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La cadena de la poesía instantánea
Para explicar esto vamos a imaginar que tú, lector, eres un paseante del Rastro de Madrid un domingo cualquiera por la mañana. La Plaza de Cascorro está a reventar y el murmullo colectivo se ha convertido en un persistente ruido de fondo apenas alterado por alguna cantinela comercial −¡palulú, palulú, oiga!− y por los ecos que salen del bar de los caracoles. Apenas puedes avanzar pasito a pasito y encima un bolardo te ha puesto la zancadilla y casi te caes. De pronto un sonido familiar y decimonónico rompe el esquema sonoro. Es un cuentagotas irregular que se para y prosigue en arreones sincopados. Suena como a lenguaje, como a pensamiento entrecortado y allí, a unos metros, debajo de un poema-cartel enorme que pertenece a una panadería divisas una figura sentada, yo, que teclea en una máquina de escribir. El letrero que cuelga de la mesa reza: tú me das el tema y yo escribo el poema. Te acercas curioso y me preguntas cómo funciona la vaina.
Me das un tema, una palabra, una imagen y yo improviso el poema en la máquina de escribir. Luego lo lees y a cambio me das una donación, una aportación, lo que puedas o quieras darme, contesto.
¿Y nunca te has quedado en blanco?
Por supuesto que sí, lector, pero nunca me he quedado a medias.
Improvisar en la calle significa confiar; significa exponerte tanto física como emocionalmente; significa realizar un contraste perceptivo drástico, de la introspección a la extraversión y vuelta; entablar vínculos profundos con desconocidos pero a la vez fugaces; ponerse en los zapatos de los demás sin dejártelos puestos; asumir el reto de crear un poema en minutos; jugar al equilibrista con el bloqueo de la autoexigencia excesiva y la verborrea ininteligible del flujo inconsciente desbocado; significa la posibilidad de entregar un poema deficiente y que al receptor le guste o viceversa; significa aceptar el error como parte indeleble y legítima del poema; significa confiar.
Esta disciplina poética cuenta con numerosos nombres alrededor del mundo. Zach Houston, el artista que la creó y fundó en 2005 en San Francisco la llama Poem Store (Tienda de Poemas), así también la denomina Jacqueline Suskin, que hace unos meses obtuvo una residencia en la Reform Gallery de Los Ángeles y que quizás sea la poeta espontánea con mayor reconocimiento ahora mismo; Antoine Bérard, que opera sobre todo en París y fue probablemente el primero que la trajo a Europa, la denomina Poèmes à la Demande (Poesía por encargo); y Tania Panés, mi hermana, autora de ese poema gigante que preside la fachada de la panadería Pan de Cielo de la Plaza de Cascorro y el penúltimo eslabón de la poesía instantánea que yo conozco, pues lo llama como yo: Momento Verso.
Con el propósito de transmitir mejor la naturaleza de esta actividad, contacté vía email con estos cuatro poetas y les pregunté las mismas cinco preguntas:
1. ¿Cómo se te ocurrió la idea de salir a la calle a improvisar poesía con una máquina de escribir?
Tania Panés: A mí no se me ocurrió, más bien me llegó. Y claro, ¿quién le dice que no a la poesía? Mi hermano vino a visitarme a París en verano de 2012, y una tarde conocimos al que ahora considero un gran amigo, Antoine Bérard. Allí estaba, con su máquina. Como si nos estuviera esperando. Al cabo de un mes Alejandro ya se había comprado la Olivetti Pluma 22 y se había lanzado a las calles de Madrid a desplegar potencial y coraje. Yo me perdí un par de años por Sudamérica y cuando volví me entregué a ello de pleno. Y fue mi hermano quién me sentó en la silla y me dijo: “hala, escribe”.
Antoine Bérard: Todo comenzó el día de mi llegada a Nueva Orleans, allá por enero de 2010. Ese día conocí a Michael en una fiesta y mientras cocinábamos me habló de su trabajo. Al día siguiente le fui a visitar. Este treintañero de Vermont se sentaba todas las noches al lado del Spotted Cat, un Jazz-Club de Frenchman Street, con su máquina de escribir y unos litros de sake para regalar a los clientes frioleros. Aquella noche me quedé a su lado casi una hora, observándole y preguntándole sobre su actividad. Entonces me asaltó la intuición de que yo también iba a hacer eso, la sensación de que era una actividad que podía satisfacer un deseo que desde hacía tiempo había abandonado: ganar dinero con un trabajo que implicase mis capacidades creativas sin prostituirlas, un trabajo bueno para mí y para los demás, un trabajo sin patrón, sin horarios fijos y que me permitiese viajar a otros países, quizás. Aquella noche me prometí que en cuanto regresase a Francia me pondría con ello porque sabía escribir, porque necesitaba el dinero y porque era la idea más sencilla y genial con la que me había topado.
Jacqueline Suskin: Comencé con Poem Store en 2009, tras conocer a Zach Houston. Nos hicimos amigos en Oakland, CA, durante un viaje. Un día me preguntó si quería acompañarle a escribir. Nos pusimos en una calle del downtown, hombro con hombro, escribiendo para la gente. En aquel entonces fue como un experimento, como una especie de ejercicio de escritura, ya que estaba realmente intrigada por el concepto.
Zach Houston: Sin saber muy bien en qué enfocarme pasé mis 3 primeros años de universidad a medio camino entre la lingüística, la antropología, los psicodélicos, el simbolismo y el situacionismo. Huelga decir que además defendía con cierta inocencia el autodidactismo como forma de autenticidad. La institucionalización normalmente empuja a ciertos artistas a un plano subterráneo y allí me encontraba yo, un joven situacionista con gran simpatía por el café y el cannabis y con un tremendo anhelo de libertad.
El camino no se tuerce si insistes en caminarlo. El camino es lo que ocurre después de actuar. En otras palabras , improvisar poesía en la calle fue algo que, dado mi caldo de cultivo, se me ocurrió, probé un día, me proporcionó 20 dólares en una hora y me hizo ver que era mucho mejor que trabajar en la tienda de discos por el salario mínimo, aunque supusiese cargar con una máquina de escribir por todos lados. Así que eso hice, durante al menos una década.
2. ¿Te acuerdas de tu primera vez? ¿Cómo te sentiste?
Tania: La primera vez que lo hice sola fue en la Feria del Libro. Salí de las escaleras del metro de Ibiza cargando con el carro como una chiflada y empecé a caminar hacia el Retiro. Recuerdo que me pesaba el pecho por el calor y los nervios. Tenía una bola en el estómago y la seguridad me había abandonado en la última parada pero aun así saqué mis bártulos y me planté en medio de las casetas casi por inercia. Al principio casi nadie se acercaba y yo era consciente de que probablemente se debía a la energía que yo desprendía, pero poco a poco empecé a relajarme y entonces: magia. Cada poema, cada historia, cada persona que pasaba por mi máquina se convertía en una vivencia experiencial consciente de la que no pude despegarme. Salí de allí al cabo de 3 horas completamente drogada. Y de repente me di cuenta de que el carro ya no pesaba tanto.
Antoine: La primera vez que lo hice solo fue alrededor de marzo de 2011. Me había hecho con una mesa, una silla y una máquina, en aquella época una Kolibri, de las más pequeñas que existían. Me planté en una calle aledaña al Museo Georges Pompidou y coloqué delante de mi mesa un cartel que en el que se leía "Poète public". Escribí tres o cuatro poemas cortos hasta que alguien llegó y me preguntó por lo que hacía. No me acuerdo de su tema, pero sí de la impresión que le hizo mi poema, de sus sonrisa, de sus agradecimientos y de la sensación que me produjo recibir su aportación económica en la mano. Había hecho algo con placer, con mis manos y mi mente y alguien por mi esfuerzo, por mi presencia, por mi creación me había pagado. Aquel día seguí escribiendo durante horas y al regresar a casa sentí que esa actividad definitivamente era para mí.
Jacqueline: La primera vez con Zach Houston fue tan mágica… Me acuerdo de mi primer cliente, era una mujer de unos 40 que me pidió un poema sobre la tristeza. No la típica tristeza, especificó, sino la que sientes cuando miras tu vida en retrospectiva y piensas en los lugares en los que nunca llegaste a vivir porque no puedes vivir en todos sitios, en las personas que nunca llegaste a amar porque no puedes amar a todo el mundo y en todas las cosas que no pudiste hacer porque no lo puedes hacer todo y es simplemente... triste. Escribí el poema y la mujer rompió a llorar y entre lágrimas me dijo que había capturado su sentimiento perfectamente. En ese momento no tenía la más mínima idea de que me dedicaría a esto pero lo que sí sabía es que había hecho algo verdaderamente especial.
Zach: Enlazando con la respuesta anterior, la primera vez que improvisé poesía de esta manera ocurrió alrededor de 2004, durante mi tercer año de universidad, tras demasiados semestres sin graduarme. Una tarde acudí a casa de unos amigos con una de mis máquinas y me puse a escribir cosas. En algún punto pregunté a alguien del cuarto sobre qué debía escribir. El collar de mi gato, soltó alguien. A mí me pareció un tema razonablemente oscuro al que extraer la divinidad lingüística y restaurar su maravilla cósmica. Llevaba la mitad del poema escrito cuando el gato en cuestión entró en la sala con su collar nuevo alrededor del cuello y con otro en la boca.
Todas las metáforas posibles de cuello, lazo, collar, contenido, halos, domesticación, joyas, simbolismo, coincidencia, simplicidad, infinitud... ocurrieron en aquel glorioso incidente que jamás podría haber sido planeado si el mundo tuviese un propósito; si no fuésemos más que colisiones accidentales de moléculas afortunadas que se llevan tan bien que conforman cuerpos y conciencia y ciudades y toda la historia para que yo pueda improvisar un pequeño poema sobre un gato con un collar nuevo que a su vez porta otro collar en la boca.
Así que cuando terminé el poema se lo entregué al dueño del gato y mientras lo leía me di cuenta de que algo mágico había sucedido. Y no era el poema sólo el que lo había provocado, sino el milagro de pedir inspiración a otra persona. Un poema, como todo acto lingüístico, necesita de alguien que lo reciba y en aquel momento pensé que habría un gran interés en la poesía si conseguía involucrar a otra persona de esa manera. Más allá del interés también razoné la posibilidad de una compensación. Le pregunté al dueño del gato si el poema merecía una donación a cambio, a lo que asintió y me entregó unos cuantos dólares.
La primera vez que lo probé en la calle fue en San Francisco, en junio de 2005. A partir de ahí comencé a frecuentar la puerta de los supermercados y los mercados semanales de productores locales. Como bien sabes, lo que empieza como un hobby con una paga decente pronto se convierte en una llamada espiritual que te empuja a concebir el peso de la experiencia humana como colectiva en vez de individual. Te conviertes en los poemas e incluso después de entregarlos permaneces en ellos. Asimismo, el cliente, el patrón, se lleva consigo un trocito de ti para siempre. […] Deshazte del autor y de la audiencia y deja que emerja el lenguaje de entre la inmediatez y la eternidad como límites covalentes.
La interpretación no nos corresponde hacerla a nosotros, como autores. Nosotros esculpimos el mármol mientras ellos contemplan la escultura. Incluso durante la más elevada de las inspiraciones seguimos atados a la gravedad de la audiencia.
3. ¿Qué es lo mejor de improvisar poesía en público?
Tania: La gente. Creo que los que hacemos esto somos muy afortunados porque compartimos sentimientos muy fuertes con desconocidos en apenas cuatro o cinco minutos. Es increíble sentir por unos instantes la sinceridad de un vínculo con una persona a la que acabas de conocer hasta el punto de que se pone a llorar y se lanza a tus brazos dándote las gracias. No siempre es así obviamente, y no congenias con cada persona que te pide un poema, pero cuando pasa, te das cuenta de por qué esa tarde has cogido el carro por mucha pereza que te diera y te has expuesto en la calle. Es terapéutico y enriquecedor, no sólo para la otra persona, sino para nosotros.
Antoine: Escribir en la urgencia, bajo la presión del tiempo y ante las esperanzas de alguien; escribir en el medio de la calle, hundido en su rumor... Estos condicionamientos siempre los he considerado y los sigo considerando como muy estimulantes. Todos los días conozco gente que piensa que es casi imposible escribir poesía bajo estas condiciones, que se necesita aislamiento y meditaciones largas. Sin embargo, en la muchedumbre yo encuentro un lugar de serenidad, un lugar de exilio y de concentración. Yo me construyo allí un lugar mental que sobrevive a las interrupciones. La urgencia no impide para nada la creación. ¿Cuántas obras importantes fueron creadas en respuesta a la necesidad de una situación?
Mi trabajo consiste en hacer mía la necesidad del otro y en movilizar en un preciso instante toda esa materia que se mueve dentro de mi y me atraviesa: palabras, sensaciones y pensamientos. No escribo en la calle buscando la posteridad, pensando que estoy elaborando una obra universal. Estos poemas son inseparables de las historias que los han provocado y cuando los entrego siempre insisto en que también la persona que lo pide es su autor.
Jacqueline: La conexión que establezco con mis clientes. Este trabajo provoca algo poco frecuente, conexiones verdaderamente honestas y profundas con extraños. En todas las ocasiones que me he sentado a escribir con mi máquina, al menos alguien se ha conmovido hasta el punto de llorar. Para mí es increíble trabajar en algo que me permite combinar las dos cosas que se me dan mejor: conectar con la gente y escribir.
Zach: Como bien sabes, es bastante complicado explicar la actividad que compartimos. Precede a muchas de las formas culturales que damos por sentado, invierte el utopianismo tecnológico, realiza al espíritu humano, subvierte el capitalismo, otorga buenos ingresos, metastatiza la inmediatez, es increíblemente difícil, es muy simple, intuitiva y científica, es procedimental y espontánea, intencional y accidental, personificada y abstracta, poesía y periodismo, tarjeta de felicitación y arte performativo, pura y diluida, falsa y honesta, y en definitiva, probablemente tenga más que ver con la creación del universo de lo que nosotros poetas podemos entender. Lo único que podemos hacer es teclear en una interfaz QWERTY y rezar para que el lenguaje mantenga las propiedades que lo han hecho el medio creativo más trascendente que los humanos han inventado.
4. ¿Vives de ello?
Tania: Ahora mismo no, ahora trabajo en otra cosa*. Durante el invierno es más complicado vivir de ello por la lluvia y el frío. Además a mí me echó la policía del Rastro en una ocasión por 'invasión de la vía pública'. Sin embargo viví de ello seis meses (de mayo a octubre de 2014) más feliz que un regaliz. Ha habido momentos en los que me he tenido que organizar porque si no no había manera pero la verdad, se puede. Y la experiencia es maravillosa. No trabajas para nadie, lo haces por y para ti. También por y para los demás. Es verdad que al vivir de ello también se convierte en una necesidad, pero cada día es diferente y si lo haces con ganas e ilusión, lo demás viene solo.
*En la actualidad Tania ha dejado su trabajo convencional y ha vuelto a dedicarse a tiempo completo a escribir en la calle.
Antoine: Sí, desde el primer día hasta hoy (y del dinero que ofrece el Estado francés a los que no trabajan).
Jacqueline: Poem Store ha sido mi única fuente de ingresos desde hace seis años.
Zach: Todos lo hacemos. Cualquier ser humano sobre la tierra vende poesía customizada como primera actividad económica. Concretamente, la poesía y las actividades artísticas relacionadas han constituido mi fuente de ingresos durante al menos 10 años. Sin embargo, tras esta década de poesía callejera y búsqueda incesante de bolos he decidido dedicar mi atención literaria a maneras menos exigentes de crear valor económico a partir de mi trabajo creativo. Ahora estoy en la mitad de la treintena y me gustaría encontrar una estabilidad financiera que me permitiese crear una familia y emprender otros proyectos creativos y vitales. Si bien retornaré a la poesía, e incluso a la poesía espontánea y customizada en algún momento, ahora estoy interesado en producir resultados literarios más definidos que tarjetas de felicitaciones con matices existenciales. También tengo la ambición artística de comprobar si puedo innovar otra clase de práctica performativa que pueda producir estabilidad financiera a un colectivo tan oscuro pero tan respetado como el de la poesía.
5. ¿Cuántas personas conoces en el mundo que escriban esta clase de poesía?
Tania: Antoine Bérard, mi hermano Alejandro y Álvaro Guijarro, que también se vino un día con nosotros a probar en el Rastro y desde entonces lo ha ido haciendo en Arenal y el Retiro según tengo entendido. Hace tiempo que no le veo. ¡De veras espero que lo siga haciendo! Estos son magníficos poetas que he tenido la suerte de conocer, pero hay más en distintos países del mundo. Sé que también lo hace Jacqueline Suskin en San Francisco, y me he prometido a mí misma que algún día la tengo que conocer.
Antoine: ¿Cuántos he conocido? Quizás quince o veinte.
Jacqueline: Oh so many people do it! Me encanta cuando recibo un email de alguien que me pregunta si pueden probar a improvisar poesía por encargo con una máquina de escribir. Es tan bonito ver como se extiende... A mí me inspiró Zach y le doy todo el crédito a él por supuesto y ahora conozco gente a la que yo he inspirado y me otorgan el crédito a mí también y eso es un honor. Siempre he pensado que alguien debería crear un gremio o una asociación, una web conjunta y un foro para conectarnos a todos y para coordinarnos. Yo desafortunadamente estoy demasiado ocupada escribiendo como para hacerlo.
Zach: Quizás unos 40 pero no me acuerdo de todos. Muchos de los poetas instantáneos son itinerantes o solo operan en temporada por lo que es complicado seguirles la pista. También hay otros que sólo lo hacen en fiestas o en bolos, lo que considero una malinterpretación de la actividad. Para mí es más importante trabajar en el espacio público, que es donde las cosas aleatorias suceden. Yo y Jacquie Suskin operamos actualmente en Los Ángeles. También he leído y me han enseñado fotos de al menos otras 5 personas que lo hacen en el área de LA. Lynn Gentry trabaja en el Medio Oeste aunque antes lo hacía en San Francisco. Hay un corto sobre ella. Antoine, tu hermana y tú en Europa. Tiene que haber alguien en Reino Unido seguro. William Chrome, que fue mi compañero de piso en 2005 cuando comencé a hacerlo, trabaja en Portland. William se mudó a Nueva York para escribir allá y luego a Miami y a lo largo del camino conoció a un tipo llamado Alan y a otros dos que viajaron con él escribiendo también. Matthew Post y una mujer llamada Meredith en Seattle. Bill 'algo' en Boulder, Colorado. Me he olvidado de sus nombres la verdad pero sé que en algún momento hubo poetas mecanográficos en Vermont, St. Louis, Chicago, Santa Barbara, Nueva York, Miami, Denver, Kansas City... Sin embargo, la meca es Nueva Orleans, donde me han contado que la gente trabaja en grupo a la entrada de los bares. Eso fue hace 4 o 5 años. El mercado está cambiando.
Traducción de las entrevistas: Alejandro Panés.
La cadena de la poesía instantánea
Para explicar esto vamos a imaginar que tú, lector, eres un paseante del Rastro de Madrid un domingo cualquiera por la mañana. La Plaza de Cascorro está a reventar y el murmullo colectivo se ha convertido en un persistente ruido de fondo apenas alterado por alguna cantinela comercial −¡palulú, palulú, oiga!− y por los ecos que salen del bar de los caracoles. Apenas puedes avanzar pasito a pasito y encima un bolardo te ha puesto la zancadilla y casi te caes. De pronto un sonido familiar y decimonónico rompe el esquema sonoro. Es un cuentagotas irregular que se para y prosigue en arreones sincopados. Suena como a lenguaje, como a pensamiento entrecortado y allí, a unos metros, debajo de un poema-cartel enorme que pertenece a una panadería divisas una figura sentada, yo, que teclea en una máquina de escribir. El letrero que cuelga de la mesa reza: tú me das el tema y yo escribo el poema. Te acercas curioso y me preguntas cómo funciona la vaina.
Me das un tema, una palabra, una imagen y yo improviso el poema en la máquina de escribir. Luego lo lees y a cambio me das una donación, una aportación, lo que puedas o quieras darme, contesto.
¿Y nunca te has quedado en blanco?
Por supuesto que sí, lector, pero nunca me he quedado a medias.
Improvisar en la calle significa confiar; significa exponerte tanto física como emocionalmente; significa realizar un contraste perceptivo drástico, de la introspección a la extraversión y vuelta; entablar vínculos profundos con desconocidos pero a la vez fugaces; ponerse en los zapatos de los demás sin dejártelos puestos; asumir el reto de crear un poema en minutos; jugar al equilibrista con el bloqueo de la autoexigencia excesiva y la verborrea ininteligible del flujo inconsciente desbocado; significa la posibilidad de entregar un poema deficiente y que al receptor le guste o viceversa; significa aceptar el error como parte indeleble y legítima del poema; significa confiar.
Esta disciplina poética cuenta con numerosos nombres alrededor del mundo. Zach Houston, el artista que la creó y fundó en 2005 en San Francisco la llama Poem Store (Tienda de Poemas), así también la denomina Jacqueline Suskin, que hace unos meses obtuvo una residencia en la Reform Gallery de Los Ángeles y que quizás sea la poeta espontánea con mayor reconocimiento ahora mismo; Antoine Bérard, que opera sobre todo en París y fue probablemente el primero que la trajo a Europa, la denomina Poèmes à la Demande (Poesía por encargo); y Tania Panés, mi hermana, autora de ese poema gigante que preside la fachada de la panadería Pan de Cielo de la Plaza de Cascorro y el penúltimo eslabón de la poesía instantánea que yo conozco, pues lo llama como yo: Momento Verso.
Con el propósito de transmitir mejor la naturaleza de esta actividad, contacté vía email con estos cuatro poetas y les pregunté las mismas cinco preguntas:
1. ¿Cómo se te ocurrió la idea de salir a la calle a improvisar poesía con una máquina de escribir?
Tania Panés: A mí no se me ocurrió, más bien me llegó. Y claro, ¿quién le dice que no a la poesía? Mi hermano vino a visitarme a París en verano de 2012, y una tarde conocimos al que ahora considero un gran amigo, Antoine Bérard. Allí estaba, con su máquina. Como si nos estuviera esperando. Al cabo de un mes Alejandro ya se había comprado la Olivetti Pluma 22 y se había lanzado a las calles de Madrid a desplegar potencial y coraje. Yo me perdí un par de años por Sudamérica y cuando volví me entregué a ello de pleno. Y fue mi hermano quién me sentó en la silla y me dijo: “hala, escribe”.
Antoine Bérard: Todo comenzó el día de mi llegada a Nueva Orleans, allá por enero de 2010. Ese día conocí a Michael en una fiesta y mientras cocinábamos me habló de su trabajo. Al día siguiente le fui a visitar. Este treintañero de Vermont se sentaba todas las noches al lado del Spotted Cat, un Jazz-Club de Frenchman Street, con su máquina de escribir y unos litros de sake para regalar a los clientes frioleros. Aquella noche me quedé a su lado casi una hora, observándole y preguntándole sobre su actividad. Entonces me asaltó la intuición de que yo también iba a hacer eso, la sensación de que era una actividad que podía satisfacer un deseo que desde hacía tiempo había abandonado: ganar dinero con un trabajo que implicase mis capacidades creativas sin prostituirlas, un trabajo bueno para mí y para los demás, un trabajo sin patrón, sin horarios fijos y que me permitiese viajar a otros países, quizás. Aquella noche me prometí que en cuanto regresase a Francia me pondría con ello porque sabía escribir, porque necesitaba el dinero y porque era la idea más sencilla y genial con la que me había topado.
Jacqueline Suskin: Comencé con Poem Store en 2009, tras conocer a Zach Houston. Nos hicimos amigos en Oakland, CA, durante un viaje. Un día me preguntó si quería acompañarle a escribir. Nos pusimos en una calle del downtown, hombro con hombro, escribiendo para la gente. En aquel entonces fue como un experimento, como una especie de ejercicio de escritura, ya que estaba realmente intrigada por el concepto.
Zach Houston: Sin saber muy bien en qué enfocarme pasé mis 3 primeros años de universidad a medio camino entre la lingüística, la antropología, los psicodélicos, el simbolismo y el situacionismo. Huelga decir que además defendía con cierta inocencia el autodidactismo como forma de autenticidad. La institucionalización normalmente empuja a ciertos artistas a un plano subterráneo y allí me encontraba yo, un joven situacionista con gran simpatía por el café y el cannabis y con un tremendo anhelo de libertad.
El camino no se tuerce si insistes en caminarlo. El camino es lo que ocurre después de actuar. En otras palabras , improvisar poesía en la calle fue algo que, dado mi caldo de cultivo, se me ocurrió, probé un día, me proporcionó 20 dólares en una hora y me hizo ver que era mucho mejor que trabajar en la tienda de discos por el salario mínimo, aunque supusiese cargar con una máquina de escribir por todos lados. Así que eso hice, durante al menos una década.
2. ¿Te acuerdas de tu primera vez? ¿Cómo te sentiste?
Tania: La primera vez que lo hice sola fue en la Feria del Libro. Salí de las escaleras del metro de Ibiza cargando con el carro como una chiflada y empecé a caminar hacia el Retiro. Recuerdo que me pesaba el pecho por el calor y los nervios. Tenía una bola en el estómago y la seguridad me había abandonado en la última parada pero aun así saqué mis bártulos y me planté en medio de las casetas casi por inercia. Al principio casi nadie se acercaba y yo era consciente de que probablemente se debía a la energía que yo desprendía, pero poco a poco empecé a relajarme y entonces: magia. Cada poema, cada historia, cada persona que pasaba por mi máquina se convertía en una vivencia experiencial consciente de la que no pude despegarme. Salí de allí al cabo de 3 horas completamente drogada. Y de repente me di cuenta de que el carro ya no pesaba tanto.
Antoine: La primera vez que lo hice solo fue alrededor de marzo de 2011. Me había hecho con una mesa, una silla y una máquina, en aquella época una Kolibri, de las más pequeñas que existían. Me planté en una calle aledaña al Museo Georges Pompidou y coloqué delante de mi mesa un cartel que en el que se leía "Poète public". Escribí tres o cuatro poemas cortos hasta que alguien llegó y me preguntó por lo que hacía. No me acuerdo de su tema, pero sí de la impresión que le hizo mi poema, de sus sonrisa, de sus agradecimientos y de la sensación que me produjo recibir su aportación económica en la mano. Había hecho algo con placer, con mis manos y mi mente y alguien por mi esfuerzo, por mi presencia, por mi creación me había pagado. Aquel día seguí escribiendo durante horas y al regresar a casa sentí que esa actividad definitivamente era para mí.
Jacqueline: La primera vez con Zach Houston fue tan mágica… Me acuerdo de mi primer cliente, era una mujer de unos 40 que me pidió un poema sobre la tristeza. No la típica tristeza, especificó, sino la que sientes cuando miras tu vida en retrospectiva y piensas en los lugares en los que nunca llegaste a vivir porque no puedes vivir en todos sitios, en las personas que nunca llegaste a amar porque no puedes amar a todo el mundo y en todas las cosas que no pudiste hacer porque no lo puedes hacer todo y es simplemente... triste. Escribí el poema y la mujer rompió a llorar y entre lágrimas me dijo que había capturado su sentimiento perfectamente. En ese momento no tenía la más mínima idea de que me dedicaría a esto pero lo que sí sabía es que había hecho algo verdaderamente especial.
Zach: Enlazando con la respuesta anterior, la primera vez que improvisé poesía de esta manera ocurrió alrededor de 2004, durante mi tercer año de universidad, tras demasiados semestres sin graduarme. Una tarde acudí a casa de unos amigos con una de mis máquinas y me puse a escribir cosas. En algún punto pregunté a alguien del cuarto sobre qué debía escribir. El collar de mi gato, soltó alguien. A mí me pareció un tema razonablemente oscuro al que extraer la divinidad lingüística y restaurar su maravilla cósmica. Llevaba la mitad del poema escrito cuando el gato en cuestión entró en la sala con su collar nuevo alrededor del cuello y con otro en la boca.
Todas las metáforas posibles de cuello, lazo, collar, contenido, halos, domesticación, joyas, simbolismo, coincidencia, simplicidad, infinitud... ocurrieron en aquel glorioso incidente que jamás podría haber sido planeado si el mundo tuviese un propósito; si no fuésemos más que colisiones accidentales de moléculas afortunadas que se llevan tan bien que conforman cuerpos y conciencia y ciudades y toda la historia para que yo pueda improvisar un pequeño poema sobre un gato con un collar nuevo que a su vez porta otro collar en la boca.
Así que cuando terminé el poema se lo entregué al dueño del gato y mientras lo leía me di cuenta de que algo mágico había sucedido. Y no era el poema sólo el que lo había provocado, sino el milagro de pedir inspiración a otra persona. Un poema, como todo acto lingüístico, necesita de alguien que lo reciba y en aquel momento pensé que habría un gran interés en la poesía si conseguía involucrar a otra persona de esa manera. Más allá del interés también razoné la posibilidad de una compensación. Le pregunté al dueño del gato si el poema merecía una donación a cambio, a lo que asintió y me entregó unos cuantos dólares.
La primera vez que lo probé en la calle fue en San Francisco, en junio de 2005. A partir de ahí comencé a frecuentar la puerta de los supermercados y los mercados semanales de productores locales. Como bien sabes, lo que empieza como un hobby con una paga decente pronto se convierte en una llamada espiritual que te empuja a concebir el peso de la experiencia humana como colectiva en vez de individual. Te conviertes en los poemas e incluso después de entregarlos permaneces en ellos. Asimismo, el cliente, el patrón, se lleva consigo un trocito de ti para siempre. […] Deshazte del autor y de la audiencia y deja que emerja el lenguaje de entre la inmediatez y la eternidad como límites covalentes.
La interpretación no nos corresponde hacerla a nosotros, como autores. Nosotros esculpimos el mármol mientras ellos contemplan la escultura. Incluso durante la más elevada de las inspiraciones seguimos atados a la gravedad de la audiencia.
3. ¿Qué es lo mejor de improvisar poesía en público?
Tania: La gente. Creo que los que hacemos esto somos muy afortunados porque compartimos sentimientos muy fuertes con desconocidos en apenas cuatro o cinco minutos. Es increíble sentir por unos instantes la sinceridad de un vínculo con una persona a la que acabas de conocer hasta el punto de que se pone a llorar y se lanza a tus brazos dándote las gracias. No siempre es así obviamente, y no congenias con cada persona que te pide un poema, pero cuando pasa, te das cuenta de por qué esa tarde has cogido el carro por mucha pereza que te diera y te has expuesto en la calle. Es terapéutico y enriquecedor, no sólo para la otra persona, sino para nosotros.
Antoine: Escribir en la urgencia, bajo la presión del tiempo y ante las esperanzas de alguien; escribir en el medio de la calle, hundido en su rumor... Estos condicionamientos siempre los he considerado y los sigo considerando como muy estimulantes. Todos los días conozco gente que piensa que es casi imposible escribir poesía bajo estas condiciones, que se necesita aislamiento y meditaciones largas. Sin embargo, en la muchedumbre yo encuentro un lugar de serenidad, un lugar de exilio y de concentración. Yo me construyo allí un lugar mental que sobrevive a las interrupciones. La urgencia no impide para nada la creación. ¿Cuántas obras importantes fueron creadas en respuesta a la necesidad de una situación?
Mi trabajo consiste en hacer mía la necesidad del otro y en movilizar en un preciso instante toda esa materia que se mueve dentro de mi y me atraviesa: palabras, sensaciones y pensamientos. No escribo en la calle buscando la posteridad, pensando que estoy elaborando una obra universal. Estos poemas son inseparables de las historias que los han provocado y cuando los entrego siempre insisto en que también la persona que lo pide es su autor.
Jacqueline: La conexión que establezco con mis clientes. Este trabajo provoca algo poco frecuente, conexiones verdaderamente honestas y profundas con extraños. En todas las ocasiones que me he sentado a escribir con mi máquina, al menos alguien se ha conmovido hasta el punto de llorar. Para mí es increíble trabajar en algo que me permite combinar las dos cosas que se me dan mejor: conectar con la gente y escribir.
Zach: Como bien sabes, es bastante complicado explicar la actividad que compartimos. Precede a muchas de las formas culturales que damos por sentado, invierte el utopianismo tecnológico, realiza al espíritu humano, subvierte el capitalismo, otorga buenos ingresos, metastatiza la inmediatez, es increíblemente difícil, es muy simple, intuitiva y científica, es procedimental y espontánea, intencional y accidental, personificada y abstracta, poesía y periodismo, tarjeta de felicitación y arte performativo, pura y diluida, falsa y honesta, y en definitiva, probablemente tenga más que ver con la creación del universo de lo que nosotros poetas podemos entender. Lo único que podemos hacer es teclear en una interfaz QWERTY y rezar para que el lenguaje mantenga las propiedades que lo han hecho el medio creativo más trascendente que los humanos han inventado.
4. ¿Vives de ello?
Tania: Ahora mismo no, ahora trabajo en otra cosa*. Durante el invierno es más complicado vivir de ello por la lluvia y el frío. Además a mí me echó la policía del Rastro en una ocasión por 'invasión de la vía pública'. Sin embargo viví de ello seis meses (de mayo a octubre de 2014) más feliz que un regaliz. Ha habido momentos en los que me he tenido que organizar porque si no no había manera pero la verdad, se puede. Y la experiencia es maravillosa. No trabajas para nadie, lo haces por y para ti. También por y para los demás. Es verdad que al vivir de ello también se convierte en una necesidad, pero cada día es diferente y si lo haces con ganas e ilusión, lo demás viene solo.
*En la actualidad Tania ha dejado su trabajo convencional y ha vuelto a dedicarse a tiempo completo a escribir en la calle.
Antoine: Sí, desde el primer día hasta hoy (y del dinero que ofrece el Estado francés a los que no trabajan).
Jacqueline: Poem Store ha sido mi única fuente de ingresos desde hace seis años.
Zach: Todos lo hacemos. Cualquier ser humano sobre la tierra vende poesía customizada como primera actividad económica. Concretamente, la poesía y las actividades artísticas relacionadas han constituido mi fuente de ingresos durante al menos 10 años. Sin embargo, tras esta década de poesía callejera y búsqueda incesante de bolos he decidido dedicar mi atención literaria a maneras menos exigentes de crear valor económico a partir de mi trabajo creativo. Ahora estoy en la mitad de la treintena y me gustaría encontrar una estabilidad financiera que me permitiese crear una familia y emprender otros proyectos creativos y vitales. Si bien retornaré a la poesía, e incluso a la poesía espontánea y customizada en algún momento, ahora estoy interesado en producir resultados literarios más definidos que tarjetas de felicitaciones con matices existenciales. También tengo la ambición artística de comprobar si puedo innovar otra clase de práctica performativa que pueda producir estabilidad financiera a un colectivo tan oscuro pero tan respetado como el de la poesía.
5. ¿Cuántas personas conoces en el mundo que escriban esta clase de poesía?
Tania: Antoine Bérard, mi hermano Alejandro y Álvaro Guijarro, que también se vino un día con nosotros a probar en el Rastro y desde entonces lo ha ido haciendo en Arenal y el Retiro según tengo entendido. Hace tiempo que no le veo. ¡De veras espero que lo siga haciendo! Estos son magníficos poetas que he tenido la suerte de conocer, pero hay más en distintos países del mundo. Sé que también lo hace Jacqueline Suskin en San Francisco, y me he prometido a mí misma que algún día la tengo que conocer.
Antoine: ¿Cuántos he conocido? Quizás quince o veinte.
Jacqueline: Oh so many people do it! Me encanta cuando recibo un email de alguien que me pregunta si pueden probar a improvisar poesía por encargo con una máquina de escribir. Es tan bonito ver como se extiende... A mí me inspiró Zach y le doy todo el crédito a él por supuesto y ahora conozco gente a la que yo he inspirado y me otorgan el crédito a mí también y eso es un honor. Siempre he pensado que alguien debería crear un gremio o una asociación, una web conjunta y un foro para conectarnos a todos y para coordinarnos. Yo desafortunadamente estoy demasiado ocupada escribiendo como para hacerlo.
Zach: Quizás unos 40 pero no me acuerdo de todos. Muchos de los poetas instantáneos son itinerantes o solo operan en temporada por lo que es complicado seguirles la pista. También hay otros que sólo lo hacen en fiestas o en bolos, lo que considero una malinterpretación de la actividad. Para mí es más importante trabajar en el espacio público, que es donde las cosas aleatorias suceden. Yo y Jacquie Suskin operamos actualmente en Los Ángeles. También he leído y me han enseñado fotos de al menos otras 5 personas que lo hacen en el área de LA. Lynn Gentry trabaja en el Medio Oeste aunque antes lo hacía en San Francisco. Hay un corto sobre ella. Antoine, tu hermana y tú en Europa. Tiene que haber alguien en Reino Unido seguro. William Chrome, que fue mi compañero de piso en 2005 cuando comencé a hacerlo, trabaja en Portland. William se mudó a Nueva York para escribir allá y luego a Miami y a lo largo del camino conoció a un tipo llamado Alan y a otros dos que viajaron con él escribiendo también. Matthew Post y una mujer llamada Meredith en Seattle. Bill 'algo' en Boulder, Colorado. Me he olvidado de sus nombres la verdad pero sé que en algún momento hubo poetas mecanográficos en Vermont, St. Louis, Chicago, Santa Barbara, Nueva York, Miami, Denver, Kansas City... Sin embargo, la meca es Nueva Orleans, donde me han contado que la gente trabaja en grupo a la entrada de los bares. Eso fue hace 4 o 5 años. El mercado está cambiando.
Traducción de las entrevistas: Alejandro Panés.