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Manuela y la suspensión de la incredulidad
Vivimos en un mundo agotador. Yo querría sentarme, poner los pies en alto, enchufarme un capitulito de una serie de zombis y dejar que el tiempo pase sin tener que estar aquí de pie, esperando a que Manuela Carmena inaugure ritualmente con la pegada del primer cartel la campaña electoral por la alcaldía de Madrid. Es de noche y una agradable brisa anuncia la llegada del verano. Hace un rato Nacho Murgui, número dos de la candidatura de Ahora Madrid, hablaba con Manuela del agotamiento: “Y eso que sólo acabamos de empezar”, comentaban riéndose al unísono.
De un tiempo a esta parte tengo la sensación de que todo está siempre a punto de comenzar pero nada prospera. Es probable que sea una percepción fruto de mi propio cansancio, pero a menudo esta época parece escrita por Raymond Carver: no dejan de sucederse los anuncios de que algo gordo va a pasar y sin embargo nada sucede realmente. ¿Es Ahora Madrid el enésimo anuncio de un cambio que no llegará a producirse?
El mendigo optimista en la ciudad hostil
Hace un rato estábamos en el teatro de la segunda planta del Círculo de Bellas Artes, donde Ahora Manuela, un grupo de amigos de la alcaldable, había organizado un encuentro de apoyo de conocidos y de figurones, un acto a la vieja usanza, con el patio de butacas reservado a aquellos que habían confirmado asistencia, con elegantes sillones en el escenario y con un telón de fondo en el que se proyectaban fotos de la protagonista en distintos momentos de su densa biografía. Había salido Alberto San Juan a presentar el espectáculo armado con una guitarra y entonando machaconamente la pregunta “¿Qué pasa en Madrid?” para terminar por responder que “depende de ti, Ahora Madrid, depende de ti”. Luego San Juan siguió a capella con una enumeración de todo lo que le quema por culpa del desgobierno de esta ciudad, rematando la faena con un brindis a la alegría que representa el cambio: “Manuela es una ventana que nos hace ver otro paisaje”, dijo tratando de transportar al respetable, “Manuela es camino que nos puede llevar a otro lugar”, y añadió intentando arreglarlo que el desafío era gobernarnos por nosotros mismos, pero que había que dar las gracias a Manuela por dejarse utilizar, porque Manuela era un instrumento para avanzar más rápido. Semejante alfombra de ripios y piropos no fue un arranque muy brillante, pero daba igual porque Manuela Carmena es una de esas raras personas cuyo carisma provoca a su alrededor una agradabilísima sensación de bienestar y atención, y fue pisar el escenario, con sus tacones y con ese aire distraído de vecina amante de los geranios, y aquel evento previsible se transformó en algo con sentido.
Tenían que haber visto cómo la aplaudían y con qué concentración el patio de butacas escuchaba sus palabras; durante la entrevista que le hizo Soledad Gallego-Díaz y después, cuando cinco amigos expertos en distintos campos charlaron sobre todo lo que se podía hacer desde el Ayuntamiento y no se hace, y sobre todas las barbaridades que se hacen y que no se deberían hacer. Sol Gallego se presentó como “una periodista no neutral” –“No coconozco a nadie tan capacitado como Manuela para gobernar esta ciudad”–, dicho lo cual lanzó su primera pregunta: “¿Por qué, como piensa más del 80% de los madrileños, Madrid ha empeorado en los últimos años?”.
Manuela habló de la tristeza de una ciudad que ha ido perdiendo libertad y ganando oscuridad; de la hostilidad de un Madrid gobernado por un ayuntamiento hostil, del que los ciudadanos no esperan ya nada bueno y al que sólo le piden que no moleste. Para ella fue un dolor ver el congreso rodeado de policías y no deja de repetir que las instituciones no pueden dar la espalda a la gente: una y otra vez reclama que los 30.000 funcionarios del consistorio se pongan al servicio de los ciudadanos. Cuenta, a modo de ejemplo, que los 286 funcionarios municipales que trabajan en la Agencia para el Empleo sólo han conseguido unos 1200 contratos en un año, es decir, que cada funcionario de esa empresa pública destinada a dar trabajo apenas ha conseguido cuatro contratos nuevos en todo un año. También comentó con escándalo que Bankia hubiese puesto en manos de un fondo buitre y a precio de saldo 45.000 mil pisos que podían haberse comprado para destinarlos a alquileres sociales; frente a los fondos buitres, “¿por qué no hacer desde el Ayuntamiento fondos nido?”, preguntó dando espacio a que la amable metáfora desplegara sus alas y nos colonizara a todos. Fondos nido, ¿por qué no?
La jueza que fue Manuela apareció en varias ocasiones, por ejemplo, cuando hablando de su firme posición antidesahucios, cuestionó que exista en este país una ley desde el año 2000 en la que se especifica cómo sacar los muebles de una casa desalojada y que no haya todavía una ley que aluda a qué hacer con la familia desahuciada.
Con gracia trasladó Manuela a los presentes el comentario de un taxista que le dijo lo contradictorios que eran los del PP, que no paraban de despreciar lo público y sin embargo eran todos funcionarios. Con emoción contó cómo el día anterior, durante el encuentro con Ada Colau y otros alcaldables municipalistas en la plaza del Reina Sofía, un viejo amigo suyo que durante años había sido mendigo y al que había perdido la pista, se le acercó a darle un sobre con un recorte de prensa en el que Axel Honneth decía: “Tenemos la obligación moral de no ser pesimistas. Va contra la democracia hacer creer a la gente que carece de capacidad para cambiar las cosas”.
La idea más repetida por Manuela fue esta, la de que el pesimismo es reaccionario. Recordó las palabras de Ada Colau del día anterior en las que reflexionaba acerca de hasta qué punto la democracia se había pervertido al ser los más golpeados por la realidad los que menos votan. “Nos han jibarizado, nos hemos creído que somos pequeños, que no podemos hacer nada por cambiar las cosas, pero no es verdad, tenemos una enorme capacidad de cambio. No podemos olvidarlo”.
Sol Gallego le preguntó por qué creía ella que el PP seguía contando con más intención de voto que ningún otro partido en la reciente encuesta del CIS: “Pienso sinceramente –contestó Manuela– que es una muestra de incultura, de falta de civismo, que un partido como el PP, que ha hecho lo que ha hecho, siga sacando votos”.
Esperanza, la atrevida
La historia del antiguo mendigo fue la anécdota más poderosa de la noche, y volvió a salir a colación cuando habló de la obligación de evaluar las políticas públicas en favor de visibilizar lo que está pasando, para poder ver lo que hay “no para esconder a los mendigos como pretende Esperanza Aguirre”, “porque, me pregunto, ¿dónde los piensa esconder?” y “¿qué habría sido de mi amigo?”.
Los zarpazos contra su contrincante no se quedaron ahí: “¿Cómo tiene el atrevimiento de querer gobernar el Ayuntamiento alguien que ha sido la responsable de las tramas de corrupción que se han dado en Madrid?”. Y aseguró que no tiene ningún problema en debatir con Esperanza Aguirre, pero no con un formato que decida ella a su favor dándole órdenes al director de Telemadrid.
Lo más interesante políticamente hablando fueron todas las propuestas de participación ciudadana, desde presupuestos participativos a herramientas virtuales para organizar un cambio en el que quepamos todos, sin olvidarnos de esa cosa tan antigua y tan olvidada por los políticos: la escucha, escuchar a la gente con voluntad de servicio; como dicen los zapatistas, mandar obedeciendo.
Manuela prometió que si gana la alcaldía no piensa ir a celebraciones, que es partidaria de una política sencilla –“Madrid es como una gran comunidad de vecinos”– y todos le creímos, porque esta mujer tiene una naturalidad y una capacidad de convencer que le basta abrir la boca para provocar en los oyentes eso que quieren para sí todos los cuentistas, eso que los narratólogos llaman con pedantería “la suspensión de la incredulidad”.
La familia y los amigos
El acto terminó y me quedé esperando para ver salir a Manuela y entre tanto abordé a alguno de los asistentes. Pasé de Almodóvar y de Marisa Paredes, se me escaparon Eduardo Mangada y Juan Habichuela, pero conseguí hablar con Juan Barja, el hoy director del Círculo de Bellas Artes, que, para mi sorpresa, en los años de la Transición ejercía de abogado y estuvo por aquel despacho de Atocha 55. Barja recuerda aquellos tiempos, más duros de lo que hoy se da a entender cuando se dice que la Transición fue sólo un pacto, “no es real esa visión que se da y muchos de los problemas que se le achacan a aquellos tiempos son posteriores”, “además, los que queríamos ir más allá no teníamos tanta fuerza y murieron muchos”. Una de las fotos que se han proyectado ha sido del entierro de los cinco abogados de Atocha 55 que murieron asesinados por ultraderechistas, y pocos eran los presentes que ignoraban que la arrendataria de aquel despacho era Manuela Carmena y que por puro azar se salvó de estar allí aquella noche funesta. Por eso los aplausos sonaron fuertes cuando, en otro momento del acto, Manuela dijo que quería que el monumento del abrazo de Antón Martín se convirtiese en el símbolo de Madrid, el símbolo de todos los madrileños unidos en un abrazo. Juan Barja es amigo de Manuela desde hace más de 40 años y la va a votar, como va a votar a su otro amigo Ángel Gabilondo, no porque sean amigos, sino porque “mi preferencia es por el cambio”.
Le comento a Barja que hace unos meses no se paraba de hablar del cambio en clave generacional, como una cosa exclusiva de la juventud, y él me replica que tanto Manuela como Gabilondo han llegado a una edad avanzada sin haberse corrompido, que los dos ofrecen una garantía de honradez, de saberes y de entrega, que otros por juventud no alcanzan.
Abordo a Eduardo Leira, el arquitecto que dirigió el Plan General de Ordenación Urbana de Madrid de 1985 y a la sazón marido de la alcaldable, le pregunto por su papel en esta carrera y me dice que hace “labores de bambalina” en apoyo de Manuela. “Dos meses estuvieron detrás de ella, hasta que se decidió”. ¿Y usted está de acuerdo con todo este lío? “Sí”, y me da una descripción de la batalla épica que se libra: “Frente a las energúmenas de la derecha, Aguirre y Barberá, las mujeres fuertes de la izquierda, Ada y Manuela”. Y entonces llega Manuela, le coge del brazo y le pregunta: “¿Sabes quién tiene mi bolso?”.
Yo ya sabía que una de las condiciones que puso Manuela antes de entregarse al municipalismo fue poder contar con su familia, con su marido y con su hijo, tenerlos de enlace para estar un poco arropada en medio de un grupo de gente que en su mayoría eran desconocidos para ella. Pero no era, como me habían dicho, su hijo, sino su yerno, Rómulo Aguillaume, director de publicidad que además de dirigir anuncios de Nescafé, Adidas, Mcdonald o Mapfre ha organizado el acto de hoy: “Yo antes ya estaba interesado por la candidatura y creo que la incorporación de Manuela le da una sensatez y una respetabilidad que la hace más próxima a otros sectores que, quizás, si no estuviera ella, se mantendrían distantes”.
Algo así me dice también otro de los amigos que parece al mando del asunto. Este no quiere identificarse, pero me cuenta una anécdota que prueba el valor y la honradez de Manuela, de cuando llega en 1983 al Juzgado 19 de Primera Instancia de Madrid y acaba con las corruptelas de los funcionarios prohibiéndoles cobrar directamente, como venían haciendo, y obligando a que los pagos se hicieran a partir de entonces a través de una cuenta en la Caja Postal. Los juzgados de Madrid dejaron al poco de ser conocidos como La Plaza de la Astilla, “la astilla, era como antes se le decía a la mordida”, me explica con impaciencia, y se marcha a celebrar en un corrillo el rumor, aún no confirmado, de que el expresidente uruguayo José Mujica vendrá a Madrid para mostrar su apoyo a Manuela.
Lo sorprendente es la entrega de todo el mundo, incluso de aquellos que pudieran sentirse molestos. No es que no haya fricciones: un acto como este, tan a la antigua usanza al apelar al ascendente de los expertos y de los figurones, no está en consonancia con el protagonismo del cualquiera y de la gente que el municipalismo de Ahora Madrid considera su bandera. El caso es que aunque alguno se queje, nadie cuestiona la autoridad de Manuela y, en el fondo, los menos convencidos, aquellos a los que les molesta que a veces vaya por libre –por ejemplo, cuando después de encabezar la lista de Podemos soltó aquello de que ella no tenía nada que ver con Podemos– saben que ha sido un gran fichaje para la causa y el elemento aglutinador que necesitaban.
Estoy hablando con Nacho Murgui, que además de haber sido presidente de las asociaciones de vecinos de Madrid desde el 2005 muchos lo conocerán como el cantante de Deshechos, grupo superviviente del mítico Hechos contra el decoro, cuando Manuela se acerca y nos dice “tengo entre cero y menos cero ganas de ir a lo de los carteles”, “¿Pero vas a ir al final?”, pregunta Nacho y ella responde que se lo ha dicho Rita y que ella hace lo que le manden. Están cansados, Manuela está afónica desde ayer y a un paso del catarro. “Y esto no ha hecho más que empezar”, comentan y se echan a reír mientras emprenden el camino hacia Atocha.
La cuenta atrás
Estoy de pie y cansado, sorprendido de todos los militantes que se concentran en este acto simbólico de arranque de la campaña electoral y pegada del primer cartel. Estamos en la Cuesta Moyano y para los que no la conozcan bastará decir que pocos sitios hay en Madrid que tengan menos superficie donde pegar carteles. Detrás, la Glorieta de Atocha, a la izquierda, el Jardín Botánico, y a la derecha, el Ministerio de Agricultura, ambos con verjas de barrotes, sin apenas muros. “¿Dónde están las paredes en las que pegar los carteles?”, pregunto a los que veo con cubos y escobas para encolar. “Ahora los reparten y luego cada uno se va a su barrio a pegarlos”. “¿Alguien tiene pulmón?”, oigo a mi espalda; me vuelvo y, sin saber cómo, me veo inflando globos. Tres globos consigo llenar antes de escaparme.
Me encuentro con Lorena Ruiz-Huerta, número dos a la Comunidad de Madrid por Podemos. Le pregunto qué piensa hacer después, “¿Después cuándo? ¿Después de ser elegida vicepresidenta de la Comunidad de Madrid?”. Nos reímos porque lo dice con tono de chanza, antes de responderme que se irá a pegar carteles. Me dice que José Manuel López estará con Pablo Iglesias, Errejón y alguno más pegando carteles en Hortaleza, pero que ella está aquí y luego se irá por su barrio de Arganzuela. Tratando de vencer el vozarrón de un entusiasta que canta un romance protesta –“Romance para un cambio de un pueblo sabio”, leo en la hoja que nos ha repartido a ver si lo secundamos–, le cuento a Lorena que vengo del acto de apoyo de los amigos de Manuela y que me ha dado la impresión de que muchos de los asistentes no van a votar a Podemos por la Comunidad sino a Gabilondo. Ella me dice que el exministro del PSOE es un representante inequívoco de la vieja política, uno de los responsables de que ahora la universidad cueste a los estudiantes, o a los padres de los estudiantes, mucho más dinero por menos horas. También comenta que Gabilondo es el autor de los primeros convenios de la universidad con la banca, el que metió la banca en la universidad. Y que llega muy tarde, que al PSOE se le acabó el tiempo.
“¡Alcaldesa, alcaldesa!”, ya está aquí Manuela y los fotógrafos y periodistas se acercan. Con mucho entusiasmo se oye corear: “¡Que sí, que sí, que sí nos representa!”, y como si fuera la primera vez que lo oigo escucho a mi alrededor: “¡Sí se puede!¡Sí se puede!”. Los miembros de la candidatura se juntan, los voluntarios reparten carteles pero sin mostrarlos, comienza la cuenta atrás y al llegar a cero descubren los carteles mientras una ráfaga de flashes aporta el punto discotequero. Manuela ante los micrófonos y grabadoras vuelve a repetir la cita de Axel Honneth: “Tenemos la obligación moral de no ser pesimistas. Va contra la democracia hacer creer a la gente que carece de capacidad para cambiar las cosas”. Y añade que el estribillo que más escucha entre la gente que se le acerca es “yo no votaba y ahora voy a votar por vosotros”. “El pesimismo es reaccionario. No hay que rendirse. Somos grandes y podemos cambiar las cosas”.
Un coro de voces se envalentona cantando una versión de la secular “Ay Carmela” adaptada al momento: “Queremos nueva alcaldesa, ay Manuela, ay Manuela…”. Luego suena en primicia la canción electoral de Ahora Madrid, compuesta y grabada por los Hechos contra el decoro, que se han reunido para la ocasión. Pese a que no se escucha bien supongo que será de largo la mejor canción de esta carrera que termina en el Ayuntamiento y que las encuestas predicen de nuevo, ay, ganada por el PP. Aquí no parecen haberse enterado de tales augurios y cualquiera que asista, cualquiera como yo, se marcha convencido de que la victoria será de Ahora Madrid y por goleada. “Madrid será la tumba del bipartidismo”, me oigo decirme buscando un título a esta crónica que resuene con el optimismo luchador de esta gente. Tal vez haya llegado ya un tiempo nuevo y pronto podamos descansar de tanta lucha y de tanta incredulidad.
Fotografías de David Arenal, salvo la última, de Ahora Madrid
Manuela y la suspensión de la incredulidad
Vivimos en un mundo agotador. Yo querría sentarme, poner los pies en alto, enchufarme un capitulito de una serie de zombis y dejar que el tiempo pase sin tener que estar aquí de pie, esperando a que Manuela Carmena inaugure ritualmente con la pegada del primer cartel la campaña electoral por la alcaldía de Madrid. Es de noche y una agradable brisa anuncia la llegada del verano. Hace un rato Nacho Murgui, número dos de la candidatura de Ahora Madrid, hablaba con Manuela del agotamiento: “Y eso que sólo acabamos de empezar”, comentaban riéndose al unísono.
De un tiempo a esta parte tengo la sensación de que todo está siempre a punto de comenzar pero nada prospera. Es probable que sea una percepción fruto de mi propio cansancio, pero a menudo esta época parece escrita por Raymond Carver: no dejan de sucederse los anuncios de que algo gordo va a pasar y sin embargo nada sucede realmente. ¿Es Ahora Madrid el enésimo anuncio de un cambio que no llegará a producirse?
El mendigo optimista en la ciudad hostil
Hace un rato estábamos en el teatro de la segunda planta del Círculo de Bellas Artes, donde Ahora Manuela, un grupo de amigos de la alcaldable, había organizado un encuentro de apoyo de conocidos y de figurones, un acto a la vieja usanza, con el patio de butacas reservado a aquellos que habían confirmado asistencia, con elegantes sillones en el escenario y con un telón de fondo en el que se proyectaban fotos de la protagonista en distintos momentos de su densa biografía. Había salido Alberto San Juan a presentar el espectáculo armado con una guitarra y entonando machaconamente la pregunta “¿Qué pasa en Madrid?” para terminar por responder que “depende de ti, Ahora Madrid, depende de ti”. Luego San Juan siguió a capella con una enumeración de todo lo que le quema por culpa del desgobierno de esta ciudad, rematando la faena con un brindis a la alegría que representa el cambio: “Manuela es una ventana que nos hace ver otro paisaje”, dijo tratando de transportar al respetable, “Manuela es camino que nos puede llevar a otro lugar”, y añadió intentando arreglarlo que el desafío era gobernarnos por nosotros mismos, pero que había que dar las gracias a Manuela por dejarse utilizar, porque Manuela era un instrumento para avanzar más rápido. Semejante alfombra de ripios y piropos no fue un arranque muy brillante, pero daba igual porque Manuela Carmena es una de esas raras personas cuyo carisma provoca a su alrededor una agradabilísima sensación de bienestar y atención, y fue pisar el escenario, con sus tacones y con ese aire distraído de vecina amante de los geranios, y aquel evento previsible se transformó en algo con sentido.
Tenían que haber visto cómo la aplaudían y con qué concentración el patio de butacas escuchaba sus palabras; durante la entrevista que le hizo Soledad Gallego-Díaz y después, cuando cinco amigos expertos en distintos campos charlaron sobre todo lo que se podía hacer desde el Ayuntamiento y no se hace, y sobre todas las barbaridades que se hacen y que no se deberían hacer. Sol Gallego se presentó como “una periodista no neutral” –“No coconozco a nadie tan capacitado como Manuela para gobernar esta ciudad”–, dicho lo cual lanzó su primera pregunta: “¿Por qué, como piensa más del 80% de los madrileños, Madrid ha empeorado en los últimos años?”.
Manuela habló de la tristeza de una ciudad que ha ido perdiendo libertad y ganando oscuridad; de la hostilidad de un Madrid gobernado por un ayuntamiento hostil, del que los ciudadanos no esperan ya nada bueno y al que sólo le piden que no moleste. Para ella fue un dolor ver el congreso rodeado de policías y no deja de repetir que las instituciones no pueden dar la espalda a la gente: una y otra vez reclama que los 30.000 funcionarios del consistorio se pongan al servicio de los ciudadanos. Cuenta, a modo de ejemplo, que los 286 funcionarios municipales que trabajan en la Agencia para el Empleo sólo han conseguido unos 1200 contratos en un año, es decir, que cada funcionario de esa empresa pública destinada a dar trabajo apenas ha conseguido cuatro contratos nuevos en todo un año. También comentó con escándalo que Bankia hubiese puesto en manos de un fondo buitre y a precio de saldo 45.000 mil pisos que podían haberse comprado para destinarlos a alquileres sociales; frente a los fondos buitres, “¿por qué no hacer desde el Ayuntamiento fondos nido?”, preguntó dando espacio a que la amable metáfora desplegara sus alas y nos colonizara a todos. Fondos nido, ¿por qué no?
La jueza que fue Manuela apareció en varias ocasiones, por ejemplo, cuando hablando de su firme posición antidesahucios, cuestionó que exista en este país una ley desde el año 2000 en la que se especifica cómo sacar los muebles de una casa desalojada y que no haya todavía una ley que aluda a qué hacer con la familia desahuciada.
Con gracia trasladó Manuela a los presentes el comentario de un taxista que le dijo lo contradictorios que eran los del PP, que no paraban de despreciar lo público y sin embargo eran todos funcionarios. Con emoción contó cómo el día anterior, durante el encuentro con Ada Colau y otros alcaldables municipalistas en la plaza del Reina Sofía, un viejo amigo suyo que durante años había sido mendigo y al que había perdido la pista, se le acercó a darle un sobre con un recorte de prensa en el que Axel Honneth decía: “Tenemos la obligación moral de no ser pesimistas. Va contra la democracia hacer creer a la gente que carece de capacidad para cambiar las cosas”.
La idea más repetida por Manuela fue esta, la de que el pesimismo es reaccionario. Recordó las palabras de Ada Colau del día anterior en las que reflexionaba acerca de hasta qué punto la democracia se había pervertido al ser los más golpeados por la realidad los que menos votan. “Nos han jibarizado, nos hemos creído que somos pequeños, que no podemos hacer nada por cambiar las cosas, pero no es verdad, tenemos una enorme capacidad de cambio. No podemos olvidarlo”.
Sol Gallego le preguntó por qué creía ella que el PP seguía contando con más intención de voto que ningún otro partido en la reciente encuesta del CIS: “Pienso sinceramente –contestó Manuela– que es una muestra de incultura, de falta de civismo, que un partido como el PP, que ha hecho lo que ha hecho, siga sacando votos”.
Esperanza, la atrevida
La historia del antiguo mendigo fue la anécdota más poderosa de la noche, y volvió a salir a colación cuando habló de la obligación de evaluar las políticas públicas en favor de visibilizar lo que está pasando, para poder ver lo que hay “no para esconder a los mendigos como pretende Esperanza Aguirre”, “porque, me pregunto, ¿dónde los piensa esconder?” y “¿qué habría sido de mi amigo?”.
Los zarpazos contra su contrincante no se quedaron ahí: “¿Cómo tiene el atrevimiento de querer gobernar el Ayuntamiento alguien que ha sido la responsable de las tramas de corrupción que se han dado en Madrid?”. Y aseguró que no tiene ningún problema en debatir con Esperanza Aguirre, pero no con un formato que decida ella a su favor dándole órdenes al director de Telemadrid.
Lo más interesante políticamente hablando fueron todas las propuestas de participación ciudadana, desde presupuestos participativos a herramientas virtuales para organizar un cambio en el que quepamos todos, sin olvidarnos de esa cosa tan antigua y tan olvidada por los políticos: la escucha, escuchar a la gente con voluntad de servicio; como dicen los zapatistas, mandar obedeciendo.
Manuela prometió que si gana la alcaldía no piensa ir a celebraciones, que es partidaria de una política sencilla –“Madrid es como una gran comunidad de vecinos”– y todos le creímos, porque esta mujer tiene una naturalidad y una capacidad de convencer que le basta abrir la boca para provocar en los oyentes eso que quieren para sí todos los cuentistas, eso que los narratólogos llaman con pedantería “la suspensión de la incredulidad”.
La familia y los amigos
El acto terminó y me quedé esperando para ver salir a Manuela y entre tanto abordé a alguno de los asistentes. Pasé de Almodóvar y de Marisa Paredes, se me escaparon Eduardo Mangada y Juan Habichuela, pero conseguí hablar con Juan Barja, el hoy director del Círculo de Bellas Artes, que, para mi sorpresa, en los años de la Transición ejercía de abogado y estuvo por aquel despacho de Atocha 55. Barja recuerda aquellos tiempos, más duros de lo que hoy se da a entender cuando se dice que la Transición fue sólo un pacto, “no es real esa visión que se da y muchos de los problemas que se le achacan a aquellos tiempos son posteriores”, “además, los que queríamos ir más allá no teníamos tanta fuerza y murieron muchos”. Una de las fotos que se han proyectado ha sido del entierro de los cinco abogados de Atocha 55 que murieron asesinados por ultraderechistas, y pocos eran los presentes que ignoraban que la arrendataria de aquel despacho era Manuela Carmena y que por puro azar se salvó de estar allí aquella noche funesta. Por eso los aplausos sonaron fuertes cuando, en otro momento del acto, Manuela dijo que quería que el monumento del abrazo de Antón Martín se convirtiese en el símbolo de Madrid, el símbolo de todos los madrileños unidos en un abrazo. Juan Barja es amigo de Manuela desde hace más de 40 años y la va a votar, como va a votar a su otro amigo Ángel Gabilondo, no porque sean amigos, sino porque “mi preferencia es por el cambio”.
Le comento a Barja que hace unos meses no se paraba de hablar del cambio en clave generacional, como una cosa exclusiva de la juventud, y él me replica que tanto Manuela como Gabilondo han llegado a una edad avanzada sin haberse corrompido, que los dos ofrecen una garantía de honradez, de saberes y de entrega, que otros por juventud no alcanzan.
Abordo a Eduardo Leira, el arquitecto que dirigió el Plan General de Ordenación Urbana de Madrid de 1985 y a la sazón marido de la alcaldable, le pregunto por su papel en esta carrera y me dice que hace “labores de bambalina” en apoyo de Manuela. “Dos meses estuvieron detrás de ella, hasta que se decidió”. ¿Y usted está de acuerdo con todo este lío? “Sí”, y me da una descripción de la batalla épica que se libra: “Frente a las energúmenas de la derecha, Aguirre y Barberá, las mujeres fuertes de la izquierda, Ada y Manuela”. Y entonces llega Manuela, le coge del brazo y le pregunta: “¿Sabes quién tiene mi bolso?”.
Yo ya sabía que una de las condiciones que puso Manuela antes de entregarse al municipalismo fue poder contar con su familia, con su marido y con su hijo, tenerlos de enlace para estar un poco arropada en medio de un grupo de gente que en su mayoría eran desconocidos para ella. Pero no era, como me habían dicho, su hijo, sino su yerno, Rómulo Aguillaume, director de publicidad que además de dirigir anuncios de Nescafé, Adidas, Mcdonald o Mapfre ha organizado el acto de hoy: “Yo antes ya estaba interesado por la candidatura y creo que la incorporación de Manuela le da una sensatez y una respetabilidad que la hace más próxima a otros sectores que, quizás, si no estuviera ella, se mantendrían distantes”.
Algo así me dice también otro de los amigos que parece al mando del asunto. Este no quiere identificarse, pero me cuenta una anécdota que prueba el valor y la honradez de Manuela, de cuando llega en 1983 al Juzgado 19 de Primera Instancia de Madrid y acaba con las corruptelas de los funcionarios prohibiéndoles cobrar directamente, como venían haciendo, y obligando a que los pagos se hicieran a partir de entonces a través de una cuenta en la Caja Postal. Los juzgados de Madrid dejaron al poco de ser conocidos como La Plaza de la Astilla, “la astilla, era como antes se le decía a la mordida”, me explica con impaciencia, y se marcha a celebrar en un corrillo el rumor, aún no confirmado, de que el expresidente uruguayo José Mujica vendrá a Madrid para mostrar su apoyo a Manuela.
Lo sorprendente es la entrega de todo el mundo, incluso de aquellos que pudieran sentirse molestos. No es que no haya fricciones: un acto como este, tan a la antigua usanza al apelar al ascendente de los expertos y de los figurones, no está en consonancia con el protagonismo del cualquiera y de la gente que el municipalismo de Ahora Madrid considera su bandera. El caso es que aunque alguno se queje, nadie cuestiona la autoridad de Manuela y, en el fondo, los menos convencidos, aquellos a los que les molesta que a veces vaya por libre –por ejemplo, cuando después de encabezar la lista de Podemos soltó aquello de que ella no tenía nada que ver con Podemos– saben que ha sido un gran fichaje para la causa y el elemento aglutinador que necesitaban.
Estoy hablando con Nacho Murgui, que además de haber sido presidente de las asociaciones de vecinos de Madrid desde el 2005 muchos lo conocerán como el cantante de Deshechos, grupo superviviente del mítico Hechos contra el decoro, cuando Manuela se acerca y nos dice “tengo entre cero y menos cero ganas de ir a lo de los carteles”, “¿Pero vas a ir al final?”, pregunta Nacho y ella responde que se lo ha dicho Rita y que ella hace lo que le manden. Están cansados, Manuela está afónica desde ayer y a un paso del catarro. “Y esto no ha hecho más que empezar”, comentan y se echan a reír mientras emprenden el camino hacia Atocha.
La cuenta atrás
Estoy de pie y cansado, sorprendido de todos los militantes que se concentran en este acto simbólico de arranque de la campaña electoral y pegada del primer cartel. Estamos en la Cuesta Moyano y para los que no la conozcan bastará decir que pocos sitios hay en Madrid que tengan menos superficie donde pegar carteles. Detrás, la Glorieta de Atocha, a la izquierda, el Jardín Botánico, y a la derecha, el Ministerio de Agricultura, ambos con verjas de barrotes, sin apenas muros. “¿Dónde están las paredes en las que pegar los carteles?”, pregunto a los que veo con cubos y escobas para encolar. “Ahora los reparten y luego cada uno se va a su barrio a pegarlos”. “¿Alguien tiene pulmón?”, oigo a mi espalda; me vuelvo y, sin saber cómo, me veo inflando globos. Tres globos consigo llenar antes de escaparme.
Me encuentro con Lorena Ruiz-Huerta, número dos a la Comunidad de Madrid por Podemos. Le pregunto qué piensa hacer después, “¿Después cuándo? ¿Después de ser elegida vicepresidenta de la Comunidad de Madrid?”. Nos reímos porque lo dice con tono de chanza, antes de responderme que se irá a pegar carteles. Me dice que José Manuel López estará con Pablo Iglesias, Errejón y alguno más pegando carteles en Hortaleza, pero que ella está aquí y luego se irá por su barrio de Arganzuela. Tratando de vencer el vozarrón de un entusiasta que canta un romance protesta –“Romance para un cambio de un pueblo sabio”, leo en la hoja que nos ha repartido a ver si lo secundamos–, le cuento a Lorena que vengo del acto de apoyo de los amigos de Manuela y que me ha dado la impresión de que muchos de los asistentes no van a votar a Podemos por la Comunidad sino a Gabilondo. Ella me dice que el exministro del PSOE es un representante inequívoco de la vieja política, uno de los responsables de que ahora la universidad cueste a los estudiantes, o a los padres de los estudiantes, mucho más dinero por menos horas. También comenta que Gabilondo es el autor de los primeros convenios de la universidad con la banca, el que metió la banca en la universidad. Y que llega muy tarde, que al PSOE se le acabó el tiempo.
“¡Alcaldesa, alcaldesa!”, ya está aquí Manuela y los fotógrafos y periodistas se acercan. Con mucho entusiasmo se oye corear: “¡Que sí, que sí, que sí nos representa!”, y como si fuera la primera vez que lo oigo escucho a mi alrededor: “¡Sí se puede!¡Sí se puede!”. Los miembros de la candidatura se juntan, los voluntarios reparten carteles pero sin mostrarlos, comienza la cuenta atrás y al llegar a cero descubren los carteles mientras una ráfaga de flashes aporta el punto discotequero. Manuela ante los micrófonos y grabadoras vuelve a repetir la cita de Axel Honneth: “Tenemos la obligación moral de no ser pesimistas. Va contra la democracia hacer creer a la gente que carece de capacidad para cambiar las cosas”. Y añade que el estribillo que más escucha entre la gente que se le acerca es “yo no votaba y ahora voy a votar por vosotros”. “El pesimismo es reaccionario. No hay que rendirse. Somos grandes y podemos cambiar las cosas”.
Un coro de voces se envalentona cantando una versión de la secular “Ay Carmela” adaptada al momento: “Queremos nueva alcaldesa, ay Manuela, ay Manuela…”. Luego suena en primicia la canción electoral de Ahora Madrid, compuesta y grabada por los Hechos contra el decoro, que se han reunido para la ocasión. Pese a que no se escucha bien supongo que será de largo la mejor canción de esta carrera que termina en el Ayuntamiento y que las encuestas predicen de nuevo, ay, ganada por el PP. Aquí no parecen haberse enterado de tales augurios y cualquiera que asista, cualquiera como yo, se marcha convencido de que la victoria será de Ahora Madrid y por goleada. “Madrid será la tumba del bipartidismo”, me oigo decirme buscando un título a esta crónica que resuene con el optimismo luchador de esta gente. Tal vez haya llegado ya un tiempo nuevo y pronto podamos descansar de tanta lucha y de tanta incredulidad.
Fotografías de David Arenal, salvo la última, de Ahora Madrid