Contenido

Ondas, corrientes y otras historias

Modo lectura

La isla de Büyükada es la mayor de las llamadas Islas Princesas situadas en el mar de Mármara, a pocos kilómetros de Estambul. Allí es donde veranea una parte de la burguesía metropolitana —entre otros el escritor Orhan Pamuk—, pero también donde León Trotski estuvo exiliado entre 1929 y 1933. Como se explica en el catálogo de la Bienal abierta de septiembre a noviembre de este año, después de haberse opuesto a la burocratización que Stalin llevó a cabo tras la revolución de octubre de 1917 y a la idea de comunismo de Estado, Trotski pierde poder y se le expulsa del Partido Comunista ruso en 1927 enviándolo a Kazajistán. De allí coge un barco que le lleva desde Odessa a lo que era Constantinopla, a través del Mar Negro. Esperaba obtener el derecho a asilo en algún país europeo para continuar con la revolución obrera a escala internacional, pero parece ser que ninguno se lo concedió. Tampoco Estados Unidos. Este hecho significaba, debido al poder que ambas potencias ejercían, encontrarse en “el planeta sin visado”.

La casa en ruinas del filósofo y político se convierte en uno de los lugares, o quizá directamente en una de las obras, donde se ubicó la decimocuarta edición de la Bienal de Estambul de Arte Contemporáneo. La mayoría de espacios expositivos tienen que ver específicamente con los diferentes desplazamientos de comunidades que se han dado a lo largo de la historia de la ciudad. En concreto se recuperan historias sobre los griegos, kurdos y armenios que fueron expulsados a partir de la creación de la república de Turquía, para aludir también a lo que está sucediendo en la actualidad en el extremo oriental de país y por toda Europa. La idea de que ciertos lugares, en cuanto entran en contacto con el orden simbólico del arte, adquieren una energía que los dota de una fuerza y un poder de evocación diferentes, fue una de las premisas de esta edición llevada a cabo por Carolyn Christov-Bakargiev, comisaria de la última documenta de Kassel. La bienal estuvo detalladamente orquestada en un elegante recorrido en forma de narración que permitió conocer las islas por ferry, entrar en hammams, en edificios cerrados y en algunos de los hoteles históricos de Estambul. Era casi imposible de abarcar en su totalidad si se visitaba la ciudad en una estancia corta, pero se puede completar a través de las múltiples historias y textos que se narran en el catálogo y también por la imaginación, un recurso que ya utilizó Bakargiev en la última Documenta, que contaba con cientos de intervenciones, publicaciones, catálogos, obras y películas a las cuales nadie tuvo acceso en su totalidad, haciendo eco al flujo de información incontrolada a la que estamos acostumbrados hoy en día.

Un recorrido narrativo

La decimocuarta edición pareció desligarse de la relación directa con los problemas del aquí y el ahora en Turquía y prefirió trabajar desde lo poético. Se empleó un vocabulario y una serie de conceptos menos duros —como la gentrificación y la construcción desmesurada, temas muy presente en ediciones anteriores— y más líquidos, que sugirieran más que aseveraran conceptos. La bienal no estuvo comisariada sino redactada o dibujada (drafted) por la comisaria y un grupo de alianzas que incluyó a filósofos, escritores, artistas, oceanógrafos y otros teóricos. Con esta idea se pretendió quitar peso al concepto autoritario y de poder que supone el hecho de comisariar un evento de estas características. Con el título SALT WATER. A Theory of Thought Forms se utiliza la imagen de la sal marina, omnipresente en la ciudad de Estambul, a través de un poético y elaborado discurso ligado a sus principales propiedades. El sodio como material calmante pero también corrosivo para los aparatos digitales que utilizamos a diario. De ese modo El Bósforo sirve para tratar conceptos altamente simbólicos como nudos, ondas y corrientes que crean imágenes tanto científicas como relacionadas con la historia. Algunos de los trabajos más interesantes son intervenciones sutiles, que la mayoría de las veces el espectador ni llega a presenciar. Por ejemplo la artista Füsun Onur (Estambul, 1938) decide alquilar uno de los cada vez más raros barcos de pescadores del Bósforo para que haga el recorrido de una orilla a otra, con un altavoz que emite el sonido de un poema de la artista leído en voz alta. Pierre Huyghe (París, 1962), por su parte, muestra un trabajo que no puede verse durante la bienal sino con el tiempo, independientemente de lo transitorio de la exposición y convirtiéndose en una pieza permanente en el fondo del mar de Mármara. El artista construye un escenario formado por rocas que irá mutando, incorporando algas, peces y otros elementos en constante transformación. La instalación submarina estará situada cerca de la isla de Sivriada, también llamada “la isla de los perros”, por un episodio que tuvo lugar al final del imperio Otomano. En un intento de modernizar Estambul, los miles de estos animales que corrían por la ciudad fueron llevados a la isla desierta y dejados allí sin agua ni comida para que murieran. Los animales fueron también utilizados como metáfora de las comunidades menos favorecidas en otras ediciones de la bienal, como en el maravilloso video de Annika Eriksson I am the dog that was always here (2013) en el que se seguía a una banda de perros que vagabundeaban por los nuevos espacios y edificios en construcción.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

La instalación de Fernando García Dory (Madrid, 1978), en cambio, consigue conectar con la realidad del aquí y el ahora. Su proyecto consistió en trasladar al contexto turco la plataforma Inland (Campo Adentro) que lleva implementando desde 2010 por diferentes lugares. Inland es un proyecto que examina la relación entre la ciudad y el campo a día de hoy a través de la geopolítica, la cultura y la identidad, y que puede formalizarse de diferentes maneras según el contexto. Su proyecto en Estambul funciona a través de la creación de una Agencia de Extensión Rural, un concepto que proviene de una forma pedagógica que surge a partir de los años cincuenta y que sirve para mostrar y educar a la comunidad rural sobre los principios científicos que les pudieran ser necesarios. Para la Bienal, el artista escoge una sala del conocido edificio de Cezayir, un lugar que se ha convertido en símbolo de los movimientos sociales, al ser el principal punto de reuniones y conferencias ligadas a las protestas de Taksim y Gezi. En ella construye un espacio de reunión a través de la creación de mobiliario y un programa de charlas que conectan agentes de cuatro casos de estudio turcos con especialistas invitados internacionales. En un contexto tan específico como es el de Estambul, no es de extrañar que el proyecto acabe enlazando con las luchas sociales actuales del país y se convierta en su amplificador. Allí García Dory estableció contacto con integrantes del HDP (el Partido Democrático de los Pueblos), una agrupación política que une organizaciones progresistas y partidos de izquierdas de todo el país. Al conocer Inland lo tomaron como plataforma para comunicar sus mensajes, hasta el punto de que el artista tradujo e hizo difusión de uno de sus comunicados al castellano para hacer saber a nivel internacional el estado de casi guerra civil en la frontera con Siria, donde el gobierno de Recep Tayyip Erdoğan está utilizando como excusa la amenaza del Estado Islámico para eliminar a los kurdos y a la oposición en su propio país.

El proyecto de García Dory retoma metodologías de intervención y de formación para convertirlas en proyecto artístico. Inland deviene una para-institución, que utiliza el momento de publicidad y audiencia internacional de la Bienal para darse a conocer a una mayor escala y conseguir cierta resonancia. El proyecto de Fernando García Dory ha generado un cortocircuito interesante. Pensar en lo rural, lo cual a primeras puede resultar esencialista, en el caso de Turquía ha dado lugar a entrar en el ojo del huracán de una zona de conflicto que tiene que ver con cuestiones altamente complejas.

Paralelamente a la Bienal, la institución SALT ha preparado una excelente exposición de archivo llamada How did we get here?, centrada en los inicios de este certamen que fue creado en 1987, en un momento en que la ciudad quería mostrar una disposición para reformar y avivar la escena cultural todavía dolida por el golpe de estado de 1980 en el que se impone un régimen neoliberal y autoritario. Eran los años en los que la posibilidad de llegar a entrar en la comunidad europea se convirtió en algo atractivo para el gobierno turco. Desde entonces cada edición se caracteriza por suponer un reto comisarial al encontrarse en un contexto tan sensible y cambiante con multitud de intereses cruzados. De hecho la escena artística local, activa y muy potente, empieza a preguntarse si es necesario seguir teniendo una Bienal y qué aporta realmente a sus ciudadanos. ¿Qué se puede hacer en un evento que ocurre en un país rodeado de unas guerras en las que participa activamente? Al fin y al cabo, una buena parte de los sponsors que sustentan económicamente la Bienal son empresas ligadas a estos conflictos bélicos, como ya nos recordó en la edición anterior la artista alemana Hito Steyerl en su performance-conferencia Is a museum a battlefield? Una edición, la del 2013, que coincidió con las protestas de Taksim y Gezi Park.

La edición de este año es consciente de que la humanidad está ante una crisis global, y opta por cambiar el vocabulario hacia el plano de la imaginación, de la naturaleza y de la ciencia, haciendo eco a las teorías sobre el antropoceno, un cambio de paradigma en las ciencias que asume la incapacidad de separar la naturaleza de la humanidad. Por lo tanto, esta edición puede parecer escéptica por no tratar directamente temas políticos y actuar a través de gestos muchas veces imperceptibles, huyendo de los grandes conceptos ya gastados para substituirlos por otros nuevos. Al fin y al cabo, la oceanografía, el sistema nervioso, o a la teosofía pueden estar muy cerca de temas tan importantes como la geopolítica y la tecnología. Todo y con eso, la línea que separa estas afirmaciones de la pura contemplación a veces es demasiado fina, y entre un bello paseo y otro, uno puede llegar a sentirse como aquel viajero romántico y orientalista de principios de siglo, leyendo minuciosamente su extensa guía de viaje en inglés, un tanto incómodo con el calor, el polvo y el ruido incesante de construcción que escucha a su alrededor.

 
Imágenes:
1. Casa en la isla de Büyükada donde León Trotski estuvo exiliado entre 1929 y 1933.
2. Deniz, proyecto de la artista Füsun Onur con el Bósforo como escenario.
3. La plataforma Inland (Campo Adentro) trasladada al contexto turco, proyecto de Fernando García Dory.