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Negro pensamiento, sensato refugio
Thomas Ligotti y sus satélites
Escribió Emil Cioran sobre la posibilidad de concebir un pensamiento, uno solo, que fuera capaz de destruir el universo. La idea es fascinante, más propia de un poeta que de un filósofo. Thomas Ligotti seguro que ha soñado con acabar con todo con un solo pensamiento, afilado y puro, tan autodestructivo como destructor.
Pero no es más que un sueño, claro. No creo que Ligotti llegue a pensar en la posibilidad de que algo así pueda existir, salvo como un mero desiderátum cuya imposibilidad no hace sino subrayar el profundo inconveniente de seguir con vida y seguir pensando.
Thomas Ligotti lleva muchos años haciéndose sitio dentro de la escena de la literatura de horror. En España su primer libro apareció en 2006 y desde entonces han visto a la luz un par más. Como relatista pertenece a una estirpe clásica; la presencia de Poe o de Lovecraft es fácil de rastrear en sus historias. Pero tiene algo más que lo distingue de sus contemporáneos: su contundencia. Ligotti ofrece un terror cósmico y avasallador, un mundo sin pies ni cabeza, y carece de filtros o de gradaciones. Parte de la negrura para llegar al delirio o viceversa. Se burla de sus contemporáneos, dados a realizar ejercicios de estilo en los que lo sobrenatural va agrietando los cimientos de la realidad. Para Ligotti la realidad ya está corroída de por sí. Las coordenadas de este horror ontológico quedaron consignadas en un libro de 2010, Conspiración contra la especie humana, que Valdemar ha publicado en 2015. ¿De qué trata esta obra? Es un manifiesto casi filosófico, un ensayo en el que expone sus ideas sobre la ficción fantástica y, además, sus opiniones y su valoración de la existencia humana.
Ligotti considera al ser humano como una nada consciente de sí misma. Estima que nuestra consciencia es intrínsecamente perversa y que no tenemos otro objeto que el de ser una insignificante broma dirigida a nadie. ¿Les suena? Este pensamiento pesimista tuvo su eco hace poco menos de un año en la cultura popular. En la serie True detective gravitaban algunas de estas ideas. Rustin Cohle (Matthew McConaughey) vivía en el pesimismo. Se trata de un personaje difícil de olvidar: un oscuro individuo con buen olfato para detectar la psicoesfera y una intuición especial para saber que algunas cosas no crecen en la dirección correcta. Sin embargo, la negrura de Cohle se redime con una transformación final de resonancias mesiánicas.
Antes del desenlace, Rustin Cohle nos da buenas razones para creer que Conspiración contra la especie humana es su libro de cabecera. Yendo más allá, hay incluso mucho del Ligotti real en el personaje de ficción. La afición a las drogas, las alucinaciones y los problemas psiquiátricos son las constantes que comparten Cohle y Ligotti. Pero sobre todo es su ideario; un ideario negro y tóxico. Ambos parten de que la vida es indeseable, de que el suicidio es la única opción digna, que el yo es terrible y que es mejor no traer niños al mundo. Ambos sueñan con la extinción.
De nuevo regresamos a Cioran, que en su Breviario de podredumbre dedicaba dos epígrafes a estos asuntos. En uno de ellos, La consciencia de la infelicidad, asimila la existencia del yo con un crimen, y en La negativa a procrear habla de la locura que anida en el deseo de dejar descendencia. La filosofía, en este punto, parece haberse convertido en un arma. Georges Bataille ubicaba el horror en la filosofía cuando los especialistas debían enfrentarse a un pensamiento abstracto. Este horror ha ido desenroscándose y adoptando nuevas formas. Ligotti afirma despreciar el tratado filosófico al uso, mientras que Eugene Thacker dice incluirse entre los que sienten alergia frente “a la Filosofía con F mayúscula”. Algo sorprendente en un autor que goza de formación académica y que estructura sus ensayos en atención a los viejos esquemas escolásticos.
El horror se fue asomando por las grietas que se quedaron abiertas cuando Kant afirmó que lo único cognoscible es el correlato del pensamiento y del ser, proponiendo que el hombre no puede existir sin el mundo, y el mundo sin el hombre. Sin embargo pensadores como Quentin Meillassoux y Ray Brassier defienden que el mundo puede ser accesible fuera de la percepción y el ámbito humano.
Lo inefable y lo inimaginable, por tanto, no son ajenos a la filosofía. Eugene Thacker comienza su libro En el polvo de este planeta, recientemente publicado por Materia Oscura, con la frase “El mundo es cada vez más impensable”. Los humanos, relegados a mera broma existencial, no deben ser tan siquiera referencia. Thacker indaga en las substracción de lo humano del mundo, quiere penetrar en “el oscuro abismo ininteligible”.
Los límites se vuelven difusos, no es fácil pensar en negro. Las viejas referencias se diluyen: Meillassoux se ampara en el lenguaje matemático, Ligotti se busca en pensadores tan oscuros como Peter Wessel Zapffe o Miguel de Unamuno, las visiones lovecraftianas se convierten en un punto de referencia, el esoterismo renacentista de Agrippa o de Ficino vuelve a ser tenido en cuenta y el iraní Reza Negarestani vuelca todo su pensamiento negativo en una antienciclopedia.
Thacker es probablemente el más lúdico de los pesimistas. Reflexiona sobre el black metal, rescata a los místicos españoles y clama por una nueva demonología. El yo es un virus como para Burroughs lo era el lenguaje. El vacío, el no ser, la extinción son producto del desencantamiento del mundo, la máscara ya ha caído al suelo. “Sólo podríamos escaparnos del horror en las profundidades del horror”, dejó escrito Ligotti. Las voces de nuestras insignificantes identidades se irán apagando y nuestras cabezas estarán tan vacías como el teatro donde acaba de terminar la función, decía Kierkegaard.
Thacker se tutea con un horror en expansión, infatigable, en el que la nada habla con la nada. En la que se hace el trastornante ejercicio de reflexionar sobre un mundo sin humanos en el que ni siquiera haya un hombre que lo pueda pensar. El pensamiento en negativo se cierra sobre sí, hermético y oscuro. Georges Bataille en Lo arcangélico y otros poemas (Visor, 1999) escribió:
estoy muerto
y las tinieblas
sin cesar se alternan con el día
cerrado está para mí el universo
en él permanezco ciego
cercano a la nada
la nada no es sino yo mismo
Esa nada se encuentra en todas partes, dentro y fuera, introduciendo lo inhumano en el pensamiento, revelándonos mundos ajenos a lo cognoscible; tal vez en esa esfera donde se pueda gestar el pensamiento cioraniano capaz de destruir el universo. Esa fantasía que nos ubica en una realidad, la nuestra, en la que el pensamiento negro es un refugio sensato.
Los dibujos son obra de Carlos Thomas. De arriba abajo, el primero y el segundo no tienen título; forman parte de la serie Let Death teeth look like black quince or exotic jewellery. El tercero está hecho en rotulador sobre papel. http://carlos-thomas.com/
Negro pensamiento, sensato refugio
Escribió Emil Cioran sobre la posibilidad de concebir un pensamiento, uno solo, que fuera capaz de destruir el universo. La idea es fascinante, más propia de un poeta que de un filósofo. Thomas Ligotti seguro que ha soñado con acabar con todo con un solo pensamiento, afilado y puro, tan autodestructivo como destructor.
Pero no es más que un sueño, claro. No creo que Ligotti llegue a pensar en la posibilidad de que algo así pueda existir, salvo como un mero desiderátum cuya imposibilidad no hace sino subrayar el profundo inconveniente de seguir con vida y seguir pensando.
Thomas Ligotti lleva muchos años haciéndose sitio dentro de la escena de la literatura de horror. En España su primer libro apareció en 2006 y desde entonces han visto a la luz un par más. Como relatista pertenece a una estirpe clásica; la presencia de Poe o de Lovecraft es fácil de rastrear en sus historias. Pero tiene algo más que lo distingue de sus contemporáneos: su contundencia. Ligotti ofrece un terror cósmico y avasallador, un mundo sin pies ni cabeza, y carece de filtros o de gradaciones. Parte de la negrura para llegar al delirio o viceversa. Se burla de sus contemporáneos, dados a realizar ejercicios de estilo en los que lo sobrenatural va agrietando los cimientos de la realidad. Para Ligotti la realidad ya está corroída de por sí. Las coordenadas de este horror ontológico quedaron consignadas en un libro de 2010, Conspiración contra la especie humana, que Valdemar ha publicado en 2015. ¿De qué trata esta obra? Es un manifiesto casi filosófico, un ensayo en el que expone sus ideas sobre la ficción fantástica y, además, sus opiniones y su valoración de la existencia humana.
Ligotti considera al ser humano como una nada consciente de sí misma. Estima que nuestra consciencia es intrínsecamente perversa y que no tenemos otro objeto que el de ser una insignificante broma dirigida a nadie. ¿Les suena? Este pensamiento pesimista tuvo su eco hace poco menos de un año en la cultura popular. En la serie True detective gravitaban algunas de estas ideas. Rustin Cohle (Matthew McConaughey) vivía en el pesimismo. Se trata de un personaje difícil de olvidar: un oscuro individuo con buen olfato para detectar la psicoesfera y una intuición especial para saber que algunas cosas no crecen en la dirección correcta. Sin embargo, la negrura de Cohle se redime con una transformación final de resonancias mesiánicas.
Antes del desenlace, Rustin Cohle nos da buenas razones para creer que Conspiración contra la especie humana es su libro de cabecera. Yendo más allá, hay incluso mucho del Ligotti real en el personaje de ficción. La afición a las drogas, las alucinaciones y los problemas psiquiátricos son las constantes que comparten Cohle y Ligotti. Pero sobre todo es su ideario; un ideario negro y tóxico. Ambos parten de que la vida es indeseable, de que el suicidio es la única opción digna, que el yo es terrible y que es mejor no traer niños al mundo. Ambos sueñan con la extinción.
De nuevo regresamos a Cioran, que en su Breviario de podredumbre dedicaba dos epígrafes a estos asuntos. En uno de ellos, La consciencia de la infelicidad, asimila la existencia del yo con un crimen, y en La negativa a procrear habla de la locura que anida en el deseo de dejar descendencia. La filosofía, en este punto, parece haberse convertido en un arma. Georges Bataille ubicaba el horror en la filosofía cuando los especialistas debían enfrentarse a un pensamiento abstracto. Este horror ha ido desenroscándose y adoptando nuevas formas. Ligotti afirma despreciar el tratado filosófico al uso, mientras que Eugene Thacker dice incluirse entre los que sienten alergia frente “a la Filosofía con F mayúscula”. Algo sorprendente en un autor que goza de formación académica y que estructura sus ensayos en atención a los viejos esquemas escolásticos.
El horror se fue asomando por las grietas que se quedaron abiertas cuando Kant afirmó que lo único cognoscible es el correlato del pensamiento y del ser, proponiendo que el hombre no puede existir sin el mundo, y el mundo sin el hombre. Sin embargo pensadores como Quentin Meillassoux y Ray Brassier defienden que el mundo puede ser accesible fuera de la percepción y el ámbito humano.
Lo inefable y lo inimaginable, por tanto, no son ajenos a la filosofía. Eugene Thacker comienza su libro En el polvo de este planeta, recientemente publicado por Materia Oscura, con la frase “El mundo es cada vez más impensable”. Los humanos, relegados a mera broma existencial, no deben ser tan siquiera referencia. Thacker indaga en las substracción de lo humano del mundo, quiere penetrar en “el oscuro abismo ininteligible”.
Los límites se vuelven difusos, no es fácil pensar en negro. Las viejas referencias se diluyen: Meillassoux se ampara en el lenguaje matemático, Ligotti se busca en pensadores tan oscuros como Peter Wessel Zapffe o Miguel de Unamuno, las visiones lovecraftianas se convierten en un punto de referencia, el esoterismo renacentista de Agrippa o de Ficino vuelve a ser tenido en cuenta y el iraní Reza Negarestani vuelca todo su pensamiento negativo en una antienciclopedia.
Thacker es probablemente el más lúdico de los pesimistas. Reflexiona sobre el black metal, rescata a los místicos españoles y clama por una nueva demonología. El yo es un virus como para Burroughs lo era el lenguaje. El vacío, el no ser, la extinción son producto del desencantamiento del mundo, la máscara ya ha caído al suelo. “Sólo podríamos escaparnos del horror en las profundidades del horror”, dejó escrito Ligotti. Las voces de nuestras insignificantes identidades se irán apagando y nuestras cabezas estarán tan vacías como el teatro donde acaba de terminar la función, decía Kierkegaard.
Thacker se tutea con un horror en expansión, infatigable, en el que la nada habla con la nada. En la que se hace el trastornante ejercicio de reflexionar sobre un mundo sin humanos en el que ni siquiera haya un hombre que lo pueda pensar. El pensamiento en negativo se cierra sobre sí, hermético y oscuro. Georges Bataille en Lo arcangélico y otros poemas (Visor, 1999) escribió:
estoy muerto
y las tinieblas
sin cesar se alternan con el día
cerrado está para mí el universo
en él permanezco ciego
cercano a la nada
la nada no es sino yo mismo
Esa nada se encuentra en todas partes, dentro y fuera, introduciendo lo inhumano en el pensamiento, revelándonos mundos ajenos a lo cognoscible; tal vez en esa esfera donde se pueda gestar el pensamiento cioraniano capaz de destruir el universo. Esa fantasía que nos ubica en una realidad, la nuestra, en la que el pensamiento negro es un refugio sensato.
Los dibujos son obra de Carlos Thomas. De arriba abajo, el primero y el segundo no tienen título; forman parte de la serie Let Death teeth look like black quince or exotic jewellery. El tercero está hecho en rotulador sobre papel. http://carlos-thomas.com/