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¿Me intimidará en la intimidad?
Una disección imposible de Nueva Vulcano
Madrid, interior, día. Artur Estrada, Wences Aparicio, Albert Guardia y Marc Clos me miran y se preparan, diligentemente, para aceptar preguntas sobre su trabajo. Le quitamos el aire serio al asunto. Lo llamamos “conversación”. Yo llevo las preguntas escritas a boli y la grabadora no molesta. Pero nada de esto importa.
Cuando me siento con Nueva Vulcano a realizar la entrevista para este artículo lo hago con la más absoluta convicción de que es un acto inútil. Entiéndanme, no porque no tengan nada que decir −en cuanto comienza la charla se revelan como cuatro personas articuladas y con opiniones formadas e incluso dispares sobre su música− sino porque eso no cambiará nada y probablemente no tendrá nada que ver con su concierto del día siguiente. Explicar la música, bailar la arquitectura.
El gran drama de un periodista cultural −vale, no, el gran drama de un periodista cultural es la remuneración por su trabajo−, pero el segundo gran drama de un periodista cultural es la imposibilidad de trasladar una experiencia estética y/o emotiva sobre el papel. Si se trata de una experiencia emotiva −es decir, si el grupo te gusta mucho y no puedes establecer la distancia necesaria para analizar por qué te gusta−, se utilizan recursos, metáforas e incluso trucos y efectos especiales, pero es siempre un acto fallido: la experiencia gana y el periodista pierde. Cuando encima NO SABES por qué funciona el grupo pero funciona, se torna un trabajo de disección de la bestia y se revuelven vísceras y sangre y lo dejas todo perdido y después quién limpia, eh, después quién limpia.
Pero aquí estamos. Madrid, interior, día. De mis anotaciones sobre Nueva Vulcano: 1) Qué hacen tan lejos de casa. Nueva Vulcano es un grupo de Barcelona de la misma manera que ABBA es un grupo sueco, de forma inevitable en su mejor sentido. 2) Tras seis años de un parón que no lo ha sido, tienen disco nuevo, Novelería, que están presentado en salas no siempre convencionales. 3) ¿Esta gente ha comido?
Vamos hasta la boya y volver
Madrid, interior, noche. Sala repleta, entradas agotadas hace días. El público es variado, indie en su más amplio espectro, de los veintipico a los cuarenta y tantos. “Siempre hemos gustado a público joven, nos han llegado a montar conciertos chavales de quince años”, explicaba Albert Guardia horas antes. “Bueno, ahora ya no son tan jóvenes, treinta años ya no es joven. Que esta peña ya fuma y todo”, contrarresta Artur Estrada. “Aunque sí que es cierto que el público veinteañero creo que se impresiona como si fuéramos un folklore en nosotros mismos, porque vivimos los noventa y eso les parece muy fuerte”, ríe. Está a punto de empezar el concierto y me da por pensar qué se le ocurrirá a un madrileño cuando corea una letra que habla de Fontana, el Hotel Vela, o la Costa Brava o que una chavala era amiga de los de La Brigada. En un grupo que demanda intensidad y complicidad, ¿qué pasa cuando te pierdes las bromas privadas locales? “No pasa absolutamente nada. Tienen interpretaciones nuevas y ya está”, zanja Guardia.
Sale Nueva Vulcano y comienzan a tocar la canción del mirlo. La gente se chala. El sonido es bueno, compacto, potente. Artur grita “Ser mirlo un día”, y mira al techo, y sucede aquello que siempre, inevitablemente, sucede en un concierto de Nueva Vulcano. Todos y cada uno de los asistentes sienten que están solos ahí, que la experiencia es exclusivamente suya. Es difícil de explicar. No te convierte necesariamente en una buena persona. De hecho, a ratos te convierte en alguien bastante desagradable (“¿Por qué está cantando esta gente MI canción?” es un pensamiento recurrente e imbécil a lo largo de todo el concierto).
Albert: La intensidad está desde siempre, más o menos. Ahora hay más base de fans, pero el fan siempre lo ha sido.
Artur: En directo o te metes de manera física o te vas a la barra a hablar con un amigo.
Wences: La explicación es también por nuestras influencias y el sonido noventero del que veníamos. Ahí o te entregas o lo llevas fatal.
Albert: Y los discos igual, no te los pones en casa para tomarte un spritz.
Manifiéstate, hay tanto que hacer
“La Ley de Costas” podría considerarse un himno político en el sentido que se compromete de una manera evidente con su entorno: el Hotel Vela como despropósito de una Barcelona hipotecada al turismo a cualquier precio. La canción resuena por la sala y todo el mundo la corea, a versos completos. Nueva Vulcano no explicitó nunca su relación con lo que le rodea como ahí. Siempre se hace de una manera muy velada. “Es cierto. Hacer ‘Ley de Costas’ me gustó y amigos como Roberto Herreros, de Fundación Robo, me animaron a tirar por ahí. Los guiños están, como en ‘80% agua’, donde utilizo muy conscientemente la palabra 'constitución', explicándole a la niña que no importa lo que ponga en un papel, que lo importante es lo que somos. Creo que es algo de pudor o timidez, pero está ahí”, explica Estrada, siempre autor de las letras del grupo.
Más allá de lo evidente que resulte, Nueva Vulcano se preocupa de hacer las cosas con mimo: prima la autogestión en los conciertos y se eligen los lugares con cuidado que no formen parte del circuito normal de salas, lo cual les ha generado más de un quebradero de cabeza. “Es un currazo. Gestionar sala, barras, hacer bocatas...Vale la pena porque sabes que la responsabilidad es tuya, pero no te negaré que a ratos se te olvida”, ríe Guardia. “En nuestra escena siempre hemos tenido que hacernos las cosas nosotros porque si no no tocabas”, resuelve Estrada. “Así que creo que en el posicionamiento político yo a veces me acomodo a que somos muy evidentemente alternativos e independientes y no lo explicito más en las letras”, ofrece a modo de disculpa innecesaria. “Yo, a título personal, creo que es un momento en el que habría que posicionarse incluso de manera más explícita de lo que lo hacemos ahora”.
Ahora tú, no dejes que hable
La gente pide “Te debo un baile”, quizás el hit más conocido de Peces de Colores, y se suceden entonces las canciones cantadas a voz en grito y el concierto estalla en mil pedazos. No es casual que Nueva Vulcano haya sido un grupo que fascinara a fotógrafos. El caso de Alberto Polo es el más relevante, que dedicó meses y meses a seguirles de gira para captar ese instante enérgico en el espléndido “Hasta la boya y volver”, donde despliega esa suerte de enamoramiento entre público y grupo. “Ya, yo no sé cómo pasa pero pasa. La gente se emociona, pero a ver, es que el rock es así, ¿no? Piensa en Loquillo. ¿Quién tiene un puto cadillac y se va al rompeolas? Nadie”, ríe Estrada. “Y aun así hay niñas incluso de siete años coreando a voz en grito esa canción porque algo pasa, algo de lo que no eres consciente pero está ahí, y nosotros hablamos de una manera normal pero llega más”, resume Guardia.
− ¿Tú qué piensas?−, me pregunta Artur.
− ¿Cómo?
− Sí, tú tienes una opinión al respecto, ¿no? De hecho tienes una respuesta.
Doce horas después del concierto reviso mis notas. “El grupo te exige un compromiso, ser seducido y estar dispuesto a ser seducido”, dice mi letra, en mi cuaderno. “Es raro buscar la intimidad con extraños”, anoté mientras sonaba “Esto no es París”.
¿Tengo una respuesta? Sí, pero no la sé contar bien porque el grupo me gusta demasiado. Explicar la música, bailar la arquitectura. Maldita sea.
Fotos de Alberto Polo.
¿Me intimidará en la intimidad?
Madrid, interior, día. Artur Estrada, Wences Aparicio, Albert Guardia y Marc Clos me miran y se preparan, diligentemente, para aceptar preguntas sobre su trabajo. Le quitamos el aire serio al asunto. Lo llamamos “conversación”. Yo llevo las preguntas escritas a boli y la grabadora no molesta. Pero nada de esto importa.
Cuando me siento con Nueva Vulcano a realizar la entrevista para este artículo lo hago con la más absoluta convicción de que es un acto inútil. Entiéndanme, no porque no tengan nada que decir −en cuanto comienza la charla se revelan como cuatro personas articuladas y con opiniones formadas e incluso dispares sobre su música− sino porque eso no cambiará nada y probablemente no tendrá nada que ver con su concierto del día siguiente. Explicar la música, bailar la arquitectura.
El gran drama de un periodista cultural −vale, no, el gran drama de un periodista cultural es la remuneración por su trabajo−, pero el segundo gran drama de un periodista cultural es la imposibilidad de trasladar una experiencia estética y/o emotiva sobre el papel. Si se trata de una experiencia emotiva −es decir, si el grupo te gusta mucho y no puedes establecer la distancia necesaria para analizar por qué te gusta−, se utilizan recursos, metáforas e incluso trucos y efectos especiales, pero es siempre un acto fallido: la experiencia gana y el periodista pierde. Cuando encima NO SABES por qué funciona el grupo pero funciona, se torna un trabajo de disección de la bestia y se revuelven vísceras y sangre y lo dejas todo perdido y después quién limpia, eh, después quién limpia.
Pero aquí estamos. Madrid, interior, día. De mis anotaciones sobre Nueva Vulcano: 1) Qué hacen tan lejos de casa. Nueva Vulcano es un grupo de Barcelona de la misma manera que ABBA es un grupo sueco, de forma inevitable en su mejor sentido. 2) Tras seis años de un parón que no lo ha sido, tienen disco nuevo, Novelería, que están presentado en salas no siempre convencionales. 3) ¿Esta gente ha comido?
Vamos hasta la boya y volver
Madrid, interior, noche. Sala repleta, entradas agotadas hace días. El público es variado, indie en su más amplio espectro, de los veintipico a los cuarenta y tantos. “Siempre hemos gustado a público joven, nos han llegado a montar conciertos chavales de quince años”, explicaba Albert Guardia horas antes. “Bueno, ahora ya no son tan jóvenes, treinta años ya no es joven. Que esta peña ya fuma y todo”, contrarresta Artur Estrada. “Aunque sí que es cierto que el público veinteañero creo que se impresiona como si fuéramos un folklore en nosotros mismos, porque vivimos los noventa y eso les parece muy fuerte”, ríe. Está a punto de empezar el concierto y me da por pensar qué se le ocurrirá a un madrileño cuando corea una letra que habla de Fontana, el Hotel Vela, o la Costa Brava o que una chavala era amiga de los de La Brigada. En un grupo que demanda intensidad y complicidad, ¿qué pasa cuando te pierdes las bromas privadas locales? “No pasa absolutamente nada. Tienen interpretaciones nuevas y ya está”, zanja Guardia.
Sale Nueva Vulcano y comienzan a tocar la canción del mirlo. La gente se chala. El sonido es bueno, compacto, potente. Artur grita “Ser mirlo un día”, y mira al techo, y sucede aquello que siempre, inevitablemente, sucede en un concierto de Nueva Vulcano. Todos y cada uno de los asistentes sienten que están solos ahí, que la experiencia es exclusivamente suya. Es difícil de explicar. No te convierte necesariamente en una buena persona. De hecho, a ratos te convierte en alguien bastante desagradable (“¿Por qué está cantando esta gente MI canción?” es un pensamiento recurrente e imbécil a lo largo de todo el concierto).
Albert: La intensidad está desde siempre, más o menos. Ahora hay más base de fans, pero el fan siempre lo ha sido.
Artur: En directo o te metes de manera física o te vas a la barra a hablar con un amigo.
Wences: La explicación es también por nuestras influencias y el sonido noventero del que veníamos. Ahí o te entregas o lo llevas fatal.
Albert: Y los discos igual, no te los pones en casa para tomarte un spritz.
Manifiéstate, hay tanto que hacer
“La Ley de Costas” podría considerarse un himno político en el sentido que se compromete de una manera evidente con su entorno: el Hotel Vela como despropósito de una Barcelona hipotecada al turismo a cualquier precio. La canción resuena por la sala y todo el mundo la corea, a versos completos. Nueva Vulcano no explicitó nunca su relación con lo que le rodea como ahí. Siempre se hace de una manera muy velada. “Es cierto. Hacer ‘Ley de Costas’ me gustó y amigos como Roberto Herreros, de Fundación Robo, me animaron a tirar por ahí. Los guiños están, como en ‘80% agua’, donde utilizo muy conscientemente la palabra 'constitución', explicándole a la niña que no importa lo que ponga en un papel, que lo importante es lo que somos. Creo que es algo de pudor o timidez, pero está ahí”, explica Estrada, siempre autor de las letras del grupo.
Más allá de lo evidente que resulte, Nueva Vulcano se preocupa de hacer las cosas con mimo: prima la autogestión en los conciertos y se eligen los lugares con cuidado que no formen parte del circuito normal de salas, lo cual les ha generado más de un quebradero de cabeza. “Es un currazo. Gestionar sala, barras, hacer bocatas...Vale la pena porque sabes que la responsabilidad es tuya, pero no te negaré que a ratos se te olvida”, ríe Guardia. “En nuestra escena siempre hemos tenido que hacernos las cosas nosotros porque si no no tocabas”, resuelve Estrada. “Así que creo que en el posicionamiento político yo a veces me acomodo a que somos muy evidentemente alternativos e independientes y no lo explicito más en las letras”, ofrece a modo de disculpa innecesaria. “Yo, a título personal, creo que es un momento en el que habría que posicionarse incluso de manera más explícita de lo que lo hacemos ahora”.
Ahora tú, no dejes que hable
La gente pide “Te debo un baile”, quizás el hit más conocido de Peces de Colores, y se suceden entonces las canciones cantadas a voz en grito y el concierto estalla en mil pedazos. No es casual que Nueva Vulcano haya sido un grupo que fascinara a fotógrafos. El caso de Alberto Polo es el más relevante, que dedicó meses y meses a seguirles de gira para captar ese instante enérgico en el espléndido “Hasta la boya y volver”, donde despliega esa suerte de enamoramiento entre público y grupo. “Ya, yo no sé cómo pasa pero pasa. La gente se emociona, pero a ver, es que el rock es así, ¿no? Piensa en Loquillo. ¿Quién tiene un puto cadillac y se va al rompeolas? Nadie”, ríe Estrada. “Y aun así hay niñas incluso de siete años coreando a voz en grito esa canción porque algo pasa, algo de lo que no eres consciente pero está ahí, y nosotros hablamos de una manera normal pero llega más”, resume Guardia.
− ¿Tú qué piensas?−, me pregunta Artur.
− ¿Cómo?
− Sí, tú tienes una opinión al respecto, ¿no? De hecho tienes una respuesta.
Doce horas después del concierto reviso mis notas. “El grupo te exige un compromiso, ser seducido y estar dispuesto a ser seducido”, dice mi letra, en mi cuaderno. “Es raro buscar la intimidad con extraños”, anoté mientras sonaba “Esto no es París”.
¿Tengo una respuesta? Sí, pero no la sé contar bien porque el grupo me gusta demasiado. Explicar la música, bailar la arquitectura. Maldita sea.
Fotos de Alberto Polo.