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Maneras de viajar, maneras de mirar

Conversación con Daniel Córdoba-Mendiola
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“Su indolencia sólo es aparente, pues tras ella se oculta la vigilancia de un observador que nunca pierde de vista al malhechor.” Así define Walter Benjamin, en su inacabada obra El libro de los pasajes, al flâneur, aquel paseante urbano que comenzó, antes en París y posteriormente en Londres, hasta llegar a Berlín de la mano del propio Benjamin y de su más fiel y brillante discípulo, Franz Hessel, a recorrer la ciudad de finales del siglo XIX e inicios del siglo XX, rescatando de la invisibilidad aquellos detalles, personajes y modos de vida ensombrecidos por la trepidante y avasalladora modernidad. Para Walter Benjamin el flâneur era un detective urbano, alguien “que coge las cosas al vuelo”, a la vez que la prefiguración del artista de la modernidad –ya lo había así definido Baudelaire en su obra El pintor de la vida moderna–, pues si algo definía al flâneur y lo emparejaba al artista era la subjetividad: a diferencia de la del detective, la mirada del flâneur no es cientificista, sino que está completamente imbricada en la subjetividad: reescribe y se apropia de lo que observa: rescata lo imperceptible, “coge las cosas al vuelo”, las dibuja “con el lápiz veloz del dibujante” y las hace propias. Por eso afirma Baudelaire que la calle es su casa.

Y hoy, ¿es aún posible la flâneurie? En la época de la sobremodernidad (Beatriz Sarlo), en la ciudad de los no-lugares (Marc Augé), en la ciudad donde las heterotopías foucaultianas ya no son una excepción, pues todo espacio es heterotópico, ¿cuál es, si se da, el papel del flâneur? La flâneurie no ha desaparecido, se ha transformado: en el siglo XXI rescata al vuelo las tendencias, gustos y modas en su estado más inicial. Por eso asociamos la figura del flâneur al coolhunter, el cazador de tendencias, el observador perspicaz que desplaza estilos y gustos de los márgenes al foco. Entrevistamos a Córdoba-Mendiola como flâneur, paseante urbano y clásico, coolhunter y autor de Coolhunting y El mundo en 25 miradas, un viaje con escala en 25 ciudades del mundo.

En el siglo XXI, en el siglo de la globalización, ¿todavía es posible hablar de la flânerie?

Absolutamente, claro que es posible. De hecho justamente la flânerie es un concepto muy ligado a los primeros intentos de huir de la homogeneización. Baudelaire responde a lo que es la estandarización de la ciudad y da origen a un concepto, el de la flânerie, que es consustancial a los temores, a los miedos y peligros que se perciben desde la realidad urbana por el hecho de la homogeneización. Dicho esto, también es cierto que yo personalmente no estoy muy de acuerdo con la idea de que las ciudades se estén homogeneizando; hay, sin duda, calles, avenidas y conceptos que se homogeneizan  y que se extienden, pero más allá de las calles principales y céntricas, cada ciudad conserva su identidad. Basta cruzar algunas calles, salir del centro, donde están todas las marcas, para encontrar las especificidades autóctonas.

Sin embargo, no podemos eludir el hecho que el centro de las grandes ciudades se han homogeneizado en tanto que se definen por compartir el mismo tipo de tienda, las mismas cadenas o marcas comerciales y, en general, la misma oferta de ocio.

Sí es cierto que si te paseas por la principal avenida de París, de Londres o de Madrid, te vas a encontrar las mismas tiendas, las mismas marcas o el mismo tipo de establecimiento de ocio, pero por una razón muy sencilla: porque estas marcas multinacionales son las únicas que pueden pagar los alquileres que se piden en estas calles tan céntricas. Hablamos, además, de marcas que se dirigen a una población flotante y que se sitúan precisamente en las zonas de la ciudad que reúnen esta población flotante, compuesta no por residentes, sino por turistas o personas de paso. Parte de esta homogeneización de la que hablamos se debe también al hecho de que  estas zonas céntricas y de población flotante expulsan, en cierta medida, a los residentes y a las tiendas de barrio. Sin embargo, vuelvo a decir que en estas grandes ciudades, que no ciudades grandes, hay mucho espacio para la unicidad y lo específico; lo que sucede que es necesario perder el miedo, salir de estas zonas más seguras y más familiares, y descubrir otras realidades.

Como diría Roland Barthes, ¿hay que aprender a perderse?

Hay que educar la mirada. Tenemos bastante educados muchos de nuestros sentidos, pero no la mirada, sobre todo la que se dirige hacia el espacio urbano, seguramente porque estamos tan condicionados por la rutina que dejamos de mirar todo aquello que nos rodea. Vemos, pero no miramos. Creo que es necesario educar la mirada, enseñar a mirar, para recorrer nuestra propia ciudad, pero sobre todo para viajar al extranjero y recorrer otras ciudades. Y de hecho El mundo en 25 miradas quiere ser un elogio de la mirada, una celebración de la subjetividad.

Una subjetividad que siempre debe estar alerta ante los prejuicios o ante las ideas preconcebidas que definen nuestro acercamiento a lo que nos rodea...

En el aspecto concreto de los viajes, al menos por mi experiencia, creo que estamos muy condicionados por el denominado fenómeno de la omnisciencia: las guías te dicen adónde debes ir, qué debes ver… Te proponen, en definitiva, un ranking de lugares y de actividades indispensables a las que parece imposible sustraerse. Toda esta serie de indicaciones me parece absurda, pues terminan condicionando el viaje y el turista termina haciendo cosas y visitando lugares que a priori no le interesan. Si tú normalmente no visitas los museos, ¿por qué cuando viajas a ciudades como Londres o París lo primero que haces es ir a un museo? Este fenómeno de la omnisciencia provoca una masa de gente acrítica que deambula a ciegas por la ciudad haciendo cosas que nunca haría en la propia. Una cosa es ser una persona abierta y ver el viaje como una posibilidad para empaparse de nuevas realidades o vivir nuevas experiencias y otra muy diferente es hacer acríticamente aquello que la guía te indica.

En relación a las guías de viaje, y como coolhunter, ¿crees que las tendencias han codificado el viaje de tal manera que viajamos con menos libertad y siguiendo más pautas?

No sé si es fruto solamente de las tendencias, que no son más que una consecuencia de cambios mucho más profundos. Hay actualmente un determinado acceso a la movilidad, nos gusta viajar, ya sea por pocos días, ya sea por un periodo más largo de tiempo… Retomando la pregunta, sí es cierto, hay una cierta codificación. Los españoles, en efecto, más que grandes viajeros, somos grandes turistas: somos turistas de representación, es decir, vamos adonde nos dicen que hay que ir. Ante esto, sin embargo, hay que tener en cuenta que España es un país muy receptor de turistas, pero es un país que no tiene una tradición de grandes viajeros.

¿Viajamos los españoles de manera diferente a como viajan, por ejemplo, nuestros vecinos europeos?

Viajamos de manera diferente porque tenemos diferentes tipos de viaje y porque tenemos distintas actitudes frente al viaje. La gran masa de europeos, en concreto los europeos del centro-norte de Europa, que viaja en verano dentro del continente, tiene dos elementos fijos: playa y sol. Esto explica el gran número de turistas que llegan a España, que van a Italia, a Crocia o a Grecia buscando “sun, sex and sangria”. Nosotros no tenemos estas exigencias, nuestros viajes son distintos en tanto que tienen otros objetivos. Por lo general, aunque toda generalización es siempre peligrosa, el turista español es muy seguidor de las modas: si se pone de moda Tailandia, todo el mundo va a Tailandia; si se pone de moda Vietnam, todo el mundo a Vietnam.

Los catálogos de los viajes de luna de miel son muy ilustrativos al respecto.

Exacto, estos catálogos son un perfecto indicador de los destinos que se ponen de moda cada año. Y este fenómeno es muy de aquí, muy propio de un país que ha sufrido cuarenta años de dictadura y casi un siglo y medio de completa cerrazón. En otros países europeos, como Reino Unido o Francia, que mantuvieron, en todas sus declinaciones (colonial, protectorado…) una presencia en otros países, hay una manera de entender el viaje completamente distinta, en tanto que lo extranjero no resulta tan lejano: son países cuyas ciudades han vivido un enorme proceso de integración de inmigrantes provenientes de muy distintos países y, por tanto, tienen una manera de responder ante otras culturas y ante la propia idea de viaje sustancialmente diferente a la nuestra. En lo que sí destaca el turista español es en el respeto: el turista español es muy respetuoso.

Antes has insistido en las diferencias ciudades grandes de grandes ciudades; me gustaría preguntarte cuáles son.

Para mí una ciudad grande es una ciudad grande por cuestiones cuantitativas, por el número de sus habitantes y por su extensión geográfica. Sin embargo, hay grandes ciudades que no son necesariamente ciudades grandes, como puede ser Liubliana; se trata de ciudades extremadamente particulares y únicas, ciudades que albergan una realidad inimaginable en cualquier otro lugar.

¿Consideras que estas grandes pequeñas ciudades, como Liubliana, conservan más su particularidad e idiosincrasia con respecto a las grandes capitales, más homogéneas?

No, no creo que sea así. Hay ciudades de tamaño gigantesco, como puede ser Shanghai, Pekín, Tokio o Manila, que no son en absoluto estériles: son ciudades que conservan una idiosincrasia propia. Todo lo contrario que Dallas, una ciudad en la que me costó encontrar algo que la convirtiera en especial, algún detalle propio; algo similar lo experimenté en São Paulo: se trata de una ciudad gigantesca en la que, sin embargo, no encontré unas especificidades muy relevantes. Evidentemente, es un caso distinto al de Dallas e indudablemente de São Paulo hay que destacar  la zona de Oscar Freire así como toda su parte norte; es una ciudad preciosa, pero sí es cierto que, vista en su totalidad, no es una ciudad que se distinga por su particularidad.

Mencionas un ensayo de Daniel Brook cuando hablas de la importancia de que las ciudades conserven su idiosincrasia y no imiten modelos que no les corresponden.

Cuando hablo de la ciudad de Shanghai, menciono en efecto el texto de Daniel Brook A History of Future Cities, que habla de las ciudades desorientadas: con este apelativo, Brooks se refiere a ciudades en las que, ante todo, es difícil orientarse y ciudades que han dado la espalda al propio contexto y a la propia historia. Se trata, por lo general, de ciudades construidas desde una óptica europea y desde intereses colonialistas; Bombay o San Petersburgo son los más claros ejemplo de este tipo de ciudades:al recorrerlas observas la voluntad que ha habido de imitar y copiar, en Bombay, el Londres victoriano y, en San Petersburgo, la magnificencia del París de Haussmann.

El flâneur nace en el XIX en París, luego llega a Londres, pero se trata siempre de alguien que transita por las grandes capitales europeas. Ahora, sin embargo, el flâneur es alguien que sale del propio continente, ¿crees que Oriente sigue siendo, en parte, un destino exótico en tanto que desconocido para el occidental?

Las ciudades orientales, sobre todo si pensamos en China o Japón, se han convertido, desde un punto de vista mediático, casi en un referente, por la cantidad de habitantes, por su extensión y por la modernidad. Lo que sucede es que, desde un punto de vista económico, parece que Asia va a tomarle el relevo a Europa y a Estados Unidos. Por lo tanto, despierta una especial atención. A esto se añade que, en cuanto a lo estético, hay una gran tradición de mitificación de  todo oriente, empezando por Estambul hasta llegar a Japón. El orientalismo o el japonesismo son fenómenos típicamente occidentales y, sobre todo europeos, que no tienen tanto que ver con el  descubrimiento de lugares nuevos como con la idealización de Oriente. Desde siempre la mirada Europea ha sido una mirada que idealiza al otro, una mirada que se enfrenta a la otredad desde sus propias concepciones.

El propio Edward W. Said en su libro Orientalismo hacía mención a la dificultad del occidental de liberar su mirada de la perspectiva occidental y, por tanto, de mirar sin juzgar a partir de los propios criterios y tradiciones…

Lo peor que se puede hacer cuando se viaja es comparar: no se puede viajar teniendo como referente la propia ciudad, porque siempre nuestra casa y nuestro ambiente nos van a parecer mejores y porque comparando nunca conseguiremos apreciar, o al menos no del todo, la nueva ciudad y la nueva cultura. Hay que dejar de lado los prejuicios, aunque, evidentemente, no siempre es fácil, por ello, como te decía antes, es muy importante educar la mirada: es necesario aprender a mirar sin comparar, mirar lo diferente sin miedo ni prejuicios.

 

La foto de cabecera es un camino de deseo (Desire path) en Chelsea (Londres), fotografiado por wetwebwork. De arriba abajo, un autobús turístico en Alemania cedida por tOrange.us; turistas llegando y alejándose del Partenón, fotografiados por Adam Witwer; Lo que la Mona Lisa ve a diario, fotografía de Sven Lindner de los visitantes de la Gioconda en el Louvre.