que también albergan una cocina comunitaria y un horno de barro. El lugar también cuenta con dos baños secos y tres antiguas casas de pastores con sus correspondientes placas falangistas de los años 50. Éstas estaban medio en ruinas y han sido rehabilitadas casi en su totalidad con materiales, muebles, camas y herramientas cedidxs por personas que ya no las querían o recuperadxs de la calle. Por allí circula la broma de que el lugar está patrocinado por Lavapiés. No hay luz aparte de la que brinda el sol o un generador casi siempre estropeado, y aunque hay agua corriente, si quieres una ducha caliente tienes que encender el horno de barro que cuenta con una cisterna conectada a la canalización que calienta el agua.
Por otro lado, existen diferentes parcelas de huerto cultivadas con métodos de permacultura. Para los neófitos, la permacultura es un estilo de vida cimentado en la agricultura ecológica cuya prioridad no es sólo la productividad, sino también establecer relaciones respetuosas y eficientes a largo plazo con el entorno. Además, este tipo de agricultura abona con compost orgánico y no utiliza pesticidas, lo que mejora notablemente la calidad nutricional de la producción.
Sin embargo, si bien Raíces Nómadas tiene a un lado un inmenso encinar, al otro linda con monocultivos de arroz donde se utilizan fertilizantes químicos y pesticidas. De hecho es bastante común en el campo que te miren raro cuando comentas a los agricultores locales que no “curas”. A pesar de ello, ahí están “las raíces” creando diversidad y sembrando cositas buenas para la tierra. El pasado marzo plantaron 200 árboles cedidos por la Junta de Extremadura, y anteriormente ya habían plantado 38 olivos que había entregado amablemente un vecino.
3. LAS UTOPÍAS TAMBIÉN TIENEN FACEBOOK
En los pueblos colindantes como Madrigalejo o Palazuelo se conoce al lugar como la finca El Coco o “donde los jipis”; sin embargo, en los grandes núcleos urbanos puede haber otras personas o jipis interesadxs en este lugar que no hayan oído hablar de él. ¿Cómo llegar a ellos? Vale que en este lugar utópico no se hable de retuits ni de likes, ni se viva a través de una…, pero Facebook sí que hay, aunque se tarden 22 días de media en responder a los mensajes privados de la página.
4. INTERACCIÓN UTÓPICA CON LA GENTE LOCAL
La Utopía de Tomás Moro era una isla aislada del mundo exterior, una ficción allende los mares. Sin embargo, si una utopía desea alejarse progresivamente de su categoría, resulta imprescindible que entre en contacto con el entorno y la gente que la rodea. Las fronteras son muy porosas por muy distantes que sean las realidades a ambos lados, y allí estábamos una mañana cualquiera una terapeuta transpersonal, un estudioso del tantra, un documentalista, un poeta, una profesora de yoga y cuatro pastores de ovejas tomando una cerveza o un bol de muesli con leche de soja y hablando sobre comer carne, la sierra de las Villuercas, sobre cómo recoger y pelar cardillos, si los gatos tricolores sólo pueden ser hembras, los tomates transgénicos y el apodo de uno de ellos, El Espada, consecuencia de su afición por el toreo. Al final ni rastro de fronteras ni de utopías, todo el mundo encantado de encontrar lugares comunes.
5. EL UTÓPICO ARTE RURAL
La primera vez que escuché el concepto de arte rural enseguida argumenté que el entorno no debería ser algo determinante en la identidad de un arte; sin embargo, después de vivir largas temporadas en el campo, ya no opino lo mismo. En el entorno rural se vive en mayor contacto con la naturaleza, en mayor conexión con nuestro lado primigenio, lo que provoca otra clase de estímulos creativos. Además, una obra de arte necesita ser compartida y los lugares donde se exhibe o comparte el arte en la ciudad difieren muchísimo de los lugares donde se puede encontrar arte en el campo, algo que crea un impacto muy diferente. Y no olvidemos cómo el mercado cosifica el arte y lo transforma en mercancía, por lo que ¿arte en el campo?, ¿dónde? En este sentido, Raíces Nómadas ha proporcionado terreno abonado en un entorno, como muchos en el mundo rural, artísticamente yermo.
6. HACER REALIDAD LA UTOPÍA
«Estamos acostumbrados a hacer las cosas siempre de la misma forma, con una metodología; pero esto no funciona así, aquí funcionamos de muchas maneras y, como a una dinamo, uno le da un poquito, otro le da otro poquito…», explica Álex. «El hecho de que la gente entre y salga del proyecto no crea estabilidad, pero como pasa con los árboles que hemos plantado, no van a dar frutos hasta dentro de unos años. Lo importante ahora es regar lo que brota y lo que brotan son los encuentros artísticos».
La sociedad ideal de la que hablaba Tomás Moro se caracterizaba, según la antaño utópica Wikipedia, «por la convivencia pacífica, el bienestar físico y moral de sus habitantes, y el disfrute común de los bienes». Todo ello «en contraste con el sistema de propiedad privada y la relación conflictiva entre las sociedades europeas contemporáneas al autor». Cambiemos épocas, cambiemos sociedades por personas. Para acercarnos a esta utopía es necesario que lo privado, lo posesivo y lo propio se fundan progresivamente en lo colectivo. Para ello hay que aprender nuevas maneras de convivir y de gestionar conflictos. Porque conflictos siempre va a haber, sin conflictos no hay historias, pero esto no quiere decir que deriven en relaciones conflictivas.
Conciliar raíces y nomadismo no sólo es utópico sino también paradójico, poético y contradictorio, pero es que los seres humanos somos muy así. Cada día que pasa Raíces Nómadas está más cerca o más lejos de su categoría de utopía y/o de su asignatura pendiente, la perdurabilidad, pero ahí está, en ese proceso que llamamos existir. Ahora, ¿para qué sirven las utopías? Eso que se lo pregunten a Tomás Moro.
Fotos incluidas en el cuerpo del artículo, incluida la portada: [1] Centro de permacultura y arte rural Raíces Nómadas. [2] Casas de pastores bajo el cielo. [3] Álex y Eva aireando una moqueta. [4] Sesión de yoga durante el primer encuentro artístico rural Raíces Nómadas, en abril de 2015. [5] Mural en progreso. [6] Regar lo que brota aunque esto implique auto-regarse.
¿Para qué sirven las utopías?
“El anhelo de mundos ideales y perfectos es tan antiguo como el ser humano.”
Wikipedia
En el lugar más utópico que conozco no se ve la tele ni se habla de fútbol ni del tiempo ni de los políticos, ni de política si me apuras, aunque como en toda buena utopía todo lo que se hace allí es bastante político. De hecho voy a reformular el enunciado. En el lugar más utópico que conozco no se habla de retuits ni de likes ni de YouTube ni se vive a través de una pantalla, pero como en toda buena utopía todo lo que ocurre allí es bastante cinematográfico. ¿Qué harías en un lugar así? Te quedaría mucho tiempo, tanto tiempo que puede que incluso no te haga falta irte de vacaciones.
Antes que él hubo muchos filósofos que ya habían anhelado mundos ideales; sin embargo, el primero que patentó la palabra utopía fue el distinguido pensador multitask inglés del siglo XVI Tomás Moro. En su obra Del estado ideal de una república en la nueva isla de Utopía, el distinguido pensador no precisó que la sociedad ideal fuera irrealizable, se contentó con coquetear ambiguamente con el origen etimológico de la palabra (en griego antiguo eutopía significa “el buen lugar” y outopía “el no lugar”) y con situar dicha sociedad geográficamente en la ficción. Sin embargo, como algunas utopías son inherentes a la naturaleza humana o, mejor dicho, como situar las cosas que deseamos en “lo utópico” es casi siempre más fácil que realizarlas, al final nos creímos, primero, que eran irrealizables y, después, ingenuas.
¿Acaso olvidamos que toda utopía, por muy irrealizable que parezca, está sujeta a la posibilidad de hacerse realidad? De hecho, a medida que una situación utópica se asienta en la realidad común se aleja progresivamente de su categoría utópica. Esto es tan fácil como aquel dicho de nunca digas nunca o que un grupo de personas hagan una asamblea y decidan pasar la noche en la Puerta del Sol.
Pues bien, en el lugar más utópico que conozco no se habla de fútbol ni del tiempo ni de política, ni de retuits ni de likes ni de YouTube, ni se vive a través de una pantalla. Allí se habla de muchas otras cosas y, sobre todo, se hacen muchas cosas, la mayoría orientadas a mantener la utopía lo más alejada posible de su categoría de utopía y lo más cerca de su asignatura pendiente, la perdurabilidad. Este lugar, ubicado en la frontera entre Cáceres y Badajoz, se llama Raíces Nómadas, y aunque a finales de 2014 iba para ecoaldea, ahora se autodenomina centro de permacultura y arte rural. Como yo no sé muy bien cómo calificarlo, con la ayuda de su promotor principal voy a tratar de explicar por qué es utópico.
1. UN NOMBRE UTÓPICO
El nombre del sitio más utópico que conozco es una paradoja. ¿Cómo puede crecer, desarrollarse y dar frutos una planta si sus raíces son nómadas? «Depende de la dimensión, del punto de vista», explica Álex Campos, el alma máter de este lugar. «El nomadismo está concebido como la dislocación constante, pero también las raíces están siempre en movimiento, siempre cambiando y creciendo». El proyecto nació de otras cuatro personas —una francesa, dos belgas y un argentino— que todavía siguen vinculadas, pero que han seguido otros caminos. Como en los ciclos agrícolas, las personas siembran, riegan, recogen y prosiguen.
Ahora Raíces Nómadas se mantiene gracias al trabajo de la gente local y a los encuentros artísticos que se celebran periódicamente y que proporcionan un espacio participativo donde cualquiera puede proponer una actividad. Allí se realizan conciertos, proyecciones de cine, jam sessions, pintura mural, sesiones de yoga y talleres alrededor de temas tan variopintos como la conciencia sexual, la nutrición o la creación poética.
2. UNA RELACIÓN UTÓPICA CON EL ENTORNO
Raíces Nómadas está asentado en la finca El Coco, un terreno que pertenece a la familia de Álex. Allí hay varias naves donde se realizan las actividades y que también albergan una cocina comunitaria y un horno de barro. El lugar también cuenta con dos baños secos y tres antiguas casas de pastores con sus correspondientes placas falangistas de los años 50. Éstas estaban medio en ruinas y han sido rehabilitadas casi en su totalidad con materiales, muebles, camas y herramientas cedidxs por personas que ya no las querían o recuperadxs de la calle. Por allí circula la broma de que el lugar está patrocinado por Lavapiés. No hay luz aparte de la que brinda el sol o un generador casi siempre estropeado, y aunque hay agua corriente, si quieres una ducha caliente tienes que encender el horno de barro que cuenta con una cisterna conectada a la canalización que calienta el agua.
Por otro lado, existen diferentes parcelas de huerto cultivadas con métodos de permacultura. Para los neófitos, la permacultura es un estilo de vida cimentado en la agricultura ecológica cuya prioridad no es sólo la productividad, sino también establecer relaciones respetuosas y eficientes a largo plazo con el entorno. Además, este tipo de agricultura abona con compost orgánico y no utiliza pesticidas, lo que mejora notablemente la calidad nutricional de la producción.
Sin embargo, si bien Raíces Nómadas tiene a un lado un inmenso encinar, al otro linda con monocultivos de arroz donde se utilizan fertilizantes químicos y pesticidas. De hecho es bastante común en el campo que te miren raro cuando comentas a los agricultores locales que no “curas”. A pesar de ello, ahí están “las raíces” creando diversidad y sembrando cositas buenas para la tierra. El pasado marzo plantaron 200 árboles cedidos por la Junta de Extremadura, y anteriormente ya habían plantado 38 olivos que había entregado amablemente un vecino.
3. LAS UTOPÍAS TAMBIÉN TIENEN FACEBOOK
En los pueblos colindantes como Madrigalejo o Palazuelo se conoce al lugar como la finca El Coco o “donde los jipis”; sin embargo, en los grandes núcleos urbanos puede haber otras personas o jipis interesadxs en este lugar que no hayan oído hablar de él. ¿Cómo llegar a ellos? Vale que en este lugar utópico no se hable de retuits ni de likes, ni se viva a través de una…, pero Facebook sí que hay, aunque se tarden 22 días de media en responder a los mensajes privados de la página.
4. INTERACCIÓN UTÓPICA CON LA GENTE LOCAL
La Utopía de Tomás Moro era una isla aislada del mundo exterior, una ficción allende los mares. Sin embargo, si una utopía desea alejarse progresivamente de su categoría, resulta imprescindible que entre en contacto con el entorno y la gente que la rodea. Las fronteras son muy porosas por muy distantes que sean las realidades a ambos lados, y allí estábamos una mañana cualquiera una terapeuta transpersonal, un estudioso del tantra, un documentalista, un poeta, una profesora de yoga y cuatro pastores de ovejas tomando una cerveza o un bol de muesli con leche de soja y hablando sobre comer carne, la sierra de las Villuercas, sobre cómo recoger y pelar cardillos, si los gatos tricolores sólo pueden ser hembras, los tomates transgénicos y el apodo de uno de ellos, El Espada, consecuencia de su afición por el toreo. Al final ni rastro de fronteras ni de utopías, todo el mundo encantado de encontrar lugares comunes.
5. EL UTÓPICO ARTE RURAL
La primera vez que escuché el concepto de arte rural enseguida argumenté que el entorno no debería ser algo determinante en la identidad de un arte; sin embargo, después de vivir largas temporadas en el campo, ya no opino lo mismo. En el entorno rural se vive en mayor contacto con la naturaleza, en mayor conexión con nuestro lado primigenio, lo que provoca otra clase de estímulos creativos. Además, una obra de arte necesita ser compartida y los lugares donde se exhibe o comparte el arte en la ciudad difieren muchísimo de los lugares donde se puede encontrar arte en el campo, algo que crea un impacto muy diferente. Y no olvidemos cómo el mercado cosifica el arte y lo transforma en mercancía, por lo que ¿arte en el campo?, ¿dónde? En este sentido, Raíces Nómadas ha proporcionado terreno abonado en un entorno, como muchos en el mundo rural, artísticamente yermo.
6. HACER REALIDAD LA UTOPÍA
«Estamos acostumbrados a hacer las cosas siempre de la misma forma, con una metodología; pero esto no funciona así, aquí funcionamos de muchas maneras y, como a una dinamo, uno le da un poquito, otro le da otro poquito…», explica Álex. «El hecho de que la gente entre y salga del proyecto no crea estabilidad, pero como pasa con los árboles que hemos plantado, no van a dar frutos hasta dentro de unos años. Lo importante ahora es regar lo que brota y lo que brotan son los encuentros artísticos».
La sociedad ideal de la que hablaba Tomás Moro se caracterizaba, según la antaño utópica Wikipedia, «por la convivencia pacífica, el bienestar físico y moral de sus habitantes, y el disfrute común de los bienes». Todo ello «en contraste con el sistema de propiedad privada y la relación conflictiva entre las sociedades europeas contemporáneas al autor». Cambiemos épocas, cambiemos sociedades por personas. Para acercarnos a esta utopía es necesario que lo privado, lo posesivo y lo propio se fundan progresivamente en lo colectivo. Para ello hay que aprender nuevas maneras de convivir y de gestionar conflictos. Porque conflictos siempre va a haber, sin conflictos no hay historias, pero esto no quiere decir que deriven en relaciones conflictivas.
Conciliar raíces y nomadismo no sólo es utópico sino también paradójico, poético y contradictorio, pero es que los seres humanos somos muy así. Cada día que pasa Raíces Nómadas está más cerca o más lejos de su categoría de utopía y/o de su asignatura pendiente, la perdurabilidad, pero ahí está, en ese proceso que llamamos existir. Ahora, ¿para qué sirven las utopías? Eso que se lo pregunten a Tomás Moro.
Fotos incluidas en el cuerpo del artículo, incluida la portada: [1] Centro de permacultura y arte rural Raíces Nómadas. [2] Casas de pastores bajo el cielo. [3] Álex y Eva aireando una moqueta. [4] Sesión de yoga durante el primer encuentro artístico rural Raíces Nómadas, en abril de 2015. [5] Mural en progreso. [6] Regar lo que brota aunque esto implique auto-regarse.